No era el más débil
Relato enviado por Nuria (Valencia)
Me casé con la mayor ilusión y deseos de entregar mi cuerpo al hombre que llenaba por completo mi vida y hacía que me sintiese orgullosa de mi suerte, ya que incluso mis amigas no ocultaban decir que me envidiaban por haber conseguido conquistar a tal macho.
No tardé en comprobar que su musculoso y atlético cuerpo no guardaba ninguna relación con sus atributos varoniles, ni que me follase con la fortaleza que era de esperar por mí, ya que pasados los primeros meses, los contactos sexuales se fueron espaciando de la semana a los quince días y de una forma nada placentera.
Cada vez era menor el tiempo que empleaba en acariciar mi cuerpo, por lo que muchas veces, al quedar insatisfecha, me mencionaba como disculpa sus prisas y necesidad de terminar cuanto antes. Luego, se atrevía a aducir que era culpa mía si no llegaba al placer, pues debía ser algo fría o poco sexual. Terminé por masturbarme, con lo que pude llegar al conocimiento de que no era insensible, ya que lograba unos orgasmos larguísimos, que llenaban de placer todo mi cuerpo.
Hace poco más de dos años, Julio, hermano del cuñado de mi marido, se acostumbró a visitarnos, debido a la afición que tenía por el ajedrez. Pasaba con mi marido las horas jugando partidas; mientras, decían que yo debía aprender.
Como me aburría, a veces los tres nos entreteníamos con la oca, las damas o el dominó, o bien lo pasaba yo cosiendo o bordando.
En una de estas ocasiones, al levantar la vista hacia ellos, vi la mirada de Julio clavada en mis piernas cruzadas. Me apercibí de que debía estar contemplando mis muslos. Al ser un chaval de unos veinte años, me dije para mí que debía complacerle al hacerle más llevadera su permanencia en nuestra casa. Así que decidí no aparentar que me había dado cuenta de su interés por una parte de mi cuerpo.
Continué, e incluso procuré, que pudiese contemplar la mayor parte de mis piernas. Esto debió entusiasmarle demasiado, ya que oí a mi marido reprocharle lo siguiente:
—¡Chico, te has comportado como un mal principiante: has efectuado movimientos tan malos que ya no te es posible eludir el jaque mate!
Comprendí cuán entusiasmado debía haber estado, haciéndome gracia que siendo tan poquita cosa, comparado con mi marido, lanzase aquellas miradas de deseo sobre mi persona.
Entonces comprendí que el físico no sólo sirve para atraer la atención, ya que arrastraba a caer en una especie de trampa social y moral. ¡Y yo me hallaba dispuesta a escapar de ella de cualquier forma!
Nunca pasaban para mí desapercibidas las lascivas miradas que Julio dirigía a mis piernas, hasta el punto de que llegué a pensar en él con más frecuencia de lo normal. Esto trajo consigo el que me tuviese que masturbar pensando en su cuerpo.
Obsesionada, con toda mi humanidad ardiendo de deseos, decidí ser yo la que buscase la oportunidad. Sabiendo que Julio era bastante entendido en electricidad, decidí estropear la conexión de la campana extractora de humos de la cocina. Luego comenté a mi marido que tendría que llamar a un electricista.
Fue aquel el que, anticipándose a nuestro amigo, le pidió que la arreglase. Yo me opuse que lo hiciera aquel día, diciendo que era mejor en uno de los momentos que mi marido no venía a comer, pues no necesitaría usar tanto el fuego.
Cuando Julio llegó a casa, yo le esperaba con la menor ropa posible: sólo las bragas y la bata. Empezó a trabajar sin que yo me apartara de su lado, por si podía serle útil. Esto trajo consigo que nos rozáramos más de la cuenta.
No tardé en advertir que estaba excitado por lo abultado de su paquete. Así es que, al tener que poner el filtro, me coloqué delante de él para sostenerlo. Momento en el que pude ver cómo se llevaba la mano a la entrepierna; a la vez, su pantalón se abombaba.
Al momento sentí sobre mi trasero el roce de su verga y no puedo precisar quién fue el que se ajustó contra el otro, ya que de inmediato noté el calor y dureza de su capullo contra mis carnes.
Permanecí apoyada a él, pudiendo percibir que lo tenía muy desarrollado por la extensión que abarcaba y por el calor que proporcionaba a mis glúteos. Pasó sus brazos bajo mis axilas, por lo que aproveché para girarme un poco, haciendo que rozara una de mis tetas.
Al no ser ya necesario que siguiera yo manteniendo los brazos en alto, los bajé para aprisionar los suyos que, al haber terminado el trabajo, no esperó más para abarcar con sus manos mis dos tetas.
Las apretó, así como su cuerpo al mío, haciéndome sentir aún más claramente su verga en mis carnes. Aumentó el ardor que invadía mi piel, máxime cuando bajó una de sus manos hasta mi entrepierna y, subiéndome la bata, acarició mi carne y el chumino por encima de la braga, en tanto que con la otra hacía salir mis tetas desnudas fuera de la bata.
Me hizo girar frente a él para abrazarme y besarme la boca con fuerza, al igual que las tetas. Sin apenas darme cuenta, sentí la presión que efectuaba su verga en la entrepierna y contra mi chumino, que al estar cubierto por las bragas consiguió que toda ella resbalara hasta arriba sobre mi vientre, pudiendo comprobar yo lo muy tiesa, gorda y larga que estaba.
