Tres pirañas sobre mí

Antes de empezar a contaros lo mío, voy a dejar claro que la profesión de las chavalas, las «pirañas», es otra que se aproxima a la que menciono y que yo desempeño el mismo empleo. También he cambiado los nombres de ellas. No quisiera que esta historia al aparecer en «polvazo» diera pie a un escándalo.

Se iban a celebrar las fiestas de la comarca y las «majorettes» de las que yo me cuidaba pasaban por ser las más bonitas, jóvenes y mejor entrenadas. Pero a los que las pagaban se les ocurrió someternos a una semana de concentración para cambiar algunos de los movimientos sincronizados. Todos pensamos que era una «cabronada».

Durante todo este tiempo ellas y yo no íbamos a mantener contacto con nuestras respectivas parejas.

—Preciosas, tendremos que darle a la manita o ponernos a cocinar alguna «tortilla» —comentó Paula, la rubia del pelo ensortijado—. ¿Cómo vamos a aguantar tanto tiempo encerradas? Yo puedo volverme loca si mantengo la castidad…

—Tienes razón. Sólo de pensar en lo que nos espera se me cae el alma al suelo —se lamentó la morena Natalia.

—¡Callad, tontitas! —intervino Gracia—. ¿Cómo os habéis podido olvidar de Héctor, nuestro masajista? ¿Acaso no nos ha prestado los mejores servicios en ocasiones parecidas?

En efecto, todas ellas disponían de un hombre, ¡ya!, que se cuidaba de sus músculos. Pero lo más singular es que conmigo podían disponer de un buen cipote.

Me encontraron cuando acababa de participar en un partido de rugby americano y aún no había pasado por las duchas, por eso llevaba las líneas anti reflectantes bajo mis ojos. Algo que no me impidió comprender las intenciones de las «majorettes».

—Cuidadito, nenas, que soy un simple mortal de carne y hueso… ¿Éh, qué hacéis? ¡Tranquilas que hay para todas!

Ellas ya estaban tirando de mí. Me resistí cómicamente, bromeando al hacerme la víctima. Pero mi actitud cambió radicalmente nada más recibir el ataque masivo sobre uno de los bancos de madera de los vestuarios. Por que me estaban mamando el cipote como si se notaran muertecitas de hambre. Bailé al ritmo que me marcaban.

—Si en el primer día de concentración ya estáis así, ¿qué ocurrirá en el último? —seguí con la sana ironía, a la vez que admiraba la belleza de las tres—. ¡Adelante, haced de mí lo que queráis!

Acababa de iniciarse un juego bisexual, con las dos rubias cuidándose de mi vientre, las betas y el chochete de la morena. A por este último me lancé yo, queriendo beberme unas espesas gotitas que adornaban los grandes labios.

—Me da la impresión de que algunas de vosotras, o todas, lleva bastante tiempo sin pareja masculina. No es posible que os excitéis con tan poca marcha… ¡Vale, no me miréis así! Ya no hablaré.

—¡Qué listo! —gritó Natalia, muy inquieta—. Pero yo preferiría que en lugar de establecerte aquí como adivino te dedicaras más a lo que estabas haciendo… ¡Devorarnos o dejarte devorar por nosotras!

Es lo que yo hice a lo largo de los diez siguientes minutos, sin dejar de contemplar la actividad que mantenían las «majorettes». Si todas ellas eran unas malabaristas con los bastones, mejor se les daba lo de acariciar a las otras. Campeonas del Sexo.

Cada toqueteo de sus dedos hacía que brotaran chispas en forma de vibraciones y de sacudidas de las piernas y los brazos. Cierto que eran sus vientres y sus pezones los que mejor delataban las calenturas… ¡Y el coño de Natalia! ¡Qué banquetazo!

Los caldos llegaban a mi boca, en ocasiones tan fluidos y copiosos que me tocaba realizar un gran esfuerzo para beberlos sin perder una gota. Puse todo el empeño en la tarea.

—¡Cambio de posiciones! —impuso Gracia, retirándose con las dos manos alzadas—. ¡Aquí es obligada la variedad!

Los demás la miramos como si no entendiéramos nada; sin embargo, al poco rato ya estábamos poniéndonos de pie. Ellas me observaron a mí. No me quedó más remedio que alzar los brazos, componer una expresión de víctima sometida y decir:

—Conforme, me echaré en el banco y que sea lo que el destino y vosotras queráis. ¡Pero, quedáis advertidas, soy de carne y hueso y las tres me parecéis unas «pirañas»! Un momento, antes de que os arrojéis sobre mí, ¡prometed que me dejaréis respirar!

Las carcajadas de las tres «majorettes» se hicieron una sola. Seguidamente, esperaron que yo me extendiera en la más completa vertical. Momento en que Paula se situó de pie, con el pandero y el coño sobre mi cara. Gracia tomó mi polla y mis cojones con sus dos manos; y Natalia empezó a tocar el tambor en el trasero de la segunda de las rubias, cuidándose de abrirle el chocho.

La multiplicidad de ocupaciones fue a beneficiar, en particular, a mi persona, ya que me encontré bebiendo en fuente vaginal, cada vez más pegada a mi boca y, al mismo tiempo, siendo mamado por unos labios que por instantes parecían dispuestos a comerse toda mi polla. Cosa que no me hubiese importado ya que me venía el primer aluvión lechoso. Me agarré a las cachas de la rubia de pelo ensortijado.

