Yo fui la primera mujer que se puso un tanga en mi pueblo. Ya se pueden imaginar ustedes las miradas de curiosidad, los comentarios de desaprobación y el revuelo que se originó en la playa. Porque mi bañador resultaba tan minúsculo que se me veía materialmente todo. Además, me puse a balancear las caderas provocativamente, lanzando chorros de sensualidad a todos aquellos mojigatos.
Reconozco que debería haberme puesto un poco nerviosa, es cierto; pero ya hacía tiempo que yo tenía la vergüenza irremisiblemente perdida. Y tal como tenía de caliente la sangre me resultaba imposible contener el ritmo de mis gestos y de mis movimientos.
Es más, halagada por las miradas de reproche que me dirigían las mujeres y de las expresiones de deseo de los hombres, me entretuve en dar unos paseítos para escandalizar a aquéllas y tentar a éstos. Dando pie a todas las coqueterías que se me ocurrieron, ya fuera agachándome para coger unas piedrecitas, con lo que mi pandero quedaba a la admiración de todos y mis tetas se exhibían en su turgencia, o caminando lentamente, meneando las caderas con cachondez.
Me pareció escuchar las exclamaciones del público, en especial de los grupos femeninos:
—¡Qué descaro tiene esa pájara! ¿Qué se habrá creído…? ¡El hecho de ser hija de un artista no le autoriza a formar este escándalo!
—¡Parece mentira que con sólo 18 años ya pueda tener tanta cara dura! ¡Vergüenza debería darle ir enseñándolo todo con esos meneos tan indecentes! ¡Alguien le tenía que parar los pies!
Como es de entender, los comentarios de los grupos masculinos eran muy diferentes:
—¡Qué cuerpo más hermoso tiene la chavala! ¡Esas carnecitas sí que tienen que mostrarse en público, y no las de muchas de nuestras parientas!
—¡Con qué gusto le metería un palmo de polla y le soltaría un polvo que iba a estar llena de leche todo un día!
Una vez dentro del agua, sin dejar de hacer mil monerías, me di cuenta de que un forastero se empeñaba en permanecer lo más cerca posible de mí. Le dediqué una rápida mirada y, como no me resultó antipático, le regalé con una sonrisita. Nunca me ha gustado bañarme sola. Pronto empezamos a hablar sobre cosas del mar y de la natación. Ya sabéis, ese enrollamiento que facilita la llegada a una conversación más picara y picantona.
A los pocos minutos me di cuenta de que él nadaba de maravilla, mientras que yo era un auténtico ladrillo o un plomo. Se ofreció a darme unas lecciones, que acepté animada por el tonillo insinuante que utilizó para proponérmelo. También me guiñó un ojo y se pasó lascivamente la lengua entre los labios.
—¿Cómo es posible que usted no sepa nadar viviendo en una playa tan preciosa? Pues yo le enseñaré muy a gusto… — dijo, haciendo una pausa muy maliciosa—. Con las jovencitas uno tiene la obligación de ser muy amable y cariñoso…
—¡No sabe usted cómo lo deseo! —le respondí, mirándole con expresión ingenua—. Puede empezar cuando más le apetezca.
—Me apetecería ahora mismo. Pero aquí hay demasiada gente. Será mejor que busquemos un lugar más recogido, ¿no le parece?
—No veo la diferencia. ¿Por qué no puede darme las lecciones aquí delante, señor…?
—Yo se las daría por «detrás».. . Digo en una zona apartada. Ante las gentes se tiene menos libertad de movimientos. Oye, me llamo Angel, ¿qué te parece si nos tuteamos?
—Llámame Maica.
—En cuanto estemos en unas rocas que yo conozco, verás lo bien que te lo «doy todo»…
Su insistencia en utilizar las frases con doble intención y servirse de los guiños intencionados me asustó un poco. Me pareció que estaba yendo demasiado a prisa, para ser la primera vez que nos veíamos. Pretendía darme unas lecciones de natación, pero su tonillo malicioso sugería que deseaba conseguir mucho más… ¡Qué divertido!
Reflexioné un pelín, y caí en la cuenta de que la culpa era el tanga y de mi cuerpecito de dieciocho abriles muy bien cumplidos. Si a esto añado mis cachondos meneitos de nalgas, tetas y caderas, se justificaba cualquier atrevimiento por parte del forastero.
