Mientras estaba dormida

mientras estaba dormida - relato erótico

Relato enviado por Juan (Segovia)

Al contarle mi caso, quizá uno más entre los muchos que ocurren en la vida, pienso que resultó extraordinario. Por el simple hecho de que lo disfruté personalmente. Soy hijo único, por lo tanto mis padres me querían mucho y me mimaban excesivamente.

Mis preferencias siempre se habían inclinado hacia mi madre. Por ella sentía un gran cariño. A medida que fui haciéndome mayor, movido por un deseo que tenía mucho de amor, comencé a espiar todos sus movimientos. Como dejaba la puerta entornada de su habitación, podía verla cambiarse de ropa con mucha frecuencia. En el momento que ella se encontraba sentada, procuraba colocarme delante, para admirar sus muslos espléndidos. También llegué a contemplarla acomodada en el bidet, pero este golpe de suerte no resultó tan abundante como yo hubiese deseado.

Cierto día, estando comiendo, se me cayó la servilleta al suelo. Me agaché para recogerla y fui a comprobar que mi madre mantenía las piernas separadas, la bata abierta y los muslos desnudos. Al final de éstos aparecía una braga blanca y pequeña, tan calada que se transparentaba la oscura pelambrera. Algunos pelos asomaban por encima de la prenda íntima. Pero lo que más llamó mi atención fue cómo resaltaban los labios vaginales: gruesos, humedecidos y palpitantes.

Fue una visión que capturé durante unos instantes. Sin poderme recrear en su contemplación debido a que estaba mi padre presente. Por cierto que los dos no habían dejado de hablar mientras yo me encontraba de rodillas debajo de la mesa. Mi picha se me había quedado tiesa. Por esta causa, nada más que terminó la comida, corrí al cuarto de baño para hacerme una paja recordando el panorama que acababa de excitarme.

No fue ésta la primera vez que actué de la misma forma. Porque mis noches se habían convertido últimamente en un medio de desahogar toda la calentura que almacenaba viendo a mi madre. Además, como mi habitación estaba junto a la de ellos, les oía jadear y moverse en la cama. Esto me permitía suponer que estaban jodiendo y gozando de lo lindo. Así que me masturbaba hasta que me quedaba dormido.

Cuando cumplí los 18 años, falleció mi padre de un ataque al corazón. Fue una crisis instantánea e inesperada. Mi madre quedó destrozada e inconsolable. El médico le recomendó distracción y unos tranquilizantes. Gracias a esto, unido a que tenemos un establecimiento de electrodomésticos, las cosas en nuestro hogar empezaron a marchar de una forma aceptable. Yo trabajaba como dependiente en la tienda y ella asumió la dirección.

Pasados varios meses, mi madre empezó a quejarse de que no se dormía por las noches y por eso se levantaba cansada. Volvimos a visitar al médico, que le recetó unas pastillas que debía tomar durante diez días.

– Lo que más le conviene es compañía y mucho cariño – fueron las últimas palabras del médico -. Sólo con amor conseguirá recuperarse de la enorme pérdida que sufrió al morir tu padre. ¡

¡Y tú serás el encargado de proporcionárselo, ya que nada más te tiene a ti!

Aquella misma noche, después de comprobar que se había tomado la medicación, los dos nos sentamos a ver la televisión.

Pero ella no aguantó más de media hora, ya que me dijo:

– Cariño, acompáñame a la cama. No sé lo que me pasa, lo cierto es que se me cierran los ojos. Bueno, antes tendrás que dejarme en el baño. Tengo ganas de orinar.

La cogí por la cintura y conseguí llevarla al aseo de su habitación.

– Siento tenerte que molestar tanto, hijo. Necesito que me ayudes a sentarme en el bidet. – Me pidió, una vez estuvimos ante los servicios – .

Parece como si me hubiera quedado ciega. ¿Quieres quitarme las bragas?

