La intimidad de mis vecinos

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Relato enviado por Luis (Valencia)

Trabajo en un estudio de diseño gráfico. Delante de la mesa de dibujo hay un amplio ventanal que da a un patio de luces que abarca toda la manzana. La vista no es maravillosa, pero en muchas ocasiones me quedo ensimismado ante el vuelo de una paloma o ante el geranio blanco de la vecina.

Hace unas semanas nos encargaron unos dibujos de varios objetos, entre ellos unos binoculares. El cliente nos trajo las muestras. Me senté ante la mesa de dibujo con los prismáticos. De pronto, me embargó una sensación infantil al ver el patio a través de los cristales de aumento. Primero, visioné unos objetos inertes, cuyas formas antes adivinaba y en aquel momento precisaba por completo.

El juego me encantó y, poco a poco, me adentré en la intimidad de mis vecinos. Pude apreciar cómo una pareja de ancianos daban de comer a un papagayo gigante. De qué forma se peleaba una vecina con unos pantalones que se resistían a la plancha…

Súbitamente, mi vista se quedó clavada en una habitación tenuemente iluminada. No acertaba a ver el fondo de la misma, pero pude apreciar que se movía algo por el interior.

Con un gran esfuerzo, pude observar, ya con mayor claridad, a una chica de cabellera larga y rubia. Iba tocada con un corsé de negro encaje que aprisionaba dos tetas enormes, llevaba una fina braga roja de un tejido brillante, sus medias eran de malla negra y se sujetaban al corsé con unos ligueros del color anterior.

Pronto me vi dominado por una gran desesperación, debido a que la chica se alejaba del foco de los binoculares. Entró de nuevo en cuadro. Se quitó con parsimonia los ligueros. Ofrecía un cuerpo espléndido, que poco a poco iba mostrando para mayor desazón de mi picha. Por aquel entonces ya demasiado dura para mantenerse quieta.

La chica se quedó completamente desnuda… ¡Dios, lo que hubiera dado por poder oír lo que se tramaba allí dentro!

Sin embargo, me tuve que conformar con las imágenes. La chica se empezó a masturbar. Lo hacía moviendo el cuello con lentitud y sus cabellos le acariciaban las tetas.

Entró algo más de luz en la habitación. Se había abierto la puerta. Apareció un hombre no muy alto, pero sí bastante peludo. Llevaba empuñada la polla y también se masturbaba. Se acercó a la chica. Ninguno de los dos dejó de maniobrar sus genitales, a pesar de que él la rozaba ligeramente con su verga y ella se retorcía con lentitud.

Más tarde, ambos se dirigieron a lo que parecía una cama o un sofá abierto. Pero ella retuvo al hombre, y lo acercó de nuevo a la ventana. Se le montó encima. Quedó completamente abrazada a él mientras, éste le asestaba fuertes embestidas con su tranca.

Al rato pararon. Ella se apoyó en una especie de taburete. Y el tipo peludo, todavía con la picha erguida, arremetió contra el trasero de la chica. Acabaron los dos tendidos en el suelo, y yo tuve que ir corriendo al lavabo para meneármela. Cuando regresé a la ventana la pareja había desaparecido.

Reaparecieron en escena al día siguiente, más o menos sobre la misma hora. De nuevo escudriñé los ventanales ajenos hasta que localicé a la pareja. Desde luego le encantaba el color negro a la chica y, además, tenía buen gusto.

En aquella ocasión llevaba una braga en forma de pico, escotada por delante. El matorral de su coño se arremolinaba en el triángulo de encaje. No usaba sujetador y sus tetas quedaban realzadas por una gargantilla de negro encaje, que no era otra cosa que una liga.

Se dedicó a bailar un rato hasta que entró su compañero. De nuevo apareció desnudo y con la tranca erguida. Se acariciaron mutuamente y ella bajó con lentitud hasta abarcar por completo con su boca la picha. El afortunado se fue echando hacia atrás hasta caer sobre la cama. En ningún momento dejó ella de succionar la verga. Una vez acabado, supongo, el trabajo, la chica se sentó sobre el hombre. Después, se levantó con lentitud y se dejó caer de inmediato sobre el capullo. También él se incorporaba de vez en cuando y mordisqueaba la espalda de su compañera.

