Aquella inesperada orgía

relato orgía

Relato enviado por Leandro (Madrid)

Me enloquecen las rubias, no lo puedo remediar. Mientras estaba tramitando mi separación, en el bufete del abogado conocí a Sonia. Era una clienta que tenía problemas con su ex porque no le pagaba la pensión acordada.

Recuerdo que una tarde permanecimos mucho rato en la salita de espera, lo que nos llevó a hablar de esas cosas intrascendentes, que acaban dando pie a las que realmente interesan. Antes de que ella se fuera, quedamos en vernos la tarde siguiente en su piso.

Yo me presenté allí llevando un ramo de flores, lo que quedó un poco fuera de lugar… Como entendí al recibir uno de esos besos que te dejan sin aliento. En el acto, Sonia me desenfundó el carajo y tiró de mí. Nos sentamos en un sofá tapizado en negro, del mismo color que ella llevaba pintadas las uñas.

Yo le subí el jersey y busqué en su sujetador. Las tetas abrasaban. Lo mismo que su chochazo y su lengua.

Bebí saliva y, al mismo tiempo, me llegaron las primeras gotitas de líquidos vaginales. Le bajé las bragas de un tirón y ella terminó por sacárselas de una pierna para dejarlas en su muslo izquierdo.

No parecía querer perder mucho tiempo. Pronto comprendí que me hallaba junto a una rubia muy especial, una de esas mujeres que no se cortan a la hora de ir en busca del placer. No sólo quería obtenerlo todo, sino que en la mayoría de los casos llevaba ella la iniciativa. No me importó cedérsela.

—Me dijiste que tu mujer te pidió la separación porque te sorprendió en la cama con otra…

¿Acaso estabais acostados en la cama conyugal? —bromeó ella, dando en el centro de la diana acaso sin proponérselo.

—En efecto, nos encontrábamos en ese lecho. Y la «otra» era mi hermana…

—¡Tu hermana! —preguntó, verdaderamente sorprendida.

—Tuvimos nuestros motivos. Ella se «moría» a chorros de ganas de follar, porque había estado haciendo un curso de perfeccionamiento de inglés en Irlanda y cuando regresó aquí, se encontró con que su novio había sufrido un accidente de coche, lo que le obligaba a seguir sin «probarlo». Quería suicidarse, por eso le calmé con una follada. Siempre la he querido muchísimo…

Nos habíamos seguido tocando los genitales. Yo me agaché para lamer su conejo ardiente. Pude capturar su clítoris revolucionado, lo que me fue premiado con una felación. Sin embargo, tuve que decidirme por penetrarla, sin saber que iba a volverse un torbellino.

Quería un carajo dentro de ella, hasta tal punto que la muy ramera no cesaba de pedirme «¡más, más…!» Procuré llevarla de un mueble a otro, clavándole la estaca con la fuerza con la que no lo había hecho con otra mujer. Llegué a sus fondos…

—¡Quieto ahí, Leandro! —me ordenó repentinamente—. ¡Has alcanzado mi punto «G»! ¡Ooohhh…, me derrito viva… Mmmmhhh… Hincámela más fuerte… La tienes tan grande… y cómo te noto… Aaaahhh…!

Le llegó el primer clímax con una serie de escalofríos que le hicieron estremecerse desde los pies a la cabeza. Más tarde me pidió que le trajese un tubo de vaselina que había en el cuarto de baño. Le apliqué una buena cantidad en el agujero del culo y, luego, me cubrí el capullo con el mismo lubricante.

A partir de aquel momento convertí la sodomización, o más bien el inicio de ésta, en todo un ritual. Sin que ella me lo hubiese indicado, comprendí que estaba a punto de pasar la gran prueba. Coloqué la mano derecha sobre sus nalgas, apunté el glande al centro del ano y empecé el avance. Mi entrada fue muy lenta pero precisa. Esperé…

—Sigue, sigue, Leandro… Ya estás en el portón con una picha que me lo ensancha… Podrás deslizarte con mucha facilidad… a pesar de que yo me voy a cerrar todo lo que sea posible… ¡Sí, sí… Has debido meterme más de la mitad… Aguanta ahí… Deseo recrearme con esta sensación…!

Hablaba mientras se estaba dando la vuelta sobre la moqueta del piso. Quedó debajo de mí, con las piernas levantadas. Sus botas marrones se situaron a la altura de mis hombros: mientras, yo utilizaba las rodillas, los pies y las manos como palancas de empuje. Proseguí el avance dentro de aquel ano prieto y, a la vez, elástico que me acompañaba.

Sonia agitó la cabeza de un lado a otro, con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Se hallaba súper concentrada en la consecución de su placer, sin dejar de pensar en el mío propio. Y el torbellino que se formaba en sus bajos debió concentrarse en el punto «G» y en sus esfínteres, porque hubo momentos en los que llegué a creer que estaba dispuesta a romperme el carajo. Tuve que atizarle de firme para que tal cosa no sucediera.

