Prejuicios sexuales
Relato Real enviado por Anabel, Valencia
Luis y yo formamos un matrimonio actual pero hasta hace poco tiempo, padecíamos esa grave enfermedad que se llama “prejuicios sexuales”.
Mi marido tiene treinta y dos años y yo veintiséis. Desde el principio de nuestra relación, se puso de manifiesto mi personalidad fogosa, ardiente, en contraposición al carácter más bien frígido de él. Me refiero desde un aspecto sexual, ya que a nivel social y laboral, somos bastante semejantes. Estábamos llenos de prejuicios sexuales.
Durante los primeros años de convivencia, yo me resigné al clásico lugar de mujer pasiva que refrena sus impulsos por el qué dirán, si un hombre me gustaba, no se me ocurría insinuarme ni demostrarle interés.
Erróneamente, pensaba yo que el amor a mi marido lo debía manifestar en mi fidelidad y represión de mis impulsos sexuales. Pero en cierta oportunidad, tuvimos que realizar un viaje a la capital.
Nos alojamos en la casa de unos primos míos que por cierto estaban más avispados que nosotros. Una de las noches, nos avisaron que tenían invitados para cenar. Con mucha delicadeza nos comentaron que seguramente hacia medianoche, practicarían sexo grupal.
Nosotros podíamos quedarnos en la fiesta o bien montarnos algún plan alternativo. La verdad es que no nos atrevimos a participar en aquella orgía, por lo que nos fuimos a bailar y a dormir a un motel de las afueras. Hablamos de sexo y sacamos muchas conclusiones.
Las conclusiones nos llevaron a tomar decisiones y una de ellas fue vivir a pleno nuestra sexualidad, en especial la mía que era la que más sufría las limitaciones del matrimonio. Luis tuvo una actitud muy comprensiva y me dijo que él mismo se ocuparía de conseguir un buen macho que me proporcionara el máximo de satisfacción. Dejé todo en sus manos con la seguridad de que sabría hacer las cosas. Y no se equivocó.
Un día me anunció con mirada pervertida que Juan llegaría hacia las doce del mediodía.
Cuando me encontré frente a frente con Juan en mi propia casa, al abrir la puerta y ver por primera vez en persona a semejante tiazo, sentí un gran impulso de cerrarla dejándole a él fuera, tras unos segundos de incertidumbre, le indiqué que pasase, pero que mi esposo estaba trabajando y no llegaría hasta casi las tres de la tarde.
Decidí entonces llamar a Luis; por primera vez me encontraba sola frente a un hombre con el que había quedado para tener sexo, si llegaba el caso; y desde luego, que era como para no dudarlo.
Pero yo necesitaba la presencia de Luis, su compañía, le llamé y le dije que estaba con Juan, me contestó con la mayor naturalidad del mundo que, si me agradaba como hombre y su comportamiento y tenía ganas de follar con él hasta que llegase, que lo hiciera, y que después nos iríamos a comer los tres.
Bien sabe Luis el peso que me quitó de encima y el respiro que me proporcionó.
Pidió hablar con Juan antes de colgar, estuvieron largo rato charlando hasta que yo pude dejar dispuesto el dormitorio, darme un buen baño y perfumarme todo el cuerpo. De pronto Juan terminó de hablar con mi marido, en el momento en que aparezco en la sala frente a él, cubierta con mi bata de terciopelo y sin llevar nada por debajo.
Pregunté a mi amigo si deseaba tomar algo, y con agradable sonrisa me respondió que solamente deseaba tomarme a mí. Con sus dos manos sobre mis caderas, me oprimió contra su atlético cuerpo, y pude comprobar que su miembro se encontraba deseoso, durante unos segundos, así de pie, frente a frente, guardamos un silencio significativo.
En la radio se dejaba escuchar, muy bajo, una melodía lenta que invitaba a bailar, nuestros cuerpos comenzaron a moverse al compás; nuestros labios se unieron, su lengua penetró profundamente en mi boca y podía notarse una fuerte tensión entre nosotros.
Me encontraba feliz, diferente, con ganas de él; comprendió que necesitaba liberarme de prejuicios sexuales y nos encaminamos al dormitorio.
La habitación estaba en penumbras, nos desnudamos. Una sensación especial recorrió todo mi cuerpo, jamás yo había contemplado cosa semejante, una polla fabulosa, descomunal, se balanceaba como un péndulo con cada paso que daba por la habitación.
