Unos enormes genitales

unos enormes genitales

Relato enviado por Miguel – Las Palmas

Siempre me he sentido muy orgulloso de mi miembro. Desde que me lo vio mi madre, cuando yo sólo contaba 18 años, al hacerme esta advertencia tan civilizada ya me puso sobre aviso:

—Hijo, al lavarte siendo tú un crío, pensé que tu miembro era muy exagerado; pero todos los babitos, ya sean niños o niñas, tienen los genitales bastante desarrollados comparados con sus cuerpecitos, por lo que pensé que se haría normal a medida que crecieses. Pero no ha sido así. Ten mucho cuidado, ya que podrías hacer daño a las niñas si intentas metersela en sus rajitas.

Acostúmbrate a darles la mitad o algo menos…

Para que yo aprendiese a utilizar mi miembro, vino a casa tía Pilar, una murciana de la huerta que había tenido tres maridos y ocho hijos. Con sus 45 años bien puestos, resultaba una flamencota capaz de poner en erección a una estatua.

Con ella pude entrenarme, gozar y aprender. Claro que costó muchísimo echarla de casa, una vez superado mi período de prácticas, dado que se había encaprichado de mi miembro descomunal.

Con el paso del tiempo, yo salí con muchas chicas, algunas de las cuales no tenían ni idea de lo que podía medir un pollón; pero que lo comprobaron al «sentirse morir con tanta chicha dentro de sus almejas»…

En la «mili», los compañeros me dedicaron sus bromas de envidia al verme desnudo en las duchas. No hizo lo mismo Félix, el cabo primero, pues éste prefirió esperar unos meses. Precisamente el día de la patrona, se acercó a mí y me invitó a su casa, pues vivía a pocos kilómetros del cuartel.

Llegué allí pensando que iba a encontrarme con el cabo primero, de ahí que me sorprendiera gratamente comprobar que iba a estar a solas con Teresa, la hermana de aquél. La chavala olía sensualmente, tenía unos pechos como pomelos en punta y llevaba una gorrita encantadora; pero lo mejor me lo ofreció al quitarse parte de las ropas.

Gracias a que disponía de un chiribiqui adornado con una abundante mata de pelos. Yo pude lamerlo, besarlo y titilar su clítoris, como respuesta a una felación anterior. Llegado el momento de la follada, intenté servirle la mitad del miembro.

—Puedes dármelo entero, cariño. Yo soy de vagina honda y ancha, como sabe mi hermano. Por eso él te ha hecho venir aquí… ¿Acaso no crees lo que te estoy diciendo?

La realidad llegó en el momento que nuestros genitales descomunales se encontraron, sin ponernos frenos. El uno estábamos hecho para el otro, listos para conquistar los clímax más fabulosos…

En seguida comprobé que Teresa era una criatura muy especial cuando se extendía en la cama: recogía las piernas hacia atrás y me ofrecía su caliente alojamiento. Un chiribiqui en el que penetró mi pollón con una facilidad impresionante. Además ella me ayudó:

—Quiero sentir todo lo que me metes —susurró al mismo tiempo que apretaba los labios vaginales con unos dedos tranquilos.

Pronto advertí que era muy difícil verla alterada, ni siquiera nerviosa. Todo lo realizaba con una pasmosa tranquilidad, quizá porque es enfermera y está casada. La ventaja estuvo, además, en que como quería gozar se entregó por completo, sin concesiones a lo que yo pudiera opinar.

Por esta causa me acompañó en cada una de mis emboladas, luego de ofrecerme como una especie de mesa con su cuerpo. Las clavadas me resultaron muy sencillas. Porque la deseaba con la misma intensidad que necesitaba el aire que respiraba. Nos hicimos fuego…

Un deseo hecho llamaradas que no me condujo a la locura, sino a una excitación que intenté controlar. A la manera de un bombero que combate un incendio inapagable. Sin rendirme a pesar de que comenzaron a fluir los orgasmos de Teresa. Una hembra que se hizo, en ocasiones, niña golfa sólo para mí. Su más devoto amante, al poder entrar en un chiribiqui de mi tamaño.

Ya habíamos dejado los dos de creer que nunca encontraríamos a un amante de nuestra talla. Estaba follando con una rubia poseedora de un cuerpo pictórico y de un chiribiqui que calzaba mi pollón mejor que un preservativo. Además me permitía soltar el esperma…

Antes de que llegase este desenlace, habíamos podido recorrer todo el piso de Félix, el cabo primero, desde el sofá de la sala de estar a la gran cama del dormitorio.

