Enloquecida ceremonia de intercambios

ceremonia intercambio parejas liberales

Relato enviado por Carolina (Mallorca)

Al principio fui algo reticente a mandar esta experiencia, pero mi esposo, entusiasta de los Relatos eróticos me convenció de que lo hiciera. Tras seis años de matrimonio, nuestra vida sexual empezaba a ser bastante tediosa y la relación cotidiana se resentía por ello.

Debido a lo cual Lucas, mi marido, propuso que nos apuntáramos a un club de intercambio cambio de parejas que le habían recomendado. Siempre he sido abierta en cuestiones sexuales y a Lucas sólo le costó un poco de insistencia para que yo aceptara.

Al fin al cabo, cambiar de pareja sexual no podía causarnos ningún daño y además añadiría algo de interés a nuestro matrimonio. Lo cierto es que me gustó mucho más de lo que esperaba. Pero no me porté como una «lanzada», ni fui una tímida.

Pese a mi apertura de miras nunca había engañado a mi marido y tampoco tuve experiencias promiscuas. Por eso me pareció estupendo que en la primera reunión no hubiera grandes exigencias. Mi amiga Soledad, casada con Ramón (el mejor amigo de Lucas) estaba también entre las seis iniciadas, que era como se denominaba a las mujeres de las nuevas parejas.

Con el resto de chicas debíamos presentarnos a Teresa, la preparadora, una mujer alta, de cuerpo estupendo, que llevaba un vestido negro ajustado y el pelo recogido hacia arriba, cuya mirada fría y expresión facial no permitía augurar nada bueno.

Sin embargo, nos dijo que la primera noche sólo debíamos actuar de camareras. Como uniforme nos dio un diminuto sujetador, un tanga y una minifalda. A lo largo de toda la noche los machos nos estuvieron tocando el culo y las tetas. Incluso las activas, que es como se llamaba a las iniciadas, participaron en los toqueteos.

En determinado momento descubrí que Lucas le estaba metiendo mano a Soledad por debajo de las bragas; y seguro que le gustó porque cambió de cara. Lo más curioso es que no sentí ni pizca de celos. Me encaminé donde estaba Ramón y permití que me magrease.

Se concentró en mi trasero que, según mi marido, es lo mejor de mi cuerpo. Una vez finalizada la cena, las iniciadas teníamos que lavar los platos; mientras, las activas y los hombres se enfrascaban en su orgía. Al terminar, nos permitieron ver cómo gozaban. Yo tenía muchas ganas de participar y me dio rabia que todavía no me fuese autorizado.

Vi cómo Teresa se la mamaba a mi esposo y le conducía a las cimas del éxtasis. A la siguiente sesión, teníamos que realizar los requisitos de la iniciación con dos ofrecimientos posibles, según nos detalló Teresa. Uno se basaba en un «striptease» y el otro en realizar un numerito sáfico, ambas cosas delante de los hombres.

Inmediatamente puso música romántica y todas nos inclinamos por el «striptease»; pero la verdad es que no nos lucimos demasiado. Entonces nos emparejó para ver si éramos capaces de ejecutar el número safico.

Me tocó con Soledad. Nos quedamos un poco cortadas; pero cuando sus labios se unieron a los míos, advertí un estremecimiento en el chiribiqui. Le cogí las tetas y la otra mano la dirigí directamente a su clítoris. Empezamos el espectáculo. Soledad se tumbó de espaldas y me coloqué encima de ella. Nos morreamos y unimos nuestros chiribiquis y tetas.

Nunca me lo había «montado» con una mujer. Y sólo con iniciar mi actuación con Soledad, ya lamenté no haberlo conocido hasta entonces. Le chupé las tetas y los pezones se le pusieron tiesos y duros. Le toqué la raja caliente y mojada. Mi dedo se deslizó suavemente en su interior y pronto mi boca alcanzó sus partes más íntimas. Me sentía una exploradora en una jungla apetitosa.

Procedí a comerle el chiribiqui y mi amiga se puso tan cachonda que empezó a gemir. A continuación llegó mi turno y Soledad se aplicó en darme gusto. Lo primero que hizo fue dirigir su lengua a mi zona interior, para meterla en la rajita con el supremo objetivo de chupetear el clitoris. Fue uno de los orgasmos más intensos de mi vida y juraría que no era su primera experiencia con mujeres.

Cuando terminamos la primera fase de la ceremonia de iniciación, nos vendaron los ojos y nos ataron las manos a la espalda. Íbamos vestidas de una forma normal. Yo llevaba unos vaqueros ajustados y una blusa. Teresa nos condujo a otra habitación. Nos quitaron las vendas de los ojos, nos desataron y pudimos ver que en aquella estancia se encontraban el resto de los componentes del club. Teresa se dirigió a nosotras y nos dijo:

– Muy bien, chicas, ha llegado el momento de desnudarse.

La primera en hacerlo se llamaba Sarita, que fue examinada atentamente por nuestra instructora. Luego le tocó las tetas y le pellizcó el culo.

– Separa las piernas y ábrete el coño – le ordenó a continuación.

Sarita pareció avergonzada. Y la perspectiva de pasar por aquella situación me estaba poniendo a mí muy nerviosa, aunque debo admitir que mi chiribiqui empezaba a activar su producción de jugos.

