Lenguas cachondísimas

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Relato enviado por Lucio (Pontevedra)

Tengo 31 años y soy un hombre que se ha hecho a sí mismo en todos los sentidos; digo esto para que puedan comprender mi historia y mi comportamiento en esta experiencia. Hace unos años me presentaron a una señora de unos 35 años muy bien llevados. Era guapísima y sabía contonearse, debido quizá a su profesión, ya que era bailarina en un «tablao» flamenco.

A los pocos días, coincidimos en el ascensor y se produjo, sin duda, el flechazo sexual. Me sentí nervioso y deseoso de seguir con ella, pero tuvimos que despedirnos al llegar cada uno a su destino: ella a su casa y yo a mi oficina.

Estuve varios días pensando en lo magnífico que sería follar con esa señora. No tenía ninguna duda de que sabía amar como nadie; lo decía su cuerpo y su forma de moverse. Llegó mi ocasión, pues la encontré en un bar, de esos que hay en todas las ciudades, más frecuentados que otros por estar situados en el centro. Se hallaba con sus amigos.

Por un momento nos miramos intensamente y, como si esto fuese una señal, hablamos algo. Después de saludar por mi parte con la mano a todos, la conversación que mantuvimos entre los dos resultó más silenciosa que las de los otros. En un tono confidencial, me dijo que había estado en mi oficina para invitarme a una fiesta que daba en su casa pero que le habían dicho que me hallaba fuera de la ciudad. Quedamos en que iría.

Estuve todo el resto del día y el siguiente pensando en la dichosa fiesta. Por la mañana había invitado a varios compañeros y compañeras y a una en especial que a mi parecer quería enrollarse conmigo.

Llegamos todos casi a la vez a la fiesta. Había una mesa con varias botellas de todas clases en un rincón del comedor que se hallaba totalmente vacío, salvo unos sofás adosados en las paredes. En otro rincón se encontraba un equipo de sonido, a todo volumen, con una melodía. Después de saludar y presentarnos, empezamos a bailar. Yo lo hice con mi pareja. Había poca luz.

A los pocos minutos, sentí cómo me tocaban la cabeza por detrás. Miré y vi a la dueña de la casa que bailaba con otro que, por lo que había escuchado, estaba liado con ella. Hice caso omiso; pero siguió tocándome incluso la espalda.

No sé si mi pareja se percató; sin embargo, yo me negué a seguir bailando para evitar problemas y salí a la terraza, disculpándome con mi compañera al decirle que iba a tomar el fresco.

A los pocos minutos, la anfitriona salió también a la terraza con una amiga. Me habían dicho también que estas dos se entendían, pues eran lesbianas. Los acontecimientos ocurrieron en fracciones de minutos.

La amiga la empujó contra mí e hizo que se sentara encima mío. Ella cayó ofreciéndome sus labios, y la besé con fuerza. Nunca había sentido una boca tan fresca y un cuerpo que se amoldara tan pronto al mío. Sentí que se me rompían los huevos, que la polla no podía sentir más la presión que me hacía el pantalón.

Le toqué el coño por encima del pantalón finísimo que llevaba. Sentí una pasión nueva: un coño tan grande como mi mano que es de mayores dimensiones de lo normal. Lo tenía chorreando y caliente. Su respiración era entrecortada, se diría que nunca había follado. Pero no era así; me dijo que era divorciada.

Entraron varias personas a la terraza, y tuve que cesar de besarla; a la vez, puse freno a la pasión que me invadía, ya que mi polla se movía por sí sola, con fuertes sacudidas.

Al despedirnos de la fiesta me dijo la dueña de la casa que quería dormir conmigo. Le contesté:

—Pero ahora no puede ser.

—Lo sé, ven mañana —me pidió.

Así fue; al día siguiente, a las cinco de la tarde, volví a ese chalé. Llamé a la puerta insistentemente, pero nadie me atendía, giré el pomo y la puerta se abrió. No me atreví a entrar, ya que no tenía una verdadera amistad con la dueña; pero mi deseo y mi curiosidad eran grandes.

Entré en el salón, y no había nadie. La llamé por su nombre y, al final, me contestó. Apareció su voz detrás de una cortina que separaba el pasillo, que daba a las habitaciones, y al lugar donde el día anterior habíamos estado bailando.

Totalmente desnuda, adiviné más que vi su cuerpo sonrojado, como el de las artistas de cine pero sin maquillajes, ni nada de eso. Traspasé la cortina, la aparté.

