Lección para dos ligones
Relato Enviado por Máximo (La Coruña)
Las botellas de cerveza habían creado un grado de camaradería entre Tadeo y yo, que iba a permitir que aparecieran las confidencias. Una regla casi irrebatible entre dos ligones que, en nuestro fuero interno, queríamos superar al otro en las conquistas.
— Mira, socio, voy a serte sincero — dijo Tadeo, muy serio—. Ya estás al tanto de cómo se me dan las mujeres. Podría decirse que tengo un «hiper» a mi disposición, de todas las razas y de todas las edades. La mayoría pura canela. Pero el otro día… ¡Demonios!
Hizo una pausa para beber el último sorbo de la botella, luego, viendo el interés que había despertado en mí, se tomó un tiempo antes de seguir hablando:
— La chorba en cuestión, por cierto es la última con la que he salido, tiene una forma de chupártela que no he visto en ninguna otra… ¿Cómo te lo explicaría para que te hicieras una idea clara de su técnica? Bueno, es como si Marisa, que es la chorba de la que te hablo, conociera todos los secretos de un badajo masculino. Loquito me puso, no obstante, cuando la quise meter mano en el pantalón vaquero que llevaba, se echó atrás. Juguetona que es ella… ¡Tremenda, socio!
— ¿Por qué me lo cuentas, Tadeo? Me parece que hay una doble intención ¿eh?
— Cierto. He quedado esta noche con Marisa; pero me es imposible acudir a la cita. Mi esposa tiene cuatro entradas para el teatro: mis suegros, ella y yo. Es nuestro aniversario, de lo que no me acordaba ayer cuando me comprometí con Marisa…
— Y pretendes que te sustituya, ¿no es cierto, carota? Creo que intentas, además, ponerme a prueba, porque piensas que no llegaré más allá de lo que tú has conseguido.
— ¡Un chico muy listo, sí señor! — dijo él poniéndose de pie—. Tenme al tanto de lo que os suceda… ¡Ah, he telefoneado a Marisa diciendo que tú irías a verla en mi lugar! Para que te aceptara, le conté que somos «hermanos» de «mili» y «amoríos»… ¡Suerte, Máximo!
Un compromiso, al menos es lo que pensé yo, como dueño de las botellas de cerveza y de la casa. Me gustaban las dificultades y, por encima de todo, quería comprobar el misterio que encerraba esa habilidad de Marisa chupando un badajo masculino. Me vestí como si fuera a una fiesta de gala, me perfumé y compré una caja de bombones de los caros en la primera pastelería que encontré abierta. Eché un vistazo a la tarjeta que Tadeo me había entregado.
«¡Te voy a ganar, socio!», me dije, muy seguro. «Yo no tengo un “hiper” de mujeres como tú; pero me voy apañando con las cuatro o cinco que me interesan…»
Dejé el coche aparcado en la acera y, luego, pulsé el botón del portero automático. Me contestó una voz sensual, ante la que me presenté y, en el acto, escuché el zumbido del abridor electrónico. Cinco minutos más tarde, cuando salía del ascensor, encontré a una hembra impresionante en la puerta del piso. Estaba bien tostada por el sol, disponía de unos pechos redondos y tentadores y su belleza encerraba esa magia tan especial de los cuerpos ambiguos. Yo sonreí al decir:
— Así que eres una transexual, preciosa. Hace tiempo que no trato con travestis. Espero que no me taches de «listo». Soy abogado civil y he defendido a muchas de… No pude terminar la frase. Ella me hizo entrar en el piso, me abrió la bragueta y me dedicó una chupada para abrir boca. Era cierto que poseía una gran habilidad en este menester sexual; sin embargo, lo mejor lo guardaba en el culo, que había sido ensanchado para brindar las más fabulosas sodomizaciones…
Por otra parte, Marisa era de las transexuales que gustaban de follar con un badajo masculino sobre el suyo «femenino» mientras se ofrecía al hombre que le gustaba. Y yo, con mi bigotito y mi conocimiento de los cuerpos «corregidos», resultaba la pareja ideal. Digna de permitirle viajar conmigo por todos los muebles de la casa mientras la enculaba.
