Un poco de exceso
Cuando terminé mi carrera de Medicina en Madrid, conseguí una beca para ampliar estudios en Alemania. Fue una de estas casualidades en las que casi nunca confías; pero que se hizo realidad para mí.
Con la mayor ilusión del mundo llegué a Franfurt, sin pensar en lo que me iba a ocurrir. Y lo que sucedió fue que, sólo tres semanas después de afincarme en las afueras de la ciudad, ya había conocido y me había enamorado de una chica encantadora, de origen italiano, que hablaba perfectamente español.
No llevaba ni dos meses en Alemania cuando ya me había casado con Adriana. Ni qué decir tiene que mis únicas referencias de la muchacha eran su singular belleza física, sus preciosas tetas y su insinuante mirada.
Yo siempre me las había dado de modernista y, por consiguiente, pensaba que lo que hubiese hecho Adriana antes de conocernos no tenía la menor importancia… Lo cierto era que mi mujer me absorbía por completo; y le dedicaba más tiempo a ella que a los estudios. En la cama resultaba tan insaciable que llegaba a dejarme exhausto; algo insólito en mí.
Todavía no había transcurrido un mes desde la boda cuando decidimos pasar un fin de semana en Montecarlo. Debido al trabajo no habíamos podido realizar el típico viaje de novios; así aprovechamos aquellos días para irnos al mal llamado paraíso del juego europeo.
Ibamos en mi coche de segunda mano, semi nuevo, que compré poco después de llegar al país. Como es fácil de imaginar, debido a que era verano, hacía mucho calor al atravesar Francia. Aunque llevábamos un buen equipo de refrigeración, Adriana prefirió ponerse unos pantalones cortos y un ligero suéter. De esta manera intentaba evitar al máximo el intenso calor reinante.
Como siempre, mi esposa se encontraba muy excitada y me obsequiaba con todo un espectáculo mostrándome las tetas y acariciándose el coñito. En un momento determinado agarró mi polla y me dejó jugar con sus pezones. Cuando nos adelantaban los camiones, ella ofrecía a los camioneros algo interesante que recordar de la autopista…
Seguro que yo no estaba prestando demasiada atención a la carretera, porque la siguiente cosa que recuerdo es que un policía de tráfico nos seguía haciendo luces, indicando que nos detuviéramos. Paré y el guardia se acercó a nuestro coche.
Cuando se asomó a la ventanilla noté de inmediato que sus ojos se clavaban en Adriana, que estaba sentada al otro lado. Miré de reojo a mi mujer y observé que el calor había hecho que se le pegara el suéter a las tetas. Los pezones se le transparentaban de forma escandalosa.
El policía mencionó algo acerca de que habíamos sobrepasado los límites de velocidad, aunque lo cierto era que le costaba centrarse en la conversación. Mientras él hablaba se me ocurrió una idea repentina, algo de lo que jamás me hubiese creído capaz. Toqué a Adriana en la pierna, como insinuándole algo del guardia. Ella, sorprendentemente, entendió mi insinuación y, de inmediato, giro su cuerpo en dirección al agente de tráfico. Se deslizó unos centímetros en el asiento, de manera que empezó a marcarse su coño en los pantalones y el vello de su entrepierna asomó ligeramente por ambos lados.
El policía estaba a punto de estallar allí mismo. Con grandes esfuerzos me anunció que se veía obligado a multarme. También me preguntó si prefería pagársela a él. Yo me limité a sonreír y le contesté que hiciese lo que le pareciese mejor. Me señaló la dirección de una carretera secundaria, situada a unos kilómetros más adelante, y me pidió que le siguiéramos.
Llegamos a la carretera, continuamos unos metros y nos detuvimos en un pequeño promontorio oculto de la autopista. Fue entonces cuando el agente se dirigió hasta el lado en que se encontraba Adriana, la cual le abrió la portezuela del coche con absoluta decisión.
