los caprichos de mi mujer
Relato Real enviado Miguel. Granada
Sin esperármelo yo y, cuando más tranquilo me encontraba descansando en el salón de mi casa, tumbado en un magnífico diván con capacidad para cuatro personas, Juana, así se llama mi mujer, se ha puesto delante de mis narices completamente desnuda mostrándome su coño abierto del todo.
Me ha hecho gracia su ocurrencia, después me harían mucha más gracia sus caprichos, pero yo nada he dicho al respecto. Me he alzado del diván con toda parsimonia, no he hecho pregunta alguna y sin demostrar sorpresa ni estupor le he dado dos mordisquitos, dos ligeros mordisquitos en sus tetas.
¿Sabéis por qué ha sido esto lo primero que se me ha ocurrido hacerle ante la osadía demostrada por ella con su actitud provocativa?
Pues, porque Juana tiene unas tetas desbordantes, jugosas y descaradamente hermosas. Si admirable es el hermoso triángulo de su pubis y excitante la puerta de su vagina, como excitante es su culo respingón, más admirable es ese par de tetas del que nunca me siento harto.
Después de esos dos mordisquitos, ligeros y suaves, parecidos más que a nada a un cariñoso y dulce beso, he humedecido con mi lengua los abultados pezones de ese par de tetas que nunca me cansaré de alabar.
Y sus pezones, maravillosos, se han endurecido inmediatamente. Juana es una mujer de reacción inmediata sobre todo en cuanto a sexo se refiere.
A continuación, me he separado de ella unos centímetros para contemplarla a mi gusto, para recorrer con morbosa mirada todo su cuerpo y decirle a pleno pulmón:
— ¡Qué hermosa eres Juana!
Ella ha clavado sus ojos en mí y con toda naturalidad ha comenzado a masturbarse, sin pudor alguno, ante mi viciosa mirada. ¿Y esto? ¿Por qué? Me preguntaba yo. ¿Por qué este caprichoso juego de lujuria? Nunca ella se había comportado de tal forma. ¿Por qué ahora y en este preciso momento?
Contemplarla masturbarse me ha enaltecido. Creo que a cualquier marido enamorado le hubiera sucedido lo mismo. Me ha enaltecido hasta tal punto que comencé a imitarla. Masturbarse frente a la mujer que se ama mientras ella hace lo mismo que tú, resulta glorioso. Si tenéis oportunidad de probarlo no dudéis en hacerlo. No os arrepentiréis nunca de haber seguido mi consejo.
Y así, masturbándonos a un mismo tiempo y frente a frente nos hemos corrido por primera vez. En la cumbre de mi excitación he disfrutado más que nunca viendo cómo Juana se acaricia el clítoris ella sola y pasa y repasa sus deditos por los labios de su coño cuajados de zumos y mieles.
— ¿Son siempre así tus ratos de vicio en solitario? – Le he preguntado a continuación.
Ni fuerzas para responderme ha tenido, pues en ese momento se ha deshecho en un orgasmo inacabable mientras yo eyaculaba rotundamente, con abundancia absoluta y con un tartamudeante chorro de semen. Ambos, quejumbrosos y con respiración entrecortada, hemos rodado por la alfombra del salón y en ese rodar feliz, nos hemos unido en el más perfecto abrazo, besándonos, estrujándonos e incluso, hasta hiriéndonos de pasión.
Puedo deciros que ni las bestias más feroces en su ciclo de celo llegan a desearse con tanta furia. Tumbados sobre la alfombra, a punto hemos estado de quedarnos dormidos, pero Juana, siempre más oportuna que yo, me ha dicho:
— ¿No sería mejor que descansáramos sobre el diván?
Sabía yo que ponernos a descansar en el diván daría como resultado iniciar un nuevo lance amoroso entre ambos y así ha sido: Juana comenzó a sobarme la polla para que no se me bajara, comenzó a besarme por todos los rincones de mi cuerpo y a succionar de mi capullo el poco semen que me quedaba en él. Por mi parte, yo no he podido quedarme quieto. Mis manos, como dos palomas, se ha posado en el blanco cuerpo de mi mujer, le han recorrido de parte a parte y han oprimido con amor, con tanto amor que en uno de esos momentos de ansia erótica mía la he escuchado decirme:
— ¡Ten cuidado! ¡Me haces daño!
Eso me ha excitado más que nada y he continuado martirizándola con saña. Nunca entre Juana y yo ha habido sado-masoquismo, pero parece ser, me he dado cuenta de ello inmediatamente, que le ha gustado, que estaba disfrutando con ello y he continuado adelante.
¿Otro capricho de ella?
No. Eran imaginaciones mías. A Juana le gusta que la ame con suavidad, con ternura y, si algún dolor puedo producirle con mi forma y modo de follarla, ese dolor se transforma siempre en placer, pues el cariño y el amor que nos une hace que así suceda. Y hemos continuado follando como siempre lo hacemos: Con viciosa dulzura, con cariño morboso, pero sin violencia alguna.
Ella ha disfrutado cuanto ha querido de mi polla, acariciándola, besándola, mamándola y yo he gozado de su coño tanto y de la misma forma que Juana de mi verga. Cuando al final de la velada se la introduje por la vagina se abrazó a mí, se unió a mí con un abrazo intenso y me dijo:
— Perdóname. Sé que soy una caprichosa, pero, ¿no es cierto que estos caprichos te hacen tan feliz a ti como a mí? Te quiero.
De ese modo hemos vuelto a corrernos con toda generosidad, con toda abundancia y con total satisfacción. Los caprichos sexuales de mi mujer, no suelen ser muy frecuentes, pero sí que acostumbran a ser muy sabrosos y divertidos, porque ella se da cuenta perfectamente de cuando yo necesito algo nuevo en el amor, cuando preciso alguna novedad en la cama o fuera de ella y, entonces, se me acerca, más perfumada que nunca, con la ropa más sexy que encuentra en su armario y, en silencio, me besa dulcemente, pasea su lengua por todo mi rostro, desabrocha mi camisa y hunde su rostro en mi pecho, luego, pone su mano en mi bragueta para ver si yo he reaccionado y, naturalmente, descubre que mi cipote ha crecido espontáneamente.
Es entonces cuando lo toma, lo acaricia y lo besa. Unas veces me lo masturba con su boca y otras, con sus hábiles manos, hasta que consigue que suelte unos abundantes chorros de semen. Por lo general y, es lógico, que se me manchen los pantalones que llevo puestos, algo que ella sabe perfectamente que va a suceder y lo hace precisamente para que yo no tenga más remedio que despojarme de ellos, me quede completamente desnudo e inicie cuanto ella desea y pretende que inicie: La batalla erótica más sorprendente entre ambos y digo sorprendente porque en estas ocasiones, nunca se sabe lo que Juana tiene preparado.
Es una mujer bella, sorprendente e inteligente. Estos son los caprichos de mi mujer y con esto, creo, que está dicho todo. A su lado, os puedo asegurar y os confieso abiertamente que me siento el hombre más feliz de la tierra.