¡Vaya par de golfas!

Somos Manolo y Santiago, tenemos 18 y 19 años y somos primos. Nuestros padres son hermanos y nuestras madres amigas de la infancia. Las dos estuvieron juntas en un colegio interno, donde compartieron el mismo dormitorio.

Un día que mi tía había venido a casa, mi mamá me preguntó:

—Oye, Manolito, ¿vas a salir?

—Sí, ahora mismo. Volveré para cenar.

No acababa de llegar a la calle, cuando recordé que debía volver porque me había olvidado una novela en la mesa del recibidor. La quería leer mi primo. Entré sin apenas hacer ruido. De verdad que no lo hice intencionadamente. Y me fui a encontrar con que mamá y la tía se estaban besando en la boca; luego, una de ellas dijo:

—¡Como vamos a disfrutar esta tarde!

Las dos se miraban que se comían mutuamente.

—¡Anda vamos a la cama! —intervino mi tía—. ¡No quiero perder más tiempo!

El corazón me dio un vuelco. No podía creer que fueran unas tortilleras, de las que «pasan» de los hombres. Pese a esta reacción, me pegué a la pared y procuré no perderme nada de lo que fuese a ocurrir allí mismo.

—¡Cariño mío, hace días que no nos veíamos! —oí decir a mamá—. ¡Me tenías loquita de soledad!

—¡María, reina, qué gusto me das! ¡Qué bueno es disponer de tu cuerpo desnudo! —exclamó mi tía—. ¡Sí, sí… No me cansaré nunca de recibir tu lengua tan sabrosa…! ¡Me deshago de tanto placer…! ¡No sé qué habilidad es la tuya… Pero no acabas de ponerme las manos encima, y ya se me ha abierto dos veces el grifo del chumino…!

Yo no podía verlas, pero me llegaban claramente sus palabras. Supuse que habían hecho una pausa. Después, volví a oír a mamá:

—Vamos a tortillear, nena mía. ¡Te gozaré igual que si fueras mi mujer y yo tu marido! ¡Ábrete de piernas… Sí, ya puedo encajarme en ti! ¿Te das cuenta lo bien que se frotan nuestros coños?

—¡Puerquecita calentona, entrégame tu raja…! ¡Ay, que frotaciones más deliciosas… Y cómo besas, macizorra…!

—¡Mete tu lengua en mi boca… Mmmmm! ¡Yaaaa… Bien, ahora la quiero en mi chichi…!

¡Qué bien me lo mamas! ¡Lo estamos pasando fenomenalmente… Lo haremos todas las tardes…!

—¡Adelante, María! ¡Comienza a mover tu culazo gordo sobre tu «mujercita»… Ya he gozado dos veces…!

Debieron volver a tomar un respiro, pues ya no conseguí escuchar sus voces. De pronto, me llegaron unos ruiditos que parecían besos y chupetones. Al momento, se repitieron las exclamaciones orgásmicas:

—¡Me estoy comiendo el culo de mi «mujercita»… También daré cuenta de tus tetas…!

¡Montemos un sesenta y nueve, para devorarnos los coñitos al mismo tiempo…!

—¿Cuánto caldito quieres beber de tu María?

—¡Ya sabes que tu Amparín te dará siempre lo que le pidas! ¡Adelante, ponte encima de mí!

Así permanecieron por espacio de una media hora. Luego, mamá dijo:

—Quiero que vuelvas pasado mañana, pues estaré toda la tarde sola, reina mía.

Corrí a esconderme en mi habitación, para que no me sorprendieran. Antes le había dado por dos veces a la zambomba, sin detenerme hasta que me salió la leche. En la cama repetí este juego, pero me empapé los calzoncillos. Por la noche seguí esta tarea. Y eché la «mascada» en la misma prenda, con el propósito de que mamá se diera cuenta.

