Ven a ver como se follan a mi mujer

ven a ver como follan a mi mujer

Relato enviado por Carlos (Granada)

Soy un hombre de 34 años que mantiene respecto al sexo una postura de absoluta liberalidad. Respeto las inclinaciones de cada cual, siempre que no vayan en perjuicio de terceros, y no existe peculiaridad sexual alguna que me escandalice o me parezca aberrante si los que la practican están de acuerdo y obtienen de ella un placer gratificador.

He defendido esta postura cada vez que el tema ha surgido en mis conversaciones, y fruto de ello fue que la suerte me deparara una experiencia tan curiosa como la que voy a contar. Experiencia en la que desgraciadamente, y al contrario de lo que sucede en la mayoría de las crónicas privadas que ustedes publican, sólo participé en calidad de mirón o voyeur.

La propició un amigo mío con el que frecuentemente mantengo charlas sobre sexo, erotismo y derivados. El conocía mi modo de pensar, y eso le animó a pedirme opinión acerca de su caso particular. Desde que se había casado, una fantasía sexual predominaba sobre todas y le excitaba tremendamente siempre que recurría a ella. Era el morbo cornudos, imaginar a otros hombres follándose a su mujer.

Le dije que aquello no era ni mucho menos nada anormal. Millares de hombres se excitan con esa misma fantasía, lo cual no quiere decir que les guste verla cumplirse en la realidad. Es algo muy similar a lo que ocurre con las mujeres y la fantasía erótica de ser violadas.

Me confesó entonces que él sí deseaba ver cumplida su fantasía en realidad… que, de hecho, tal cosa ya se había producido en más de una ocasión. Le pregunté cuál era la postura de su mujer al respecto.

—Al principio se extrañó un poco cuando le hablé de ello —contestó—. Pero ahora la idea le divierte y la acepta encantada. El sexo le gusta a rabiar.

Lo vi todo perfectamente natural y así se lo comenté. Para tranquilizarle aún más le presté algunos libros y revistas que hablan del asunto, y le dije que, en mi opinión, el cambio de parejas, tan de moda últimamente en ciertos círculos sociales, basaba su gran poder de morbo y atracción no sólo en la posibilidad de follarse a la mujer de otro, sino en la de contemplar al mismo tiempo cómo se follan a la propia esposa.

Quedó encantado con mis respuestas; tanto que unos días más tarde me invitó a ir a su casa.

—Tengo una sorpresa —dijo—. Conozco cómo piensas y estoy seguro de que no te vas a escandalizar. Quiero que veas cómo se lo hace mi mujer con unos tipos.

No intenté replicarle ni rehusar. Comprendí que el grado más álgido de la fantasía morbosa de mi amigo radicaba en el hecho de que no sólo fuese él quien contemplara el goce de su mujer con otros hombres, sino que además hubiese más espectadores distintos de él mismo. Creo que los sexólogos utilizan un nombre para calificar esta desviación, pero ahora no lo recuerdo. Quiero aclarar, no obstante, que si le acompañé no fue sólo por hacerle un favor. A mí también me gusta el morbo.

Cuando llegamos a la casa no había nadie. Mi amigo me condujo a un saloncito; allí descolgó unos cuadros de la pared y se mostró sendos agujeros. Se dominaba a través de ellos prácticamente toda la habitación contigua, y me aseguró que por el otro lado quedaban muy bien disimulados. Pronto tuve ocasión de comprobarlo, pues su mujer llegó al poco rato acompañada de dos tipos jóvenes. Ella también es joven y muy atractiva.

Los tres venían con los motores a todo gas, tanto que los dos hombres, sin ningún preámbulo comenzaron a desnudarla sobre la alfombra. Ella a su vez arrancó violentamente pantalones y calzoncillos al primero que pilló y se puso a mamarle la verga como una loca.

El otro entretanto la quitaba las bragas y la besaba en los muslos y alrededor de la vulva. Los tres acabaron en el suelo con los cuerpos desnudos hechos un amasijo. Ellos succionaban los pechos de la mujer, le besaban en el vientre, las caderas y los muslos…

Ella culebreaba de placer, les buscaba los miembros para chupárselos y les suplicaba con palabras obscenas que la follasen cuanto antes.

Uno de los jóvenes, al fin, se colocó entre sus muslos y jugueteó un rato frotando la punta de su miembro contra la raja. Ella le gritó toda clase de palabras y expresiones soeces para que se la clavase de una vez. Mientras se la follaba, ella aprovechaba para mamarle el miembro al otro.

No había teatro; la mujer tenía el rostro desencajado de placer; estaba disfrutando de aquellas dos vergas todo lo que se puede dar de sí.

Miré a mi amigo, estaba trémulo de excitación, con los ojos inyectados y la boca abierta. Se hubiera masturbado allí mismo de no ser por mi presencia. Yo también tenía ganas de hacerlo.

Los jóvenes jugaban con la mujer de mi amigo al tuya/mía, follándosela alternativamente, mientras ella buscaba con su boca ansiosa la polla que estaba libre. Al final, les pidió que se corriesen en su cara, y les chupó las vergas hasta que descargaron sobre sus labios dos chorros torrenciales de esperma, mientras ella les apretaba los huevos como queriendo más…

Me despedí de mi amigo después de que los jóvenes se marcharon. Comprendí que estaba deseando quedarse a solas para disfrutar con su mujer la tremenda excitación que la escena le había provocado. Yo estaba también tan excitado que entré en un bar y me masturbé en los lavabos.

Sólo espero que un día me ascienda de mirón y me invite a ser yo quien se cepille a la ramera de su mujer.

 

 

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