El bollo erótico
Relato enviado por Antonio (Granada)
Después de leer uno de los relatos de polvazotelefonico.com me atrevo a contarles la experiencia de este verano. Formamos un joven matrimonio liberal, por otra parte bastante normal, ya que nos enfrentamos a los mismos problemas sociales.
Contamos alrededor de los 26 años y somos de estatura corriente. Sin embargo, Cristina, mi esposa, tiene el cabello castaño claro en melenita, resulta muy atractiva y luce un cuerpo perfectamente marcado. Lo que más me gusta de ella son sus pechos tan desarrollados —no caídos y duros al tacto.
Con el ánimo de incitarme, siempre que asiste a una fiesta procura aproximarse más de lo debido a la pareja con la que baila. Me conoce perfectamente y sabe que esto le servirá para mejorar nuestros encuentros en la cama. La verdad es que algunos de nuestros amigos intentan sobrepasarse, porque tienen en sus brazos a una hembra escultural.
Cuando esto sucede, mi pene se pone tremendamente erecto. Supongo que será por culpa de algún tipo de aberración mía. Ella lo sabe y deja que los tíos no sólo la magreen sino que llega a provocarles para que la besen en el cuello. Pero jamás llega más lejos.
Como es he escrito al principio, fuimos a veranear a la costa a casa de una familia compuesta por unos padres ya mayores y un hijo de una edad como la nuestra. Se llama Alberto, es fuerte y rudo. Los primeros días nos estuvo enseñando la zona, así como todo el edificio. Nos hallábamos junto al mar y a unos kilómetros de un pueblo costero.
En las fechas iniciales Cristina se iba a la playa, por lo que en seguida se pudo muy morena. Esto aumentó su belleza. Entonces empecé a advertir que Alberto no le quitaba ojo. Permanentemente se ofrecía a acompañarla, mientras yo me encontraba pescando en las rocas. Terminó volviéndose loquito por ella. Y aún me llenó más de placer enterarme que a mi esposa le gustaba aquel bruto. Le dedicaba unas sonrisas muy provocadoras. Claro que no llegaba a cosas mayores.
Al cabo de una semana se celebró una fiesta en el pueblo. Alberto nos lo comentó. Yo dije que a mí esas cosas me aburrían. Pero, dado que Cristina se mostró muy animada, la dejé que se fuera con el bruto. Después de cenar, a eso de las doce, la vi subir a la habitación para arreglarse. Y al bajar me quedé anonadado lo guapísima que se ofrecía. Llevaba un vestido rojo y un cinturón que le marcaba todo su busto escultural. Si, las tetas parecía que iban a reventar la tela.
Pronto advertí que Alberto la miraba con verdadera lujuria. Me sentí complacido. Y ella le estaba dedicando una sonrisa de complicidad. Se despidieron de nosotros y salieron. Entonces me decidí a seguirlos, procurando no dejarme ver. Quería comprobar lo que podía suceder en aquella fiesta pueblerina.
Durante algún tiempo los dos se limitaron a pasear entre las barracas de la feria. Muchos jóvenes miraban a Cristina con deseo e incluso algunos se atrevieron a lanzar varios silbidos de admiración. En ocasiones, Alberto se atrevía a intentar dejar su brazo en la cintura femenina, pero ella se retiraba sin mostrarse demasiado arisca.
Al cabo de una media hora decidieron ir al coche. Se encontraba aparcado fuera del recinto de la feria. Durante el camino el abrazo se había convertido en algo permanente con lo que él debía sentir la presión de las tetas de mi esposa sobre su cuerpo. Iban muy tranquilos y comentaban la reacciones de los jóvenes.
Yo les seguía todos los pasos. Vi cómo Alberto abría la puerta del vehículo. Entonce ella le cogió por un brazo y lo dos quedaron mirándose de frente. Durante unos segundos permanecieron en silencio. De pronto, comprobé de qué manera él le pasaba un brazo por el cuello y comenzaba a besarla y magrearla. Mi polla se puso erecta. Hasta llegué a correrme de placer.
El bruto se entregó a acariciarla frenéticamente, tocando todo el cuerpo que tenía a su merced. Porque Cristina estaba sollozando de gozo. Y se subió las faldas, sin dejar de apoyarse en el coche. De pronto aquel tío se sacó la verga y se la introdujo en el coño. Los dos ardían de frenesí. Dentro de mi aberración comprendí que mi esposa estaba siendo poseída por otro hombre. Lo que no me forzó a reaccionar para evitarlo.
Aprovechando que ella había llegado al orgasmo, Alberto la chupó las tetas. Estaba recibiendo todas las facilidades del mundo. Se lo pasaron bomba… ¡Y ante mis ojos de «cabronazo»!
En cuanto terminaron se metieron en el coche, no sin antes dejar que Cristina se arreglara el vestido. Ya se dirigieron a casa. Con la suerte de que encontraron un atasco, lo que me permitió llegar a mí mucho antes. Luego les vi despedirse tan tranquilamente. Ella subió a la habitación.
Otro día mi esposa me dijo que debía contarme lo sucedido la otra noche de la fiesta. Claro que teniendo en cuenta mi debilidad no creía que me fuese a herir excesivamente. Admitió que Alberto la había poseído, y que ella le animó a hacerlo. Además, estaba dispuesta a seguir acostándose con él. Claro que, con el fin de que yo no me viera privado del placer correspondiente, procuraría dejar la puerta abierta.
Así lo hicieron. Y el resto de las vacaciones yo me lo pasé de «mirón». El bruto la penetró de todas las formas; mientras, Cristina gemía de placer. Por fortuna, en ningún momento olvidaron los anticonceptivos.
Pensé en el cambio que se había producido entre nosotros. Porque nunca había llegado tan lejos. Y así fue como debí asistir al espectáculo que protagonizaban los dos, hasta que él completaba la noche regándola con su leche.