Pero no sucedió nada sobre este tema. Claro que las dos mujeres me dieron motivos para la masturbación masiva. Dos días más tarde se encontraron en el mismo escenario. En aquella ocasión pude contemplar el espectáculo, ya que utilicé un berbiquí de carpintero para hacer un agujero en la pared más alta de la puerta.

Las vi morrearse salvajemente, frotarse los cuerpos como si fueran epilépticas y comerse los coños con una glotonería de muertas de hambre. Algo demencial, que me arrastró a seguir haciéndome más pajas que un mono.

Bueno, todo se lo conté a mi primo Santiago. Y preparamos las cosas para que él también pudiera ver lo que sucedía en mi casa. Minutos antes de que se produjera el encuentro entre nuestras madres, hicimos el simulacro de que salíamos de casa, pero nos encerramos en mi habitación.

Nada más contemplar el numerito, Santiago se quedó anonadado. Tanto que ni siquiera me dejó poner el ojo en el agujero. Sin darse cuenta de mi presencia, de una forma mecánica, se hizo dos pajas mientras continuaba mirando a las dos tortilleras.

Por fin conseguí sacarle a la calle, en el momento que calculé que ellas estaban a punto de terminar. Estuvimos hablando sobre el tema, hasta llegar a la conclusión de que debíamos conquistarlas. Cada uno a la madre del otro. A mí se me ocurrió lo siguiente:

—Me parece que te va a costar convencer a mamá. Como sólo le gustan las mujeres.

—Lo mismo podría decirte yo a ti, Manolo.

Llegó el mes de junio y nos fuimos a la playa a bañarnos. Tomamos un poco el sol. Una de las veces nos adentramos en el mar hasta una zona en la que no hacíamos pie. Como mi tía no sabe nadar, se cogió de la mano de mamá y de la mía. Al momento se me puso la polla tiesa del todo.

En uno de los movimientos logré apresar a mi tía por detrás. La sujeté por la cintura y le metí la entrepierna en su culo. Yo estaba apoyado en la arena del fondo, mientras que ella debía agarrarse a mí pues es más baja. Al poco rato le dije:

—¿Ves lo bien que estamos? No debes tener miedo, pues te mantengo sujeta. Entonces se me ocurrió llevarle su diestra a mi polla. Ella quiso retirarse del contacto, pero se lo impedí y la susurre:

—¡Tieta, si esto es mejor que cualquier otra cosa!

Mamá estaba nadando a bastante distancia, en compañía de mi primo.

—¿Quieres desvirgarme, tieta? Serías la primera mujer que follo.

— ¡Chico, qué descarado eres! ¡Se lo diré a tu madre, para que se entere de lo sinvergüenza que es su hijo!

La mantuve bien sujeta por la cintura; mientras, la seguía hablando:

—Tú no le contarás nada, amor mío. ¡No pienso más que en ti! Me la he meneado muchas veces a tu salud, ¡después de ver los numeritos que montas con mamá en nuestra casa! Ya sé que el tío te tiene muy abandonada, y que quieres mucho a mamá desde que estuvisteis en el colegio…

Ella se quedó muda. Tardó en reaccionar; luego, consiguió decir lo siguiente:

—Manolín, espero que sepas guardarnos el secreto. ¡Como premio tu tía te complacerá en todo lo que le pidas!

La di un beso en los labios, ya que nos encontrábamos muy separados de los curiosos y de mamá y Santiago. Por otra parte, estos dos llegaron al final, pero con otro sistema. Según me contaron, él consiguió enseñarle la polla tiesa bajándose el bañador de una forma aparentemente accidental.

—¡Cochino, tápate ahora mismo! —exclamó mamá.

—¿Por qué? Preferiría que me dieras unos besitos aquí mismo, en lo que ves. ¡Lo estoy deseando desde que te descubrí tortilleando con mi madre! Mi primo fue el primero que os pilló: ¡y ahora lo dos no cesamos de meneárnoslas pensando en vosotras!

 —Confío en que no se te ocurra contar a nadie lo que acabas de hacerme oír, Santiago. ¡Tu tía hará lo que le pidas!

