Una preciada confidencia

Conocía a Miguel en la oficina. Durante varias semanas permanecí indiferente a sus palabras, la mayoría atrevidas, que iban indicadas a mi cuerpo. ¿Cómo pudo cambiar la cosa? No sabría responderos. Me invitó a un restaurante…

Todo el tiempo que estuve sentada ante la mesa, comiendo lo que fuera —os juro que no recuerdo el menú—, sentí el chumino mojado y un temblor que recorría cada milímetro de mi piel. Porque él no dejaba de mirarme como si le perteneciera y, al mismo tiempo, me quisiera demostrar que yo era lo más grande que podía conseguir en este mundo.

Algo que me halaga y, a la vez, me tenía como un flan…

«¿Sabré responder a lo que Miguel espera de mí?», llegué a preguntarme.

Cuando salimos a la noche sevillana, no lamenté que las calles estuvieran vacías o llenas de gentes. Lo que anhelaba era encontrarme junto a él, cuerpo con cuerpo a nivel de piel…

Más tarde estuve donde deseaba. En una habitación desconocida. Su anatomía al entrar en contacto con mi desnudez me hizo temblar de deseos. Mis pezones se inflaron lo mismo que su verga. Pronto ésta vino a ofrecerme el placer restregándose contra mis nalgas. Noté la tibieza de su glande, apretando contra el agujero de mi ano… ¡Sin más preámbulos, exigente e invasor! ¿Me resistí?

¡No! Su verga entera estuvo jugando por aquella zona; al mismo tiempo un dulce calor abrasaba mi sangre. Hervía de pasión, de impaciencia. Miguel acababa de desnudarse, lo que me pareció increíble. Enrojecí de felicidad, dejando que él me arrancase las medias. Eran las únicas prendas que cubrían parte de mi cuerpo. Momento en el que pude contemplar a mis anchas aquella verga que iba a proporcionarme gusto.

Me hallaba como loca; era una bacante, una furia de la sexualidad. Al llevarme el glande a la boca me pareció enorme; sin embargo, esperaba mucho de todo el paquete genital, listo a hacer realidad las fantasías más atrevidas.

Los roncos jadeos de Miguel llegaron a mis oídos, formando un murmullo al fin:

—Voy a follarte como nadie lo ha hecho contigo. ¡Será algo excepcional!

No lo consideré una fanfarronada, porque de él podía esperar eso… ¡Y más!

—¡Con ningún hombre te habrás sentido tan cachonda como ahora! ¿Verdad que lo notas?

Se venció sobre mi espalda y una de sus manos rodeó mi cadera derecha. La otra se deslizó entre mis muslos. Momento en el que mi coño empezó a mojarse como si dentro de mí se hubiera abierto una fuente. Acaso alimentada por el infierno paraíso que encendía lava de volcán en mis venas. No pude callarme:

—¡Fóllame! ¡Deseo ser tu perra… tu cerdita… No me importa lo que vayas a hacer de mí! ¡Necesito tanto tu verga…! ¡Dámela ahora mismo, Miguel!

Se giró ante mí de una forma salvaje. Al estrecharme entre sus brazos sentí mis tetas aplastadas por su tórax; luego, sus manos cogieron mis pezones para amasarlos.

—Miguel… —suspiré, sin poder expresar de otra manera mi impaciencia.

Me vi arrojada sobre la cama. Se echó encima de mí; y nuestra follada fue la de dos bestias humanas. De repente, descubrí algo nuevo. Abrí todas mis oquedades.

Deliraba. Yo me había acostado con otros hombres; pero Miguel era el «único», ése que reúne todos los atributos que yo le había venido otorgando a mi amante ideal. ¿Mi príncipe azul? Podría llamarle así, aunque me parezca algo infantil.

Dejé que me poseyera por delante, tumbado sobre mí pero sin permitir él que el peso de su cuerpo cayera sobre el mío. Era un atleta que entraba y casi salía de mi coño, deteniéndose para frotar mi clítoris. Al mismo tiempo, como se apoyaba en las palmas de las manos y en las puntas de los pies, podía besar mis tetas, mis hombros y mi boca.

—¡Aaah… Formas parte de mí, Miguel… Te noto tan dentro, tan dentro…! —musité, sin creer lo que estaba sucediendo, aunque todos los contactos que él me permitía sentir eran infinitamente más agudos, más placenteros, que un pellizco.

De pronto, me llegó el primer orgasmo: una yegua desbocada que galopaba desde mi cerebro, atravesaba mi columna vertebral y aparecía, frenética y piafante, en mis ingles.

Me agarré a la cintura de Miguel, solté unos gemidos de placer y salté en busca de su boca. Borracha de placer y exigiendo la droga de su saliva. Me la brindó generosamente…

—¿Te das cuenta de que conmigo sólo puedes obtener lo mejor, Ágata? ¡Eres una hermosa cachondita! —dijo con un tonillo fraternal, sin que se le aflojara la verga.