En los días siguientes y con una puntualidad inglesa, disfruté de nuevos espectáculos. El vestuario íntimo de la mujer no parecía tener fin. Cada nueva jornada me sorprendía con las prendas más delicadas.

Mi afición fue creciendo y me compré un pequeño telescopio. Después acoplé una cámara fotográfica y me hice con una buena colección de instantáneas. También necesité ir más veces al lavabo.

Un día casi se me corta la respiración. Cuando abrí la puerta de mi estudio, me encontré a la pareja. No recriminaron mi actitud, simplemente me pidieron copias de mis documentos gráficos.

Después me contaron que se llamaban Luis y Eva. Compartían un bufete de abogados. En una de las habitaciones habían dispuesto lo imprescindible para disfrutar de sus sexos.

Ambos estaban casados con otras personas y desde que iban a la Universidad habían estado follando. Les servía de escape ante la monotonía cotidiana y por ello buscaban nuevas experiencias.

«El día que me descubrieron se dieron cuenta de que el grado de su libido aumentaba. Les pareció una sensación desconocida. Se pusieron más cachondos sabiendo que tenían un espectador desconocido que observaba sus polvos extralaborales. Pese a que siempre habían buscado nuevas fórmulas para joder, en los últimos tiempos notaban que algo empezaba a fallar entre ellos.

Desde que yo aparecí, como «mirón», disfrutaron mucho más. Incluso Eva se pasaba a la habitación para masturbarse. La soledad «compartida conmigo» le parecía más soportable. Le embargaba una placentera sensación cuando se acariciaba el conejo sabiendo que había unos ojos, los míos, depositados en ella, acariciándola mentalmente…»

Luego de contarme esta historia, Eva se arrojó en un sofá, donde se alzó de piernas y, aprovechando que no llevaba bragas, se empezó a meter varios dedos en el coño.

Seguidamente, me dijo:

—Julio, puedes comenzar a fotografiarme. Tienes nuestro permiso para hacer lo que desees: manejar la cámara o intervenir en la follada. Eres nuestra inspiración.

La proposición pareció funcionar con Luis. Por eso se echó sobre las ingles femeninas y empezó a lamerlas. Me puse tan nervioso que mi dedo se convirtió en una ametralladora sobre el disparador fotográfico, sin pensar en mi provisión de carretes.

Me sorprendió la precisión de la lengua del tío peludo, ya que hizo brotar el clítoris. Lo pude contemplar a pocos centímetros de ellos. También él trajinó las dos oquedades, la anal y la vaginal, con los dedos necesarios.

Y en el instante que ella se disponía a pedirle una tregua, pues me estaba haciendo a mí una señal, Luis le arremetió con su verga…

—¡Ya ves quién manda aquí, Julio…! ¡¡Le amo porque es un gorilón!! —exclamó la beldad.

Se me puso una bola en la garganta y más por comprobar que me faltaban carretes. Por fortuna tenía varios en un estante próximo. Recargué la cámara sin quitarle ojo. La pareja exhibía pasión, desenfreno y un cachondeo contagioso. Como si corrieran el riesgo de desbocarse.

Ella perdió parte de su seguridad y quedó a merced de unos cipotazos que por momentos le resultaban más imprescindibles… ¡Para entonces yo estaba listo para seguir fotografiándoles!

Eva gemía como una tía despendolada, con mayor entusiasmo del que yo había visto a través de la ventana de su bufete. La picha la mantenía bien atrapada. Luis no se andaba con rodeos. Los dos parecían retrasarse para mejorar su follada delante de mí.

Calculo que ella había conseguido dos orgasmos. De repente, efectuó una profunda inspiración y se recuperó en parte. Me dio la impresión que deseaba mostrar toda su valía como hembra poderosa. Se puso en acción inmediatamente.

Sin dejar de gemir como antes lo había hecho, acaso para no mosquearnos, empezó a presionar las paredes vaginales. La vi apretar los ojos y los músculos del vientre. Y los «mete y saca» del macho peludo encontraron una mayor dificultad para materializarse… ¡Un esfuerzo que terminó por engordar la polla y puso los cojones muy voluminosos!