De esta manera cerramos un trato muy interesante. Aquella misma tarde, nos vimos en la casa de mi primo. Mi tía Amparo y yo nos dimos la lengua, en un beso de novios que han decidido follar. Después, los cuatro nos metimos en el mismo dormitorio.

Nos pusimos todos en cueros en seguida. Ellas se amorraron a los coños; pero alternando la actividad, para encargarse de nuestras pollas. Cuando estaban a punto de alcanzar el orgasmo, se separaron y nos ofrecieron las rajas para que se las lamiéramos. Sin embargo, en el momento de ir a follar, Santiago y yo cambiamos de idea. Preferimos hacerlo con nuestras propias madres. Nos estrenarían ellas; luego, ya buscaríamos la otra variante.

Yo me empotré entre las piernas de mamá, que me cogió la polla y se la puso entre los labios vaginales. Estaban chorreando. Le di un fuerte apretón. Y ella me pasó las piernas alrededor de los riñones, invitándome a bombearla. A la vez, no paraba de darme besitos y de decirme:

—¡Rey mío…! ¿Qué le haces a tu mami! ¡Me estás matando de gusto…! ¡Me has hecho sufrir mucho al descubrir nuestro secreto… Pero ahora me lo compensas maravillosamente! ¡Ya no tendremos necesidad tu tía y yo de tortillear, porque buscaremos a los dos…! ¡Ay, ya me viene el orgasmo, amor mío…!

—¡Toma, mami, los dos a la vez…!

Mientras descansábamos, me di cuenta de que también la otra pareja se había tomado un respiro. Entonces Santiago me dijo:

—¡Fíjate, Manolo, voy a por el tercer bombeo sin sacarla del coño! ¿Qué te parece si hacemos un campeonato?

Nuestras madres se miraban con una sonrisa en los labios. Y fue la mía la que exclamó:

—¡Hemos salido ganando con el cambio, Amparín!

Ya nos fuimos a materializar el polvo número tres sin sacarla. Y en el momento que desmontamos de nuestras parejas, ellas se acercaron y empezaron a darse la lengua. De vez en cuando hacían una pausa para comentar lo bien que lo habían pasado.

A mi primo y a mí aquello no nos importó. Porque nos excitaba verlas comerse el coño y beberse los caldos que iban manando con abundancia.

—¿Qué os gusta más, mami? —le pregunté yo.

—¡Las dos cosas son tan buenas, que es absurdo que nos perdamos alguna! —contestó mi tía.

Ya disponíamos de unas vergas en excelente forma. Pero ellas nos dedicaron unas mamadas, para fortalecerlas todavía más. Luego, se alternaron en el trabajo, ya que deseaban beberse la lechecita de sus sobrinos.

Durante la tarde siguiente estrenamos sus culos, después de unos procesos de limpieza de tripas con unas lavativas que les aplicamos. También les pusimos vaselina, una vez que dejamos la entrada de los anos reblandecida a fuerza de lengüetazos.

Santiago y yo cambiamos de panderos a perforar. Nos pusimos vaselina en los carajos, y entramos en combate. Taladrando fácilmente los «pozos negros».

—¡Disfruta con el culo de tu mami, hijo mío! ¡Aprieta lo que quieras… Sigue, sigue… Lo estás haciendo muy bien, rey…!

Los grititos de ambas eran muy similares. Una vez alcanzamos la primera eyaculación en esta posición gloriosa, volvimos a cambiar de pareja. Mi tía Amparo me ofreció un pandero generoso, fácil en el momento de cabalgarlo y que se cerraba perfectamente alrededor de mi carajo… ¡Cómo no! Las palabras que nos cruzamos fueron de lo más incendiarias:

—¡Hemos encontrado lo mejor para disfrutar entre estas cuatro paredes, Manolín… Dame fuerte… que yo lo aguanto todo…!

—¡Dispones de un rinconcito delicioso, tía!

