Una chorra «chiquita»

Vengo leyendo «polvazotelefonico» desde 2024, gracias a que me lo aconsejó mi prima Josefa, viuda y aficionada a las líneas eróticas. Desde aquel momento he podido comprobar que la mayoría de vuestras colaboraciones son partidarias de las «pollazas», es decir, de ésas que superan de largo los 20 cms de longitud.

Yo respeto todos los gustos; pero, sin intentar llevar la contraria a nadie, me dispongo a contaros mi experiencia, que deseo poner al servicio de esas mujeres que, como yo, nos sentimos muy a gusto con unas chorras «chiquitas». Lo que pretendo contaros empezó con esta situación…

A mí siempre me había gustado David. Era el dueño del gimnasio donde yo iba a perder unos kilos, no demasiados porque mi marido me quiere así: generosa en curvas, con unas tetas a las que pueda agarrarse y algo llenita. Es cierto que no sólo a mí me atraía ese atleta rubio, hermosote y con unos pectorales… Siempre le imaginaba en la cama: utilizándome como unas gomas de extensión o como el «potro» sobre el que saltaba, ¡para quedarse encima de mí!

Más de una docena de tías de todas las edades andábamos detrás de él. Quizá ésta fuera la causa que había hecho nacer la leyenda respecto a que «el cachas que nos somete a tantos sudores es un narcisista; ¡chicas, con él no tenéis nada que hacer!».

Supongo que de esta manera se fue desinflando mi pasión. Una desilusión que me fue aliviada por las prestaciones sexuales de mi marido. Yo no sé lo que hacía en el trabajo, acaso es que tenía una nueva y maciza secretaria, o lo que le contaban sus amigos respecto a sus «ligues», el caso es, que me traía regalos exóticos —ropas íntimas de lo más eróticas, perfumes afrodisíacos y otros objetos—, que me ponían cachondísima.

Y como tengo un marido que es un sol cuando está en forma, me vi disfrutando de dos polvos cada noche y más los días de cada fin de semana. Es posible que me volviera una «drogata» de la jodienda, con un riesgo muy importante… ¿Os lo imagináis?

Cada año mi marido debía ir a los Estados Unidos a someterse a un curso empresarial que duraba unos veinte días. Y cuando llegó tal período a mí me entró el «mono» de la jodienda. Como no era cosa de dedicarme a las «pajas» o comprarme unos vibradores…

Me puse a pensar en el hombre que podía saciarme; pero sabía que todos mis amigos le irían con el cuento a mi marido. Llegué a levantar el teléfono dispuesta a llamar a uno de esos prostitutos que se anuncian en los periódicos. No me atreví en el último momento pensando en las «ETS» y en tantas otras enfermedades.

Sometida a unos terribles picores en el chiribiqui llegué al gimnasio, donde el primer tío que me fui a encontrar fue precisamente David, el atleta…

«¡Será éste!», me dije muy segura.

La idea se incrustó en mi cabeza como un tatuaje interno. Conocía la rutina de aquel local. A la hora del cierre me fui a esconder en los lavabos; y cuando salí de allí pude comprobar, como había planeado, que el atleta se hallaba solo… ¡y en cueros!

—Ya te estás quitando las ropas, Leila —me dijo él, sonriendo—. Llevas bastante tiempo mirándome como una perra salida. He visto tu maniobra de camuflaje. Si tanto necesitas joder, ¡aquí me tienes! Eres mi mejor clienta… ¿Cómo puedo privarte de esa necesidad?

Negar que la cosa me sorprendió sería faltar a la verdad; sin embargo, fue mayor la satisfacción al comprobar que todo se me ponía de cara.

Por eso nada me costó quitarme el body; pero me dejé los guantes y las sudaderas de los tobillos, así como los zapatos. De repente…

¡Aquella chorra! ¿No era pequeña?

Yo la había imaginado dos o tres veces más grande. Claro que me llevé una gran desilusión, que me desapareció en seguida al tener en cuenta de que la de mi marido no era mayor. En realidad mi chiribiqui necesitaba algo así. Soy de «pasillo reducido». Ya sabéis: se acostumbra a desear lo imposible, aunque tuviese la evidencia, por una aventura en el instituto que las pichas mayores de 16 cms, me «destrozan» viva…

—¿Alguna pega, Leila? —me preguntó él, como si se oliera la tostada—. Podemos dejarlo para otro día. Quizá todavía no estés preparada… ¿Qué decides? Yo no me lo tomaré a mal.

