Chicas lanzadísimas
Relato enviado por Gabriel (Zaragoza)
Estaba aburrido y se me ocurrió ir al cine porno (uno de los últimos que quedan en España). Pedí que me acomodaran en la última fila, pues me gusta ver el espectáculo desde lejos.
Al cabo de unos momentos el acomodador acompañaba a dos muchachas, al parecer de unos 20 años. Se sentaron a mi izquierda. Al rato de haber empezado la película, noté que la pierna de la chica que estaba a mi lado se apoyaba en la mía. No hice caso; pero advertí que ella se revolvía. La miré en la semipenumbra y me di cuenta de que sus ojos brillaban y, al mismo tiempo que me contemplaba, me estaba sonriendo.
Inmediatamente ella depositó su mano en mi muslo. No me moví, pero pensé que seguramente sería una que buscaba plan, esperando sacarme la pasta por ello.
Me acerqué a su oído y le dije muy bajito que no estaba dispuesto a pagar por sus servicios. Me respondió que ellas no eran de ésas y que se habían puesto allí porque yo les había parecido un señor respetable.
—Si tú deseas pasarlo bien con nosotras —siguió diciendo, muy seria—, te ofreceremos lo que necesitas. Gratis. Ahora, si estás de acuerdo con mi propuesta, cámbiate de butaca para que quedes en medio de las dos.
No me hice rogar al desplazarme de asiento. No bien me hube acomodado, me cogieron una mano cada una, llevándomela a sus entrepiernas, de cuyos pantalones habían corrido de antemano las cremalleras. Moví los dedos encontrando las braguitas de las dos húmedas. Las separé un poco y logré penetrar en sus calientes conejos, buscando sus clítoris.
Las chavalas me ayudaron separando las piernas. Empecé a tocar. Ya no podían mantenerse quietas. Al mismo tiempo, habían abierto mi bragueta: una tenía cogida mi picha, que estaba tiesa y la otra manipulaba mis testículos.
En breves momentos las oí suspirar muy bajito y agitarse con más intensidad, hasta que alcanzaron un orgasmo bastante violento. Creí que la gente que estaba a nuestro alrededor se había dado cuenta. Mis manos quedaron aprisionadas entre sus muslos. Yo casi estaba a punto de correrme; pero lo pude evitar por milagro.
Aflojaron ellas y pude sacar mis manos de aquellos hornos. Cogí mis instrumentos y los encerré. Me dijo una al oído que saliéramos, ya que nos iríamos a su apartamento. Allí lo pasaríamos todos mucho mejor. Sin pensármelo dos veces accedí.
Lo primero que hicieron, después de tomarse unos güisquis, fue desnudarme entre las dos, luego fui yo el que las desvistió a ellas. Eran maravillosas, tenían unos cuerpos de ensueño y unos conejos que no se cansaban nunca de que se les diera placer. Me volvieron loco a mis 48 años.
Julia tenía 21 años y Tere un año menos. Me llevaron a su habitación, juntamos las dos camas y, sin más Tere se tumbó con las piernas abiertas sobre el colchón exhibiendo delante de mis ojos su rosado y brillante conejo debido a la humedad existente en el mismo.
No pude resistir tal visión. Me arrodillé en el suelo y comencé a chupar aquella breva; mientras, Julia se tendía sobre la alfombra debajo de mí, aplicando sus labios a mi capullo. Primero lo besó y, luego, se lo introdujo casi entero en su boca. Comenzó a chupar de tal manera que parecía que lo sorbía.
Sentí que iba a correrme y traté de apartarme; pero me lo impidió. No pude resistir y me corrí en su boca, sin que se apartara hasta que no quedó ni una sola gota, a la vez, yo salvajemente sorbía los jugos de Tere, que estaba orgasmeando en mis labios.
Nos levantamos para tumbarnos los tres en la cama. Descansando un buen rato, hasta que la perversa Julia se las ingenió de tal manera que, mientras sus tetas se paseaban sobre mi picha afortunada, su roja abertura estaba frente a los ojos de Tere y los míos. Nos miramos y sin palabras nuestras lenguas iniciaron el viaje hacia allí. La mía buscando el sabor de aquel conejo y la de Tere para entretenerse en intentar entrar en el callejón del trasero de la amiga.
Cuando ya estuvo mi picha tiesa de nuevo Julia se levantó, se colocó de espaldas a nosotros y con gran maestría se la fue introduciendo por el estrecho corredor de su ano, hasta que estuvo toda dentro. Luego me dijo:
—¡Así, cariño, así me gusta que me jodas por detrás!
Mientras, Tere, abierta de piernas sobre mi cara, me pedía que chupara su caliente conejo, metiendo la lengua tan adentro como pudiera. Julia, con un ritmo enloquecedor, subía y bajaba a la vez que se masturbaba.
Me corrí en el interior de aquel culín maravilloso; al mismo tiempo, Tere me entregaba sus jugos otra vez. ¡Cómo gocé y cómo disfrutaron ellas!
Me iba a levantar cuando Julia lo hizo para ir al baño. Tere me sujetó. Casi sin moverse de como estaba, sólo se agachó un poco y comenzó a chupar mi blanda picha, intentando sorber lo que hubiese podido dejar Julia.
Cuando ésta volvió del cuarto de baño, les pedí por favor que me dejasen porque no podía aguantar más. Entonces se sirvieron unos vasos de güisqui y a mí me hicieron café; pero advirtiéndome que antes de marcharme tendría que follar con Tere.
—Es mucho para mí. Creo que no podré resistir vuestra potencia. Me parece que hoy será la primera vez, y la última, que estoy con vosotras.
