El placer estaba en mi casa

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Vivo con mis padres en un pueblo de la costa, a unos quince kilómetros de Málaga. Mi madre y mi padre, puedo oírlos a través de la puerta de su dormitorio, suelen disfrutar de unos extraordinarios orgasmos a juzgar por sus espasmos y los chillidos que pegan.

Mi madre es una mujer que, pasando de los cincuenta años, mantiene una espléndida figura. Sus piernas son carnosas, largas y suaves; y posee unas tetas grandes, muy duras, que son admiradas por todos los hombres cuando toma el sol en traje de baño echada en la playa, que dista de casa unos doscientos metros.

Recuerdo que en cierta ocasión, tendría yo unos veinte años, los dos estábamos sobre las toallas tomando el sol. Un señor mayor que ella la estuvo piropeando, hasta que advirtiendo el caso omiso que mi madre, se llama Laura, le hacía, optó por largarse a un chiringuito, en el que servían unas magníficas gambas a la plancha. Cansada de tomar el sol, mi madre me dijo que volvería pronto. Precisamente se dirigió al mismo chiringuito.

Pasó el tiempo, una media hora, y no aparecía. Decidí ir en su búsqueda. Cuando me quedé estupefacto al observar que entraba en un cercano hotel, de los que solo abren en verano, acompañada por el moscón que antes le había estado piropeando.

Transcurridos los tres años, ambos nos manteníamos sin hacer ni un solo comentario respecto a lo que acabo de escribir. Existía una cierta complicidad, reconociéndolo tácitamente, sobre aquel suceso, que a mi me había merecido el calificativo de una simple aventura pasajera. Sin embargo, hace tan solo cuatro meses, sucedió algo que sin duda cambió mucho las relaciones entre mi madre y yo. En sí constituye la base de la experiencia que os estoy contando, amigos y amigas míos.

Era un día de esos en los que mi padre, jefe de compras de unos grandes almacenes, dijo que volvería a casa a medianoche. Mi hermana andaba de viaje de estudios en Lisboa y yo había dejado el recado de que no regresaría hasta las diez en punto, debido a que tenía que ir a estudiar a casa de un amigo. Sin embargo, Félix, mi compañero de carrera, se hallaba en la cama con cuarenta de fiebre. Esto hizo imposible que pudiéramos dedicarnos al estudio. Opté por regresar a casa.

Una vez en el piso, escuché unas grandes carcajadas que venían del cuarto de mis padres. Al momento pude ver, por el agujero de la cerradura, a mi madre cogiendo el grueso cipote de un hombre, que era el moscón de la playa, para llevárselo a la boa. Se estremeció al chuparlo con una enorme avidez.

-¡Chupa, chupa más, cariño ¡A fondo… Toda mi leche va ser tuya, amor… Podrás beberte hasta la última gota…!

Mi madre apretaba con furia los labios alrededor de aquel inmenso glande. Quitándoselo poco después de la boca, se lo pasó por la nariz, la barbilla, la orejas y, de nuevo, lo devolvió a su boca. Le aplicó unas absorciones como yo no había visto realizar en toda mi vida, ¡ni siquiera en los vídeos pomos!

Provocó la eyaculación. Esta fue profusa, con grandes chorros de un semen espeso, que ella dejó que bañara sus tetas… ¡Vaya ubres las de mi madre! Eran impresionantes, duras y con pezones oscuros y erectos, que en aquellos momentos se veían cubiertos casi en su totalidad de leche masculina.

Me dieron unas ganas terribles de entrar en el dormitorio, para exigir que ella también me la chupase a mí; pero opté por ir al cuarto de baño a gozar de una paja extraordinaria a la salud de lo que acababa de presenciar.

Después hice como si tal cosa, aparentando que nada de lo que realizase mi madre me importaba. Saludé a los dos muy educadamente, cuando salieron del dormitorio para dirigirse al aseo enrollados en la misma toalla. Luego, en el momento que aquel hombre se hubo marchado, convine con ella que no diría nada de lo que acababa de ver.

Pasaron los días. Hace unas tres semanas, precisamente un domingo que mi padre tenía una convención, vino a comer a casa mi tía Carmela, que es una mujer un poco menor en edad que mi madre. Siempre maquillada de una forma muy sensual. Después de tomar café, dejé la mesa para ir a mi habitación a oír música.

Al poco rato sentí sed y bajé a la cocina a por una bebida. Al pasar por el comedor, observé cómo tía Camela le enseñaba a mi madre las piernas, al mismo tiempo que le hablaba de los milagros de la depilación láser.

Nada más descubrir que yo estaba contemplando las piernas extraordinarias de mi tía, mi madre me preguntó:

– ¿Qué, Antonio? Te gustan, ¿no es verdad?

Yo asentí con la cabeza, porque evidentemente el numerito me satisfacía una enormidad. Entonces, ni corta ni perezosa, mi tía se quitó la falda.

– Supongo que así te resultará más fácil mirar. Acércate, guapo.

Me aproximé, con lo que me resultó más fácil observar el bulto y los pelos del pubis, que sus mini braguitas apenas tapaban.