Perdí la cuenta de las corridas que alcanzamos. No merecía la pena contarlas. Lo suyo era disfrutarlas al máximo. Luego pasamos los cuatro por el cuarto de baño. Al regresar a la habitación, ellas se sentaron juntas en un lateral de la cama, pero con los cuerpos echados hacia atrás y con unos cojines debajo de la cabeza.

—¡Queremos que nos lamáis los coños, chicos! —dijo mamá, muy golfa.

Las dedicamos una verdadera obra de arte, pues estábamos loquitos de felicidad por lo mucho que nos estaban ofreciendo. Nuevamente nos bombardearon con sus expresiones orgásmicas. Y al despedirnos, permanecimos más de cinco minutos dándonos la lengua en un beso que ninguno queríamos terminar. Habíamos construido algo tan extraordinario que nos dolía ponerle el fin, aunque supiéramos que lo podíamos repetir los días siguientes.

Para mejorar nuestras prácticas sexuales sucedió que mi padre llamó porque tenía que salir de viaje. Esto nos proporcionó una mayor libertad en todos los sentidos. Pasé una noche con mamá de miedo. Como si no sintiéramos cansancio lógico de lo gozado durante toda la tarde. Le volví a chupar el coño, repitiendo más de cuatro veces. Y ella me hizo dos mamadas tragándose mi leche.

Todo lo anterior sirvió para preparar la gran follada por delante y por detrás, sin colocarnos ninguna barrera. Nuestra imaginación sexual no dejaba de contar con elementos para seguir desarrollándose.

Al día siguiente, nada más entrar en casa de mi tía, a mamá se le ocurrió mejorar la follada para que adquiriese el valor de una orgía. Todo consistió en que yo se la metiera en el coño, estando tumbado boca arriba en la cama; a la vez, mi primo se la endiñó por el culo; y, por último, mi tía le puso el coño en la boca… ¡Una conjunción extraordinaria, en la que nada dejó de funcionar a la perfección!

Después, como es lógico, le tocó a tía Amparo ser la receptora del mismo triple regalo. Por este motivo ellas nos comieron a besos, reconociendo que nuestra aportación había sido decisiva.

—¡Gracias por demostrarnos que no somos únicamente tortilleras! —dijo mamá—. Lo que sucedía es que no contábamos con los machos bien dotados que nos supieran tratar como nosotras necesitamos.

Al despedirnos volvieron a regalarnos con cientos de besos…

A pesar de que lo haya contado en presente, como si hubiera sucedido ahora, aquello corresponde al año 2010. Mamá tenía 37 años y mi tía 38. Las dos son de piel muy blanca, tienen el pelo negro —un poco castaño— y son altas y algo llenitas de carne.

Tía Amparo se quedó viuda. Como la casa es muy grande, mi padre le invitó a vivir permanentemente con nosotros. Esto nos ha facilitado muchísimo las cosas. Las orgías son más discretas, ya que no tiene que producirse el traslado de un edificio a otro. Todo sucede en el mismo escenario, y sin que los vecinos puedan ni siquiera imaginar lo que hacemos y lo bien que Santiago y yo nos lo pasamos con nuestro «par de golfas».

Como mi padre tiene la «buena» costumbre de pasarse toda la tarde en el casino —suele regresar a eso de las tres de la madrugada—, nos deja libre unas horas preciosas.

Colocamos la cadena de la puerta, por si a mi padre se le ocurriera volver a buscar algo olvidado —esto jamás ha sucedido ya que es un hombre muy metódico en sus cosas—, y nos encerramos en la habitación de Amparo… ¡Entonces organizamos una orgía fenomenal!

Es curioso que no hayamos perdido la ilusión en estos años de relación. Mi primo y yo hemos salido con algunas chicas, pero no nos sabe a nada este tipo de experiencia… ¡Como disponemos de tanto en nuestra casa, con unas mujeres, nuestras madres, que cada vez nos parecen más hermosas y golfas en el mejor de los sentidos!