Potente de erección

Me permito escribir este relato para contarles algo sobre el sexo en familia. Cuando yo tenía 18 años tuve la ocasión de mantener relaciones sexuales con mi abuela materna que vivía con nosotros. Era una mujer de 65 años, muy bien compuesta. Poseía un cuerpo espléndido, algo llenito de carnes.

Mis padres tenían un negocio que cuidaban los dos. Esto nos permitía estar mucho tiempo solos en casa. Un día mi abuela me dijo:

—Tengo un dolor en la espalda que me molesta mucho. Tú has aprendido a hacer masajes. ¿Porqué no me haces lo mismo que a los chicos de tu equipo de fútbol?

—De acuerdo, abuela. Pero no te aseguro que pueda servirte.

Se desnudó hasta medio cuerpo y se tumbó en la cama. Yo empecé al masaje, que lo prolongué durante unos minutos.

—Me ha disminuido mucho el dolor, cariño.

Se incorporó un momento, con el fin de no permanecer tanto tiempo echada. Entonces la vi las tetas. Algo caídas, pero de unas proporciones y una tersura que me pusieron caliente. Nos quedamos mirando. Ella se echó a reír y me preguntó:

—¿Te gustaría masajearme los pechos? Si lo deseas de verdad, ya puedes hacerlo.

—Me encantaría.

—Ya puedes empezar, Marianín.

Cogí sus tetas y empecé a acariciárselas suavemente. Entonces ella me dijo:

—No debes emplear las manos. Los dos nos sentiremos mejor si utilizas la boca. Me refiero a una buena mamada, hasta que los pezones se pongan fuertes y tiesos.

Comprendí a la perfección lo que deseaba. Por eso le dediqué una mamada impresionante, pues tenía cierta experiencia con las chicas del Instituto. Le puse los pezones como unos palos. Ella se entregó a suspirar y a gemir. De pronto, exclamó:

—¡Me corro… Me corro… Ay, qué placer me das…!

Permaneció inmóvil unos momentos, suspirando profundamente. Yo tenía la polla en erección. La bragueta formaba un bulto impresionante. Me abrí los pantalones y se la enseñé. Era de un estimable tamaño y de un grosor envidiable. Ella me la cogió y afirmó:

—Estás muy bien dotado. Vamos a joder y a disfrutar.

En segundos se quitó el resto de la ropa que llevaba. Esto me facilitó la contemplación de su cuerpo. El pubis lo llevaba cubierto de pelos y me ofreció un culo estupendo. Se lo acaricié. Ya se tumbó en la cama y esperó a que yo me quedase en pelotas.

La monté fácilmente. La abuela me cogió la polla y se la llevó a la entrada del coño. Apreté y se la metí hasta el fondo. Comencé a bombearla. Y no tardó en empezar a quejarse y a contorsionarse, exclamando:

—¡Ya me has puesto en lo más alto… Qué gusto…!

Tuvo dos orgasmos más. Mientras, yo me encontraba por las nubes de tanta calentura. Eyaculó mi leche por vez primera en el coño de una mujer —con las chicas no había pasado de los recalentones—. Y precisamente había sido el de mi abuela. Lo llené abundantemente.

—¡Cómo he disfrutado jodiendo contigo! ¡Tú me has estrenado!

—Yo también he gozado mucho gracias a tu polla tan espléndida. Después de cuatro años sin probarlo, volver a follar ha sido magnífico.

Aquel mismo día, por la tarde, volvimos a encontrarnos para ofrecernos un placer inmenso. Yo estaba contentísimo con la conquista, porque la abuela me proporcionaba la ocasión de hacerlo cuando me apetecía.

—El dolor de la espalda se me ha ido con los masajes… ¡Pero no con los de las manos, sino con los que me diste con tu polla en mis bajos!

Su broma nos hizo reír a los dos. En realidad ella fue mi maestra en el sexo. Mejoró mi técnica de follada y montamos el sesenta y nueve. Algo que a ella le enloquecía. Porque nos dedicábamos unas mamadas estupendas; mientras yo le chupaba el coño, mi abuela saboreaba con deleite la polla.

Los orgasmos le manaban en chorros al titilarle el clítoris. Por mi parte le entregaba una gran cantidad de esperma, que ella se bebía hasta la última gota. Con esta práctica me enamoré de su culo.