Teresa hundió su dedo en el chiribiqui de Sarita y se lo hizo chupar hasta dejarlo completamente limpio. Soledad, que era la siguiente, observaba la escena aterrorizada. Ocurrió lo mismo; pero con la diferencia de que uno de los hombres lo grababa todo con una cámara de vídeo.

Resultaba alucinante ver la escena a través de la pantalla gigante de televisión que había en la sala. El hombre de la cámara acercó el objetivó al coño de mi amiga y tuvimos una excelente panorámica de las intimidades de Soledad. Cuando llegó mi turno, me temblaba todo el cuerpo. ¿Era demasiado para una iniciada como yo?

Mostraron mi culo y mi coño en la pantalla, con la salvedad de que Teresa añadió salsa al asunto invitando a determinados hombres y mujeres a introducir sus dedos en mis agujeros íntimos.

Notar aquellos contactos de los extraños en mi interior casi me provocó una corrida. No sé cómo me contuve allí mismo.

– Muy bien – dijo Teresa -. Ha llegado la hora de recibir el castigo que merece vuestra indecencia. ¡Voy a apalearos!

Sarita volvió a ser la primera. Le obligaron a situarse en el centro de la sala, inclinarse hacia delante y abrirse un poco de piernas para recibir diez azotes en el trasero con una paleta de ping pong.

Al finalizar, había lágrimas en sus párpados; pero también vimos cómo se deslizaban por sus muslos los flujos sexuales.

A mí me hizo lo mismo, aunque tumbada en su regazo. No podía ver mi culo, pero seguro que estaba rojo como un tomate. Sentí quemazón y excitación a la vez. Necesitaba un buen polvo. Cuando estuvimos listas las cinco, Teresa anunció que todo había terminado por aquel día. Luego añadió que yo debía esperar un momento.

– Hace mucho tiempo que no obsequiamos a nuestro público con un enema.

Me horroricé. Seguro que Lucas le había dicho que los enemas me excitaban de una manera extraordinaria. Todas las demás mujeres se marcharon y, ante mis protestas, Teresa pidió a dos hombres con pinta de gorillas que me sujetaran y, luego, que me tumbaran sobre una mesa. Salió y regresó al cabo de un rato con una bandeja, un tubo y una boquilla.

Mientras los tíos me sujetaban sobre la mesa, ella separó mis glúteos. Esperaba la penetración de la boquilla, pero en lugar de eso una lengua suave y caliente empezó a recorrer mi ano de arriba a abajo. Traté de ver quién era por encima del hombro, pero no lo conseguí. De pronto noté que me insertaban la boquilla y, luego, un chorro de agua templada fue llenando mi culo.

La presión en el ano me hizo sentir como si estuviera siendo follada por detrás. Empecé a restregar mi chocho contra la mesa, aunque resultaba demasiado lisa para satisfacer mis frenéticos deseos. Quería «correrme».

Cuando acabó de introducirme el agua, Teresa me pidió que la retuviese. Intenté meterme el dedo en el chocho para orgasmear, pero dos hombres me sujetaron las manos por detrás. Al cabo de un momento no podía aguantar la presión del agua y, finalmente, Teresa me permitió ir al lavabo a expulsarla, evidentemente bajo vigilancia para que no me pudiera masturbar.

Al regresar me vendó los ojos y dijo que mi iniciación se daría por cumplida si era capaz de efectuar cinco mamadas, tragándome todo el semen, sin dejar caer ni una gota, ya que si esto sucedía me vería obligada a comenzar de nuevo. Tragué con fruición cuatro de las corridas, sin tener ni remota idea de quienes disfrutaban de ellas. Y cuando le llegó el turno a la quinta, me quitaron la venda y vi que la favorecida era Teresa.

Utilicé la lengua como mejor pude y supe para comerme su húmedo mejillón. De pronto, me detuve. Ella me gritó que continuase; pero yo me había dado cuenta de que Teresa, a cuya merced me había hallado hasta entonces, ya se encontraba en mis manos. Voví a hundir la lengua en su cueva y al mismo tiempo dirigí los dedos hasta mi coño para alcanzar las cimas del éxtaxis de una vez por todas…

Lamí y succioné los deliciosos pliegues de su vagina, metí y saqué la lengua de su cavidad; mientras, Teresa imponía el ritmo con sus muslos. Sin dejar de atender a sus necesidades, procuraba satisfacer las mías frotando el clitoris con una mano. Estaba estremecida de deseo, lasciva hasta el paroxismo.

El orgasmo recorrió el cuerpo de Teresa como una descarga eléctrica. Recibí una buena ración de flujo en mi boca. Mi propio éxtasis no tardó ni un segundo más; pero no me detuve ahí. Me sentía muy activa.

Tras unos instantes de reposo, mi boca regresó al coño de Teresa, llevándola a una interminable serie de orgasmos, al mismo tiempo que mis manos servían de nuevo al propósito de proporcionarme el placer que había deseado toda la noche…

He aquí mí gran experiencia. Confío en que la consideréis digna de ser incluida en las páginas de polvazotelefonico.com. Recibid toda mi admiración.

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