Aquella noche miré a Richard, el negro trompetista de jazz, y me agarré con las dos manos a los barrotes de la cama. Me hallaba desnuda por completo, con el pubis en alto, como si pretendiera destacar los rizos de mi dorada pelambrera, y tenía las piernas recogidas hacia los lados…
«¡Es demasiado grande para mi raja!», me dije, notando el impulso de cerrar los ojos. «¡Mejor así… Soy una “busca pollas”! ¿Acaso voy a asustarme a estas alturas?»
Pero al notar la entrada de aquel ariete descomunal me estremecí, se me encogió el vientre y los nudillos se me quedaron blancos de tanto apretar los dedos alrededor de los barrotes. Me dolía el coño; y un amago de angustia me estaba naciendo en los ovarios. Adelanté el cuerpo, para que mis tetas se rozaran con el atlético pecho de ébano. La cosa resultó como suponía. Unos besos en mis pezones, unido a que la polla estaba retrocediendo, me calmaron.
Con la seguridad de que podría aguantar las penetraciones de Richard, me atreví a enroscarme a él con brazos y piernas. También acompañé sus embestidas empleando mis músculos vaginales y los de las piernas, a todo lo cual añadí la musiquilla de mis gemidos. Repentinamente, me llegó el orgasmo y me dejé llevar arañando, mordiendo y golpeando…
Era la fuerza de la frustración, que el negro tomó como un juego violento de la mujer que se había ligado en el mismo local donde él trabajaba. Me sujetó con sus fuertes manos y, al instante, culminó la follada con un aluvión de esperma…
—Tengo que marcharme, Gloria. Dentro de media hora toco con la orquesta.
Ni siquiera me levanté de la cama cuando Richard se fue. Encima de la colcha, mirando los letreros de neón que se veían a través de la ventana, pensé en Julio. Un recuerdo que me hizo sentirme sucia…
Lentamente, fui al cuarto de aseo. Sentada en el bidet, al mismo tiempo que me limpiaba el esperma del negro y mis propios jugos, volví a evocar al «maldito» con el que había estado follando durante diez años, el «canalla» que había gozado de mi virgo y de muchas otras cosas más…
—«Lo siento por ti y por mí, Gloria —me dijo él, creyendo que había justificación posible—. Pero debes entenderlo. Se me ha presentado la ocasión de mi vida. Nunca llegaría a ser director de la compañía, aunque me lo merezco profesionalmente… Casándome con Nieves lo lograré… pero eso no quita para que tú y yo sigamos viéndonos. Ganaré lo suficiente; puedo ponerte un piso… Será para mí como tener dos hogares…
«Yo le escupí en la cara y, rabiosamente, le saqué a empujones de mi apartamento. A la mañana siguiente, me fui a vivir con una amiga, cuya dirección Julio no conocía, mientras me cambiaban la cerradura de la puerta y, sobre todo, me concedían otro número de teléfono…»
Desde entonces yo había follado con más de una docena de hombres distintos, queriendo saturarme de pollas para olvidar la de Julio. Sin embargo, ni la del negro Richard, con ser más grande y gruesa, me la habían hecho olvidar. Terminé de asearme, me vestí mi «uniforme de puta», aunque no aceptase ni un solo regalo de los hombres, y salí a la calle.
En el puerto acababan de desembarcar los marineros de un barco carguero. Dos de ellos, uno casi albino y otro moreno y con bigote, venían de enfrente por la acera. Les detuve pidiéndoles fuego, para un cigarrillo que yo sujetaba entre los labios como si lo estuviera mamando.
–¿Cuánto nos vas a costar a éste y a mí, nena? —preguntó el moreno.
—Colega, déjalo. ¡Yo a una tía así le entrego la paga del mes! ¡Vámonos, preciosa!
Al momento los llevé a mi apartamento, uno especial que había alquilado cerca del puerto para las noches de los fines de semana y vísperas de fiestas, así como para las vacaciones que me daban en la oficina. Me fumé otro cigarrillo con ellos, les serví unos vasos de vino y les pregunté:
—¿En el sofá, en el suelo o en la cama, marineros? Depende del «hambre» que traigáis… ¡Bueno, ya veo que no os aguantáis! Mejor así…
Me empalaron estando los tres de pies; y sin que me hubieran dado tiempo para quitarme del todo mi «uniforme de puta». Juntos rodamos por la alfombra del piso; luego, buscamos la comodidad del sofá, cuando yo les mamaba las pollas a dúo; y, finalmente, acabamos en la cama. Para entonces uno de ellos había soltado un par de mascadas. Momento en el que se escuchó el timbre…
—«Tranqui», marineros. Debe ser Paqui, una vecina, que viene a pedirme algo. Ahora vuelvo; y os quiero encontrar ahí donde estáis ahora…
La sonrisa me desapareció de los labios nada más abrir la puerta: ¡porque allí estaba Julio, el «canalla»!
—Te he encontrado al fin gracias a un detective privado. ¡No me casé con Inés, amor mío! ¡Vengo a por ti; adelante, vístete que abajo nos espera mi coche!
—¡Socorredme, marineros! ¡Es un borracho que pretende violarme! —grité con la mayor crueldad.
Una expresión que no se me borró de la cara cuando Julio fue arrojado escaleras abajo, sin que nadie atendiese sus gritos de disculpa. Más adelante, cuando me quedé sola, luego de negarme a cobrar a los dos marineros, no pude impedir que se me escaparan unas lágrimas.
Lágrimas por mi jodido destino. He de reconocerlo, creo que odio a los hombres, no a los que follan conmigo una noche tan solo, sino a los «establecidos», a los que pretenden conquistarme de una manera «fija» para casarse y todo lo demás. Leo vuestros relatos que debían servirme de terapia, al dejar claro que son muchos los hombres y algunos me comprenderían. Quizá cambie mi comportamiento en el futuro.
Por ahora prefiero seguir así, buscando a todos y a nadie. Una polla que entre en mi coño hambriento y se marche. Corro el riesgo de contraer alguna ETS, porque ninguno de mis hombres; de mis extraños, se pone un preservativo.
Lo que peor llevo es cuando uno de éstos se pone en plan moralizando, con esa actitud de «señorita», con lo preciosa que es usted, podría hacer carrera en otros lugares más decentes. Yo misma le encontraría un trabajo…». Los pongo de patitas en la calle, sin violencia, hasta que vuelven a llamar a mi puerta, les abro poniéndoles un dedo en la boca y, luego, follamos en silencio.
Gloria – La Coruña