—Todos estos curiosos, que nos miran como si estuvieran a punto de «lincharnos», nos restarían una gran libertad —insistió él—. En un paraje más aislado, te daría todo lo que te gustase. Y a ti te encantaría mucho…
Volví a asustarme, ya que aquel golferas había entendido a la perfección mis verdaderas intenciones. Consideré que debía seguirle el juego. Debido a que me estaba resultando más simpático con cada palabra que decía. Por otro lado, resultaba tan guapo y fuerte….
Le sonreí sin pensar que me estaba comprometiendo, y me dejé llevar a una caleta desierta de bañistas. Un lugar bastante salvaje. Como yo apenas sabía sostenerme en el agua, y me asustaba en el momento que mis pies no se apoyaban en el fondo, me propuso llevarme si yo me dejaba colocar boca arriba, en el que llamó «la plancha» o «hacerse la muerta»…
Me vi más estiradita que una momia y con una mano suya bajo la espalda y la otra colocada en mis cachas. Llevándome de esta manera y nadando él con las piernas, fuimos alejándonos de la gente. Pero, a medida que lo hacíamos, sentí que sus dedos iban mostrándose cada vez más audaces.
Si bien al principio se mantuvieron abiertos, con el fin de abarcar la mayor cantidad posible de carne, pronto se dedicó a darme unos dulces pellizquitos… Luego fueron fuertes sobeteos, y ansiosos achuchones… Con lo que resultó que el pícaro «profesor de natación» me estaba magreando el culito con un descaro que me hizo sospechar que al final de la lección sería todo menos algo formal.
Y como un tanga suele ser tan escaso de tela, su mano pudo introducirse fácilmente entre la cinta y palparme los glúteos, la raja del ano y escarbar cerca de mi chochete.
¡Qué golferas era aquel forastero, Angel y que cachonda me estaba poniendo! ¡Vaya unas estupendas lecciones de «cualquier cosa», menos de natación, me iba a dar! ¡Con tal de que no se olvidara que a las chicas de mi edad se les debe preguntar si han tomado la píldora!
Me excitaba el contacto de su mano, grande y suave, pasando por mis redondeces traseras… ¿Qué hubiesen dicho las gentes que no nos quitaban ojo, de haber visto la deliciosa manera como el aprovechado forastero me iba sobando el culo?
La verdad es que a mí me gustaba que me hiciese aquello, dentro del agua y estando yo «hanciéndome la muerta». Como si no me diera cuenta de lo que él me estaba tocando, y sonriendo con la cara dirigida al cielo azulado, como si tuviera un paraíso arriba y otro debajo.
Pero, de pronto, me estremecí con gran excitación. Algo muy grueso —acaso un pez, tal vez el tentáculo de un calamar, o… tal vez un dedo de mi «maestro de natación»— se estaba introduciendo en mis nalgas y trataba de colocarse en el agujerito anal. Como soy una chavala bastante educada, procuré contener el gritito que luchaba por escaparse de mis labios. Pensé que él me iba a considerar una «paleta» por asustarme ante tan poquita cosa.
Mientras, el entrometido invasor seguía hurgando y provocándome unas irresistibles cosquillas en un orificio que tengo tan prieto y sensible. Súbitamente abandonó este punto de mis bajos y marchó en busca de mis ingles, donde se concentraron cinco «tentáculos» dispuestos a sobetearme en pleno cho chete. Me quedé con la respiración en suspenso…
Muy atrevido me estaba resultando el forastero; sin embargo, debía reconocer sus habilidades como maestro… aunque no fuese de natación… ¡Y con lo que me gustaban a mí los hombres así!
Llegamos a un lugar de la playa donde no se veía ni un alma. Entonces, él me dijo que debía salir del agua, secarnos al sol y continuar las lecciones sobre la arena.
—Los movimientos para nadar se aprenden mejor en un sitio seco —me aseguró, muy serio—. ¿No te ha gustado esta primera parte de la lección?
—Pues sí… —confesé, bajando los ojos ruborizadamente.
—Estoy convencido de que te «entusiasmará» más cuando te dé la siguiente en tierra firme.
Salimos a tendernos en la playita, y descansamos uno al lado del otro. A la vez que nos secábamos, empezamos a hablar de lo saludable que es el deporte de la natación. Pero yo no dejaba de contemplar que él estaba fascinado por mi cuerpo, pues la escasa telita del tanga se pegaba al máximo a mis bajos.
