Con tres hembras se goza mejor
Relato enviado por Ángela – Santander
Me quedé de rodillas encima de la cama. Pero me costó levantar mis propias faldas y mostrar mi coñazo seco y hermosísimo. Comencé a desnudarme delante de mis tres mejores amigos —un chico y dos chicas—. Luego, me titilé los pezones provocadoramente.
Entonces, Carlos se dio la vuelta y comenzó a acariciar mi cuerpo moreno, componiendo un gesto de agradecimiento. Pero, fue más allá, porque, además de darme un beso susurrando «¡cómo me gustas, preciosa!», me bajó la mano por la entrepierna. Y con dos dedos me buscó el conejo.
Yo me abrí de muslos, para facilitarle el empeño, sin embargo, mi jefe de negociado pareció entender que aquélla era una vía libre para todo, por lo que metió su cabeza entre los muslos, dispuesto a mamarme el chumino.
Mientras, Sonia se levantaba para buscar un cigarrillo. No llegó a hacerlo, debido a que se quedó contemplando el trabajo que Carlos me estaba dedicando. Sabía lo mucho que yo valía y lo que podía ofrecer y conseguir en aquella orgía de «despedida de soltero».
La titilación de mis pezones le pareció fenomenal. Porque la lengua del macho era larga y ancha y se mostraba áspera y jugosa. Sabía perfectamente dónde aplicar el lametón. A la vez, no dejaba que mi clítoris descansara ni un solo momento; porque cuando su lengua iba en busca de otras profundidades, su dedo experto se hallaba en mi pequeño y sensual órgano.
Carlos consiguió llevarme a unas alturas de placer muy escalofriantes; luego, prosiguió allí, chupando los jugos de mis orgasmos y limpiándolos hasta dejarme libre de todo rastro. Por último, abrazándome, se pegó a mí y me penetró…
La primera follada estaba funcionando. Porque Sonia y Maruja se besaron, sacando kilómetros de lengua; se chuparon las tetas; se mordieron los pezones y, después, la primera se arrodilló ante su amante y le abrió con sus dedos los grandes labios del coño.
La excitadísima Sonia pudo ver la carne rosada y húmeda; y sin concederse demasiado tiempo para la admiración, penetró en la raja con su lengua para dedicarse al clítoris… ¡No lo dudó ni un segundo más,y se lanzó en busca de su propio placer!
Encontró el ácido sabor del chumino de Maruja. Y ésta guió los dedos femeninos y los llevó a los puntos justos; después, le aferró el índice de la otra mano, y se lo introdujo en el ano. Las dos mujeres estaban disparando sus pasiones. Aquello les gustaba hasta enloquecer y también les enardecían los movimientos que daban mientras gemían de felicidad.
Pero, más tarde, ambas se concentraron en regalar con sus caricias a Carlos. Yo preferí retirarme a un segundo plano. Mis amigas chuparon la polla de nuestro jefe de negociado – todas éramos sus colaboradoras- acaso con la «rabia» porque se fuera a casar, al día siguiente, con otra. Hasta que él, con voz ronca, les advirtió que iba a «regarles con su leche».
—¿Quieres chocho? —le preguntó Sonia— ¡Pues vas a tenerlo!
Ella se tumbó en la cama, abrió las piernas y le mostró el coño; seguidamente, amplió la abertura de sus labios mayores para «enseñarle» por dónde quería ser penetrada. Y el hombre, emocionadísimo y casi sin aliento, hundió su polla en aquel pozo repleto de promesas.
¡Qué fabulosa impresión obtuvo!
Le pareció que su falo acababa de entrar en un túnel, cuyas paredes resultaban auténticas ventosas, que le apretaban y le hacían temblar por cada centímetro de su piel. Por este motivo, no logró retener unos gemidos de placer.
Y antes de que fuera a eyacular, Sonia se sacó la picha del chocho y le hizo verter el esperma en su boca. Luego, con los labios y la boca imitó un movimiento semejante a las contracciones del chichi, proporcionándole un inmenso placer. Carlos gritó como un loco.
—Ahora, tesoro, vas a mirarnos un poco —le anunció Maruja— Porque Ángela y yo queremos divertirnos.
Pero no, ¡fuimos las tres juntas las que nos echamos sobre el hombre!
Comportándonos con una amplísima generosidad, pues nos preocupaba al máximo el goce de Carlos. Dejarle seco el depósito para cuando tuviera que «cumplir con su mujercita recién estrenada». Sólo había que observarnos unos minutos para comprender nuestras intenciones.
¡Cómo se hundían nuestras lenguas en los cojones, la polla y el agujero del culo!
Parecíamos perritas hambrientas; al mismo tiempo, los dedos penetraban por todas partes, ya que no sólo queríamos «poner a parir» a Carlos. Parecía como si dispusiéramos de todas las manos de la diosa Kali de los hindúes.
Nuestro jefe de negociado babeó de emoción. ¿Cuántas eyaculaciones se podían apuntar en su lista durante todos los minutos de aquella orgía? Mientras, nosotras parecíamos agotadas por los orgasmos que acabábamos de proporcionarnos. Sin embargo, tardamos muy poco en ocuparnos de él. Maruja se colocó como una perrita, con la cabeza apoyada en los brazos, que dejó cruzados en el suelo, cerca de la cama, para mantenerse con el culo alto.
Luego, Sonia y yo le guiamos la polla, juguetonas; y le ayudamos a meterla en aquel estrecho agujero, que prometía paraísos inimaginables.
Después, Carlos se deshizo en aquella estrechez. Movió la verga con habilidad, hasta que yo le indiqué que la sacara. Para chupar el ano de Maruja ya que así lo conseguiría lubricar para la sodomización. Todo era algo fastuoso, deslumbrante. Porque en aquellos momentos lo que sobraban en nuestras oquedades eran caldos y jugos.
Al cabo de cinco minutos de chupar el culo de Maruja, la follada trasera resultó perfecta; además, como también yo le había titilado el coño, Maruja se encontraba totalmente a punto. Así pudo él satisfacer hasta los topes sus anhelos sexuales. Y cada vez que notaba su polla demasiado apretada, la extraía para humedecerla un poco con nuestras bocas. Definitivamente, la introdujo por delante… ¡Para volver a correrse, fuera, en la boca de todas nosotras!
—Si supieran los jefes que conseguimos la máxima producción de la empresa por lo bien que nos entendemos sexualmente — dijo Carlos, bromeando al dar por finalizada la orgía— Podrían despedirnos…
—¡O patentar el método para repetirlo en todos los negociados! —repliqué yo— Recuerda que nosotras te presentamos a la hija del dueño, para que te casaras con ella. ¡Es tan tonta la pobre que ni se dará cuenta de que «le llegas» bastante descargadito de semen!
Las carcajadas se hicieron un coro; mientras, nos vestíamos. Luego, las tres nos miramos seriamente. Por mucho que hubiéramos gozado, sabíamos que ya no sería igual en el futuro. Una esposa siempre ata bien a su marido…