Lengua en mis ingles

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Dando marcha atrás en mis recuerdos quiero escribir algo que sucedió al principio de mis experiencias sexuales. No puedo precisar cuándo, pero sí que estoy segura que sucedió por decidirnos a jugar a «papás y a mamás». Mis amigos y yo estábamos en una habitación. Pilar dijo:

—Visíteme, doctor. Estoy embarazada.

Se había colocado sobre el vientre y debajo de la bata una almohada. Nada más que cesaron nuestras risas y gritos, fue Pedro el que comentó:

— Pero, mujer, ¿cómo es posible si yo que soy tu «marido» no he hecho contigo lo que hacen nuestros padres con nuestras madres? Tendríamos que reparar ese error.

—Tienes razón. Vamos a resolverlo —aceptó mi mejor amiga, quitándose la almohada.

Entonces Luis me dio un empujón y me aconsejó lo siguiente:

—Dejémoslos solos. Sí quieres lo veremos desde la ventana.

Salimos a una galería muy grande y utilizamos el mirador que él me había propuesto. Cuando nos asomamos, Pilar se había recostado en un tablero. La bata se mantenía abierta y sus piernas se ofrecían al descubierto. Y Pedro se le había echado encima. Empezó dándole besos, sin que ella se dejara besar de tanta risa como le entraba. Pero él le metió la mano por debajo, para levantarle un poco el culo. No entendí lo que estaba haciendo. Oímos un grito de nuestra amiga y apreciamos que ésta pretendía quitárselo de encima. Lo consiguió después de una lucha terrible. Por último se escapó llorando, mientras el chico se metió su picha en la bragueta.

Por mi parte, como me había sucedido otras veces, tenía a Luis detrás y apoyado en la espalda. Yo estaba un poco inclinada para ver mejor y con mayor comodidad. En el mismo momento que Pilar abandonaba la habitación, advertí que entre mis piernas se estaba escurriendo la leche del chico que tenía pegado a mi trasero. Después salí corriendo a casa, para lavarme, ya no quise saber nada de aquel tonto jueguecito.

Como es lógico, más adelante me enteré de todo lo que había ocurrido allí: Pedro se había sacado su cosa con gran maestría, había retirado las braguitas de Pilar y así consiguió desvirgarla haciendo gala de una gran puntería. Ella lo tomó muy a mal. Estuvimos sin hablarle bastante tiempo.

Por aquella época, Pedro centró su atención en mi persona. Sin embargo, un día que había ido a casa de Pilar, me encontró con Luis. Supe que se había producido la reconciliación. Los dos fuimos a una ventana, desde la cual se veía un corralón. Allí se amontonaban virutillas de serrín, paja y otras cosas. Cuando nos asomamos, la misma pareja ya estaba trajinando. Lo contemplamos a la perfección.

Pilar se encontraba preparada, con las piernas abiertas y magreando su coñito. Pedro se había quitado los pantalones. Empezaron la operación. Me sentí dominada por la furia… ¿Acaso los celos?

Entonces Luis supo aprovechar la ocasión y me ofreció:

—Vamos, desahógate.

Se sentó en una banqueta, porque allí no había otra cosa más cómoda. Me bajó las bragas y me sentó en sus piernas. Ya estaba sin pantalones. Me inclinó un poco hacia adelante. La postura era un tanto rara e incómoda, lo que no le impidió metérmela hasta el fondo. Y así es como me echó el primer polvo. Seguimos con otras actividades, pero no las considero tan importantes como las que sucedieron en el corralón. Nosotros lo hacíamos porque queríamos, mientras que allí se estaba librando una especie de batalla.

Ahora debo hacer una mención especial de Ángel, el hermano de Palmira, otra de mis amigas. Para mí resultaba un verdadero ángel. Era el más guapo de todos los chicos que yo conocía, acaso por lo mucho que se parecía a su hermana. Con él jodí todo lo que quise y cuando y como quise.

Sin embargo, tuve una aventura con Joaquín, el hermano pequeño de Pilar. Le llamábamos Quinito. Era la época en la que yo me había convertido en una experta en la materia. Por entonces había aprendido todo lo necesario junto a una serie de amantes, entre los que destacaba el adulto Roberto —un fotógrafo excepcional y un ligón de marca mayor.