– Tu madre también las tiene muy bonitas. ¡Vamos, enséñaselas, hermanita!

Mi madre se hizo un poco la estrecha, alegando que yo se las había visto muchas veces; pero después accedió. Aquellas macizas cuatro piernas ante mis ojos, dieron origen a que mi polla aumentase algo su tamaño. Acto seguido, tía Carmela dijo que sus muslos eran mucho más suaves, a lo que mi madre se opuso. Discutieron durante unos momentos, hasta que tía Carmela me pidió que yo les tocara a ambas y, luego , juzgase.

Evidentemente, las empaté de nuevo. De pronto, observando el bulto que se había formado en mi pantalón, tía Carmela empezó a tocármelo sin darme opción a reaccionar; mientras, mi madre se reía.

– ¡Oye, Antonio, qué paquete se te ha formado! Tú no te acordarás, ¡pero de pequeño yo te lavaba lo que guardas aquí! ¡Fíjate, era así, así…!

Diciendo esto empezó a frotar sobre la tela del pantalón, hasta que creí que mi erección iba a romper la cremallera y todo el jeans. Entonces fue mi madre la que dio comienzo al juego más pícaro…

– ¡Sácasela, Carmela, y verás lo mucho que le ha crecido desde que tú y yo le hacíamos esto!

Mi tía no se lo pensó dos veces. Me abrió la cremallera, con lo que saltó mi polla en busca de su libertad, provocando la exclamación de las dos mujeres. Un hilillo se semen brotaba en la punta. Acaricié de nuevo aquellas piernas cada vez más cerca de mí. Además restregué, luego, mis manos por las turgentes tetas de ambas.

Los pezones que tuve en mis manos parecían verdaderos fresones, que me cuidé de chupar alternativamente. Las dos se restregaron sus cuerpos calientes al sentirse tan excitadas. Sus ávidas lenguas sobresalían por los labios, relamiéndose de gusto ante la visión de mi polla, que estaba erecta al máximo. Nuestros jadeos se fueron intensificando sin pausa ante las caricias que entres los tres nos proporcionábamos. Mi tía se puso de rodillas ante mi polla y empezó a masturbarme.

– ¡Qué maravilla de estaca… La quiero… Es mía, mía… Ahh… Aaahhh…!

Palpó mis bolsas llenas a rebosar. Descapulló el amoratado glande, goteante ya de un gusto total. Y situándolo en el desfiladero de sus tetas aterciopeladas, lo apretó. Mi madre, pude verlo de reojo, había introducido sus dedos en su braguita tanga y jadeaba gozosa al restregarse un clítoris que yo no había conseguido contemplar antes; pero que, sin duda, esperaba recibir mi manguera, en aquel momento demasiado activa…

Mi primera eyaculación no podía hacerse esperar por más tiempo. Rocié aquellas tetas de denso semen, que brotó como una fuente durante demasiado tiempo atascada. Tía Carmela soltó unas exclamaciones de satisfacción ante aquella lluvia blanquecina, consiguiendo a la vez, conjuntamente con mi madre, un orgasmo extraordinario. Yo quedé alucinado.

Las dos hermanas, súper excitadas, no dudaron en bajarse las braguitas y mostrarme unas pelambreras perfectamente cuidadas. Sus sonrosados chochazos rezumaban jugos. Mi madre se acercó a donde yo estaba y, olvidándose de que era su hijo, lamió el esperma de la punta de mi capullo, que se hallaba totalmente reducido al tamaño normal. ¡Vaya lesbianorrasl

Después la vi levantarse toda temblorosa y, con un andar sensual, se dirigió hasta el dormitorio, de donde regresó con un gigantesco vibrador, que introdujo entre los labios vaginales de tía Carmela. Ésta profirió varios pequeños gritos; mientras, mi madre le endurecía con sus besos los pezones.

Aquella visión empalmó de nuevo mi picha, que perdió muy deprisa su flaccidez. Ni corto ni perezoso abracé a las dos y les propuse un juego para desempatarlas dentro de un concurso muy erótico.

Mirad, vais a lamerme la picha alternativamente. La que logre que mi leche le salpique primero la cara, tendrá, derecho a la follada final de la tarde…

Así fue como, por turno, me jodí a mi tía y a mi madre, dentro de una orgía descomunal. Todo resultó tan agradable y caliente, que lo hemos repetido muchas veces en unas sesiones de lo más imaginativas…

Lógicamente, los tres sabemos que estamos gozando de una relación esporádica… ¡Aquí radica lo mejor de la misma! Cobrar conciencia de que en cualquier momento tendremos que volver a la «normalidad», nos lleva a apurar los goces, a ser más aventureros de lo que podríamos suponer antes de enrollamos sexualmente.

Lo que no se me ocurre a mí, surge de las mentes calenturientas de ellas. Precisamente fue tía Carmela la que nos propuso que enviáramos el relato a polvazotelefonico; y yo me he encargado gustoso de esta tarea.

Relato Enviado por Antonio – Málaga

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