Se hallaba colocado en los soportes de las barras de estiramiento. Me senté debajo de él, dándole la espalda, y levanté la cabeza para que mi lengua llegase a su capullo. La chorra creció unos centímetros y adquirió mayor dureza. Suspiré. ¡La cosa funcionaba dentro de nuestras posibilidades!

«¡Mira que si al final resulta más generosa que la de mi marido», me dije, bastante esperanzada. «¡Lo que conviene es obtener todo el provecho que esté a nuestro alcance!»

A este empeño me entregué durante los diez minutos siguientes: lamiendo, tragando saliva; absorbiendo, tragando salivas; y mamando, para seguir tragando saliva. Mi garganta tenía el «turbo» puesto a la máxima velocidad.

Por otra parte, la boca se me hacía agua al poder disponer de la ocasión de calmar todos los picores de mi chiribiqui. Precisamente a lo largo de la felación me lo estuve acariciando con la palma de la mano, que seguía cubriendo con el guante, y con los cinco dedos de la otra. Comencé a sudar la gota gorda. ¡Vaya esfuerzo a que me vi sometida!

—No tengo la costumbre de joder con mis clientas —me confió David—. Ya sé que se cuentan unas cosas muy raras de mí… Contigo estoy haciendo una excepción, Leila. Pero no es un acto de generosidad, ¡palabra!, ya que tú siempre me has gustado un montón.

Le creí… ¿Cómo iba a poner en duda cualquier cosa que me dijera si empezaba a notar en el fondo del chiribiqui el nacimiento del primer orgasmo? Me revolví llena de dicha…

—Vamos a situarnos en un lugar más cómodo, Leila… ¿A que ya estás deseando que te la meta donde más te pica? —bromeó el atleta, adivinando mis necesidades.

Fuimos a parar a un potro basculante en el que nos arrodillamos. Yo había cambiado mis planes, al estar convencida de que si me dejaba llevar por David las cosas me irían muchísimo mejor.

—Oye, ¿es que pretendes darme por el culo, entrenador? —pregunté bastante asustada— . Espero que la postura que acabamos de componer no sea «lo que me temo»…

—Tranquila, preciosa. Voy a servírtela por atrás, de tal manera que sientas mi «tensor» en las zonas más hondas al empezar a subir y a bajar este cacharrito en el que nos encontramos subidos. ¡Palabra! ¿Es que dudas de mis intenciones?

—Bueno… Espero lo mejor de ti, David.

Esto fue lo que sucedió, con el añadido de que a mí me fue entrando una sensación de vacío cada vez que caíamos hacia delante «columpiándonos». Tuve que apoyar el brazo en el posa cabezas y dejar la barbilla sobre mi propia mano… ¡Qué clavada la de aquella chorra «chiquita» y tan musculada!

Pensé que el atleta me estaba dando el mismo uso que a esas barcas de las ferias, ya que se impulsaba con las rodillas, los muslos y la chorra…

¡Qué empitonamientos arrastraban el interior de mi chiribiqui, consiguiendo que se me llenara todo de zumos muy fluidos! ¡Con esto le embadurné completamente los cojones!

—¡Me viene, tío… Me viene lo que tanto echaba en falta… Oooohhh…! —aullé como el día que me desvirgaron en el instituto—. ¡Pero que requeté bueno es esto! ¡Ya casi había olvidado que podía ser tan fantástico… Mmmmhhh…!

Fue lo último coherente que llegué a pronunciar; después, de mi garganta sólo pudieron surgir unos gemidos, varios sonidos guturales y unos grititos… Ya que quedé sometida a una especie de vértigo; y cuando quise darme cuenta de lo que me sucedía, me vi en uno de los bancos de musculación. Gozosamente apresada.

En efecto, David me había metido por debajo de los remos metálicos y me mantenía sentada sobre sus piernas y sus ingles, para… ¡Si me la estaba hundiendo en el culo!