—¡A éste ya le viene, chicas! —anunció Gracia, dispuesta a tragar todo lo que hiciese falta—. ¡Hay reparto para todas… Vamos, vamos, que ya sale… Ahora! ¡No desperdiciar nada!

Tres «piranas» se situaron en la mejor posición para no desperdiciar mi mercancía seminal. Lo que una perdía, por quedársele en la barbilla o en los hombros, algunas de las otras se cuidaban de rechupetearlo. En una comilona cachonda.

En el momento que las «majorettes» advirtieron que yo no podía servirles más leche, parecieron olvidarse de mí. Cayeron sobre el suelo y se amontonaron buscándose los coños y las tetas, sin orden. Un espectáculo de los más divertido y excitante.

Infinidad de veces reaccionaban así. Sometidas a una perfecta sincronización, propia de la más rígida disciplina, necesitaban este despendolamiento para sentirse libres, auténticamente ajenas a su trabajo. Por otra parte, se gustaban.

Mejor diré: ¡se amaban! También podían «amarme» a mí; pero sólo cuando me necesitaban, como en aquella ocasión. ¿Egoísmo? Es posible, aunque fuera algo que ninguna de ellas se cuestionaba. Lo esencial se hallaba en gozar de lo que tenían al alcance de las manos. Con esta idea llegaron a saciarse de placer.

Pero sólo en la parcela lésbica de la bisexualidad. Entonces devolvieron su interés hacia mí. Me consideraban un velludo ejemplar de hombre bien dotado. Se levantaron.

Con la parsimonia que conceden los orgasmos ya disfrutados, rodearon mi cuerpo, me tocaron con sus seis manos. Momento en el que Natalia, la morena, dio la orden de ataque con un beso provisto de una lengua extendida. Os aseguro que me impresioné.

—Me siento un objeto en vuestro poder, un muñeco —susurré, abriendo la boca todo lo que me fue posible—. ¡Pero no existe macho que pueda rechazar algo como lo que vosotras me ofrecéis… Es bárbaro…! ¡Ehhh…! ¡Mi cipote! ¡Qué sólo tengo uno… éste!

Gracia lo había agarrado con su mano izquierda y lo estaba trasladando al coño de Paula, que acababa de extenderse junto a mí. La penetración fue desde abajo, para materializar una gozosa cornada. La mejor manera de proseguir el ensamblamiento bisexual. Pura acción. Cargada de una sensualidad electrificada por nuestros genitales y nuestras lenguas.

—Cuando digáis paramos —pedí, al empezar a notar que me quedaba pegado al asiento de madera—. Yo estoy cubierto de sudor. ¡Diablos… Me habéis vaciado de nuevo… Sois tremendas… Ahí va mi esencia de macho… Ooohh!

Me dolieron los huevos, como si me estuvieran reventando por fuera y por dentro, al dar salida a la segunda eyaculación. Me tuve que agarrar a las patas del banco, porque las piernas de las «majorettes» no se hallaban a mi alcance. Aguanté con firmeza.

Ellas habían repetido la jugada de beberse mi esperma en equipo, jugando a tomarlo en plan de niñas-diablesas que han arrancado el «alma» a su víctima o «pirañas» que estaban dando cuenta del bocado más suculento. Era el final.

Los cuatro marchamos a las duchas, bajo cuya tibia agua calmamos nuestros cuerpos y dimos sosiego a nuestros genitales. Pero los pezones de ellas siguieron erectos.

Por fortuna la entrenadora no se enteró de nada. Las otras majorettes buscaron distintos alivios sexuales; mientras que Natalia, Paula y Gracia no dejaron de contar conmigo en el momento más oportuno. En un proceso que fue consumiendo días. Hasta que llegó la mañana del último, precisamente antes de que se efectuara el entrenamiento definitivo. Los cuatro nos encontramos en los vestuarios.

Habíamos previsto una rápida gozada, como ese polvo que se echa sobre la marcha. Todos nos quedamos en cueros, yo tomé asiento en el banco y esperé. Mi cipote era el rey de bastos. Gracia lo recibió en todo el coño, colocada en un plano vertical a la línea de penetración y con los pies en alto.

Nuestras amantes la estaban sujetando para que no se cayera, a pesar de que se hallara bien enganchada a mi capullo, que le trajinaba buscando aguas profundas. Con sus botas de actuación materialmente apoyadas en mis hombros se vio zarandeada de derecha a izquierda, sin perder el rumbo. Se tocó las tetas.

Mis manos estaban presionando en aquel momento el vientre de Gracia para que la follada alcanzase niveles jamás logrados. Ella soltó un gritito orgásmico y sacudió la cabeza, haciendo que su cabellera rubia se convirtiera en una bandolera de placer.

Después las otras quisieron repetir lo que habían visto y admirado; pero en otras posiciones. Nada de imitarse. Yo les proporcioné lo que buscaban: a la vez; todas daban rienda suelta a su vigorosa sexualidad.

Con mi corrida quedaron listas para el ensayo definitivo. ¡Y qué bien nos salió todo, porque no existe mejor compenetración que la brindada por la follada!

Héctor – Barcelona