Aquella tarde, en cuanto entré en su casa, Quinito vino a mi encuentro.

—Mayte, tengo que hablarte muy en serio — dijo con una expresión bastante interesante.

Quiero aclarar que todo ocurría a las cinco de la tarde, por lo que los dos estábamos solos. Me senté en un sofá y él se arrodilló a mi lado, para empezar a confiarme lo siguiente:

— He visto todo lo que has hecho con mis amigos. También he oído tus «hazañas» con otros. Sé que mi hermana y tú habéis sido repartidas como si fuerais unas «mercancías». Quizá no os dierais cuenta de que a mí me ponían de vigilante, para que no os sorprendieran los vecinos… ¡Mientras, venga a darle trabajo a mi mano derecha! —Estaba compungido y desesperado, por lo que continuó diciendo— ¡Yo me he enamorado de ti! Te he contemplado muchas veces desnuda, porque en lugar de vigilar lo que hacía era miraros. Ni siquiera he conseguido darte un beso…

—¿Lo has intentado alguna vez?

Volví la cara hacia él, colocándola en forma. ¡Uy! ¡Cómo se abalanzó sobre mí! ¡Creí que me estrujaba! Empecé a quitarme las bragas, porque él ya estaba sin pantalones y sin slip. Le encontré preparado. Se echó encima de mí y le cogí la picha para guiarla por el buen camino. En el momento que la estaba apuntando… ¡zas!. Todo su chorretón salió fuera. ¡Bah! Acababa de correrse antes de meterla… ¡Ay, ay, pobrecito!

— Es tu primera vez, ¿verdad —le pregunté.

—Sí.

— ¡Bueno, al menos he desflorado a un chaval!

Me notaba tan dominada por el coraje, por todo lo que Quinito me había dicho y hecho, que terminé reaccionando: ¿por qué íbamos a terminar de aquella manera? Se la cogí, después de ordenarle que se tumbara y me la metí en la boca. Pensé que le iba a dejar exprimido. ¡Adelante! Me lié a chupársela y a pasarle la lengua.

Ya os he escrito que era una experta. Ni me daba asco. Llegó un chorretón, me lo tragué todo y seguí, seguí… El chico no podía estarse quieto. Se movía sin parar, pero le mantenía bien sujeto. Empezaba a delirar y no sé qué tonterías decía. No paré hasta que me convencí de que allí no había nada más que extraer. Después me fui al cuarto de baño, me enjuagué bien la boca y, cuando regresé, le vi totalmente inmóvil.

— ¿Ahora te atreverás a contarles a los demás lo que has hecho conmigo? —le desafié.

— Les diré… todo lo que tú quieras… —balbuceó, muy confundido.

—Me parece que tu depósito no se va a llenar en un mes —bromeé, exagerando con mi ironía—. Tú te has despachado, pero a mí ya puedes figurarte cómo me has dejado. ¡Con que a trabajar, chiquillo!

Hice que se levantara. El pobre ni podía. Me acomodé a mi gusto, le puse de rodillas en el suelo y le ordené:

—Venga, a meter la lengua sin parar hasta que yo te diga basta!

Me obedeció en todo sin soltar palabra. A decir verdad, yo también me despaché a conciencia. No paré hasta que mi coño se sintió bien satisfecho. Quinito sudaba… ¡Qué barbaridad! Me vi sin poder resistir tantos espasmos, hasta que le impuse que se quedara quieto. ¡Jolines! Me quedé deshecha. Volví a casa muy satisfecha por la faena conquistada.

Ahora volveré con mi amante. Me refiero a Roberto. A su lado, un día sí y otro no, ¡tracatrá, tracatrá: polvo viene y polvo va! Yo lo pasaba fenomenal y él también. Verdad, ¿a que no miento, amor?

—escribo esto por si él lee este relato porque jamás le olvidaré—. Ya hacía tiempo que él aprovechaba los momentos de descanso para hablarme de sus cosas. Daba gusto oírle por lo bien que hablaba. Trabajaba en una empresa muy importante, estaba como adjunto a la Dirección y era el hombre de confianza del dueño. Todos los días me hablaba de don José —la vocación de mi amante era la de fotógrafo, pero el dinero lo ganaba con el otro recurso.