Me acosté sobre mis espaldas, deseosa de probar semejante maravilla; su lengua suavizaba los labios de mi vagina aunque ya no era necesario; mi gran hombre se incorporaba sobre mí y su potente verga penetraba en mi chocho, que la recibió ansioso aunque con un sensacional dolor.
Mi amigo era todo un torrente de pasiones, incansable, se corría una y otra vez, no sé cuántas, sin sacar su miembro de mi coño, aunque más de la mitad se quedaba fuera debido a su largura. Luego me confesaría que calzaba un veintidós de largo por cinco de grueso.
Mi amigo no paró hasta que ya no podía más; era frenético, brioso, atlético, se incorporó para ir al baño y volvió aseado; se sentó en la cama y estuvimos charlando mientras yo no cesaba de acariciar su polla, que rápidamente volvía a encenderse como una mecha; me incorporé para chupársela, pero de un rápido y ágil movimiento me colocó de espaldas a él y me la introdujo sin preguntar por el ano; del dolor tan enorme que sentí no pude ni decírselo; pero pronto se transformaría en un agradable dolor, mientras volvía a correrse una y otra vez, al tiempo que yo, mientras, me ayudaba tocándome el clítoris.
Nos duchamos los dos juntos y nos volvimos a la cama; continuamos charlando largo rato tendidos sobre las sábanas, desnudos; él fumaba, yo pensaba en lo mucho que había gozado con semejante macho; era feliz, yo misma, sin prejuicios sexuales, sin pensar en Luis y sin dejar de quererle; era la mujer que soñaba ser; sin miedo, decidida; disfrutando de un hombre diferente, por primera vez sin la presencia de mi esposo pero con su consentimiento; había recibido en mis entrañas, una gran cantidad de esperma y me encontraba plenamente satisfecha.
Sonó el teléfono; era Luis, que me preguntaba si estábamos dispuestos en una hora para irnos a comer; pero yo sabía que lo que deseaba saber era si se había consumado, y le dije que todo había ido estupendamente, que nuestro amigo era un tiazo formidable y que estaba enormemente bueno.
Mi esposo se mostró muy contento, me preguntó si aún estábamos en la cama y me dijo que lo pasara bien y que aprovechara todos los minutos.
Después de comer, mi apetito sexual se volvió a poner a cien, así que, al regresar del restaurante, invité a irnos los tres a la cama, idea que mi amigo y mi esposo aceptaron encantados.
Una vez en casa, Juan y yo nos fuimos derechos al dormitorio, nos desnudamos y nos acostamos encima de la cama, en tanto Luis preparaba en la salita unas copas de vino.
Antes de que mi esposo llegara a entrar en la habitación, su amigo me había colocado de espaldas sobre su pecho, acercando hasta mi coño la punta de su enorme chisme que ya estaba dispuesto.
En ese preciso instante apareció mi marido vestido solamente en slip, no pudo ocultar su asombro al contemplar tal tamaño de pene ¡es más grande que en las fotos! -exhaló-
Me di cuenta perfectamente de que el slip de Luis estaba a punto de estallar, según mi amigo me iba penetrando me producía un maravilloso dolor.
Luis siguió atónito, sin palabras, de pie en el centro de la habitación, con sus tres copas en las manos.
Juan había llegado hasta el fondo de mis entrañas y los dos permanecimos inmóviles para que no me hiciera más daño, ya que mi coño aún se encontraba un poco dolorido.
Mi marido pareció leer mi pensamiento, y dejando libres sus manos se sentó sobre un lado de la cama y comenzó a obsequiarme con fuertes lengüetazos sobre mi clítoris; en un instante empecé a notar que Juan se estaba corriendo, lo que motivó que yo me corriera al mismo tiempo, en tanto que mi marido siguió lamiendo como un loco, sin poder evitar lamer también a nuestro amigo al mismo tiempo en la parte inferior de su polla.
Mi amigo y yo le pedimos que siguiera sin parar, y así logramos corrernos los dos varias veces sin siquiera movernos, hasta que el bueno de Luis se retiró agotado dispuesto a limpiarse la lengua del esperma de su amigo, que había rebasado el interior e impregnado mi pepita y la verga de nuestro poderoso amigo.
Fue un día maravilloso, porque por primera vez, de casada, sin prejuicios sexuales, me había penetrado sin la presencia de mi esposo y con su consentimiento, un hombre incomparable en belleza y potencia física.
Desde aquel día, soy yo, con mis propios criterios y deseos, al haberme quitado de encima una gran carga de prejuicios sexuales tontos, lo que no aceptó mi marido fue mi idea de buscar otro contacto, al menos, de momento.