Tengo 27 años y me considero bisexual. Hace diez años que mis inclinaciones sexuales se decantaron hacia los hombres maduros, quizá porque murió mi padre cuando yo era pequeño o porque soy el cuarto hijo de seis hermanos. Es como si buscara apoyo y cariño. Atraía y me sentía atraído por las miradas sensuales de las personas mayores que veía.
El primero que me decidió a dar este paso fue un extranjero que me cogió un día haciendo autoestop al ir a la playa en verano. Comentamos que hacía mucho calor; y él me ofreció tomar una ducha en su casa. Le dije:
—Pero si me voy a bañar en la playa…
—Lo uno no quita lo otro —contestó, mirándome intensamente tras sus gafas de sol.
Yo odio las gafas de sol, pues esconden la mirada sensual de los hombres. Pero accedí.
Fue la primera vez que me desnudé sensualmente ante un macho, sintiendo que éste me acariciaba con la mirada; mientras, él se desnudaba también. Me empujó suavemente por el pasillo con la mano en mis nalgas; luego, me empezó a enjabonar bajo la ducha, acariciándome suavemente la polla dura, jugando con los testículos, apretándome las tetillas. Además, poniendo mi mano en su verga o en la mía.
Me acarició la raya del culo sin penetrar en el ano y, finalmente, enjabonó mis ingles con las dos manos; una por delante, y la otra por detrás. A la vez, su nabo tieso se frotaba en mi costado izquierdo. Me besó suavemente en el cuello. Supuso una sensación total, lenta, que me puso a cien.
—Cierra los ojos —me susurraba. Y yo me dejaba acariciar, perdido en el tiempo, como no olvidaré nunca.
Luego, me pidió que hiciera lo mismo con él. Se puso totalmente pasivo; primero, dándome la espalda, inclinándose ligeramente y abriendo las piernas para que yo pudiera cómodamente acariciarle el culo y cogerle los cojones por detrás. Comenzó a suspirar de placer cada vez que le tocaba.
Yo me sentía dominador; y le fui metiendo un dedo en el ano sin que protestara. Sólo multiplicaba los suspiros cuando yo giraba el dedo por los esfínteres, cada vez más profundamente. Esto me excitaba, porque veía cómo era capaz de dominar a un hombre mayor, activando con mis dedos toda la piel y los músculos de su corpachón.
También iba descubriendo partes secretas nunca probadas de un cuerpo masculino: la picha, los huevos, el culo y la boca, que me ofreció el primer beso realmente sexual, mejor que el de las chicas en el baile. Y frotaba mi polla tiesa y mi cuerpo enteramente enjabonado con el suyo también deslizante.
Resultó la primera y decisiva experiencia «homo», inolvidable.
Luego nos secamos y nos tumbamos juntitos en la cama, metido una pierna en las ingles del otro. En seguida, me dijo que no quería penetrarme por el culo ni dejarse penetrar, con lo que me dejó muy tranquilo para dedicarnos las infinitas caricias y chupadas mutuas por todo el cuerpo, hasta llegar a los chorros del orgasmo.
Sólo dos años después, más allá de una borrachera, me tumbé con la almohada bajo el vientre ofreciéndole el culo. Me penetró; y yo me corrí en la misma almohada. Al día siguiente, cuando le desperté poniéndole dura la picha, me senté sobre su vientre y fui bajando lentamente mi culo hundiéndola en mi ya desvirgado ano.
Pero no lo volvimos a hacer. Ni tampoco conseguí penetrarle, aunque él se ponía amablemente de lado para ofrecerme su culo; sin embargo, lo tenía muy prieto para mi ancho glande (a pesar de estar circuncisado) y yo no quise insistir.
Entre vacaciones y vacaciones del extranjero, ya me había lanzado a la caza de hombres (también un par de chicos), para darles por el culo. Hasta que encontré a mi mayor amante, con el que sigo actualmente.
Se dedicaba a acostarse con muchachos, follándolos si se dejaban o, si no, acariciándoles, chupándoles o masturbándoles.
A mí me prometió un trabajo, del que vivo ahora. Y como yo estaba desvirgado del culo, se lo ofrecí desde el primer momento.
Intimamos mucho, follando bastantes veces los dos con otros muchachos que encontraba él o que pescaba yo. Me alejé de mi numerosa familia, por el trabajo; y casi formaba parte de la suya. Tenía una hija más joven que yo, que me hacía mucho caso. Y con la que finalmente me casé muy enamorados.
Su madre, que creo sospechaba algo de mi lío con su marido, se alegró una enormidad de mi matrimonio. El padre de mi novia también se mostraba muy satisfecho, a pesar de que ya hacía meses que no follábamos, porque sus «ataques» traseros me habían estropeado mucho el ano y tuve necesidad de someterme a una operación.
La vida sexual de nuestro matrimonio resultó excelente, en parte porque tanta práctica de caricias para excitar me habían convertido en un buen amante para mi mujer, que disfrutaba lo suficiente con mis interminables sóbeteos y lamidas. Yo gozaba horrores masturbándome entre sus tetas, sentado sobre su pecho; y, por encima de todo, follándola alternativamente sobre su clítoris y dentro de su coño; mientras, ella se agitaba perdidamente por mis envites.
Hasta que un domingo en que me hallaba durmiendo solo, porque mi mujer se había ido con su madre de viaje, llegó mi suegro. Yo me volví a meter en pijama en la cama; y él se sentó en un rincón de la misma para charlar conmigo.
Me fue preguntando, cada vez más descaradamente, por mis actividades sexuales con su hija, mi mujer; y yo le contesté sin ningún disimulo. Le conté lo más excitante para provocar su morbo. Pronto le noté cada vez más salido.
Se fue a la cocina a beber un vaso de agua; y yo, rápidamente, me quité el pijama dentro de las sábanas. Cuando volvió, vio mi hombro sin la camisa y ya me puso la mano sobre la picha, encima de las sábanas. La sintió tiesa.
Nos echamos a reír. Me destapé y quedé totalmente desnudo; y él se quitó la ropa en unos segundos. Nos lanzamos a un cuerpo a cuerpo de besos y caricias, de excitaciones como antes, hasta que yo me corrí sobre mi suegro. Le chupé mi leche sobre su vientre y me lancé a por su polla, que se disparó en seguida.
Pasamos toda la mañana en la cama. Y hemos reanudado con cierta regularidad los amores de antes, aunque no me da por el culo, pues lo tengo aún delicado. Ni compartimos a otros muchachos, por prudencia mía. Me niego a estropear mis excelentes relaciones con mi mujer, de la que ya tengo un hijo.
Esta es la historia de mi bisexualidad. A ver cómo sigue…
Pedro – Madrid