Por mi parte, como a él también se le remarcaban los genitales, no dejaba de echar miradas a su pequeño bañador. Y me sentí muy excitada con lo que adivinaba. En efecto, me hallaba con alguien muy bien dotado… ¡Oh, qué delicia!
—Ahora es muy conveniente un masaje de arena —me sugirió, arrodillándose a mi lado—. Sirve para secar la piel rápidamente y, al mismo tiempo, permite entrar en reacción y que los músculos queden más elásticos… ¿Te lo doy ya?
—Sí. Eres tan convincente con ese empeño de «darme» de todo, desde lecciones de natación a un masaje… Ya ves que me encuentro a tu disposición, para lo que quieras «darme»…
Se puso a frotarme todo el cuerpo con un puñado de fina arena. Pero ésta desapareció en seguida, y fueron sus manos abiertas y ansiosas las que recorrieron mis brazos, mis tetas, mi espalda, mis muslos, mis nalgas y se introdujeron por la reducida telilla.
Aprovechó la excusa para magrearme exageradamente por donde le apeteció.
Llegué a sentir sus dedos enredándose en mi triángulo central, y repasando mi anhelante chochete. Lo mismo ocurrió en mi tembloroso culito. Cada caricia era de lo más descarada y enervante. Al mismo tiempo, con los ojos cerrados, yo le dejaba hacer, ya fuera colocándome boca arriba o boca abajo, siempre obediente a sus indicaciones. Prestándome de la mejor gana a que me palpara y sobase a su gusto.
¡Se cebó en sus magreos! No hubo milímetro de mi cuerpo que no manoseara unas cien veces, como tampoco descuidó de apretarme las redondeces que le parecieron más apetecibles. Pero lo que a mí más me excitó fueron los trabajitos de sus dedos…
¡Aquel masaje me permitió entrar en reacción… y en algo más! ¡Si me puse más caliente que si me hubiera sacado de un horno de microondas!
Lo más divertido fue que él no necesitó masaje alguno. Por lo visto, le bastó con el que me dio a mí. Y lo digo con todo el valor de las palabras que acabo de utilizar. Porque al incorporarme, para quedar sentada a su lado, lo primero que «vi» fue el grandioso bulto de su polla, dando saltitos bajo su bañador… ¡Si parecía que una anguila muy gorda se le hubiera introducido allí mismo!
Me puse muy sofocada. El muy golferas vio muy bien la dirección de mis miradas y debió comprender mi calentura. Como quien no quiere la cosa, a la vez que señalaba hacia unas gaviotas que pasaban nuestras cabezas, se bajó el bañador y se sacó la polla…
Y cuando yo dirigí una mirada a aquella parte de su cuerpo… ¡Qué hipnotizados quedaron mis ojos ante la visión magnífica! Comprendí que era un gesto que me dejaba totalmente indefensa, pero la atención se me iba hacia allí… ¡Era un auténtico imán que me mantenía apresada y sin fuerzas! ¡Qué excitadísima me puse!
Se lo vi todo. La porra de un tamaño extraordinario; y los cojones colgantes, que me parecieron tan gordos y peludos como los del primer caballo que me dejaron montar en casa… ¡Qué hermosura de paquete genital! ¡Con qué ganas hubiese alargado las manos, para dar unas sobaditas a la tranca y los huevos!
Los dos nos quedamos quietos, dejando que funcionasen nuestras miradas. Y creo que con el mudo mensaje de los ojos nos dijimos lo siguiente:
—¿A que estoy bien servido, Maica?
—¡Cómo para darse un atracón!
—¿Te gusta todo lo que ves?
—Es formidable… ¡Muy hermoso! No se puede negar que te hallas dotado de un paquete que lo envidiarían las estatuas de los héroes griegos…
—¿Te apetecería probarlo?
—Muchísimo. Pero… ¿Tú crees que eso entraría en mi estrecho chochete? ¡Todo lo que tú tienes ahí me parece tan enorme…!
—¡Tonterías! No te hagas la inocente… ¡Seguro que ya te has metido en el coño botellitas más gordas que mi cipote!
—No seas tan descarado. Esas cosas no se le dicen a una chiquilla decente… ¡Te estás pasando conmigo, tío!
—Eres una calentona. Cuando te pusiste el tanga, seguro que soñabas con encontrar una picha como la mía.
—¿Es que eres un psicólogo de las mujeres? ¡Lo has adivinado! Me gusta provocar a los hombres…
—¿Y que te parecen mis huevos? ¿Crees que se encuentran en su punto?