Una realidad que me hizo sentir unos deseos locos de tenerla dentro de mí, toda, y poder calmar el fuego que me invadía. No tuve reparo alguno en ser yo misma la que bajase mis bragas, para hallarme disponible cuando él quisiera penetrarme.
Me dominaba una gran angustia. Yo había llegado virgen al matrimonio, luego puede decirse que aquella era mi primera follada. De ahí que me preocupase el hecho de poder follar. Claro que todo lo que estaba sucediendo me invitaba a creer que los resultados serían los deseados para ambos…
Me llevó contra la mesa de la cocina e hizo que elevara el trasero sobre la misma. Separó mis piernas y acercando su verga a mi chumino, dio un fortísimo empujón, encajándolo por completo dentro de mí. Este impresionante roce que había producido, me llevó a no poder contenerme, por lo que empezaron a producirse en mi interior unas incesantes convulsiones.
Debido al roce que sobre las paredes de mi chumino producían los continuos movimientos de Julio, retrocediendo y avanzando sobre mí, hicieron las contracciones vaginales casi insoportables. Le tuve que pedir que cesara en sus penetraciones.
Quedó parado; pero su boca buscó mis pezones, que mordisqueó y lamió, así como mis orejas. Hasta besar mis labios, manteniéndome en un constante éxtasis de placer.
No dejó transcurrir demasiado tiempo, sino que volvió a sus movimientos de mete y saca. Los fue acelerando, de tal manera que nuevamente consiguió que sintiera dentro de mí unos latigazos que me llenaron de un goce inmenso…
Me quedé por completo desvanecida y desfallecida durante algunos momentos; luego de los cuales, le pedí que se retirara para poder bajar de la mesa. En lugar de ello, me tomó por las cadera y me ayudó a descender, manteniendo su verga dentro de mi chumino. Noté cómo aún la tenía muy dura, llenándome por completo la cueva vaginal.
Ello me extrañó, pensando que acaso no hubiese eyaculado; pero, al extraerla, comprobé que de mi interior empezaba a salir el semen con que me había regado. Sin que aquella dura verga hubiese perdido su vigor.
Me asombró cuando me pidió ir a la cama para poder gozar mejor. Fueron las primeras y únicas palabras que se cruzaron entre nosotros hasta aquel momento. Al haber gozado con tal intensidad, opté por decirle que era mejor dejarlo para otra ocasión, en la que dispondríamos de mayor tiempo y tranquilidad.
Me hizo prometerle que me quedaría desnuda para él, pues estaba ansioso de poder ver todo mi cuerpo, dado que había gozado muchísimo con parte del mismo. Nos besamos ardorosamente y antes de marchar quiso contemplar mis muslos, que acarició, así como las tetas, por lo que faltó muy poco para que volviésemos a follar.
Incluso estuve a punto de ceder, al conseguir Julio que me comenzara a invadir todo el cuerpo un calor sofocante. Tuve que realizar un gran esfuerzo para evitar entregarme de nuevo tal y como ya le apetecía a mi humanidad sexual. Comprendí que no podía mostrarme tan ansiosa, porque le hubiese hecho creer a Julio que se las veía con una ninfómana.
A pesar de haber pasado ya bastante tiempo y seguir follando, no es por ello menor el placer que obtengo. Continúa asombrándome cómo este chico de apariencia tan débil, puede tener esa capacidad para hacerme enloquecer de gozo. No se le puede comparar con el forzudo de mi marido, que siempre anda en los gimnasios y hasta cuenta en casa con una habitación donde guarda una bicicleta fija y varios juegos de pesas.
Pero, ¡cielos!, la verga de Julio resulta una máquina de brindarme orgasmos, por lo que nuestros encuentros se suceden y mi pasión y ardor son los mismos que al principio e incluso, si ello es posible, aún mayores.
Ahora que él es conocedor de todo mi cuerpo, folla conmigo de distintas formas y me deja por completo ahíta de placer. Únicamente mi dicha y mi felicidad se ensombrecen al pensar que dentro de muy poco le perderé durante una larga temporada, ya que se ha de incorporar a la «su trabajo en el extranjero».
Por ello deseo que los contactos sean más prolongados y numerosos, en la medida de lo posible, a fin de compensar su temida ausencia.
Otra de las peculiaridades que he de resaltar ante vosotros, mis colegas de «polvazo» es lo bien que disimulamos ante el cornudazo de mi marido. Julio sigue viniendo a jugar al ajedrez, me mira las piernas como si no las hubiese probado y en ocasiones, comete esos errores tontos que le llevan al jaque mate, para que el «señor de los cuernos» crea que sigue teniendo ante él a un tímido que nunca se atrevería ni a decir un piropo a su «mujercita».
Yo también mantengo mi postura de señora recatada, aunque dentro de mis bragas se asoman los juguillos vaginales con sólo pensar en lo que me tiene reservado mi amante oculto. Este que no es el más débil, ¡ni mucho menos!
Julio me ha prometido que cogerá todos los permisos que pueda, aunque sea haciendo la «pelota» a sus jefes. Sabe dibujar muy bien, así como conoce de maravilla los ordenadores. Esto le puede brindar ciertas ventajas. Para compensar su ausencia, me ha regalado un juego de vibradores. Ya los he probado estando él presente. Pero no se me quita la pena… ¿Cómo me lo pasaré sin tenerle encima de mí?