—Pronto te dejaré que me sodomices. A tu abuelo le gustaba mucho darme por el trasero.

A los pocos días, siguiendo sus instrucciones, realicé esta conquista. Una entrada en su vía culera que me pareció maravillosa. Mi polla accedió a sus esfínteres con gran facilidad. Además, me pidió que le masturbara el clítoris con una mano; mientras, con la otra le sujetaba por las caderas y le jodía por el culo.

En seguida la abuela se entregó a gemir y a retorcerse, soltando unas palabras entrecortadas. Se corrió de una forma extraordinaria. Todo esto me permitió echarle la leche abundantemente. Repetimos todas las acciones más adelante, aprovechando que mi polla no había perdido la erección.

—Ahora es cuando he recuperado las ganas de vivir —dijo mi abuela, en el momento que estábamos descansando—. Todo te lo debo a ti, Marianín.

Esta manera de cambiar mi vida a mejor, me llevó a valorar mi situación familiar de otra forma. Me estaba follando a mi abuela materna. Pero no dejaba de visitar a mi abuela paterna. Una viuda que vivía con su hija y tenía una tienda de ropa. Ganaba lo suficiente para vivir muy bien. Siempre que la iba a ver me daba unos billetes para mis gastos.

De pronto, como una erección lógica, me entraron deseos de follar con ella. Si lo hacía con la otra, ¿porqué no podía repetir con aquélla?

Aproveché el día de su cumpleaños para demostrarle el cariño que le profesaba. Le regalé un precioso ramo de rosas. Luego, la felicité besándola en la boca y le dije:

—¡Abuela, a tu edad estás muy guapa! ¡Cómo me harías de feliz si pudiera hacer el amor contigo!

Seguidamente repetí el contacto y le sobé los pechos. Le cogí una mano y le obligué a que me tocase la polla, que ya estaba en erección. Ella me abrazó y respondió a mis caricias, diciendo:

—¡Ay, cariño! No sabía cómo decírtelo… ¡Me haces muy feliz al recordar a esta vieja que todavía es capaz de excitar a un joven tan guapo como tú! Ya verás como todavía te puedo ofrecer mucha felicidad, ¡pues mi sexualidad es tan fuerte como cuando tenía veinte años!

Sin grandes esfuerzos acababa de conseguir sus favores. Ella me llevó a su dormitorio. Nos desnudamos y le mostré la polla. Me la acarició, exclamando:

—¡Estás provisto de una buena herramienta!

—Mi verga tiene 22 centímetros de largo y un buen grosor, como puedes comprobar.

—Es más grande que la de tu abuelo.

Nos magreamos los genitales. Le sobé las tetas y la besé en el cuello, a la vez que le pedía:

—Agáchate que voy a comerte el coño, abuela.

Le dediqué una gran mamada, sin detenerme hasta que empezaron a llegarme los líquidos de su enorme corrida. En esta misma posición le metí toda la polla en su coño, que se hallaba cubierto de una mata tupida de pelo.

Inicié un mete y saca, que a ella le condujo a gemir desesperadamente y a convulsionarse porque el placer abría sus canales orgásmicos ya sin ningún control.

Esto me llevó a joderla con una gran ilusión. Hasta que me llegó la gozada de la eyaculación. Le eché mi crema en el interior de su vagina. Por momentos me pareció que estaba follando a una yegua, debido a los sonidos que emitía mi abuela paterna y al enorme papazo que me estaba ofreciendo.

—Mariano, me has hecho disfrutar más que en toda mi vida… ¡Ni siquiera en mi juventud he podido alcanzar unas cotas de placer tan altas como tú me acabas de proporcionar! ¡Gracias!

—Tengo que confesarte que es la primera vez que lo hago, abuela —la mentí, para alagar su vanidad.

—Pues te has portado como un amante de primera, lo que resulta muy extraño en un «virguito».

—He visitado muchas webs pornos. Seguro que lo he aprendido en sus páginas. Lo demás lo ha puesto el instinto natural.

La conversación me había servido para recuperar la forma. Así que no perdí más tiempo en «darle por el culo». Me dirigí al cuarto de baño, donde había visto un recipiente de jaboncillo líquido. Después, le preparé el ano aplicándole un suave masaje y metiéndole dos dedos para comprobar si se había dilatado lo suficiente.

