Un placer sin fin

Formamos un matrimonio que basa su vida en obtener el mayor fruto de sus experiencias, gozando de todas las formas posibles, siempre y cuando esto no perjudique a los demás. Hemos gozado de muchas aventuras, que van desde el «swinger» al «menaje a trois» de todas las formas posibles. Pero nos faltaba entrar en una sala de masajes especiales. Nos propusimos conocerlo los dos juntos.

Así que telefoneamos a uno de estos locales. Elegimos a la muchacha y al chico que nos parecieron más oportunos, ya que se nos ofrecían masajistas de ambos sexos. Pensamos en que nos tocaran el cuerpo a conciencia; pero, luego, quedamos listos para llegar hasta las últimas consecuencias, la penetración.

De esta manera, el día y la hora convenida, nos dirigimos a la sala de masajes. Después de las presentaciones oportunas, nos recibió una señora que parecía de mucha clase. Nos ofreció una amplia gama de posibilidades. Yo elegí una masajista, y mi esposa se inclinó por un masajista masculino. Sin embargo, cuando pretendieron separarnos, pedimos que nos dejaran juntos, ya que así veríamos las reacciones del otro.

Nos desnudamos con la ayuda de nuestros respectivos masajistas. Seguidamente, nos invitaron a darnos un baño de agua tibia. Los dos nos lavaron y nos secaron. Nuestros acompañantes sólo llevaban unas batas puestas, sin nada debajo. Se cuidaron de liarnos unas toallas de la cintura hacia los muslos, y nos tendieron boca abajo; después, abrieron las toallas y dieron comienzo a un masaje normal. Desde luego que buscaban las partes más sensibles de nuestros cuerpos. No estuvo nada mal como preliminar.

De vez en cuando nos mirábamos mi esposa y yo. Por fin nos volvieron boca arriba. Los dos esperamos entrar en «calor». Nos quitaron las toallas, y se entregaron a pasar sus manos por todo nuestros cuerpos. Mi pene se fue excitando, cobrando cada vez un mayor tamaño. Repentinamente, llegó lo que yo estaba esperando. La lengua de la masajista empezó a recorrer cada centímetro de mi piel, deteniéndose en los lugares donde se advertía con mayor fuerza la excitación. Llegó a mis testículos. Los sujetó con ambas manos, y los lamió sabiamente. Se me puso la tranca en toda su longitud y dureza. Todo fue obra de tan expertos lengüetazos y tan magistrales succiones. Los ojos se me quedaron, en blanco, por efecto del placer que se me estaba proporcionando.

Como mi esposa se hallaba un poco a mi derecha podía mirarla de vez en cuando. Se hallaba a merced de una extremada cachondez. A pesar de ser muy ardiente y una maestra de la mamada, debido a los gratificantes manoseos y a las lamidas de su masajista masculino se notaba excitadísima. Se retorcía cada vez que la lengua o las manos hábiles le llegaban a sus erectos pezones. Mucho más se incendió al ser alcanzada en sus intimidades.

Su vulva se ofrecía mojada y dispuesta. Por eso recibió con gran alborozo el contacto de la boca profesional, tan hábil en proporcionar orgasmos.

La lengua invasora se fue introduciendo en el coño, cada vez con mayor profundidad. Se la recibió con vivas muestras de cachondez. Se detuvo en el vértice de todos los placeres y ansiedades femeninas. Advertí cómo ella se corría, deslizándose en una pendiente que a mí me enardeció hacia lo infinito.

Mi verga continuaba dentro de la boca de la masajista, esperando estallar de un momento a otro. Le dije que parase, para así finalizar con un sobeteo hasta sus últimas conseciencias. Entonces, aquella preciosidad de mujer se me subió encima y se clavó mi picha en lo profundo de su coño, lo que le obligó a dar un suspiro de gusto y satisfacción.

Acto seguido, haciendo gala de una gran pericia y seguridad, comenzó a moverse de una forma rotatoria; a la vez, besaba y pellizcaba mis tetillas, o me metía la lengua en la boca. Consiguió que me convulsionase de placer.

Me di cuenta de que mi esposa mantenía la cabeza vuelta, queriendo ver lo que me estaban haciendo. Y ante mi follada, le hizo una seña a su masajista. Y éste la entendió a la perfección.

Porque se colocó entre las piernas femeninas, totalmente separadas. Primero utilizó el glande de su hermoso pene, para recorrerle los labios mayores y menores de la vulva. Masajeó toda la punta del clítoris, hasta que ella le suplicó que la penetrase.

El chaval la obedeció con una tremenda polla. Se la metió toda, hasta los mismos testículos. Mi esposa suspiró acompasadamente, debido al gustazo que aquel hermoso ariete le estaba proporcionando. Noté como se retorcía de placer. De un momento a otro le iba a venir la explosión del orgasmo.

Debido al incentivo del espectáculo, unido a la actividad de la masajista, yo eyaculé al mismo tiempo que ella, mi mujer se corría. Me derramé en el interior de la caliente y acogedora vagina profesional. Fui ordeñado hasta la última gota de leche.

Así fue como los dos conquistamos lo máximo que se puede lograr en una sala de masajes especiales. A la salida, pagamos con sumo gusto y dimos las gracias por el placer que se nos había proporcionado.

De esta manera conocimos lo mucho que se puede disfrutar en las salas de masajes especiales. No será la última vez que las visitemos, pues están muy bien montadas para ese disfrute que tantos hombres y mujeres vienen buscando. Puedo asegurar que todos vosotros lo pasaréis de maravilla; además, su precio es módico. Conoceréis las delicias eróticas, siempre en manos de unos profesionales muy sensibles y expertos.

Andrés – Ciudad Real