Inmediatamente, se desabrochó los pantalones y se los bajó hasta las rodillas. Frente a su rostro ya había aparecido una polla durísima en perfecto estado de erección. Yo era la primera vez que vivía una experiencia como aquélla. Claro que tampoco, sólo unos meses antes, hubiese imaginado que iba a casarme con una alemana de origen italiano. Por lo que estaba viendo, todo era posible en las autopistas de Francia.
Adriana empezó a mamársela al policía; al mismo tiempo, le masajeaba los cojones con ambas manos. Los hechos se desarrollaron con asombrosa rapidez. El agente de tráfico se entregó a joderla por la boca, metiéndole la picha hasta la garganta.
Yo me deslicé en el asiento, cogí las tetas de mi mujer por debajo del húmedo suéter y las magreé con auténtica furia. Ella se detuvo por un instante y se quitó el suéter y los pantalones, con lo que quedó totalmente desnuda. Se sentó, envolvió la polla del agente con sus relucientes y hermosas tetas y dejó que la verga se deslizara entre ellas, arriba y abajo. A continuación, se tumbó sobre mi regazo, puso las piernas hacia arriba y le gritó al policía:
—¡Jódeme ahora, por favor, jódeme…!
El tipo se abalanzó sobre ella, y hundió su batuta hasta el fondo del coño de mi esposa…
Yo no podía creer que todo aquello estuviera ocurriendo de verdad. Un español de 26 años, casado con una hembra a la que tres meses antes ni siquiera conocía, en mitad de Francia contemplando cómo un policía de tráfico se estaba follando a mi propia mujer. Tal vez demasiado para un españolito medio… pero auténtico y real como la vida misma.
Entre tanto, yo seguía manoseando las tetas de Adriana, la cual gemía y se retorcía de placer. Al mismo tiempo, el agente metía y sacaba la picha del coño. En un momento dado, el tipo soltó un grito, mi esposa también chilló; y yo, que me estaba haciendo una paja, no quise ser menos y lancé un par de gruñidos. Total que nos corrimos los tres a la vez.
Inmediatamente, muy circunspecto, el agente guardó el instrumento, se puso los pantalones y nos dijo que la multa ya estaba pagada. Un minuto después había desaparecido de nuestra vista.
Adriana se levantó, chupó mi mano, todavía pringosa del semen de mi masturbación, y me aseguró que había sido el polvo más excitante de su vida. Antes de que reanudáramos la marcha hacia Montecarlo, dijo que aquel tipo de números le encantaban..
A partir de aquel momento descubrí a una mujer totalmente nueva. Me entró un cierto temor al futuro y tampoco pude evitar los típicos celos celtibéricos, por lo que ella hubiese podido hacer antes de conocerme. ¡Vaya putona que me había buscado!
También pensé que dos años después tenía que regresar a España. Una cosa era montar el número en una autopista de Francia y otra una muy distinta hacerlo en la M-30, cerca de Madrid… ¿Qué clase de mujer era aquélla, qué se follaba impunemente a un policía de tráfico de Francia sólo para evitarse pagar una multa?
Y claro, mientras pensaba estas cosas, no quería reconocer que era yo quien había organizado el número; yo, que había disfrutado como un loco presenciando la follada haciéndome pajas…
Ya han transcurrido tres años de la historia que he explicado. Adriana y yo vivimos en Madrid desde hace un año. Y en estos momentos esperamos que nazca nuestro primer hijo.
Nunca más hemos vuelto a montar un número como el de la autopista francesa, aunque nuestras relaciones sexuales han funcionado con una desinhibición capaz de sorprender al ácrata más furibundo.
Estoy ejerciendo como médico y tengo más trabajo del que querría. Esto de haber obtenido una beca en Alemania sigue vistiendo mucho. Adriana me ayuda en mi trabajo. Obtuvo el título de enfermera en Franfurt y es una profesional excelente. Creo que formamos una pareja feliz. Sin embargo, de no haber sido por la explicación más que sincera de mi mujer, algunos días después del caso relatado, pienso que nuestro matrimonio hubiera naufragado.
Jesús – Madrid