En el momento que la zona quedó lista, le coloqué la polla en las puertas del «paraíso negro». Apretó lentamente y conseguí meterla toda con relativa facilidad. Ella gimió muy fuerte.

—¿Te estoy haciendo daño? —le pregunté, algo preocupado.

—Un poco al principio. Pero ahora siento un gran placer… ¿También has aprendido a encular en los vídeos pornos, Mariano?

—Claro que sí.

—¡Pues has tenido unas «maestras» excepcionales!

Como me dediqué a masturbarla el clítoris, sus gemidos aumentaron en intensidad y volumen. Muy pronto se corrió dando unos fuertes bandazos con su trasero. Al mismo tiempo, yo le bombeaba con sumo gusto. Aquello se prolongó por espacio de unos diez gozosos minutos. Hasta que deposité en la galería anal una buena cantidad de leche. Por último, dejé que se me aflojara dentro.

—¡Cariño, lo has hecho mejor que tu abuelo! ¡Es sorprendente! A él jamás se le hubiera ocurrido sobarme el clítoris… ¡Vaya cosas más extraordinarias que has aprendido en esos vídeos!

—También es necesario disponer de un poco de imaginación, mucho deseo y sentir un gran amor hacia la mujer que te lo permite hacer.

Cada semana iba a verla una o dos veces, con el único propósito de follarla y «darla por el culo». También montábamos unos 69 impresionantes. Cuando llevábamos tres meses de relación sexual, ella me pidió que lo hiciese con su hija:

—Tu tía ya ha cumplido los 40 años. Es soltera y jamás se ha acostado con ningún hombre. Sé que se masturba con mucha frecuencia, porque la he estado vigilando por miedo a que fuese frígida. Todo se lo debemos a una crisis nerviosa que sufrió a los 20 años. Salía con un chico muy guapo, al que no le permitía ni que la tocase un pelo. Cuando él la dejó, tu tía estuvo al borde del suicidio. Desde entonces la acompleja una timidez que le impide relacionarse con los hombres. Gracias a un médico muy bueno conseguimos que no se volviera loca; sin embargo, se encerró en esta casa y, desde entonces, sólo ha salido con nosotros, sus padres.

Bueno, en la actualidad nada más que me tiene a mí como su amiga y acompañante. Por fortuna sé cómo tratarla. La iré hablando del sexo paulatinamente, para terminar contándole lo que tú y yo hacemos. Luego, la invitaré a que participe en nuestras diversiones. Ya te avisaré cuando ella esté lista para la experiencia de follada.

Pasaron unos quince días. Entonces la abuela me informó que mi tía ya estaba convencida. Se lo había explicado como si fuera un cuento de las mil y una noches. Como primera medida, ella estaría presente en una de nuestras sesiones, con el fin de que se relajara y se fuera haciendo a la idea.

—En realidad, Mariano, ¿qué te parece mi hija?

—Es una mujer muy guapa. ¡Con mucho gusto le daré todo aquello que me pida! Contando con tu aprobación, abuela, no habrá ningún problema.

Aquella misma tarde fui a verlas. Me encontré a solas con Luisa, y pudimos charlar sinceramente.

—Jamás he hecho nada con los hombres. Mi madre me ha hablado de ti. Sé que contigo me atreveré a gozar de una vez por todas.

—Puedo asegurarte que lo pasarás muy bien, tía.

Acompañados por la abuela nos trasladamos a su dormitorio, donde nos desnudamos. La relación iba a ser distinta a como la planeamos. Porque Luisa y yo nos quedamos solos.

La abracé cariñosamente, pues estaba de muy buen ver. Su cuerpo me pareció magnífico, Benito de carnes. Bastante apetecible. Ella me acarició la polla, diciendo:

—Me parece enorme… ¿No me harás daño?

La chupé las tetas, cuyos pezones eran redondos y perfectamente modelados. La tumbé en la cama y la dediqué una mamada de coño para calentarla. En seguida le llegó el orgasmo entre gemidos y suspiros. Luego, aproveché su coño mojado para iniciar la penetración de la follada. Con una suavidad exquisita. Me costó un poco, debido a que las paredes vaginales carecían de la suficiente elasticidad y el himen se resistió a permitir el paso de mi capullo.

Por fin lo conseguí, apretando fuerte y sin dejarme impresionar por sus alaridos de dolor. Ella se abrazó muy fuerte a mí, bajo el peso gozoso de haber perdido el virgo.