—¡Perfectos para ser cocinados! ¡Es lo que más me gusta de los hombres! Ya tienes que llevarlos cargaditos, ¿verdad?
—¿Cargaditos de qué?
—De leche…
—¿Quieres que te la sirva ahora mismo?
—¡Oh, no me preguntes esas cosas!
Y con palabras por el estilo continuamos el lenguaje de los ojos, comprendiendo perfectamente todo lo que pasaba por nuestras mentes.
—Ahora vamos a ensayar los ejercicios más importantes de la natación —me dijo Angel, empleando una voz muy alta—. Y para que lo entiendas mejor, me voy a colocar encima de ti.
—¿Encima de mí? ¡Oh, qué extraño!
—No tengas el menor miedo. Ahora comprobarás lo sencillo que es. Tú te tiendes boca arriba, con los brazos y las piernas en cruz… Muy bien. Yo me coloco de cara sobre ti, apoyando mis manos en las tuyas para hacerte seguir los movimientos de mis brazos…
A pesar de que se encontraba encima de mí, no realizaba otro contacto que aquel de sus manos. Sin embargo, ya resultó suficiente para ponerme a cien. Porque yo me emociono muchísimo cuando me veo debajo de un hombre. Además, su rostro estaba tan cerca del mío, que con sólo alargar sus labios hubiese podido besarme.
Al mismo tiempo, me hacía mover los brazos como si estuviéramos nadando y, de repente… Sus rodillas resbalaron entre las mías, y sentí que la zona central de su cuerpo empujaba sobre la diana de mis ingles. Era su polla buscando mi chochete.
Me asaltó una impresión escalofriante. Con la escasa cobertura del tanga y con lo excitados que nos sentíamos ambos, el contacto resultó como si lo hiciéramos al natural. Advertí la presencia de su barra abrasadora y durísima, de su sexo contra el mío… Y me atizó unos empujones tan arrebatadores y lujuriosos, que cerré los ojos e instintivamente abrí un poco más las piernas.
—¡Qué barbaridad…! — susurré, impresionada.
—No tengas miedo. Nada más que es para que comprendas lo conveniente que resultan los movimientos «más profundos»…
—¿Convenientes para qué…?
—Sí. Para llegar a dominar la «natación»… ¡Muy bien, así… Te ajustas perfectamente a todos mis consejos…! —decía, a la vez que repetía los excitantes golpes entre nuestros sexos—. Ahora colócate boca abajo, para suponer que te encuentras en el agua… Mueve los brazos como te he indicado antes…
Tengo que reconocer que la emoción resultó mucho mayor, lo mismo que la ansiedad que me habían provocado sus palabras —las oídas y las imaginadas—. Nos hallábamos en tan propicia situación para que se produjera un ataque «traicionero»… ¡Me mantenía tan agarradita entre sus brazos y tan sofocada bajo el peso de su cuerpo! ¡Había tan escasa ropa por medio y le hubiera sido tan fácil follarme o metérmela en el culo…!
Además, me notaba muy débil para oponer cualquier tipo de resistencia. Me hallaba completamente a su merced. Mientras, su mástil duro y abrasador se restregaba contra mis nalgas, y me propinaba unos fuertes golpes contra ellas. Tuve la exacta sensación de que me estaba follando de veras, y puse los ojos en blanco, repitiendo las mismas frases que suelen ser las habituales en estos casos:
—¡No, por favor… Aquí no…! ¡Hay otros sitios más cómodos… Y apenas nos conocemos…!
—¿Es que no quieres que termine de darte la lección? ¿Te niegas a que te la dé así?
—Ya me las estás clavando, jodido aprovechado.
—Hemos dado muchos rodeos para llegar a este punto, Maica. ¡Ahora conviene ir por derecho al asunto que más nos interesa a los dos!
Me hizo volver de cara, boca arriba sobre la arena. Y avanzando con las rodillas, se bajó el bañador y me mostró la hermosura de su polla enhiesta, a la que acompañaba la suprema tentación de sus cojones velludos. Rápidamente le eché mano, empuñando con la derecha el magnífico pedazo y sosteniendo con la izquierda las espléndidas bolas.
—¿Te das cuenta como ya la «natación» resulta más fácil?
—Has sabido trabajarme muy bien.
—¡Ah, comprendo! ¡Anda, abre tu boquita!
Yo no había querido indicarle nada, pues mis palabras habían sido de lo más sinceras. Pero en la posición que nos encontrábamos, y con lo hermosa que me parecía su picha, no fui capaz de resistirme.
