Una nuera muy caliente
Relato enviado por Arturo – Salamanca
“Primero fue un interés puramente voyerista, luego la relación entre suegro y nuera comenzó a deslizarse hacia lo que era un previsible final. La ausencia transitoria del hijo hizo muy fáciles las cosas”
Mi hijo de 22 años se casó el mes pasado. Está estudiando la carrera de ingeniero electrónico y creyó conveniente efectuar un cursillo en Alemania de unas semanas, para asistir al cual le exigían que tenía que ir solo. A mí la idea me pareció excelente y en unión de su esposa fui a despedirlo al aeropuerto.
Por lo tanto mi nuera, que también tiene 22 años tuvo que quedarse conmigo, un viudo de 44 años. Alicia que así se llama mi nuera pasó los primeros días muy nerviosa, bañándose casi constantemente como si tuviera un estado de inestabilidad permanente.
Yo traté de conocer el motivo haciéndole una serie de preguntas, no sacando nada en consecuencia. En sus respuestas creí adivinar que por respeto o por prudencia no se atrevía a confesarme el motivo de su estado nervioso. Por la noche, al sentir ruidos extraños en su habitación, me deslicé sigilosamente pudiendo comprobar a través de un pequeño tragaluz que se estaba haciendo una paja con un enorme plátano, al tiempo que jadeaba retorciéndose constantemente.
Al día siguiente, recibió la visita de una amiga, la cual después de un breve paréntesis se encerró con ella en su cuarto durante varias horas. Estas visitas se produjeron casi a diario y yo, picado por la curiosidad, quise averiguar el motivo de semejantes reuniones que ella me había dicho que tenían por objeto el aprender inglés con un excelente método.
Me subí hasta el pequeño tragaluz quedando enormemente sorprendido al contemplar cómo ambas completamente desnudas estaban tendidas en la cama acariciándose sus respectivos coños y besándose con tremenda pasión.
La amiga le acariciaba las tetas y mi nuera le metía los dedos suavemente entre las piernas moviendo la mano con lentitud. Yo estaba completamente estupefacto al contemplar lo puta que era mi nuera, pues después se metió un plátano en la vagina mientras la amiga la besaba y la acariciaba apasionadamente. Casi se escuchaban perfectamente los quejidos que emitían, y al ver sus expresiones de extremado éxtasis, yo no tuve más remedio que hacerme una tremenda paja, lamentando cómo se desperdiciaba una extraordinaria cantidad de leche que surgió al final.
Alicia recibía casi a diario la visita de su amiga, por lo que me propuse conseguir algo más que una simple visión y con sumo cuidado instalé en su ausencia un pequeño grabador, disimulado convenientemente, y con un mando a distancia que coloqué cerca del tragaluz.
Pasaron algunos días, y al mismo tiempo que yo contemplaba cómo las dos gozaban en las posiciones más inverosímiles dándose tremendo gusto, iba recogiendo las grabaciones para escucharlas todas en un momento oportuno con la tranquilidad requerida.
Una tarde en que estábamos solos. Alicia me dijo tímidamente que le gustaría bailar, y yo tratando de complacerla no dudé un instante en poner unos discos de música bien caliente, de ese ritmo pegadizo y sensual llamado salsa.
Observé que Alicia parecía desear algo, pero que por temor o por prudencia no se atrevía a pedirlo. Comprobé que se me pegaba extraordinariamente y que gemía de manera casi constante y leve. Yo dudaba entre mostrarle lo cachondo que estaba y abstenerme prudentemente por temor a provocar su repulsa o su enfado. Después de bailar, se fue al baño y se dio una ducha de agua fría, según me dijo más tarde.
La amiga de Alicia no volvió más a visitarla, por lo que me vi privado de darme los tremendos banquetes de ver cómo ambas disfrutaban de lo lindo y se corrían desesperadamente. Por lo tanto, para recordar los exquisitos polvos que yo había contemplado por la noche puse en mi cuarto las grabaciones y me dispuse a escuchar, una vez acostado en la cama convenientemente.
Aquellos lamentos acompañados de dulces quejidos que yo había contemplado reiteradamente, se repetían y se repetían, escuchando a través de la cinta cómo ambas se piropeaban mutuamente y jadeaban entre suspiros y besos. Mi polla se mostraba erguida y desafiante, pero sin tener donde meterla.