—Eres tonto —respondieron—. No desperdicies lo que nosotras te damos tan desinteresadamente y que muchos, ni pagando, podrían obtener. Si nos organizamos bien los tres, podemos ser felices durante mucho tiempo.
Al cabo de más de una hora de charla, Julia dijo que, con el fin de que me pusieran cachondo, iban a montar un numerito entre las dos. Así me concederían un rato más de descanso.
Empezaron a besarse y a chuparse las tetas la una a la otra, luego, Tere se quedó tendida y Julia montó sobre ella frotándose los conejos. Seguidamente, se dio la vuelta y su lengua se puso a chupar el conejo de Tere. Lo que presencié por primera vez en mi vida fue un verdadero sesenta y nueve entre dos mujeres.
La visión y los jadeos de este acto me produjeron una violenta y rápida erección. Me acerqué por detrás de Julia, le palpé las nalgas y ella levantó un poco el trasero. No pude resistir más. Se la inserté toda en su nido, rozando la lengua de Tere que me recibió amorosa.
Cuando Julia notó que estaba a punto de correrme, dio un tirón hacia delante y me la hizo sacar al mismo tiempo que me decía:
—Espera unos instantes que a la que has de follar es a Tere y no a mí.
Conquistaron su orgasmo las dos y se abrazaron con pasión. Instantáneamente se levantaron y me hicieron tender a mí. Julia llevaba la voz cantante e indicaba la posición adecuada. Hizo poner a Tere de horcajadas sobre mi tieso mástil, lo cogió por la base haciendo que su amiga se fuera bajando, hasta que desapareció entero en el ardiente conejo.
Luego ella se situó de cuclillas, quedando su raja frente a mis labios. De inmediato empecé a introducirle la lengua; mientras, ellas se besaban las tetas y la boca, hasta que conseguimos un orgasmo inolvidable los tres a la vez. Yo estaba convencido de que cuando Tere notase que me iba a correr, se levantaría para no recibir dentro de su conejo mis descargas; pero no fue así. Aún se apretó más hacia abajo para recibirlo mejor. La inundé disfrutando como locos.
Después de lavarnos y asearnos un poco, nos vestimos. Casi no me tenía en pie, pues hacía bastantes años que no sacudía tres taponazos en una sola tarde. Les dije que, de no arreglarse las cosas, sintiéndolo mucho no debían contar conmigo.
Acordamos que en lo sucesivo, y para no tener que hacer las cosas de aquella manera tan a lo loco, acudiría a su apartamento dos veces cada semana, pero sólo dedicaría mi tiempo a una sola cada vez. Así tendría tiempo para recuperarme.
Por norma, cuando tenían la regla, en lo que se diferenciaban la una de la otra en diez o doce días, descansaban; o sea que me tocaba una semana con una sola y la semana siguiente con la que debía tenerla pronto. Pero en el mes de noviembre estos descansos no los efectuamos, por cierto yo tampoco me di cuenta. En diciembre, al advertir que hacía más tiempo del normal que no me decían nada sobre este particular, inquirí al respecto. La respuesta que me dieron me produjo escalofríos.
Resultó que estaban las dos embarazadas de unos dos meses aproximadamente, lo cual habían hecho adrede, pues desde octubre dejaron de tomar la píldora. Después de pensárselo bien, habían decidido tener un «hijo del amor», como ellas me dijeron.
Yo estaba verdaderamente asustado, pues no sabía lo que iba a ocurrir.
Aunque ellas afirmaban que no me preocupase, ya que ni mi nombre ni mi persona saldría a la luz, pensaba que debían mantener a sus respectivos hijos. Sus familias ya lo sabían y consentían en que Tere y Julia fueran madres solteras.
También me dijeron que yo no tendría ninguna clase de derechos sobre sus hijos; y que no me molestarían para nada. Lo único que me pidieron fue que no las abandonase, aunque fuesen madres y que, como conmigo habían gozado tanto, deseaban seguir follando en el futuro. Y si algún día pensaban cansarse, lo que dudaban, o si yo por impotencia o por viejo dejaba de proporcionarles lo que hasta entonces, tampoco sería problema, ya que ellas mismas eran capaces de «follarse» la una a la otra. Y que jamás otro hombre, en el plan que estaban conmigo, lo acogerían entre ellas.
Curiosamente, Tere tuvo gemelos, niño y niña, y Julia una cría. Los tres preciosos. Soy soltero, lo que me he olvidado mencionar. Ganas me dieron de proponerlas que nos casáramos; pero, ¿con quién? Lo podíamos echar a suerte o que ellas decidieran. Pero me mantuve callado.
Seguimos follando; pero, como debéis comprender las gentes de «polvazo», la circunstancia de ser madres les impide ser tan independientes como antes. Continuamente aparecen complicaciones en los críos, que si enfermedades, que si las guarderías, que si deben llevarlos a tal o cual sitio. Yo no lo lamento. Lo que también me supone una complicación es darles dinero para ayudar al mantenimiento de «mis hijos», a lo que se niegan para que «no termines concediéndote derechos que has perdido»…
Vaya, me estoy poniendo pesimista. En el fondo, me siento orgulloso de ser padre, aunque sea de una forma tan especial, y de poder follar con ellas de vez en cuando. Antes salía con una compañera del trabajo, a la que dejé de lado al liarme con las chavalas lanzadísimas; pero ahora estoy pensando en volver con ella.
Es una viuda de muy buen ver. Quizá le proponga matrimonio, aunque sólo sea porque me dé un hijo al que poder abrazar, esperar a que me llame «papá» y empezar a formarle, como sueño en poder hacer con esos tres pequeños que nunca sabrán lo que los quiero y cómo me duele haber tenido qué renunciar a su cariño.