Me hallaba tendida sobre la arena, boca arriba. El forastero arrodillado sobre mí, con una pierna a cada lado de mi pecho, en forma de un puente, y ofreciéndome la sabrosa golosina. No supe resistirme a la invitación tan irresistible. Me instaba para que separase los labios y metérmela hasta la garganta. Yo continuaba oprimiendo y acariciando con una mano la hermosura tentadora; y palpando con la otra el incitante par de cojones que, según me acababa de decir, los tenía llenos de leche.
—¿Y si viene alguien?
—No tengas miedo. Tendría que venir de cara a mí. Nada más verle, cambiaría de posición… ¡Anda, que debes tener una boquita muy dulce y lo harás de maravilla.
—Quizá no sepa…
—No te entretengas. Aprovecha el tiempo ahora que estamos solos. ¡Vamos, hazme una buena mamadita!
Tenía razón. Era absurdo entretenerse. ¿Para qué perder tiempo si yo estaba deseando aquello tanto como él? ¡Si resultaba tan hermosota aquella golosina, y me apetecía tanto chuparla!
Abrí los labios, agarré con ellos su suavísima punta y me la metí en la boca… Y me puse a chuparla con todo mi alma. Angel exhaló un gemido y exclamó a media voz:
—¡Qué bien lo haces! ¡Qué labios tan deliciosos tienes para ésto…! ¡Vaya gusto que me estás dando…!
Al escuchar que le daba tanto gusto continué con mayor entusiasmo. También me gustaba a mí, y no poco, tener en la boca una golosina tan gorda que se aplastaba entre mi paladar y mi lengua. Cuyo sabor me producía una enorme excitación. La chupaba con el mayor afán y con una gran delicia, con verdadero interés en demostrarle que tuvo razón al decir que mis labios eran deliciosos.
De vez en cuando la sacaba, le pasaba la lengua por la redonda punta; y en otras ocasiones, me la metía en la boca y seguía chupándola con deleite, con deseo de que el placer no acabara demasiado pronto, para que me dejase saborear más rato la tarea cachondísima.
—¡Ya me viene…! —exclamó él, con los dientes rechinantes—. ¡Apriétame los huevos! ¡Sácame hasta la última gota de mi leche…!
¡Uff, qué impresión más enorme! En aquel momento sí que fue de veras. Oprimí las bolsas felpudas, abrí más los labios y me sentí inundada por un quemante chorro de lava.
La cosa estaba hecha. ¡Bien a gusto se la había mamado a mi «maestro de natación», en una demostración de picardías playeras!
Después, nos quedamos un rato tomando el sol, en un tiempo que me permitió recuperarme de la impresión. Poco más tarde, me ofrecí a Angel con las cachas expandidas, recogidas un tanto porque había apoyado las plantas de los pies en la arena. Esta posición debió llamarle la atención, pues me dijo sonriendo:
—Me parece que tú no eres una chavala tan ingenua como aparentas. Esta postura es de una mujer que ha follado lo suficiente…
—¿La sacarás antes de correrte? Es que no he tomado la píldora…
—Sé comportarme como un «caballero».
Me la metió poco a poco, embolando a la manera de una máquina que debe ir adquiriendo una velocidad sin acelerones. Yo tenía el chochete rebosante de caldos, y me introdujo fácilmente la cabeza de la polla entre los labios vaginales, que estaban elásticos y fáciles para materializar un buen contacto de piel. Resoplé un poco al recibirlo, debido al grosor y al tamaño de la misma.
Moví la pelvis, el culo y los muslos para soportar todo aquel peso maravilloso. Los músculos de chochete obedecieron a la perfección, estrechándose para dar origen a una especie de succión, suave pero sostenida. Una actividad deliciosa, que no me cansaba en ninguno de los sentidos, Mantenía la cabeza echada hacia atrás y tenía los ojos cerrados.
Pero mis naricitas se dilataban en una anhelante respiración. Esta era una de las señales más evidentes de mi excitación, sin contar la singular succión a la que le sometía en mis bajos. Me subí en la ola del placer cuando recibí toda su polla. Y creí que me iba a derretir por dentro bajo un goce tan magistral. Me pegué a él como si fuera mi única conexión con la vida. Todavía disfrutaría dos veces más con los orgasmos… ¡Una picara forma de aprender a «nadar» en una playita solitaria, y a merced de un forastero llamado Angel!
Maica – Santander