La puritana del Tinder

relato chica del tinder

Relato enviado por J.M – Málaga

Era un contacto más del Tinder, un tanto más que apuntar en la lista de polvos tinderos. Apenas habíamos hablado, como de costumbre, no me gusta perder el tiempo con conversaciones absurdas que no conducen más que al aburrimiento y al dislike.

Aquél mismo día del “me gusta” le propuse quedar, era feria en Málaga. Mis amigos me esperaban a las 00:00 h y la puritana del Tinder, como así me quiero referir a ella, me dijo que le parecía bien lo de vernos y tomar algo.

Ella opinaba lo mismo; mejor conocerse en persona que por Tinder,  sin embargo, impuso sus normas, la cita tenía que ser temprano.

– Soy médico, mañana entro a primerísima hora – afirmó la puritana para añadir; “Espero que tengas claro que no voy a hacer nada contigo”.

He de reconocer que su advertencia me pareció chocante, pues no nos habíamos visto nunca ni nos conocíamos de nada, ni siquiera yo me había insinuado en este sentido para que pensara que mi única intención era pasármela por la piedra.

La hora convenida fue a las 23:00 en la plaza de la Merced, un lugar bastante concurrido que cuenta con numerosas terrazas para tomar el aire y echar un trago. Me venía genial porque pensé que al terminar, podría empalmar con la feria y si las cosas se daban bien, podíamos retomar el encuentro otro día.

Llegué puntual. Allí sentada con un vestidito sexy y corto me esperaba la puritana, desde luego, ganaba mucho más en persona. Era rubia, de mediana estatura, con el cabello largo, de pechos prominentes y muy atractiva. Tenía una cara de niña pija que me puso cachondo al instante. Después de los besos protocolarios y de las típicas palabras que se dicen en estas situaciones, me senté frente a ella y llamé al camarero.

Pedí una cerveza y ella, haciendo gala de su responsabilidad, una coca cola.

– No puedo beber alcohol, mañana tengo guardia, lamentaba – es normal, lo entiendo, no pasa nada – contesté con mirada compasiva.

Empezamos la conversación; que si era médico y llevaba poco tiempo en la ciudad, que si había tenido una relación larga con un tipo con el que había estado a punto de casarse, en fin, la verdad que me importaba bien poco. Yo solo quería dar una buena imagen para vernos en otra ocasión. Estaba muy buena y esa carita de niña pija me tenía muy caliente. No había ninguna duda de que  me la quería follar, pero estaba bastante claro que ese día sería imposible.

A los los 35 o 40 minutos de charla, empezó a dar los últimos sorbos y a mirar el reloj.

– Tengo que marcharme ya, es tarde – ¿me puedes llevar a mi casa? – le dije que claro, que no había ningún problema.

La rubita vivía a las afueras de la ciudad, como a unos 10 minutos en carretera. Nos dirigimos a mi coche que esperaba solitario en una calle colindante. Mantuvimos en todo momento un tono cordial, incluso yo diría que hasta frío. No hubo ninguna muestra de interés carnal hasta entonces, al menos que yo percibiera, aunque por dentro estaba deseando comerle la boca y metérsela hasta la yugular.

Llegamos al lugar donde se alojaba, era una zona de apartamentos muy próxima a la playa. En la misma entrada del área residencial, aparqué el coche y comenzamos a despedirnos. De repente, de manera inesperada y sorpresiva me soltó:

–  ¿Qué pasa, que no vas a subir a mi casa? – inmediatamente capté el mensaje. La misma que me estaba asegurando una hora antes que entre nosotros no iba a pasar nada, me estaba invitando a subir a su casa, ¿a qué?, evidentemente no era para ofrecerme un vaso de agua, sino para entregarse como buena doncella y enseñarme lo que guardaba bajo aquel vestido de niña pija.

Sin pensarlo dos veces, pues estas oportunidades hay que aprovecharlas siempre, bajamos del coche y nos dirigimos hacia su apartamento.

Ella marcaba el camino, yo la seguía dos pasos por detrás, así podía aprovechar para examinarla a fondo y constatar lo buena que estaba. El vestido le quedaba bien encajado entre aquellos muslos aunque se subía con suma facilidad, sobre todo cuando tenía que estirar un poco la pierna para subir algún escalón.