—¡Cómo me gusta haber encontrado un hombre como tú, Leandro, porque te reservo muchas sorpresas! ¡Y ahora estoy segura de que te adaptarás a todas ellas! Cuentas con una picha que puede aguantar más de media hora sin correrse. Tu ex mujer debía ser muy idiota al separarse de ti… ¡Te diré que pienso sacar un gran partido de todo tu cuerpo!

—No sé lo que tienes planeado, Sonia; pero creo que voy a divertirme… ¡Igual que ahora…, que ya me sale todo el esperma por la punta del pito… Prepárate, porque te lo voy a echar sobre el cuello y las tetas! ¡Tómalo como un reconocimiento a tu belleza… y a tu cachondez…!

Yo me salí del ano, luego ella se echó en el suelo, y así recibió todo el riego de leche. Un baño brillante sobre la piel, que no borró de sus labios una maliciosa sonrisa. Acaso porque le bullía algo en la cabeza que iba a provocar en aquella casa una inesperada orgía…

No sé el tiempo que pudo transcurrir. Recuerdo que había vuelto a dar por el culo a Sonia, cuando allí entraron Chedes, una morena de corta melenita, Elena, una chavala muy extrovertida y Aníbal, el dueño de la cafetería donde yo desayunaba todas las mañanas. Debéis creer que no me extrañó la presencia de los tres. Intenté continuar con lo mío, sin dejar de observar lo que hacían los recién llegados.

Ellas le sacaron a Aníbal el carajo. Me pareció que las dos se lo estaban comiendo, debido a la manera como le besaban en la boca y le mamaban el glande. Tenían prisa, lo mismo que Sonia al recibir una segunda andanada de esperma. Luego me llevó a un sillón tirando de mi brazo derecho.

Una vez que estuvimos sentados, me morreó buscando mi lengua. Esta mujer nunca parecía sentirse harta. Quise que nos concediéramos una pausa, al menos para poder respirar unos minutos. De pronto…

Se presentó allí Blanca, una chiquilla con aspecto de estudiante, que saltó sobre Aníbal dispuesta a sacarle los ojos y a la vez gritaba:

—¡Te voy a matar, cerdo… Dijiste que ibas a enmendarte y te encuentro con estas putonas…! ¡Maldito… y yo te di mi virgo!

Elena saltó a por la chiquilla, a la que cogió por los hombros con la ayuda de Aníbal. Así pudieron arrojarla al suelo, donde la sujetaron por los brazos y las piernas. Acto seguido, le arrancaron las bragas. Esto permitió que la «rabiosa», recibiese la picha en todo el chochete. Se estremeció de arriba a abajo.

—¡No te lo perdonaré nunca, cerdo! —siguió Blanca gritando—. ¡Yo sabía que eras un golfo… pero me juraste que ibas a cambiar porque yo te gustaba… Si hasta me diste la llave de esta casa…! ¡He entrado creyendo que estarías solo… pero al ver a estas guarronas junto a ti…!

¡Ay, ay… Me haces daño, bruto… No quiero que me folles animal… No quiero… Noooo…! ¡Oh, ooohhh… Dios mío…!

Su voz se estaba mostrando cada vez más debilitada bajo los efectos de la excitación sexual: de la rabia vengativa acababa de pasar a la realidad de que le gustaba tener un carajo de grandes proporciones como el de Aníbal dentro de su cuerpo, a pesar de todo lo demás. Continuó vociferando cual loca despechada, pero ya sólo fueron gemidos de gozo…

Un desenlace que sirvió para que Chedes viniera a nuestro lado. Se preparaba la gran orgía. A partir de que Blanca se rindiera, todos nos preparamos a gozar de una forma despendolada, pero dentro de un cierto orden. Quiero decir que ya no hubieron gritos, ni nadie se peleó por conseguir o detener los objetivos de los demás. Vi cómo Aníbal echaba a Chedes en el suelo, para joderla con una fuerza que me impresionó. Lo suyo constituyó una verdadera lección, que yo asimilé mientras estaba disfrutando con Sonia y Blanca.

Pero mis ojos se iban hacia el otro trío, porque Elena había dejado de masturbarse, después de que Chedes conquistara un orgasmo y se estaba colocando en cuclillas para ser enculada. La chavala era un portento…

—A mí no me importa que folles con otras, tesoro, ¡porque eso da calidad a tu cipote! ¡Mira cómo se desliza por mi pasillo culero, luego de haber estado en el chiribiqui de mi amiga!

¡Así se fraguó el mejor ambiente!

Porque las palabras de la chavala del pelo castaño sirvieron para que los seis nos fuéramos a la gran cama. Por cierto, yo me vi regalado con una mamada de Chedes, que de esto de manejar carajos con la boca sabía un montón.