Ella estaba medio dormida, totalmente desnuda, y no dijo más que mi nombre. No la dejé hablar; me abracé a su cuerpo con toda la pasión que puede sentir un hombre por una mujer.

Ella y yo, sin dejar de besarnos, empezamos y terminamos de quitarme la ropa. Tenía un sabor único; a decir verdad, recibí la impresión de que lo había sentido antes, sí, creo que era el mismo orgasmo, que olía muy fuertemente. ¡Pero si todavía no la había penetrado!

Toda su piel transpiraba orgasmo; ¿se había corrido por la totalidad de los poros de su cuerpo? Me volví loco, y ella también pareció loca. Quería cogerme la polla con sus labios. No deseaba abandonarla; se mostraba sobre todo dispuesta a disfrutar de ella sin interrupción.

Sólo tocándole gozaba. El culo lo tenía apretado, maravilloso, con unas formas que sólo ofrecen los ángeles. No hacía yo más que tocarle y besarle por todos los sitios de su cuerpo, descartando ese coño que tanto deseaba. Ella seguía luchando por someterme, por cogerme la polla.

Me la atrapó casi obligándome; se la metió en la boca y me fijé que llevaba los labios pintados con carmín y era muy sensual. Al mismo tiempo, me cogía los testículos con las dos manos, ejerciendo una presión no muy fuerte, pero uniforme en todo el contorno. ¡Qué gusto!

Yo fui besándola poco a poco y empleé la lengua por todo su cuerpo, empezando por su largo cuello y siguiendo por toda la línea de su espina dorsal y la espalda, siempre despacio… Ella se estremecía de gusto. Llegué a la curva tan magnífica que hacía su culo y ejercí más presión con mi lengua.

Seguía moviéndose, dando pequeños saltitos; le metí la lengua en el ano y no dejó de moverse de izquierda a derecha, colaborando con la presión vertical que yo le hacía con la lengua, seguramente para disfrutar más.

Sin dejar de mover la lengua en su ano, metí hasta lo imposible la cabeza entre sus muslos para acabar introduciendo la lengua en su coño. Entonces, sus movimientos se hicieron de abajo a arriba; apoyando las plantas de sus pies en la cama, pude yo sentir la presión que ejercían sus piernas en mi cuello, hombros y algo más abajo.

Mi lengua seguía dando gusto y, a la vez, sintiendo unos tejidos deliciosos.. Advertí dentro del coño unas contracciones que llegaron a tales extremos que mi lengua enloqueció. Tuve que sacarla, para empezar a martillear con ella el clítoris, que también se hallaba rígido. Era grandísimo, y estaba todo fuera. Al mismo tiempo le metí el dedo corazón de la mano derecha por el ano, suavemente. Con la izquierda le froté lentamente su teta derecha y, de vez en cuando, le cogía con dos dedos su pezón. Ella seguía revolcándose; y ya entendí lo que decía. ¡Quería que la penetrase!

No obstante, le hice esperar y a la media hora, por lo menos, seguí con la lengua, hacia arriba; quiero decir por su vientre. Sentí en la lengua unos débiles vellos, que eran rubios. Continué hasta sus tetas y, finalmente, hasta su boca, la que besé con un gusto inmenso. Ella se mostraba como loca, e intentaba obligarme con sus rodillas para que se la metiera. Pero me resistí, a pesar de que hacía ya cerca de una hora que me encontraba loco por explotar y preparado para el deleite.

Finalmente, se la clavé. Cada vez que se corría decía como una loca:

—¡Otra vez! ¡Otra vez! ¿Es que no te cansas…? ¡Parece imposible!

Conté más de cinco ocasiones. Me di cuenta de que yo todavía no había eyaculado; pero quería rebasar mi marca. No deseaba irme y lo conseguí. El sudor de ella no me molestaba; al contrario, me animaba, no como otras con las que había follado anteriormente. Aquella chavala me dijo después que le ocurría lo mismo conmigo…

De un golpe, y haciendo un esfuerzo, se la saqué. Estuvimos fumando un cigarrillo. Ella decía que era increíble que no hubiese eyaculado.

—¿Me dejas que te desahogue con mi boca? Ya verás como soy una mamona extraordinaria.

Di un paso hacia atrás.

—¡Es muy hermosa!— susurró aquella mujer tan maravillosa.