Se apoyó en el lavabo, levantó un poco las piernas y yo realicé una operación que me excitó muchísimo. En el momento que la acomodé, abrió los grifos del agua caliente y de la fría, acaso para disimular la fuerza de chorretón de su orina. No lo consiguió.

Nada más terminar, a ciegas alcanzó el jabón y empezó a pasárselo por la entrepierna. A mí lo único que se me ocurrió fue sujetarla por la espalda, para que no se cayera. Me sentí muy cortado a la hora de ayudarla en el aseo, por culpa de que la estaba viendo los muslos y la mano que subía y bajaba frotándose el coño.

La polla se me puso muy tiesa, sin poder resistir las frotaciones de su espalda contra mis ingles. En aquel momento me pidió mi madre que le levantase un poco, porque deseaba secarse bien.

Terminada esta tarea, se dejó la toalla entre las piernas. Después, la llevé a la cama, le quité la bata y me pidió:

– Suéltame el sujetador por atrás. Estoy tan rendida, que no tengo ni fuerzas para hacerlo yo misma.

Introduje las dos manos por debajo del camisón y conseguí que sus tetas quedaran al descubierto. Más tarde, la dejé acostada y apagué las luces. La pastilla había hecho efecto, ya dormía profundamente.

De pronto, sentí unos enormes deseos de contemplar su cuerpo completamente desnudo. Era verano y mi madre no cogería frío. La destapé muy despacio, como temiendo que se pudiera despertar. Algo que de ninguna manera iba a suceder. Luego, me recreé con aquel espectáculo impresionante. Y hasta me atreví a tocar sus tetas, deleitándome al pasar los dedos por sus pezones.

La fuerza que me movía era superior a cualquier lazo familiar. Ella me ofrecía una gran hermosura y yo me consideraba un muchacho desesperado. Lamí toda su piel, chupé las zonas más salientes y apetecibles y no dejé ningún lugar por besar. También empleé las manos, mostrándome cada vez más audaz.

Tenía a mi disposición un cuerpo vivo, que respiraba acompasadamente y que jamás podría recriminarme lo que estaba haciendo. Supongo que esto lo valoraba a nivel de subconsciente, aunque mi comportamiento era el propio de un amante que al fin encuentra la manera de dar satisfacción a sus deseos más fogosos.

Al pasar mis labios por su coño, advertí que todo el cuerpo se estremecía. Levanté la cabeza ligeramente asustado, pero comprobé que ella seguía dormida. En enseguida metí dos dedos en su chumino, para tocar el clítoris. Lo tenía bastante desarrollado y brotaron del mismo unas gotitas de caldos que pronto se transformaron en chorritos aromatizados. Me impresionó este prodigio. Al mismo tiempo, me llenaba de excitación irresistible, nunca sentida hasta aquel instante.

Súbitamente mamá emitió un intenso suspiro, que me devolvió a la realidad. Comprobé si se había despertado o no y solté un sonido semejante al ver que continuaba durmiendo. Ya me coloqué de rodillas entre sus piernas, extasiado de la suerte que me brindaba al poder disfrutar a plenitud de un cuerpo de mujer.

Una mujer que era mi madre, a la que yo amaba más que a ninguna otra persona en este mundo… Nunca había salido con chicas y los únicos desnudos femeninos que había visto eran los reproducidos en las revistas eróticas y en internet. Lo que más me atraía era la raja del coño.

Separé los pelos y me quedé admirando los gruesos labios. Con la ternura de un hijo que sólo desea lo mejor para su madre, abrí las valvas carnosas, me quedé mirando el rabito del clítoris y comprobé que había aumentado la cantidad de caldos. Me agaché y pasé la lengua por aquella oferta.

Obtuve un sabor muy agradable, lo que me animó a incrementar mi actividad. Lamí y chupé por dentro y por fuera, todo lo que se hallaba a mi alcance. No paré hasta que se me cansaron los labios. En aquel instante me incorporé. Mamá continuaba inmóvil, manteniendo una respiración regular.

