Cuando dio comienzo esta experiencia yo era un funcionario. Casero hasta la exageración, hincha del Real Madrid y puntual como un relojero suizo, jamás se me habían conocido novias, amoríos, ni ligues de cualquier tipo. Pero…
Las malas lenguas contaban que yo estuve unas semanas enviando flores y bombones a la secretaria del delegado de asuntos sociales; pero como ésta me lo devolvió todo al enterarse de quién era el anónimo admirador, ya no volví a «tontear» con nadie. La cosa era una calumnia; pero no fui capaz de desmentirla.
Soporté los colores que me salían al escuchar las bromas y los chistes que se inventaron a mi costa. No obstante, lo que nadie sabía era que yo tenía en una de las habitaciones de mi casa, allí donde no entraba mi madre las pocas veces que utilizaba la silla de ruedas, ni la mujer de la limpieza, un completo equipo de vídeo, en el que veía las mejores películas «pomos» y otras grabaciones que me guardaba el dueño de una sex-shop.
¡Asombraros: mi biblioteca, también «clandestina», se componía de más de 500 títulos distintos de libros de Sexología, novelas «sicalíticas» de los años 60 y 70, todas las de «La Sonrisa Vertical» y muchos títulos más, incluidas obras en francés, italiano e inglés, idiomas que domino con facilidad!
Para más escándalo, en el caso de que lo supieran mis compañeros de ministerio, dispongo de vibradores, lociones para endurecer la polla y hasta… ¡una muñeca hinchable!
Bueno, cuando localizo el momento principal de esta historia yo iba por la tercera muñeca. Esta última es de una conformación especial, se halla provista de unos sensores y un pequeño conjunto de chips que le confieren todo el aspecto de una mujer auténtica. Hubiese podido incorporarle una voz; sin embargo, temí que mi madre pudiera oírla… ¿Os dais cuenta de la importancia que tenía este cuarto de los secretos para mí? ¡Era lo que me permitía enfrentarme a cualquier tipo de burla, porque, en el fondo, yo me reía de todos ellos y ellas!
Yo estaba cubriendo mis necesidades sexuales sin tener que enfrentarme a la «humillación» de llegar a escuchar la negativa de un ser humano del sexo femenino.
Un buen día a mí me cambiaron de destino, para otorgarme la responsabilidad de los asuntos de extranjería hispanoamericana. Visados, pasaportes, permisos de residencia, etc. Mucho trabajo y una excesiva carga, que jamás me vino grande.
Hasta que apareció Trinidad, una morena cubana de largo cabello, tetas que se salían del escote y una falda de cuero ajustadísima. Le habían robado el bolso con toda la documentación internacional…
Dado que era esposa de un importante miembro del cuerpo diplomático de un país sudamericano, me cuidé personalmente del asunto. Mostré tanta diligencia, al mismo tiempo que me vi favorecido por el hecho de que el «caco» echó el bolso con la documentación en un buzón de Correos, que en menos de 24 horas lo había resuelto por completo.
Trinidad me invitó a comer y recibió mi negativa, porque consideré que era un favor que no merecía. Me esperó a la puerta del ministerio en su cochazo, y yo le atendí cortésmente; pero no subí al vehículo pensando que en el «mejor momento» se reiría de mí. Más de cien veces me tropecé con la caribeña y cada una de ellas le mostré un similar rechazo. La calumnia pesaba sobre mí, por eso quería esquivar la negativa «final»…
Al cabo de una semana, recibí una llamada telefónica de una vecina comunicándome que me presentara en casa por una situación de «vida o muerte». Pensé en lo peor…
Decidí ausentarme del trabajo por vez primera en mi vida. Solicité el permiso oportuno, creyendo que le sucedía algo muy grave a mi madre, y corrí a casa. Estaba muy nervioso; pero no me salté ni un semáforo. Mis nervios no podían mostrarse más fríos…
No obstante, al llegar ante el edificio donde resido y ver a Trinidad saludándome con una mano, se me caló el motor del vehículo, fui incapaz de aparcar y cometí un montón de infracciones… ¡Porque ella me había atraído hasta allí, al estar verdaderamente interesada por mí! ¡No hay mujer en el mundo que recurra a una estratagema de ese tipo sino es por una causa que considera vital para ella! ¡Al fin contaba con la ocasión que venía soñando desde toda mi vida; y lejos de los cotilleos de mis compañeros y compañeras!
—Ahora sí, Trini —dije con voz firme—. Allí nos estaban viendo las «malas lenguas» y no quiero que se repita una vieja historia que, siendo mentira, me hizo mucho daño.
