ninfomana empresaria

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Relato Real enviado por Lucía – Valencia

Para ella la sexualidad no entrañaba ningún secreto, y la aparente liberalidad de sus costumbres la ponía al margen de toda duda, pero guardaba, sin embargo, su pequeño misterio, el que ahora nos revela.

Tengo treinta y dos años, me llamo Lucía y físicamente soy una mujer con “gancho”. Me van los hombres como a ninguna pero debo adelantaros de entrada que no es con cualquiera con quien me acuesto.

Esto no lo digo por ninguna razón de orden moralista, sino lisa y llanamente porque tengo mi pequeña manía. Puesta a deciros todo, reconozco que me da cierto pudor la condición que debe cumplir el hombre dispuesto a plantar su nabo en mi huerto. Sin embargo, no daré más vueltas y os lo explicaré con toda mi colección de ejemplos.

A pesar que desde chavala los tíos comenzaron a asediarme con las proposiciones más diversas que iban desde peticiones de matrimonio hasta ser la amiga fija de un día a la semana o simplemente la compañera de un viaje corto, yo no asentía sin saber muy bien por qué.

Por aquella época era la hija seria y estudiosa de un sereno y apacible empresario. Cuando cumplí veinte y dos  años, un infarto acabó con la vida de mi padre y me obligó a ocuparme personalmente de los negocios familiares, ya que mi madre es incapaz de sumar dos más dos y mi hermano tenía entonces apenas doce años. Total, que de buenas a primeras me vi ocupando el adusto despacho de mi progenitor sin tener la menor idea de nada.

Fue Jaime una especie de secretario -contable- amigo y de todo un poco de mi padre quien me fue dando la información que necesitaba para enterarme de qué iba eso de ser empresaria.

Afortunadamente aprendí pronto sus lecciones y cuando un día su mujer avisó que no podía trabajar más pues lo había ingresado en un hospital por una grave dolencia, no me hundí en el caos y pude salir adelante. Pero aquella mujer no sólo había llamado para anunciar la enfermedad de su marido, sino también para pedir ocupación para su hijo, quien se transformaría en el único sostén de la familia.

La relación que mi padre y Jaime habían tenido, me hizo decirle automáticamente que si, aun pensando que aquel chaval podía ser inepto para el puesto de su padre. Al día siguiente de aquella llamada, se presentó puntual a la hora acordada y poco pude averiguar de sus capacidades intelectuales ya que su físico me dejó impresionadísima. Desde luego, de más está decir que era guapísimo pero no era el primer hombre guapo que conocía y no era la belleza en si lo que me atraía.

Se trataba de algo así como alguien concebido a mi misma imagen y semejanza pero con las lógicas características masculinas. He de aclarar que soy una mujer morena, de ojos almendrados y que en conjunto no difiero mucho de la actriz Sofía Loren. Supongo que a nadie le caben dudas de la femineidad de esa tía que causó sensación en los sesenta y que a pesar de sus años sigue siendo un modelo de mujer ideal para muchos.

Pues bien. José Antonio, el hijo de Jaime, tampoco traicionaba el concepto clásico de varón. No había en él ni pizca de algo raro y era un tío absolutamente bien plantado. Sin embargo, era algo así como mi doble pero en versión masculina.

No sé qué ocurrió dentro de mi cabeza y mi cuerpo pero lo cierto es que quedé fascinada con la imagen de aquel hombre. Rápidamente le enseñé lo mismo que su padre me enseñó a mí y muy pronto se transformó en un compañero eficaz de mis tareas. Al principio, fui recatada en mi manera de mirarlo y de dirigirme a él, pero luego su exagerada seriedad me llevó a mostrar mi deseo por él de modo casi desenfadado.

A pesar de ello, José Antonio no daba muestras de recibir mis desesperados mensajes. Mi locura por aquel hombre llegó a límites insospechados y una práctica extraña para mí, se transformó en un hábito casi diario: ante su indiferencia no podía menos que retirarme al aseo y calmar solita con mi dedo mi sediento sexo.

Un día, un interminable inventario hizo que la noche nos cogiera en el despacho. Era indispensable acabar el trabajo por lo que le pedí que bajara a la tienda y trajera provisiones para soportar la tarea sin desfallecer de hambre.

Inmediatamente lo pensé mejor y diciéndole que él no sabría comprar, fui yo la que se ocupó de tal compra. Una idea brillante se me acababa de ocurrir, lo emborracharía y terminaría con su absurda seriedad. Ya no me importaba ese tedioso inventario y sólo quería seducirlo para follármelo.

Tal como imaginé, la improvisada cena sirvió para romper las tensiones que la relación jefa-empleado había generado para que nuestros cuerpos se acercaran y se desearan. Aquello fue el inicio de un romance a tope de sexo que creí que nos llevaría al altar. Sin embargo, un viaje al extranjero que debí realizar por pocos días me llevó a conocer a otro “doble”.

Hans fue mi siguiente hombre que parecía un calco de José Antonio pero con doblaje en alemán. La distancia hizo que nuestro romance durara lo que duró mi estancia en aquel país. Sin embargo, sirvió para demostrarme que casarme con José Antonio hubiera sido una locura.

Tal vez yo no estaba enamorada más que de mi misma y un afán loco de conocer hombres semejantes a mí se apoderó de mi mente. Por lógica, la relación con José Antonio se fue enfriando hasta retornar a la gélida distancia del empleado eficiente y su jefa.

Pero lo que no se enfrió fue mi desesperación por hallar a mis iguales masculinos. Sin duda, no fue fácil satisfacer mi manía siempre, aunque tampoco fue tan difícil como podéis suponer. Debo ser una tipa relativamente vulgar ya que mi deseo de follar sólo con hombres parecidos a mí muy pocas veces no se pudo consumar.

La experiencia más alucinante la tuve en otro viaje al extranjero que debí llevar a cabo por motivos de trabajo. Una calurosa tarde estaba citada en el despacho de un empresario centroamericano, rico y guapo según me habían informado.

Al llegar al lugar indicado me sorprendió que la secretaria de dicho empresario fuera muy semejante a mí pero no le di importancia y me dispuse a ordenar mis papeles mientras esperaba. Al oír unos pasos seguros y una voz melodiosa que se disculpaba por los minutos de retraso, levanté los ojos y una vez más encontré a mi doble.

Detallar que tras la firma del contrato hubo una cena intima y una apasionada noche de sexo y pasión, creo que carece de sentido y me coloca al borde de le repetición aburrida. Lo que tal vez no sea tan repetitivo ni tan aburrido, será contar que aquel Fernando del país tropical tenía mi misma manía y me aseguró que seleccionaba las fotos de las mujeres con quien se acostaba.

Insistió en mostrarme su álbum pero me negué rotundamente. No sé la razón que me hizo estar tan firme en aquella negativa. Creo que sentí cierto escalofrío al pensar que podía hallar muchas mujeres semejantes a mí. Al regresar de aquel viaje reinicié la relación que anteriormente había mantenido con José Antonio.

Su simpleza me resultaba tranquilizadora y no pude evitar usarlo como refugio tras el susto que Fernando me había dado. De momento, continúo con mi eficiente empleado aunque no pierdo oportunidad de acostarme con cuanto hombre parecido a mi encuentro. Reconozco que mi manía no es muy vulgar, pero ya tengo muy claro que soy especial.

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