Acto seguido empezó a utilizar la lengua. Si yo me consideraba un maestro lamiendo, ella me demostró que no me andaba a la zaga: recorrió todo el contorno del glande, pasó la puntita alrededor del inexistente frenillo y descendió por el tallo, hasta encapricharse con los huevos. Como si los quisiera separar, se entretuvo en darles unos golpecitos bastante húmedos.

—¡La madre de Dios… Cómo me estás poniendo, princesa! — exclamé, dándome un pequeño golpe contra la pared al echar la cabeza hacia atrás— ¡Esto es más de lo que yo te he podido proporcionar…! ¡¡Me voy a correr… Ahora… Aaaaahhh!!

Sujeté su cabeza con dedos agitados, se me doblaron las piernas y todo el cuerpo se me tensó. Para resistir el zambombazo de la eyaculación. Mientras, ella se lo tragaba todo, con una rapidez asombrosa y cogiendo la polla por la mitad de la caña… ¡Creo que no desperdició ni una sola gota!

Aún me quedaron fuerzas para ofrecerle un pañuelo. Sin embargo, ella movió la mano y dijo:

—Gracias, pero no lo necesito. Me relamo y basta… ¡El semen es una de mis bebidas favoritas!

Nos despedimos pocos minutos más tarde. Pero a ninguno se nos ocurrió comentar nuestro próximo encuentro. Al día siguiente, volví al chalé por la tarde.

Me encontré con unos señores mayores —los padres de ella— que me dijeron que Pili había decidido quedarse en la ciudad. Hasta allí corrí en su busca… ¡Dios, cómo lo deseaba! ¡ ¡Todavía sentía el roce delicioso de su lengua por mi polla y, al mismo tiempo, conservaba el sabor de su piel en la mía!

Tampoco la encontré. Se había mudado sin dejar una dirección. Os juro que intenté seguirle el rastro. Hasta encontré el «tablao», donde me dijeron que hacía mucho tiempo que no trabajaba allí. Por la cabeza se me pasó ir a una agencia de detectives; no obstante, desistí en el último momento. Luego, como se dice, el tiempo pasó sin ella. Y salí con otras mujeres, aunque ya no era lo mismo…

Hace una semana mi hermano me telefoneó a casa. Estaba desbordante de felicidad, y me invitó a comer a un restaurante. Quería celebrar él mayor acontecimiento de su vida. Me contagió su entusiasmo. Lo necesitaba, debido a que había aceptado la idea de que jamás encontraría a Pili.

Me vestí despacio, luego de elegir mi mejor traje; me volví a afeitar, aunque apenas lo necesitaba y me acicalé de la misma forma que un gato que se dispone a conseguir su mejor conquista callejera. Sonreí al espejo y pensé que deseaba ligar.

Cuando entré en el restaurante, enseguida escuché la voz de mi hermano llamándome. Estaba solo, pero había dos platos más en la mesa.

—¿Quién nos va a acompañar, Pablito? — le pregunté.

—Mi novia… ¿No recuerdas que te enseñé una fotografía hace dos años?

Hemos estado regañados. La escribí para hacer las paces. ¡Y ha vuelto a mi lado, al fin, y vamos a casarnos!

—Te felicito, aunque te has adelantado a mí, Pablito. Eres el hermano pequeño.

—Déjate de chorradas, Lucio… ¡Mira, ahí viene Pilar!

Me quedé de piedra nada más girar la cabeza. ¡Porque allí estaba Pili, la mujer de la que yo me había enamorado! Me levanté derribando la silla y me quedé más pálido que un cadáver… Durante unas horas mi vinieron a la cabeza un montón de ideas: ella me pareció conocida desde el primer momento; claro, había visto su fotografía; después, pensé en eso de su «lesbianismo»… ¡Seguro que era una bisexual, que en los últimos tiempos había jodido con todo el que se le había puesto en el coño!. Un tiempo que le había servido para follar con otros hombres, entre los cuales yo era «otro más».

—Pero, reacciona, Lucio… ¿No ves que Pilar te está tendiendo la mano? —exclamó Pablito. La miré como si no la conociera de nada y fingí la emoción contenida en mi hermano.

Durante la cena, Pablito se levantó en varias ocasiones para ir al servicio, momento en el que Pilar aprovechó para pedirme un juramento de silencio – Tu hermano nunca puede saber lo que pasó entre nosotros – le prometí que así sería y con estas palabras, terminó nuestra conversación en la cena.

Después de la boda, Pili y yo nos volvimos a ver a solas en casa de mi hermano, lo que pasó, lo contaré en otra historia más adelante, si los amigos de polvazo tienen a bien publicarla.

 

 

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