trio de mujeres viciosas
Relato erótico enviado por Raquel – Barcelona
Hola, soy una mujer demasiado viciosa en lo que se refiere al sexo, tengo un amigo que también le gusta frotar mucho más que a mí su zanahoria, pero ha llegado a la edad de los 50 y está un poco decaído y acomplejado que no va ser lo mismo su aguante y que no va hacer disfrutar igual a una mujer. Tonterías de hombres, así que le propuse una cena sorpresa y vaya sorpresa se llevó, os la voy a contar:
Comimos y cenamos en abundancia y, cuando sobre la mesa sólo quedaban restos de pan, fruta y algo de vino, se me ocurrió, para animar al decaído Manolo, invitar a tomar café a dos amigas mías, mucho más putas que yo, y ¡ya veis! una servidora presume de serlo mucho, así que podréis suponeros cómo son estas individuas.
Llegaron las mencionadas chicas, oliendo a cosmético barato, pero limpias e insultantes de sexo. Yo, que había bebido ya demasiado, me quedé en pelotas sin pudor alguno y sin pudor alguno dije a mis amigas que hicieran lo mismo, a lo que ningún inconveniente pusieron y enseguida les propuse que entre las dos deberían follarse a Manolo, pues el pobre estaba con la moral muy baja.
-Bueno – dijo Pepa, una de mis amigas- con tal de que no sea un micropene.
Al oír tal cosa, Manolo se bajó los pantalones y puso al aire sus atributos masculinos, compuestos de un cipotón absolutamente tieso y un par de huevos que, de puro gruesos, le llegaban casi hasta la rodilla.
Luisa, que así se llamaba mi otra amiga, fue la primera que se atrevió a engancharse al rabo de Manolo. Pepa eligió los cojones de la víctima o sea de Manolo, pero digo la víctima, porque, sin ton ni son, comenzó a tirarle de ellos con tal fuerza que parecía querer arrancárselos.
– ¡Para, cabrona! -protestó Manolo- ¡Para mujer que me vas a des huevar!
Obedeció Luisa, transformando sus tirones por caricias casi dulces y Pepa a una indicación mía, comenzó a mamar de aquel hermoso rabo que no dejaba de crecer.
Yo era la única que me encontraba sin ocupación alguna y para no sentirme fuera de juego, me arrodillé frente al peludo culo de Manolo y me esforcé en meter mi lengua por su agujerillo.
Las tres mujeres nos dedicamos con intensidad a la labor escogida y Manolo se retorcía de gusto y bufaba como un auténtico animal en celo. Las mujeres cambiamos de ocupación varias veces y Manolo ya no se tenía en pie.
En volandas, llevamos, entonces, al dormitorio a nuestro hombre y allí tumbados los cuatro sobre la cama, comenzó la auténtica fiesta sexual. Me las arreglé como pude y de buenas a primeras, me encontré cabalgando sobre la cara de mi amigo al mismo tiempo que Pepa lo hacía sobre su polla y Luisa se masturbaba contemplando la escena.
Jamás he visto a un hombre dejarse dominar por unas mujeres tan exhaustivamente y tan a satisfacción, dando gusto a las tres por todas partes.
¿Quién podía pensar entonces que a la cincuentena disminuye la potencia sexual de un hombre?
Eso le pregunté a Manolo en ese momento y me gritó furioso:
– ¡No me recuerdes cosas tristes ahora!
Continuamos follando, convirtiendo a aquella noche en una auténtica noche de carne y sexo. ¡Qué felicidad más grande! ¡Qué gusto más abundante! ¡Qué pasión y cuánta lujuria!
A la amanecida, cuando después de habernos corrido los cuatro no sólo siete veces sino casi diez veces y descansando un poco, Luisita, la más viciosa de todos, metió su rostro entre mis piernas y comenzó a lamerme la vulva.
– ¿Qué haces? Le pregunté.
– Pues que he querido comérsela a Manolo y como se la está comiendo Pepa, he decido comerte el coño a ti.
– Bueno, hija, cómetelo hasta que te hartes, pero a mi me gustaría más que me metieras por él algo más gordo.
Dicho y hecho. La muy zorra, saltó de la cama, se largó a la cocina y en cuanto pudo enganchó un enorme calabacín que, casualmente, allí tenía Manolo y casi con desesperación comenzó a metérmelo por el coño.
A mí no me molestó para nada el grosor de aquella hortaliza, puesto que estoy acostumbrada a tragarme las más hermosas pollas del mundo y abriéndome de patas cuanto pude, grité a mí amiga:
-Méteme eso hasta donde puedas que me voy a correr como pocas veces me he corrido.
Sucedió así y a continuación, la muy puta en vista de lo mucho que yo había gozado, me exigió que le hiciera yo lo mismo a ella.
No tuve más remedio que complacerla y mete y saca, saca y mete, estuve, hasta que la muy cabrona se deshizo en un orgasmo fenomenal, justamente cuando Luisa y Manolo gritaban de gusto porque también se estaban corriendo.
Los cuatro pasamos una gran noche y felices nos separamos cuando el sol ya se encontraba muy alto y Manolo igualmente, se sentía tranquilo y liberado de sus complejos sexuales.