Enseguida le escuchamos resoplar y respirar sonoramente… ¡Ya empezaba a flaquear!

Me entraron ganas de animarle para que resistiera un poco más; como se entiende, seguí accionando la cámara fotográfica que era lo mío… Algo que debí paralizar, ante la sorpresa que me provocó el cepo vaginal que sujetaba el cipote. Mi erección se hizo algo más que discreta.

A partir de entonces aquello resultó de lo más divertido. Se quedaron totalmente desnudos y empezaron a comprobar quién resistía más. Por momento me pareció que el tipo peludo cedía terreno, a pesar de que se esforzaba por resistir. De pronto, se sujetó a los hombros femeninos y se encontró con una especie de apoyo moral.

«¡Animo, Julio; que no se diga! ¡Tú vales más que ella!», le animé mentalmente.

Me veía sintiendo todo el momento con una gran intensidad; sin embargo, no les envidiaba. Mi goce era mirar o manejar la cámara fotográfica, que en realidad era lo mismo… ¿Eh?

¡¡Si Luis estaba soltando el chorro de espera, combinándolo con unos rugidos de placer y desesperación!!

Por poco me lo perdí. Intenté recuperar la calma, a costa de ignorar los golpetazos que mi polla estaba dando en la bragueta de mi pantalón vaquero…

A él todavía le quedaron fuerzas para colocar a Eva de espaldas en el sofá, boca arriba, y le llenó el monte de Venus, el vientre y el ombligo de blancos goterones.

—¡He finalizado una auténtica fotonovela «porno»! —exclamé, feliz.

—¡De eso no hay ninguna duda! —replicó ella, mirando a una zona baja de mi jeans.

—¿Qué sucede…? —pregunté, haciéndome un poco el tonto.

—Tienes una mancha en la bragueta, Julio. ¡Te has corrido viéndonos, «mironcete»! Y ni siquiera te has dado cuenta de ello, de lo entusiasmado que estabas. ¡Lo tuyo es grave!

En medio de las risas de éste, la rubia se deslizó del sofá al suelo, para llegar a mi lado. Con gran habilidad me extrajo la verga, luego de abrir la cremallera, y se quedó mirándola.

—Mira, ¡si está descapullado! Tú has follado un montón… ¿Por qué te ha dado por «mirar»? —quiso saber, a la vez que se pasaba mi pringoso cipote de una mano a otra.

—¿Te importa que le dé una mamadita, Luis?

—Tú misma.

La boca de aquella beldad rubia me devolvieron a tiempos mejores, no demasiado lejanos; cuando había chavalas que me hacían lo mismo… ¿Por qué lo recordé como algo que se hallara archivado en el pasado?

Todas mis cavilaciones finalizaron al sentir los hervores, que surgían desde las raíces del escroto. Tomé su cabeza para controlar sus acciones y, lentamente, fui consiguiendo llevarla hasta el sofá.

Allí intenté formar un «69», pensando que podía demostrar a Eva que no estaba haciendo una «obra de caridad» conmigo.

Creo que quedé bastante bien. Encima pude follarla sin eyacular antes de que ella obtuviese el orgasmo. Por último, solté la lechada entre los aplausos de Luis:

—¡Has quedado como un «hombre», Julio! ¡¡Bravo!!

Ahora que cuento con la autorización de los dos, empiezo a aburrirme haciendo de «mirón»!

Me paso días sin utilizar el telescopio y la cámara fotográfica. Prefiero mirar hacia mi vieja agenda. Pensando que cuento entre sus páginas con los teléfonos de algunas chicas que estarían deseosas de salir conmigo. Quizá muy pronto llame a una de ellas…

¿Qué digo? En el séptimo piso acaban de mudarse dos chicas preciosas. Mientras escribo esta carta las estoy viendo. Me parece que son de las que dejan las piernas subidas y las cortinas abiertas… ¿Y si las echara una ojeada cuando se encuentren en su mayor intimidad?

 

 

 

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