—Lo sé, cariño. He investigado un poco y conozco la causa de tus continuos rechazos a mis invitaciones. ¿Por qué crees que he recurrido a tu bondadosa vecina para que te llamase por una situación de «vida o muerte»? —preguntó ella, a la vez que me besaba en la boca.
Yo le devolví el contacto añadiendo mi propia lengua, para buscarle a la caribeña el paladar. También le apreté sabiamente las tetas por encima del vestido. Estaba preparado para el momento, porque lo había ensayado miles de veces. ¡No podía fallar!
Horas más tarde, dentro de una especie de invernadero repleto de plantas tropicales, yo me encontré con una hembra real, no una muñeca hinchable, cuyo coñazo olía a frutas caribeñas. Me arrodillé para venerarlo como mi primer triunfo. Luego, llevé la lengua como enseñan Masters y Johnson, con el añadido de esos toques lujuriosos que recomiendan los entendidos. No tardé en comprobar los efectos: los muslos de Trini empezaron a cerrarse, me recogió la cabeza con sus dos manos y apretó contra su pubis. Lo último que hubiese deseado era que yo me escapara de allí. Me necesitaba, por eso comenzaron a fluir las gotitas precursoras del orgasmo.
—¡No es posible, Fede… No es posible…! —exclamó la cubana—. ¿¡Y sabiendo tú hacer estas cosas no te has comida «una rosca», como decís los españoles, en toda tu vida…!? ¡De verdad, no creí que en tu ministerio hubiese tantas estúpidas!
Lo estaba asegurando una hembra de bandera, en cuyo chochazo estaban contenidos todos los jugos del Caribe. Pero yo no me embriagué, gracias a unos recursos mentales que había leído. Después me eché sobre las mantas que nos servían de cama.
Continué con la mamada vaginal, sin poder evitar un ligero éxtasis. Con la última muñeca hinchable yo podía realizar lo mismo, para recibir unas gotitas después de un largo proceso de lengüeteos, chupetones y absorciones. La había programado para que se resistiera a mis acciones de cunnilingus; pero Trini era real, actuaba según su propia voluntad, y lo que me brindaba sabía muchísimo mejor… ¡Pertenecía a un ser humano del sexo femenino… precioso, sensual y vivo!
La caribeña tomó acomodo en mi falo duro, alzado aunque ligeramente encurvado hacia atrás, y culeó para que la follada se materializara por completo. No tuvo que esforzarse demasiado, gracias a que yo supe adaptarme a las dimensiones de la carnosa galería, a sus presiones y a las caldosidades que la llenaban.
Además apreté las caderas caribeñas, luego las tetas y más tarde los glúteos según las normas que había leído en «Mi vida y mis amores», de Frank Harris.
—¡Soy una maldita engreída, cariño… Lo reconozco! —dijo la cubana, volviendo ligeramente la cabeza aunque ya le venía el ahogo del orgasmo—. Pensé que iba a «hacer una obra de caridad»…, ¡y eres tú el que me estás follando como nadie me lo había hecho en toda la vida… Oooh… Me derrito enteritaaaa…! ¡Qué fantástico descubrimiento… Aaaah…, cielo… Cielito míoooo…!
Yo hubiese podido abrir el dique de la eyaculación; sin embargo, preferí esperar a que llegase su tercer orgasmo. Con la muñeca hinchable había aprendido a contenerme. Por otra parte, estaba tanto en juego: la pasión de Trini, lo hermosísima que era y mi autoestima como amante y follador.
—¡No es posible, no es posible…! —repitió ella, en un instante que le imponía la relajación—. Quizá aguantes tanto porque has llegado a tal cúmulo de masturbaciones, que las paredes de tu picha requieren otro tipo de frotación… ¿A que es cierto?
—¿Tan importante es conocer la causa, querida?
Ella me miró a los ojos. Estábamos sentados en las mantas, desnudos, y sus tetas espléndidas eran maduros melones tropicales cuyas puntas rozaban mi tórax velludo. En un momento de frenesí, me cogió por los hombros y exclamó:
—He sido la tía más caliente de la Isla, Fede. Mi marido se casó conmigo por lo bien que le trato su bananita… ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo a esta madura «puta» del Caribe? Tú debías haberte corrido, ¡manando esencia de coco desde hace más de media hora! ¿Cómo aguantas tanto?