Pero tuve que imponerme un férreo dominio sobre mis genitales para no soltar la leche antes de tiempo. La cosa se complicaba estando Marisa encima. Pero no me atreví a pedirle que cambiásemos de posición. Súbitamente, como un torbellino, ella estiró el cuerpo, se agarró a mis caderas y tuvo que exclamar:
— ¡Cielos, si hace años que no gozaba de algo así… Fue con un negro de Zaire que tenía un falo de 27 centímetros de largo y 18 de circunferencia… Pero ése no se movía como tú… Mmmmhhh…!
Debió apretar los labios con fuerza, dado que había hablado en exceso. Ocasión que aproveché para desplazarla. Quedamos tendidos en una alfombra de piel que cubría el suelo de la sala de estar. Ella no dudó en volvérmela a mamar y muy pronto, repitió la gozada de mi rabo en su culo. Se mordió un dedo…
Hubiese mordido mi glande; e intentó hacerlo por medio de su ano. Cerró las valvas del mismo; sin embargo, se veía ocupada por un verdadero «abrelatas» capaz de desplazar las paredes elásticas de derecha a izquierda, provocando un espasmo tras otro.
—Si conduces como enculas… matarías a todos… ¡Vas a tope, con el turbo puesto, y sin preocuparte por la «carretera».. Pero te prefiero así: a lo salvaje…; y yo soltando zumos como si me mease… ¡Qué locura…! Pero, ¿qué haces, Máximo?
Volvimos a la cama, donde repetí el ataque por la popa teniéndola a ella encima dándome la espalda… Se hallaba a mi entera disposición, ya que se había colocado de rodillas y agachada. Pero lo ideal se ofrecía en aquella popa espléndida, rendida a la eficacia de mi rabo.
— Lo hacías con un negro, ¿y con cuántos más? No es que me sienta celoso… Yo había estado hablando sin dejar de presionar. Lo de Marisa era muy distinto al polvo violento que yo echaba a las tías de verdad.
—Eres un hombre tan enérgico… ¡Oh, sí, sí.. Mátame o haz de mí lo que se te antoje… pero no te salgas de mi cuerpo… Aaaahhhaaa! — gritó ella, colgadita de un impresionante orgasmo.
Le abrí completamente de piernas, levantándoselas con fuerza y continué taladrando en un pozo anal prieto y abrasador. Ya notaba la proximidad de mi corrida. Deseaba entregar lo mejor porque quería que hubiera una segunda ocasión…
La enculada estaba necesitando dos escenarios distintos, como si el calor que nos consumía exigiera los desplazamientos. Pero fue sobre la cama donde ocurrió el desenlace. Extraje el rabo del ano, lo blandí con una mano y lo dejé entre las hermosísimas tetas de la transexual. Fui excelentemente acogido. En blando alojamiento pude liberarme de los apretones del esperma, yendo directo al cuello «femenino» y a la boca entreabierta. La lengua de Marisa se asomó para lamer… ¡Cierto que habría otras muchas veces para volver a encularla!
— ¿Qué vas a contar a Tadeo? —me preguntó Marisa al finalizar, luego de mi última eyaculación—. Por favor, no le digas que soy un travesti… ¡Me encanta ver el susto que se llevan estos «machos- machos» que, al final, «tragan»
—Es una lección que se merece, Marisa… ¡Y que he merecido yo, aunque haya descubierto tu «secreto» al verte!
No le conté nada a Tadeo, por mucho que él me visitó, me llamó infinidad de veces por teléfono y efectuó otros contactos. También sé que ha salido con Marisa. Como es lógico me trae al pairo si ha descubierto el «secreto»..