Hermanita, qué feliz me haces

Relato enviado por Jesús – Salamanca

Os voy a contar una aventura que estoy seguro os pondrá muy cachondos. Todo sucedió un día que estaba tumbado en mi cama estudiando matemáticas, que tenía que recuperar para presentarme en septiembre. Me levanté a coger una cerveza en la cocina y me quedé paralizado cuando por la ventana vi a la vecina de enfrente, que es muy amiga de mi hermana.

Vanesa se iba desnudando lentamente delante de la ventana ofreciéndome un panorama exquisito. Me dejó fascinado por su radiante belleza: pelo corto, ojos claros, curvas deliciosas. Se quitó lo primero de todo el sujetador dejando al aire unos senos grandes y firmes, de maravilla.

Sus pezones eran rojos y muy tiesos. Cuando se quitó la falda vi su cintura estrecha, su vientre liso y unas piernas largas de muslos finos y bien torneados. Las bragas eran muy pequeñas y tan transparentes que dejaban ver el pubis, muy peludo, y un culo de ensueño.

Se metió en su cuarto y yo me quedé esperando por si volvía a aparecer. Enseguida salió con una bata transparente y cortita. Me sentí muy cachondo y, para colmo, cogió una revista y sé puso a leerla con las piernas muy abiertas, dejando ver su conejo de maravilla.

Así estuvo lo menos diez minutos y yo sin poder resistir más tuve que sacar al «amigo» y darle unos cuantos masajes para que se calmara. Al momento de correrme yo, ella se levantó de un salto y fue a abrir la puerta a una chica rubia de pelo suelto y largo, que llevaba unos pantalones ceñidísimos. Las dos se sentaron y empezaron a hablar. A Vanesa no parecía importarle lo más mínimo andar medio desnuda delante de la rubia.

Fue a por unas bebidas, las trajo y siguieron hablando. Vanesa se había sentado junto a la chica, y la dio un beso y de pronto las dos se abrazaron desnudándose, con los labios unidos, hasta quedarse sin respiración.

La rubia acariciaba uno de los pechos de Vanesa. Luego se miraron largo rato en silencio hasta que se levantaron y, cogidas de la mano, se dirigieron al dormitorio.

Yo eché a correr al dormitorio de mi padre, cuya ventana da justamente enfrente de la de mi vecina. Cuando llegué vi cómo Vanesa le quitaba el jersey a la recién llegada y cuando se lo acabó de quitar, justo de cara a mí, me quedé anonadado al darme cuenta de que aquella chica era mi hermana.

Nunca la había visto desnuda y la verdad es que me gustó: tiene unos pechos pequeños, de pezones rosados y firmes. Vanesa la besó en los labios, orejas y cuello. Con una mano le acariciaba los senos y con la otra le bajó la cremallera de los pantalones y le acarició el coño.

Mari, mi hermana, mientras tanto, le bajó las bragas, se arrodilló y hundió su lengua en el coño de Vanesa. Luego, Vanesa la hizo levantar y le quitó del todo los pantalones y las bragas, la echó en la cama y hundió la cabeza entre sus muslos. Mari se movía de un lado a otro como una loca y se estrujaba los senos. De pronto, se quedó temblando, paralizada, presa de un orgasmo enloquecedor y Vanesa se echó a su lado acariciando su cabello rubio.

Mari la sonrió besándola en la mejilla y ella se le abrazó pegando sus senos a su cuerpo y volvieron a besarse en la boca, entrelazando las lenguas, palpando cada una el cuerpo de la otra, frotándose sin cesar hasta que se corrieron las dos juntas.

Mari se levantó, abrió un cajón de la mesilla y sacó un vibrador. Se acercó a Vanesa y se lo pasó por las tetas y el vientre hasta que se lo hundió en el coño. Esta dio un respingo y, mientras Mari le metía y le sacaba el instrumento, ella chupaba sus bonitas tetas.

Yo me había sacado la polla por segunda vez y tuve un orgasmo colosal que parecía que nunca se iba a acabar. Vanesa se corrió entre gritos desgarrados y luego se levantó, cogió otro consolador de la mesilla y puso a mi hermana a cuatro patas, le chupó el ano y le metió un dedo y luego otro, y después le hundió el consolador en el culo, mientras mi hermana tenía una serie de orgasmos todos seguidos.

Para finalizar hicieron un 69 que me dejó sin aliento. Luego no las vi más, porque salieron de esa habitación hasta que Mari bajó al portal. Cuando entró en casa tenía una cara de total satisfacción.

Pasé una noche muy mala, pues no se me quitaban de la imaginación los cuerpos de mi hermana y Vanesa entrelazados. Me desperté completamente mojado. Cuando fui a desayunar, Mari me estaba preparando el desayuno y yo la contemplé pensando cómo era posible que fuese lesbiana. Ella se dio cuenta de mi extraña mirada y dijo:

— ¿Por qué me miras así, Jesús?

Yo agaché la cabeza confuso, porque no sabía cómo decírselo. Y ella repitió, gritando:

— ¡Dime por qué me miras así!

—¿Y a mí me lo preguntas? —contesté gritando a mi vez.

— Pues claro que sí.

Entonces le dije en voz baja:

—Porque te vi ayer con Vanesa.

—¿Qué viste? — preguntó con voz entrecortada.