Terminé por conocer a José de tanto como él me hablaba del mismo. Y una tarde, cuando iba a subir a su coche, me advirtió:

—Mira, en esa cafetería de enfrente se encuentra mi jefe. Ven que te lo voy a presentar.

En el momento que lo hizo, aquel caballero me saludó de esta manera:

— ¿Es esta Mayte? ¡Claro, no puede ser otra! Nada más verte he pensado: ¡si viene hacia mí «miss Universo»! Bueno, Roberto, ¡esta mujer es un sol… Vaya bombón!

Y siguió hablando. Que diría tan hermoso que pensé: «¡este hombre es fenomenal!». Era alto, fuerte, bien vestido, elegante y muy apuesto. En fin, como a todas las mujeres nos gustan. Contaría unos 40 años, pero con qué «porte» los llevaba.

— ¿A que es muy simpático mi jefe? —me preguntó Roberto, nada más salir de la cafetería.

— Mucho. ¡Y qué bien me ha caído!

A los cuatro o cinco días lo volví a ver en el mismo lugar. También fuimos a saludarle. Hablamos más intensamente y continuó dedicándome sus piropos y alabanzas. Me entusiasmaba oírle. En cuanto nos despedimos, fui yo la que le elogié. Y pasados unos días, me dijo Roberto:

— Hoy sí que dispongo de una película fenomenal. Me la ha traído don José en el viaje que acaba de hacer a Londres. Está en inglés, pero es igual. Como él no la ha visto, le he invitado a que nos acompañe. ¿Te importa?

—Todo lo contrario. Me encantará —afirmé, plenamente segura de lo que decía.

En efecto, al poco tiempo de llegar nosotros al estudio apareció el jefe de mi amante. Siguieron los preparativos para la proyección. Luego nos sentamos los tres en el sofá. No me molestaron para nada. Yo seguí el argumento con interés. Resultaba fuerte, lo más atrevido que había visto hasta entonces. En las secuencias de mayor fuerza, don josé nos hacía de traductor. Creo que empezó a añadir cosas de su cosecha. Pero lo hacía con tanta gracia, que nosotros lo celebrábamos con las carcajadas. Y en el momento que iba a terminar, él exclamó:

—Bueno, luego de contemplar todo esto, no sé dónde voy a ir. ¡Ni tengo fuerzas para ponerme de pie!

—¿Por qué no le ayudas a que se tranquilice, Mayte? —me sugirió Roberto, hablándome al oído.

No acababa de proponérmelo, cuando yo me levanté y caminé hacia el dormitorio. Don josé marchó detrás de mí. Me dio un beso cariñoso de agradecimiento. Lo que siguió después creo que todos lo imaginaréis… ¡Qué atenciones las suyas! ¡Vaya trato sexual! ¡Ni siquiera perdió un átomo de su elegancia en las posturas más atrevidas de la follada! ¡Y de qué forma más educada entendía el Sexo!. ¡Nunca me había amado así ningún otro hombre!. En fin, en este momento que os escribo, no puedo evitar que mi boca emita el suspiro que se ha avivado con el recuerdo…

Mientras me jodía con un gusto exquisito, me dije que tenerle sobre mi cuerpo suponía un premio mayor que el «gordo» de la lotería. Me dije que le llamaría Pepe. Y así le traté en nuestros instantes más íntimos. Luego nos levantamos y se fue en su cochazo. Yo hubiera seguido toda la noche.

—¿Qué te ha parecido?—me preguntó Roberto—. Es mejor que todos nosotros, ¿verdad?

-¡Sí!

Cuando llegamos a mi casa, no le besé como hacía todos los demás días. ¿Por qué? Lo que sí me acuerdo, como si hubiera ocurrido hoy, que por la noche mi dedito hizo muchas «horas extras». A las pocas fechas, hizo su aparición don José para decirme:

—Roberto ha tenido que irse inesperadamente. He venido a avisarte para que no le esperes. De todas formas, si quieres venir conmigo… ¡Tengo ganas de repetir lo de la otra tarde!