No me sentí incómoda porque su pasión fuera algo inferior a la mía… ¿Podía pedirle a la vida algo superior a lo que estaba recibiendo?

Con esta seguridad continué echada en la cama, boca arriba y completamente ofrecida.

No me importaba ser follada o sodomizada. Quería obtener la máxima felicidad a través de aquella enorme verga. Disfrutarla dentro de mi vientre, sin miedo a sufrir un poco para gozar lo infinito. Miguel me «descuartizó» literalmente, al meter su rostro entre mis muslos para beber los burbujeantes líquidos que manaban de mis entrañas.

Por un momento pensé que también se estaba bebiendo el sabor de sus genitales. Mis carnes internas eran un volcán en erupción, que exigía recibir el semen de aquel macho único.

—¿Por qué no vuelves a entrar en mí, Miguel?

—Ya lo estoy haciendo, Ágata —respondió, luego de separar su boca de mis labios vaginales.

—No… Me refiero a que entres en mi coño… ¿Escuchas cómo ruge de ansiedad?

—Pronto tendrás todo lo que necesitas, cachondita.

Comprendí que se estaba recreando con el dominio que ejercía sobre mí. Ya no le pedí nada más, al sentirme muy segura de que me iba a proporcionar el goce en cantidades jamás conocidas.

Se había retirado de mi coño y estaba besando todo mi cuerpo con una absoluta dedicación. Sus manos eran maravillosas y sus labios unas ventosas de calor que me derretían.

Ya no podía más. Me encontraba viviendo un sueño orgásmico, debido a que su verga ya me estaba entrando indistintamente en el coño y en el culo. Cerré los ojos para saborear mejor un placer que iba en aumento. Me pareció que millares de agujas punzaban mis sentidos, que centenares de manos me acariciaban por dentro y por fuera… ¿Era yo? ¿Quizá él?

Por primera vez en mi vida sabía lo que significaba haber encontrado al hombre auténtico. Me vi trasladada a otro universo. De repente, sentí los jugos brotando de mi cuerpo…

—¡Deseo penetrarte por todos los orificios! —afirmó con arrogancia.

No me falló. Siempre con la misma potencia. Su dardo carnoso se agitó en mi coño. Me notaba en el séptimo cielo… ¡Porque follar con Miguel era todo un privilegio!

Cuando terminamos, él me acompañó al cuarto de baño. Abrió los grifos de la ducha para controlar la temperatura de agua. Después, me aseó con un mimo exquisito; pero no pasó la esponja por mi coño. Esto me intrigó un poco; sin embargo, no le pregunté nada.

La respuesta la tuve en el momento que había terminado de vestirme, Miguel me pidió que le acompañase a una habitación de aquella casa. Por su manera de hablar, unido a que le vi buscar una llave que estaba muy bien guardada en el cajón inferior de una cómoda, comprendí que íbamos a compartir una preciada confidencia.

Aquel hombre único abrió la puerta de «esa» habitación, de cuyo interior recibí un olor a cerrado, y encendió la luz. Entonces, ¡os juro que no miento!, me vi representada en docenas y docenas de fotografías y cuadros, algunos de éstos pintados al óleo y a la acuarela. También había dibujos al carboncillo…

¡Pero no… Yo no era esa chica, aunque me pareciese a ella como una gota de agua a otra gota de agua!

En varias de aquellas fotos la desconocida aparecía con unos peinados y unos collares que yo jamás había llevado.

—Era mi hermana —susurró Miguel—. La amé desde que la vi crecer en casa. Juntos vinimos a Sevilla, donde construimos castillos en el aire. Yo quería ser pintor y Clara, mi hermana, aceptaba ser mi modelo. Nunca le puse una mano encima buscando satisfacer el deseo que sentía hacia ella… ¡Un mal día sufrió un accidente de moto y se mató! Todavía no me explico cómo sobreviví a aquello. Un amigo me facilitó la incorporación a la empresa. Allí te conocí, Ágata… ¡Verte supuso como un impacto emocional… Eres tan parecida a Clara! Pero supe sobreponerme, al pensar que debía conquistar tu amor. Tengo algo de actor y no me costó interpretar el número de amante duro…

—¿Has fingido mientras follábamos, Miguel? —le pregunté, a pesar de conocer su respuesta.

—¡Jamás, Ágata!

—¿Por qué no has querido pasar la esponja por mi coño cuando nos estábamos duchando juntos?

—Recordé a mi hermana- Ha sido una pequeña muestra del respeto que sentí ante ella…

Desde aquel día nos hicimos novios. Miguel ha vuelto a pintar y a sacar fotografías. Pero yo no le he permitido que me tome como modelo en exclusiva, prefiero estar delante de un paisaje o junto a cualquier edificio de mi Sevilla.

Lo peor fue librar a Miguel de ciertas amistades, porque en su desesperación por haber perdido a su hermana, llegó a relacionarse con maricas. Pero esto ya es agua pasada.

Ágata – Sevilla