Todos nos hallábamos pringosos en los genitales y en otras partes del cuerpo, al cambiar los jugos extraídos de los chuminos o los restos de esperma por la saliva. En cierto momento, al sentir la flojera del orgasmo que me crecía en los cojones, apoyé la mano derecha en el culo de Blanca. Por cierto, ésta se hallaba entregada a lamer la almeja de Chedes, pues se encontraba recibiendo el esperma de Aníbal.

Mientras, las dos rubias se cuidaban de aprovechar todo lo que caía por las cercanías de sus bocas o de sus chochazos. Ventajas del amontonamiento, en el que no parecían existir unas preferencias fijas. Aprovechar lo que se fuera presentando.

Súbitamente, Elena debió abandonar la felación que estaba dedicando a mi carajo debido a que la venía un clímax. Necesitaba la boca para recoger una mayor cantidad de aire. Como me quedé con una formidable erección, debí fijarme en el juvenil panadero de la estudiante.

La ex gritona continuaba lamiendo el chochazo de Elena y la picha de Aníbal. Tan entregada a esta tarea, que ni se dio cuenta de que yo le había metido dos dedos en el agujero del culo. Exploré para comprobar si era posible la sodomización. Como entendí que iba a disponer de una amplia galería, me decidí a perforarla. Lo hice con una sola embestida, hundiendo casi todo el carajo. Lo sorprendente fue que Blanca ni se volvió a comprobar quién era su «invasor». Un hecho que cuento como anécdota, sin darle mayor importancia.

Lo que sí me resultó extraño fue la obsesión que mostraba aquella chiquilla por mamar los genitales del «cerdo» y la «putona», como ella los había llamado al irrumpir tan violentamente en la casa.

Entonces me puse a pensar en la serie de coincidencias que se habían producido últimamente en mi vida: el hecho de encontrar a Sonia en el bufete de mi abogado; la circunstancia de que Aníbal o alguna de las chavalas contase con una llave del piso de Sonia; y la aparición de Blanca, luego de haber podido abrir la puerta principal. Una cadena de sucesos que me parecieron muy poco casuales.

Bueno, debí abandonar estas reflexiones al sentir que iba a eyacular de un momento a otro. Sujeté con mayor fuerza la cintura de la estudiante, intenté que los recorridos de mi carajo dentro de la galería culera fueran más largos y eché la cabeza hacia atrás…

De pronto, en el mismo segundo que empezaba a correrme, supe que Sonia me estaba besando la espalda, acaso para humedecer toda la línea de mi columna vertebral. Esto ayudó a que mi esperma brotase con una gran violencia. Llegaron a dolerme los cojones.

— Gracias por la enculada, Leandro —me dijo Blanca, volviéndose.

Quise preguntarle cómo sabía mi nombre; pero me lo impidieron las bocas de las demás mujeres al lanzarse a lamernos a los dos. Se llevaron con sus lenguas mis últimas gotas de esperma y todo lo que había dentro del culo de la estudiante. Disponían de unas verdaderas «bayetas» de un impresionante poder de absorción. La orgía proporcionaba estas maravillas.

Puede decirse que se había abierto la veda de la enculada, porque Aníbal se cuidó de los traseros de Chedes y Elena; mientras, Blanca proseguía con su obsesión de lengüetear los genitales que tenía delante.

—Aníbal es mi hermano —me dijo Sonia, luego de morderme en la oreja—. Por él supe que tú te hallabas tramitando la separación. Esto me decidió a ir al bufete, con la sola idea de «ligarte». La cosa estaba fácil, sobre todo si yo te contaba la verdad de mi fallido matrimonio. Chedes y Elena son primas hermanas. Tienen un negocio de perfumería y ropa interior junto a la cafetería de Aníbal, de ahí que terminasen por liarse con él. Y Blanca es la que parece salirse de la norma: con sus 18 años recién cumpliditos, estudiante de Bachillerato, llegó a la cafetería y se enamoró de mi hermano. Lo demás supongo que lo habrás adivinado por sus gritos…

Se había hecho la luz en mi cerebro, lo que me permitió agradecer todo el plan urdido por Sonia. Los beneficios del mismo eran que yo estuviera gozando de una orgía fabulosa. Y con esta idea abracé a la rubia «liante», la coloqué en un lateral de la gran cama, un poco distante de los otros cuatro, y me dispuse a entrar en su chochazo húmedo y abierto.

Mi penetración lo convirtió en un túnel rugiente, en ese torbellino que yo tanto había conocido en las últimas horas. Ella rodeó la zona alta de mi cuerpo con sus piernas, formando una especie de tenaza y procuró que yo le llegase a lo más profundo. Quedamos completamente acoplados, por medio de ese ajuste que buscan los genitales ansiosos por gozar al máximo…

¡La mejor forma de culminar una orgía!

 

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