—Encantada.

Lo hizo muchísimo mejor. ¡Cómo se portaría, brindándome la plenitud del placer, que le dije: «un macho como tú es lo que necesito para disfrutar todos los momentos de mi vida». ¡Debí causarle una gran impresión, porque Roberto y él se alternaban para venirme a buscar. Me sometieron a un trabajo tan «intensivo como el goce».

Por entonces yo había cumplido los 20 años. Llevaba muchísimo tiempo que en casa me dejaban salir los domingos con las amigas. Íbamos al cine, a alguna cafetería y, en fin, lo normal. Ellas quizá fueran más recatadas que yo, porque el resto de las fechas sabía cómo encontrarme con mis amantes aparentando que estaba estudiando.

Una vez fuimos a un pub, donde nos juntamos siete chicas y cinco chicos. Bailamos, hablamos, jugamos a prendas y lo pasamos bastante bien. Lo repetimos varios domingos más. Allí encontré a Nati, una chica de mi edad. Comprendí que necesitaba desahogarse. Le conté algunos secretos, y conseguí que me descubriera los suyos. Supe que había tenido un novio con el que salió durante seis meses. Se habían acostado juntos, hasta que él se cansó de ella. Más tarde salió con otro, pero no se dejó pillar, temiendo que le sucediera lo mismo que con el primero.

Siempre manteníamos la misma conversación. Era una verdadera obsesión. Tan desconsolada la vi, que debí decirle:

—Yo tengo dos amigos que, cuando me lo pide el cuerpo, me permiten acostarme con ellos.

—¿¡Sí!? —preguntó, desorbitándosele los ojos.

—¡Mujer, cada uno se lo monta como le conviene! Espera a que se lo diga y un día te vienes conmigo.

—¡Vamos, hazme ese favor!

Se lo dije a Roberto, que aceptó muy animado. La tarde convenida, Nati y yo llegamos al estudio. Ellos esperaban puntualmente. Las presentaciones de don José y Roberto, algún piropo a la nueva chica y la proyección de la película pornográfica.

Roberto se sentó al lado de Nati en el sofá. Yo hice que don José ocupara el sillón, y me coloqué en sus piernas de tal forma que ella me viese. Pensé que no podía dejarme en ridículo. Intencionadamente me abrí la blusa, moviéndome disimuladamente para que quedasen mis tetas al aire. Insinué a mi amante que me las sobara. Exterioricé que me estaba poniendo cachonda. ¡Qué bien lo haría que resultó verdad!

— ¡Amor mío, jódeme por favor! —Yo no acostumbraba a hablar así, pero había que calentar a Nati.

Cierto que Roberto era maestro en esta asignatura. Al llegar a la cama, vi que habían colocado una cortina desde el techo.

—Espera un poco —grité muy fuerte para ser oída—. ¡Qué salida me estás poniendo! ¡No puedo más… Por favor, métemela pronto y como tú sabes!

Don José se reía mucho. Cuando me di cuenta, ya estaban los dos al otro lado de la cortina. Luego, Nati no paró ni se calló. Exclamaciones, jadeos y suspiros:

—¡Qué bien lo haces…! ¡Qué gusto! ¡Más, más…!

¡La muy puta!. Si terminó siendo ella la que me estimuló a mí. ¡Cómo me puse! Ahora que quedé bien servida, como siempre. Con don José nunca fracasaba. La cosa se repitió varios días más. Nati lo quería todo, pero había que cortarlo. Lo dejamos cuando pensé que iba a volverse loquita. Antes montamos orgías: todos revueltos. Lo peor llegó cuando supe que se iba de la lengua, por lo que se lo estaba contando a nuestras amigas.

Dejé de ir a ese pub. La eludí lo que pude. Se debió de dar cuenta y ya no nos volvimos a ver. Tanto Roberto y don José no me comentaron nada. Hace poco he sabido que se lió con un señor mayor, casado, que la abandonó en el momento que la dejó embarazada. Sé que vive con su madre, que le cuida el niño y ella se dedica a la prostitución.

Relato enviado por Mayte – Madrid

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