Creo que esta realidad fue lo que me permitió adquirir una conciencia exacta de lo que me sucedía. Hice un primer intento de protestar, debido a que muy pocos hombres me habían sodomizado. Mi marido escasas veces. Me sentí burlada y maldije a viva voz. Pero seguí culeando a favor de las intenciones de David… ¡y de mi propio placer! ¡Qué forma la suya de trabajar mis esfínteres!

—Te estoy ofreciendo lo que necesitabas —dijo el atleta, muy serio y sin cesar de encularme a ritmo de remada en aguas tranquilas—. Por tu forma de andar sabía que habías sido sodomizada. Las mujeres como tú lo vais proclamando: ¡movéis el trasero con un gracioso balanceo, tan lujurioso!

—¡Vaya, si estoy a merced de un experto! —repliqué algo cabreada—. ¡Qué «ilusión»!

—En casa mamá, mis hermanas y hasta la abuela se ponían lavativas para algo más que curarse los empachos o los estreñimientos. Pero, curiosamente, a mí no me pusieron ninguna, aunque sí me dejaron contemplarlas en esas situaciones.

Se me fue el cabreo ante su confesión. Así que David, el dueño del gimnasio y mi entrenador, era un tío que almacenaba una historia muy interesante… ¡Pero no tanto como su chorra, que había adquirido tal musculación que me tenía colgadita del tercer orgasmo!

—¡Me lo vas a entregar… Cielos, qué estupendo! —grité al entender que el atleta estaba a punto de correrse—. ¡Me encuentro completamente preparada…! ¡De verdad, voy a dedicarte el mejor recibimiento! ¡Adelante, suéltalo!

Me depositó en el interior del chiribiqui cuarto litro de requesón, estando yo bien agarrada a los remos metálicos. David apretó con todo su cuerpo… Además, la chorra no se le aflojó, ni siquiera cuando me levantó en brazos y me llevó a la ducha. ¡Qué maravilla: «chiquita», a mi medida, y resistente!

Tuve que ser yo quien abriera el grifo, porque él tenía las dos manos ocupadas sujetándome. También me hallaba completamente enganchada a su chorra, la cual en ningún momento se había salido de mí… ¡Y eso que nos desplazamos a más de ciento veinte metros de distancia!

El cachas estaba como un toro; y a medida que yo iba a por el cuarto orgasmo pensé en los «cuernos» que iba a poner a mi marido… ¡No sólo durante esos veinte días que al año me acostumbraba a dejar sola! Suspiré profundamente y me agarré al cuello de mi entrenador.

Aquel cuerpo fuertote, hermoso y mojado por el agua de la ducha, se frotaba contra el mío, me aplastaba las tetas y presionaba mi vientre… ¡Pero lo mejor me lo ofrecía en todo el chiribiqui, por medio de su chorra musculada!

Gracias a que había cambiado de alojamiento. La verdad, prefiero que me den por delante antes que por detrás. Aunque a esto último no haga ascos, como he dejado bien probado. Cerré las piernas alrededor de la cintura de David. Deseaba hallarme bien encajada en él con todas las zonas más sensibles de mi ser.

De pronto, allí me llegaron de nuevo sus chorretones de requesón, acompañando mi enésimo clímax. Me abracé a él con más fuerza, queriendo que formásemos un solo cuerpo. Esto supuso que rodásemos por el suelo, riendo como diablillos… ¡Porque continuaba echándome sus segundas andanadas cremosas!

—¿Cuándo volveremos a hacerlo, cariño? —pregunté mientras le secaba, sin dejar de besarle en la espalda, en los hombros y por el tórax.

—Iré a verte a tu casa pasado mañana. Llevaré algunos potros y una bicicleta fija, porque vas a instalar un pequeño gimnasio allí. Esto nos servirá para vernos con una relativa frecuencia. ¿Qué te parece, Leila?

—¡Extraordinario, David!

El recurso funcionó a las mil maravillas, hasta el punto de que mi marido utiliza el pequeño gimnasio. Afortunadamente, es un sol al cumplir los horarios a rajatabla. Jamás aparece inesperadamente. Esto me permite joder o ser enculada por dos hermosas chorras «chiquitas» sin provocar un escándalo. Os diré que estoy casada con un hombre muy celoso.

Leila – Madrid