—Algo que no creía de ti. Eres una lesbiana.

Me miró asustada y se dejó caer en un silla. Luego, dijo en voz baja:

—¿Qué has dicho?

Yo casi gritando, exclamé:

—¿Por qué te gustan las mujeres?

Entonces ella se puso a llorar y yo me acerqué y la abracé preguntando otra vez:

—¿Por qué, Mari?

Ella me miró con lágrimas en los ojos y me respondió:

—Tu padre me violó cuando eras pequeño.

—¿Qué? —pregunté yo asombrado.

—Que tu padre me violó cuando eras pequeño y desde ese día odio a los hombres —contestó ella llorando.

Yo me quedé paralizado, sin saber qué decir. No era capaz de asimilar aquello.

—Pero, Mari, ¿cómo pudo hacer una cosa así nuestro padre? ¿Cómo?

—Pregunta, pregunta a ese hijo de puta —me respondió ella con acento desesperado.

Yo horrorizado, me fui a buscarle. Le encontré en un bar hablando con una mujer de esas de vida fácil. Me acerqué a él, descompuesto, agarrándole por un brazo:

—¿Por qué le hiciste eso a Mari?

Se quedó sorprendido y, disculpándose con la puta, me dijo que saliéramos. Me llevó a un bar solitario y pidió dos cervezas. Me preguntó luego, con calma:

—¿Qué le hice yo a tu hermana?

Yo, con los ojos llenos de lágrimas de rabia porque quiero mucho a mi hermana contesté:

—La violaste.

Él se levantó, me pegó dos bofetadas y gritando me dijo:

— Cuando vuelvas a casa no te quiero ver allí. ¡Largo!

En casa mi hermana estaba llorando todavía en el mismo sitio. Me dirigí a mi cuarto para hacer la maleta y, cuando ya la estaba terminando, Mari entró y me dijo:

—¿Qué haces?

—Nuestro padre me ha echado de casa.

—¿Dónde vas a ir?

—No lo sé.

Ella salió y regresó con 300 euros, me los dio y dijo:

—No tengo más.

Yo le di las gracias, la besé y me fui.

Durante dos semanas viví con los 300 euros. Un día vi a mi padre que entraba en un portal con una tía y eché a correr a casa a ver a Mari. Llamé al timbre y no me abrió, así es que me dirigí a casa de Vanesa. Salió a la puerta con su bata transparente.

—¿Qué quieres?

—¿Está mi hermana? —pregunté tímidamente.

En ese momento salió Mari con otra bata transparente. Al verme me abrazó y me besó y me preguntó dónde había estado. Mientras hablaba, yo pensaba que haría cualquier cosa por acostarme con las dos. Mari quería que comiera algo y seguro que se iba a vestir y a salir a comprar alguna cosa de comer para los tres.

Al quedarme solo con Vanesa, ella me preguntó:

—¿Te gusta tu hermana?

La miré de arriba a abajo y le contesté:

—Sí, y tú también.

Nos sentamos en el sofá y enseguida nos besamos. Le acaricié un pecho y, al meter la otra mano entre sus muslos, me di cuenta de que estaba ya toda húmeda. Ella me bajó la cremallera y sacó al «amigo», que parecía que iba a explotar, lo acarició un buen rato y enseguida se arrodilló y empezó a chuparlo mientras con una mano me acariciaba los huevos volviéndome loco.

No me enteré de que había vuelto mi hermana hasta que la vi de pronto apoyada en la pared con las faldas por la cintura haciéndose una paja. Luego se acercó lentamente y me besó y yo acaricié sus preciosas tetas. Cuando estaba a punto de correrme aparté a Vanesa y coloqué a Mari encima de mi polla, la fui metiendo muy lentamente y, cuando ya la tenia toda dentro, me corrí, aunque no se bajó de tamaño por lo caliente que estaba.

Mari se movía despacio pronunciando palabras ininteligibles. Vanesa se acercó a nosotros y se corrió en mi cara poniéndome perdido con sus jugos maravillosos. Mari tuvo un orgasmo entre gritos desgarradores y luego se quedó echada sobre mí, hasta que Vanesa la apartó suavemente.

Después, se puso a cuatro patas y me dijo:

—Dame por el culo que lo tengo muy estrecho.

Mientras se la metía, obedeciéndola, la chica gritaba y sollozaba. Mari se plantó ante ella, que empezó a chuparle el coño hasta que nos corrimos los tres.

Nos detuvimos a comer y mientras lo hacíamos no pronunciamos una palabra, hasta que Vanesa rompió el hielo diciendo:

—¿Y tus cosas? ¿No te gustaría quedarte a vivir con nosotras?

—No sé —contesté—. No tengo trabajo y además le debo 300 euros a mi hermana.

—Los 300 te los metes en el culo —chilló mi hermana—, ¿Te quieres quedar, sí o no?

Me quedé sorprendido con esa salida, miré a las dos y sacudí la cabeza afirmativamente. Vanesa y Mari se miraron a los ojos y luego saltaron sobre mí llenándome de besos.

Desde ese día vivimos los tres juntos muy contentos. Al fin he conseguido trabajo y ahorramos lo suficiente para comprarnos un piso más cómodo. Nos sentimos felices en esta nueva forma de vida. Todo gracias a mi padre.

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