A los pocos momentos, sentí que la puerta de mi cuarto se abría y con cuidado, Alicia penetraba en la habitación completamente desnuda. Nervioso y aturdido contemplé con deleite aquel cuerpo perfecto rematado con dos perfectas y erguidas tetas y con un tremendo mechón de abundante pelo negro en la entrepierna, sorprendido, yo no supe que hacer, traté de apagar el reproductor sin lograrlo.
Con una sonrisa de exquisita putería, Alicia se acercó lentamente y me dijo: ¿Por qué no lo escuchamos juntos?, tú no sabes las ganas que tenía de que llegara este momento.
He estado sufriendo constantemente por tu culpa sin poder desahogarme, ahora quiero tomarme la revancha amplia y completa. Yo no sabía cómo reaccionar. Me quedé aturdido y sorprendido a la vez que me sentí contento adivinando que aquello era el preludio de algo sublime y sensacional:
– Alicia, estoy tremendamente cachondo y no puedo prometerte de que me mantenga sereno y tranquilo. Déjame que me desahogue solo.
– No, mi papaíto lindo, tengo más ganas que tú de follar. Me has tenido sufriendo durante mucho tiempo y ahora me las voy a cobrar todas jutas. Déjame primero escuchar, recordar los polvos que disfruté con mi adorada queridita. A medida que la grabación continuaba sonando, el gesto de Alicia se tornaba más y más lívido. Instintivamente, sus manos se posaron en mi polla, y me dijo:
– Ahora, por fin vas a saber lo que es gozar, cabrón. No vas a tener necesidad de espiar porque te voy a sacar toda leche que tengas en los cojones. Yo me quedé mucho más tranquilo aunque tremendamente cachondo, dejándola que me acariciara y sobara la polla, siguiendo por los testículos y el culo, dándome un tremendo beso que me llegó hasta el alma, chupando mi saliva y mordiéndome la lengua despacio, lentamente.
Alicia me cogió la polla y se la metió en la boca. Yo le hice una ligera indicación de que iba muy deprisa de que aquello había que prolongarlo, pues la verdadera jodienda es más cuestión de arte y de habilidad que de tiempo.
– No, mi papaíto, no te vas a correr tan pronto. Aguanta y deja que yo te dé todo el gusto que le di a mi amiga, pero suavemente, con lentitud, con toda la putería que he tenido que contener hasta este feliz momento.
Continuó mamando la polla, en cuya labor era una experta. Se la veía roja de gusto, pasando su lengua por el glande, por el lomo, bajando por los cojones, metiéndola en el culo. Yo estaba desesperado y no sabía qué hacer, pues estaba disfrutando como jamás lo había hecho, con deleite, con tiempo, como debe ser un buen polvo, sin prisas y aguantando hasta el final.
Yo estaba mareado de ver tanta exquisitez, ya que nunca se me había ocurrido que en la cama se podía disfrutar tanto, ni que la mujer que tenía tan cerca podía ser tan puta como a mí siempre me había gustado, pero que nunca tuve la suerte de encontrar.
– Mámame el coño, pero despacio, lentamente, tragándote todos mis jugos y pasando la lengua suavemente hasta llegar al clítoris. Anda, cabrón, mama como un ternero, que yo necesito varias bocas como la tuya.
Desesperadamente, yo me abalancé entre sus piernas, le abrí completamente los muslos y metí todo lo que daba mi lengua entre sus abundantes y hermosos labios, mamando como un cochino.
-Ahora, me vas a joder como tú quieres, como a mí me gusta. Venga, so cabrón, acaba de metérmela toda.
Se la introduje fuertemente en el coño, al estilo perro para que se la metiera más, pues yo estaba completamente loco. La cogí bien las nalgas y la monté como si fuera una yegua y yo triunfante le grité: ¡Ahora, muévete so puta, que te voy a dar toda la leche que seas capaz de sacarme! ¡Venga, dale fuerte, mueve, jode, puta, jode!
Alicia se movía en una alocada rotación y yo mantenía sus nalgas bien apretadas para que no se saliera ni un centímetro, sintiendo que mi glande tocaba lo más profundo de su vagina. Se la metí hasta los mismos cojones quedándome quieto y ordenándola que se moviera y que me sacara mucha leche, que me diera mucho gusto. La cogí por las tetas y se las estrujé hasta más no poder.
Sentí que me corría un torrente de leche que se introducía en su potente vagina. Me mantuve en silencio encima de ella, escuchando como me decía:
– Gracias, papaíto. Me has jodido como a mí me gusta, como sólo pocos machos saben joder. De ahora en adelante serás mi querido preferido y te daré todo mi coño cada vez que tú me lo pidas.