Me quité los pantalones del pijama y del slip. La polla me dolía de lo tiesa que estaba. Debía encontrar alguna forma de desahogarme. Me la cogí con la mano y la aproximé a la entrada del chocho.

Primero rocé los grandes labios, en sentido vertical y suavemente… Sentí una emoción irresistible, una especie de locura que me forzó a introducirla un poco. Llegué a rozar la punta del clítoris.

Apoyé las manos en la colcha y dejé que la verga trabajase sola. Cerré los ojos y permití que actuase la madre naturaleza. Nuestros pubis se juntaron, la penetración se materializó de una forma completa y el cielo me acogió como al más feliz de los mortales.

En medio de un frenesí embriagador, procuré que el peso de mi cuerpo no descansara sobre el de mamá. Di comienzo a unas acciones de mete y saca, que duraron muy poco. Me estremecí y exclamé: “ – Oh, qué buena estás, mi amor…!

Me corrí dejando mi leche en el interior de su coño. Toda aquello resultó tan rápido y delicioso que me mantuve con la polla dentro por espacio de muchos minutos. Es posible que se aflojara, no lo sé con exactitud. Sólo puedo recordar que, al recuperar las fuerzas, continué con el trajín sexual.

La segunda follada se realizó con más facilidad y tardé bastante en eyacular. Pero en esta ocasión obtuve unos logros muy superiores. Sabía lo que buscaba y lo que iba a conseguir, por lo que pude disfrutar de todo el cuerpo de mamá: besando, lamiendo y mamando. Sin parar hasta que me salió el chorretón de esperma.

Al bajar de la cama, me di cuenta de que salían unos hilitos de leche del coño. Cogí la toalla que mi madre había traído del cuarto de baño y la limpié. Después, arreglé las sábanas para que no quedase ningún testimonio de lo que acababa de hacer. Y ya me metí en mi cama, hasta la mañana siguiente.

– ¡Vamos, dormilón, que ya es hora de ir al trabajo! – Me dijo Mamá, despertándome -. Yo ya me he duchado y estoy preparando el desayuno.

– ¿Qué tal has descantado? – Pregunté, sin ocultar un cierto temor.

– He dormido de un tirón. La pastilla ha hecho efecto, porque no me siento cansada.

El día transcurrió sin ningún hecho digno de ser resaltado. Por la noche, repetí la misma experiencia sexual.

Recreándome en la mamada de clítoris, que me pareció un caramelo agridulce. Antes de iniciar la follada, coloqué una toalla debajo del culo de Mamá para que en ella cayesen nuestros jugos.

Volví a probar su chumino, sin embargo, la segunda vez intenté entrar en su culo.

Busqué una crema en el cuarto de baño, me unté también la picha e hice otro tanto con el ano de mamá. Separé sus glúteos y entré en el orificio con una lentitud de cámara lenta. Me facilitó enormemente el trabajo la vaselina. También me cuidé titilar su clítoris, en un juego que multiplicó los líquidos vaginales y ablandó tanto los esfínteres y la zona atacada, por lo que me corrí con mayor intensidad que las tres veces anteriores. Por último, tomé las precauciones para que ella no pudiese deducir lo que me había atrevido a «tomar» sin su consentimiento.

Por la mañana, cuando me levanté, mi madre ya había preparado el desayuno. Le di varios besos y supe que se encontraba muy descansada. Lo que me alarmó fue que no se hallaba dispuesta a tomar las diez pastillas, porque se había recuperado tan sólo con dos.

Me demostró su vitalidad en la tienda. Nunca la había visto tan activa.  A la hora de acostarnos, organicé las cosas para disfrutar de la follada y de la sodomización. Todo marchó bien mientras la estuve besando y lamiendo por el cuerpo, sin embargo, en el momento que metí la cabeza en sus ingles y empecé a titilar su clítoris con al lengua, noté la caricia de su mano derecha sobre mi cabello. Muy asustado intenté levantarme. Entonces la oí decir:

– No te pares ahora, hijo… ¡Sigue, por favor.. Me estás haciendo muy feliz…! Ya hablaremos luego.. ¡Pero no te pares por nada del mundo…!