—Ya ha pasado lo peor, tía.

Ya podrás gozar de una follada suave.

Empecé a bombearla con una gran delicadeza. A los pocos momentos se volvió a estremecer, y se corrió de una manera fenomenal. Esto me permitió eyacular felizmente en el interior del nido de un bombón que había dejado de ser «virgen». Pasados unos instantes ella me confesó:

—¡Ha sido una suerte para mí que tú me hayas estrenado, Mariano!

—¿Qué puedo decirte yo? He gozado locamente. Tanto que aún dispongo de una buena erección. ¿Quieres que lo repitamos?

-¡Sí!

La segunda vez pudimos reconstruir un universo sexual más amplio y gratificante. Libres del miedo al dolor, la fui sugiriendo cómo debía moverme y que caricias debía hacerse para corresponder a las mías. El hecho de que no permaneciese inactiva, a la espera de mis erecciones, me pareció un avance muy importante.

En medio de los orgasmos, nos dimos cuenta de que la abuela había entrado en el dormitorio. Nos contemplaba con admiración y gratitud hacia mí. Pronto se dedicó a acariciarme el culo, la bolsa de los huevos y todas aquellas parte de mi cuerpo que pudiesen reactivar mi excitación. Su intención era que Luisa viviese una experiencia inolvidable, como una terapia que la permitiese recuperar plenamente su condición de mujer sexual.

En el momento que eyaculé lo hice abundantemente, porque mi polla había obtenido el mayor de los trofeos. Fue un coito maravilloso, por su intensidad y duración. Yo había logrado hacer gozar a mi tía, por este motivo ella me dijo:

—¡He sido una estúpida estando tanto tiempo sin follar! Ahora quisiera recuperar todo lo perdido. ¿Me ayudarás a conseguirlo, Mariano?

—¡Será un placer, tía! Voy a venir aquí más días de los que acostumbro, para complaceros a las dos.

—Prefiero que te dediques una buena temporada a mi hija —añadió mi abuela paterna—.

Estuve allí hasta cerca de las 10 de la noche. Así que dispuse del tiempo suficiente para echarla un polvo a mi abuela. Se lo merecía por generosa y buena madre. Lo hicimos delante de mi tía; además, le proporcioné una estupenda mamada en el coño y en el culo. Recreándome en el clítoris, que curiosamente se hallaba más desarrollado que otras veces.

—¡Qué bien lo haces todo, Mariano! —reconoció Luisa—. Me sorprende que siendo tan joven hayas aprendido tanto.

—Le han enseñado los vídeos pornos —dijo mi abuela.—

Cada semana estuve yendo a visitarlas tres y cuatro días, para follar a discreción y montar el sesenta y nueve. Con el tiempo nos decidimos a montar un triángulo, en el que la mejor parte se la llevaba mi tía. Lo ideal llegaba cuando las dos se colocaban de rodillas, con el pandero en posición «diana», y yo podía ir enculando alternativamente, saltando de un orificio a otro.

En cuanto a mi abuela materna, que seguía viviendo en mi casa, procuraba satisfacerla sin que pudiera sospechar que yo disponía de otros dos «amantes». Mi edad me permitía tales excesos; además procuraba dosificarme con mucha habilidad. Los estudios me sirvieron muchas veces de coartada, en especial cuando alguna de ellas se ponía pesada en materia de querer joder con más frecuencia.

Han transcurrido casi diez años desde entonces. Las abuelas fallecieron por distintas causas. Ahora sigo acostándome con mi tía. A pesar de la diferencia de edad, los dos nos sentimos muy enamorados. Somos incapaces de prescindir el uno del otro. Yo tengo un taller de electrónica y electricidad, que me permite ganarme bien la vida.

Mi tía y yo compartimos el mismo piso. Formando una pareja perfecta. Nos gustaría casarnos, pero nos asustan las críticas sociales. Mis padres conocen nuestras relaciones, lo comprenden y lo admiten. Esto facilita la armonía familiar. Comemos con ellos todos los domingos y los días de fiesta. Y ellos no dudan en frecuentar nuestra casa. Incluso pasamos las vacaciones juntos, sin que se escandalicen por el hecho de que los dos compartamos la misma cama. Somos muy felices.

Mariano- Barcelona