La besé en la boca; luego, muy despacio, descendí un poco la cabeza y aprisioné su pezón izquierdo con mis labios y los dientes delanteros. Al mismo tiempo que tiraba del mismo, le introduje a ella dos dedos en el chumino, para añadir el pulgar. Con éste titilé el clítoris con una técnica especial.
Mi amor caribeño empezó a jadear y a temblar enterita. Yo estaba muy caliente, hirviendo a más de ciento sesenta grados. Entonces no me importó descubrir mi secreto:
—He practicado con una muñeca hinchable fabricada especialmente para mí… Se halla provista de un conjunto de chips… ¡Pero tú la superas en todo! ¿¡Qué digo!? ¡¡No hay ninguna posibilidad de comparación!!
—¡Pues bendita muñeca hinchable que te ha permitido mantener la erección durante más de media hora! ¿Te das cuenta, mi amor? Ahora ya sé a lo que me enfrento, quien es mi «rival» o mi «colaboradora». Ya puedo emplear otras armas…
Sonreía con una boca que dejaba asomar una lengua, en cuya punta había unas gotitas de saliva. Su aliento lujurioso rodeó mi polla, momentos después. Me dejé caer sobre la manta. La felación se estaba efectuando con precisión. Trini se lo había tomado en serio: recorrió cada milímetro de mi tallo y del glande dando unos bocaditos, a los que añadió el golpeteo de su lengua; y cuando hubo humedecido todo el conjunto, hasta los testículos, cerró la boca como si fuera una tenaza de calor y presión y dio comienzo a unas chupadas arrasadoras… ¡Sopla, sopla, qué mujerona!
Mi cerebro entró en una especie de caos de fuego y goce, toda mi columna vertebral acusó un estiramiento de excitación y mis venas y nervios se fundieron en una cadena de hervores: riachuelos vertiendo su caudal al depósito donde se almacenaba mi esperma…
—¡Trini, cielo, lo vas a conseguir… Eres una samaritana de la follada… Una sirena caribeña…!
Frases, infinidad de ellas, todas muy cortas a la hora de calificar lo que aquella mujer estaba haciendo por mí. Por eso nadie mejor que ella para beberse esa primera sustancia que erupcionaba de mi polla. Ninguna otra la había saboreado, ni visto o sentido.
Trinidad se lo tomó hasta la última gota. Lo suyo fue tan cachondo, que recuperé la erección a los diez minutos escasos. Me había incorporado un poco para verla en acción. Se lo merecía por su arte.
Es verdad que no estaba contemplando nada nuevo; tal vez en muchas películas «pornos» las actrices lo hiciesen mejor… ¡Pero era yo quien se beneficiaba de ese tratamiento; era yo el dueño de la polla que Trini continuaba mamando; y era mío el cuerpo humano que sentía, gozaba y volvía a eyacular…!
Esta segunda vez dentro del chumino de la caribeña, porque ella se cuidó de meterse mi polla en el momento justo. El acontecimiento estaba siendo impresionante, excepcional. Lógicamente, quedé deshecho, gratamente vencido…
—Amor, tengo que volver a mi país; pero suelo venir por aquí cuatro veces al año. Vamos a organizamos, ¿de acuerdo, Fede?
Es lo que hemos hecho desde hace más de dos años. Mientras, he conseguido que el técnico que me fabricó la última muñeca hinchable le haya realizado unas modificaciones: ahora mama y folla como Trini. ¡Lo ideal!
Bueno, voy a ser del todo sincero: Trini consintió en montar todo el número, es decir, follar y mamarme, ante el técnico para que éste efectuase su trabajo de la mejor manera… ¿Existe mujer más generosa al aceptarlo?
—No soy generosa, Fede —me dijo ella al hacerme un comentario al respecto—. Con esto lo que me aseguro es que tú tendrás a la muñeca como mi sustituta, un doble de mí. Podías irte con otra mujer, de las vivas e imprevisibles, una vez que has comprobado que puedes funcionar con un ser humano del sexo femenino. Fíjate, has recuperado la fe en tus posibilidades como amante. La muñeca nunca será mi enemiga; mientras que las otras…
Acompañó esta última frase con una carcajada; pero yo entendí de que de alguna manera estaba celosa. No le he dado motivos para ello. Ahora me toca añadir algo más: las «malas lenguas» saben que me veo con Trini; pero, lo normal, ya no hacen chistes y me miran de otra manera. Supongo que no me irán a convertir en un «don juan» sin saber ni la mínima parte de nuestra historia…
Recibid toda la admiración de:
Federico – Madrid