Juegos de penetraciones que me permitieron visitar todas sus «bocas»; sin embargo, fue la vaginal mi preferida. Aunque la anal también ofrecía sus ventajas. Claro que ésta había sido la favorita de algunos de los hombres con los que Teresa se había acostado. Nadie me lo había contado; pero estas cosas las aprendí con tía Julia, la murciana.

Lo que importaba era disponer de una criatura tan excepcional. Sólo lamenté que nuestra relación nada más que pudiésemos disfrutarla dos veces al mes, debido a los compromisos de ella. Tiene que cumplir con su marido y con otros hombres que yo no conozco.

Por la forma como he escrito lo anterior, es posible que las gentes de «polvazo» hayáis creído que tengo celos de estos últimos. Algo que no me impide soñar con el «caliente y amplio alojamiento» que la enfermera me facilita. Por mi parte salgo con algunas chicas…

A todas éstas me las follo sin ningún compromiso, sirviéndoles media o dos tercios de polla. Siempre pienso en el momento que pueda encontrarme con Teresa. La quisiera sólo para mí, a pesar de saber que este sentido de posesión fue otra de las cosas por las que perdí a tía Pilar. Pese a mi edad, no debía contar más de 18 años, la perseguía por toda la casa, queriendo joder a cada instante.

Como tenía la autorización de mis padres, lo mismo le levantaba la falda y le bajaba la braga para clavársela estando preparando ella la comida o si se encontraba lavando la ropa.

Aquello fue un período de satiriasis por mi parte, que convenció a tía Pilar que debía marcharse aunque siguiera encaprichada de mi miembro. Como la presión de nuestra familia le empezaba a resultar excesiva, mi persecución terminó por convencerla de que debía abandonarme.

Su partida me costó muchas lágrimas y bastantes pajotes. La cosa se arregló cuando conocí a una vecina muy ajamonada, a la que nunca pude servir todo mi pollón pero que me terminó por «civilizar» en esta materia…

Por otra parte, lo mejor era sentir que los testículos me iban a reventar y, en el momento justo, saber que podía depositar mi esperma en el chiribiqui de Teresa. De verdad, esto no tiene precio. Es lo que me hace permanecer a su lado, aunque «sea tan pocas veces»…

Por lo general nos encontramos en la casa de Félix, su hermano. Solos. Los dos parecemos unos hambrientos ante la puerta abierta de un frigorífico repleto de la mejor comida y la bebida más tentadora.

Materialmente estamos desnudos, gracias a que somos tan puntuales como ansiosos por gozarnos. Casi no nos besamos, ni acariciamos. La certeza de que se va a producir el ajuste de nuestros genitales, nos conduce a la cama con gran celeridad. No buscamos unas posturas muy especiales: yo encima y ella debajo.

Donde nos recreamos es en sentir cómo se acoplan nuestras carnes internas, de qué manera mi polla entra en una gruta amiga, que la recoge con sus caldosidades y cerrándose o abriéndose alternativamente. Al principio echábamos la cabeza hacia atrás y cerrábamos los ojos. Ahora nos miramos con la admiración que sentimos. Nadie en el mundo nos podría dar más.

Sin embargo, están los condicionamientos sociales y laborales de ella. Quiere a su marido y no desea separarse de él; y a los otros hombres los necesita para defender su puesto de trabajo…

—¡Gracias, Miguel! —me dijo el cabo primero un día antes de que yo me fuese a licenciar—. Mi hermana estaba a punto de operarse para reducir el cuello de su vagina, porque con su esposo y los otros tíos debe fingir los orgasmos. Le gusta joder, debido a que tiene un cuerpo muy sensible a las caricias y a los besos; no obstante, continuamente le quedaba la insatisfacción de no sentirse «llena». ¡Contigo siempre lo consigue!

—Pero sólo nos vemos dos veces al mes.

—Debes comprenderlo. Ella tiene un hogar, el cornudo de su marido y un trabajo.

—¿Te has acostado alguna vez con tu hermana, Félix?

—Pues… sí. No puedo engañarte, Miguel. Pero mi polla tampoco «la llenó». Creo que le debía algo, como hacer que los dos os conocieseis al disponer tú del miembro que mejor podía «llenarla»…

Esta es mi experiencia. Confío en que merezca el honor de ser incluida en vuestra extraordinaria publicación de relatos eróticos.

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