Aaaaaah…! ¡Sigue mamando mi ojete…. Así, así… pasa a mi chumino….! ¡Qué bien lo haces…. Y cómo le das placer a tu mamá, cielo míoooo….!

La voz se le quebró, debido a que estaba consiguiendo un poderoso orgasmo. Apretó sus muslos contra mi cara, sin hacer daño y, por medio de unos tremendos estremecimientos, se aflojó por completo. Yo no dejé de beberme sus sabrosos jugos, enloquecido. Me supieron a gloria.

– ¿Estás enfadada por haberme atrevido a hacerte esto, mamá? – Le pregunté, subiéndome a la cama.

– ¡Que va, hijo mío! ¡Todo lo contrario. Me hacía mucha falta disfrutar del sexo de una forma tan salvaje. ¿Sabes cómo me di cuenta de que me habías follado aprovechando el efecto de las pastillas?

– No tengo ni idea.

– Tu limpiaste las sábanas, pero te olvidaste de los pelos de mi coño. Por la mañana, al verlos tan pegajosos y espesos, no me resultó difícil adivinar cuál era la causa que los había dejado en ese estado. Por ese motivo no he querido tomar la pastilla, aunque delante de ti hice el simulacro de que me la tragaba. Necesitaba salir de dudas.

Encendí la luz y los dos nos premiamos con una repetición de todo lo que yo había «robado» a oscuras. Las reacciones de mamá, en un plano consciente e imaginativo, me supieron infinitamente mejor. No había comparación. Gracias a que dispuse de una hembra salvaje, que me exigió una respuesta propia de mi juventud.

– ¡Estás en la edad mejor para joder y quiero que me eches cinco polvos durante toda la noche! Será como nuestra luna de miel…! ¡Espero que no me falles!

¿Cómo iba a fallarla? Volqué en los minutos siguientes lo mucho que había aprendido las dos noches anteriores, con la ventaja de que me movía el amor y el agradecimiento a una madre tan generosa y espléndida. Al mismo tiempo, quise que ella estuviera permanentemente encima de mí, espoleado por la necesidad de corresponderla hasta el límite de mis fuerzas.

Le eché más de siete polvos. Hasta quedar derrengado. Ya en el tercero se me fueron las energías y le supliqué que me dejase dormir. Pero ella me rozó el capullo flácido con la punta de sus pezones, después, me estrujó la polla con las dos tetas, en una «paja a la española» capaz de resucitar a un muerto.

Se valió de las más lujuriosas estratagemas para revitalizarme. Hubo momentos en los que pensé que me estaba castigando, porque en la séptima follada bordeé el límite de la <castración>. Sin embargo, al soltar las últimas gotas de esperma, la felicidad resultó tan alta que debí reconocer que las intenciones de mi madre no habían sido otras que comprobar el límite de mi resistencia física. Igual que se hace con un caballo de carreras para saber su punta de velocidad y su capacidad de aguante.

A partir de entonces hemos venido disfrutando de todo, cuando nos apetece y sin importarnos el lugar de la casa donde nos encontramos. Ya sea en el comedor, en la cocina, en el fregadero y hasta en el vestíbulo. Somos como unos recién casados que no se cansan de disfrutar del sexo y de sus cuerpos.

Debido a que continuamente nos proporcionamos nuevas posibilidades. No he batido mi plusmarca de siete polvos en una sola noche, lo que me la trae floja. Lo nuestro se halla muy lejos de ser una competición. Lo consideramos un verdadero <matrimonio> en el que no existe un jefe y sí una pareja, un equipo, que se compenetra a la perfección.

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