Tengo una novia a medias

Desde hace casi dos años vivo una historia «a tres». Nunca me hubiese figurado que a mí me pudiera pasar algo así. Pues siempre he tenido mucho éxito con las mujeres y, la verdad, es que no veo el final de esta absurda situación.

Cuando conocí a Matilde, mi «novia a medias», ella mantenía con otro hombre una relación sentimental que duraba desde que los dos iban al Instituto. Nos enamoramos, y la obligué a que dejase a su compañero. Me sentí tremendamente feliz. Recuerdo las primeras vacaciones en el mar. Me parecía haber encontrado a una mujer que había sido hecha especialmente para complacerme en las parcelas de la sexualidad.

Después, por necesidades de trabajo, tuve que irme dos meses al extranjero. Desde este momento todo empezó a marcharme mal. Matilde se sintió sola, y se arrepintió de lo ocurrido. Comenzó a experimentar una sensación de culpa frente al amigo de la época estudiantil. Lo cierto es que se vieron y me dejó. Me habló por teléfono y, cumpliendo con el «honesto» papel que ella misma se había asignado, me lo contó todo.

Entonces cometí un gran error. Herido de muerte, traté de comportarme como un tipo muy duro. Le dije que hacía bien, porque yo no era el hombre apropiado para ella. Me retraté como un don juan; y terminé diciéndole que nunca se sentiría segura estando a mi lado.

Sin embargo, a los pocos días, cogí un avión y volví a España a tratar de que lo volviera a pensar. No hubo nada que hacer. De todos modos mi actitud estuvo lleva de contradicciones.

Soy demasiado orgulloso; pero no me resignaba a perderla. Dejé pasar un tiempo y, luego, volví a verla. Salimos juntos y conseguí que estuviéramos como antes. Bueno, la situación hubiera podido ser igual de no presentarse el pequeño detalle de que su novio oficial era el otro. Este también viajaba con frecuencia; y, cuando se sentía sola, se volcaba conmigo.

Pronto me di cuenta de que aquel muchacho y yo éramos completamente distintos. Matilde consideraba que nos complementábamos, y que juntos podríamos darle la imagen del hombre ideal. Por ejemplo, yo soy muy extrovertido y tengo infinidad de amigos; mientras que él es una persona introvertida y solitaria:

Ella sale y entra en medio de la diversión cuando está conmigo; y vive momentos tranquilos y confortables en el momento que se encuentra con el otro. Así podría citar muchos aspectos de nuestros caracteres. Esto supone que la situación no llegue a aclararse nunca…

Aquella tarde, en el instante divino que mi boca comenzó a probarle aquí y allá, también la suya buscó mi dura piel. Y agradecí la exuberancia de su naturaleza. Porque le estaba evitando la triste necesidad de fingir que yo no era su «novio oficial».

Intenté portarme magistralmente, pasar la prueba de que yo era el mejor. Cuando la derribé boca arriba, hundí mis dedos en sus largos cabellos; y Matilde, en un impulso de gratitud, me estrechó contra sus tetas. Mi boca casi la sumergió en un desconocido mundo de sensualidad delirante.

La tomé, la dejé y la volví a tomar. Pues yo podía ser dulce y escurridizo como la seda, o viril, perverso y casi demencial. Pero no le causé ningún daño, y la dejé que se expansionara.

Cuando ella menos lo esperaba, mis recias manos le apretaron los brazos con una pasión repentina, y escuché, con estupor, sus jadeos de alegría que parecían venir de distancias infinitas. Me conmoví, y con su último temblor le arranqué un grito que evidenció el placer de una victoria momentánea.

Durante un buen rato, yo continué aplastándola con mi peso. Luego, volví a introducir la polla en el blando coño, para joderla con gran vigor y gozo. Los muslos de Matilde se abrieron y cerraron palpitando al unísono, respondiendo a la excitación que estaba recibiendo. Porque mis manos también acariciaban los pezones. Y todo el contacto sirvió para que los orgasmos estallaran en catarata dentro de ella…

—¡No te muevas, mi amor! —le pedí, con una ternura impropia de la agresión aceptada que le estaba aplicando.

—Me siento tan cansada… ¿Es que esto va a seguir? — preguntó, sorprendida y asustada al comprender que yo iba a en plan de competición.

—En efecto. Quiero demostrarte hasta qué punto te pierdes mis «posibilidades» al estar con el «colegial»…

—Me separé para realizar una exhibición que Matilde jamás pudo imaginar. Moví increíblemente las caderas, para que mi erecta polla se agitara, pendoleara y se sacudiera como una extraña y enloquecida serpiente.

Y la raja de su coño pareció quedar hipnotizada, a la vez que sus nalgas se movían de delante hacia a atrás, en una invitación a que se produjera el ajuste de la follada.

—¡Ya no resisto más, César… Por favor, métemela de una vez! —gritó ella, dominada por el paroxismo de su carne al rojo vivo.

—Ahora la vas a abrazar con tu coñito, y empujarás con tus nalgas.

Matilde me dejó que eyaculase por completo; y, acto seguido, permitió que se saliera mi polla. Se puso en cuclillas sobre la cama, y se lió a mamármela: la chupó y la lamió, estrujando y frotando con furioso abandono; al mismo tiempo, me acariciaba los testículos con gran maestría, de tal manera que, en menos de quince minutos, yo volví a eyacular por tercera vez.

Luego, ella retuvo en su garganta y en sus labios la blanca miel, que terminó por tragarse. Más tarde, cambiando de posición, se tendió a mi lado, arrimando su cuerpo desnudo al mío, y dijo acariciando la más adorable parte de mi polla:

—Lo siento, César. ¡Pero nunca dejará a Ramiro…!

En la actualidad, Matilde vive como paralizada, y no se siente capaz de elegir; y menos de quedarse sola. Esto me obliga a dejarme arrastrar por la tentación de obligarla a decidirse o marcharme. Pero jamás daré ese paso porque realmente la quiero. Con ella comparto los mejores momentos de mi vida.

Durante los días de fiesta, en las vacaciones, etc., ella pasa el tiempo con su novio oficial. Y tengo que desaparecer. Creo que él no sabe nada o quizá lo finge, debido a que alimenta mis mismos deseos y no quiere perderla. Desconozco cómo acabará esto. Por un amor así vengo soportando lo indecible. A lo mejor, durante las próximas vacaciones, me armo de valor y los mando a los dos a paseo; o tal vez continúe de la misma forma toda mi vida.

César – Toledo