Sabedora de que yo la observaba por detrás, contoneaba su culo con una intención claramente provocadora. No podía apartar la mirada de aquel hermoso trasero que me estaba pidiendo guerra. Mi paquete empezó a crecer al mismo ritmo que subíamos las escaleras.

Cuando llegamos a la puerta, ella entró primero para encender la luz. Cuando se iluminó el pasillo, yo ya la había enganchado por detrás. La cogí con fuerza por la cintura y sin mediar palabra empecé a comerle la oreja, el cuello y la boca mientras le restregaba mi verga dura por el culo.

– Espera, espera, vamos a la cama, me contestó con voz lasciva y caliente –

Era palpable la atracción sexual que había contenida en los dos. Entramos a una habitación de matrimonio, grande y espaciosa. Sin parar de meternos mano, rápidamente me di cuenta que tras  aquella apariencia de médico responsable, se hallaba una auténtica ramera, de esas que a mí me gustan: sumisa, obediente y muy guarra. Ahora parecía importarle bien poco todo lo que me había contado: que si la hora, la guardia y todo lo demás.

No tardé un segundo en ponerla de rodillas delante de la cama. Estaba deseando ver aquella boquita de niña pija devorando mi polla, se la puse en la boca, ella aguardaba impaciente, sedienta

– ¡Qué buena tranca tienes cabrón! – dijo sujetándola con la mano.

Acto seguido, me la rebañó por los cojones y se la llevó directamente a la garganta. Aquella furcia no chupaba, mamaba como si no hubiera un mañana. Me la puso dura como un garrote.

– Ven aquí zorra – le dije tirándome sobre la cama y agarrándola del pelo para que mi rabo no saliera de su boca. – Sí, sí, sí – contestó como pudo.

Una vez tendidos en el colchón, aproveché mi diestra para meterla entre sus muslos. Su coño estaba empapado y tenía una pelambrera que no esperaba ver en una chica de 26 años. Es raro encontrar hoy en día a una tía que no lleve el chumino al cero.

Con un movimiento de macho dominante, propio de mis encuentros amorosos, la giré para tumbarla panza arriba. De un solo golpe, se la metí hasta los huevos, jadeaba y gritaba de placer mientras le dedicaba un mete – saca característico de los que acostumbro a dar a zorritas de su talla.

– ¡Ooohh siii, me gusta, fóllame, no pares, sigue así.. dame más!

Después de unos minutos sacudiendo fuertemente su chichi negro y peludo, la dispuse a cuatro patas con intención de acabar machacando aquél conejo salvaje. Para asegurarme una buena entrada, me puse de pie al borde de la cama. Con una mano le tiraba del pelo y con la otra le azotaba las nalgas. -¡Cómo culeba de gusto la muy putona!

Cuando paré, pude contemplar su chumino al rojo vivo, humeante y todavía con ganas de recibir placer.

Me senté en una silla que se encontraba en la esquina de la habitación y la invité a que cabalgara como una buena zorra. Se sentó en mi verga dura y gorda para empezar a contonearse como hacía cuando subía las escaleras, pero ahora estaba arriba, bailando sobre mi capullo y restregando sus tetas en mi cara. Aproveché para tocarlas, besarlas y chuparlas como si fueran un manjar.

Ella seguía desplazándose por mi polla. Con movimientos circulares y concéntricos empecé a vislumbrar el clímax

– Córrete dentro, córrete, dámela toda – me gritó como una loca

– No – murmuré – prefiero correrme en tu cara – 

A los pocos minutos la devolví al mismo lugar donde habíamos comenzado la velada: la puse nuevamente de rodillas y delante de la cama. Le dije que abriera la boca para empezar a meneármela mirando su carita de guarra viciosa. Cuando sentí que estaba a punto de explotar, apunté mi picha a su cara y empecé a regarla con un semen blanco y espeso.

El primer disparo le dio de lleno en el ojo que terminó cerrando por inercia, el segundo se perdió en la habitación (creo que acabó en la cama) y la traca final, se la llevó directamente en la boca, donde después de degustarla la tragó con parsimonia hasta la última gota.

Ya eran las 5.00 y la doctora no tenía mucho margen para el descanso, me invitó a quedarme con ella. Le agradecí el gesto pero le dije que prefería marcharme. Reconozco que es una manía pero cuando termino la faena, me gusta volver a casa.

Volvimos a quedar una vez más, pero eso ya lo contaré en otra ocasión.

Un saludo a todos los tíos que como yo, nos gusta follar, y punto!.

 

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