Gozar en el baño

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Relato enviado por Pedro y Julia (Ginebra)

Me llamo Pedro, soy hijo único y vivo en Suiza. Mi padre es español y mi madre suiza. Tengo 18 años recién cumplidos. No sé si llegarán a publicar este relato, porque entiendo que son muchos los que polvazo recibe cada día, de cualquier manera, espero que en algún momento pueda ser incluido en la biblioteca de relatos de esta web, ya que soy asiduo a las charlas eróticas y me haría mucha ilusión ver mi historia publicada aquí.

Como he dejado escrito resido en Suiza. Con nosotros está mi tía Juana, que es hermana de mi padre. Los dos vinieron juntos a este país hace 20 años. Lo hicieron cuando murieron sus padres, o sea mis abuelos. Por aquellas fechas mi padre contaba 25 años y mi tía 20, ahora han cumplido 45 y 40 respectivamente. Mis padres se casaron y nací yo. Había estado algunas veces en España, no muchas, con ellos. Mi tía algunas veces iba sola y otros años, la mayoría, se quedaba aquí, ya que en la patria natal no tenemos familia, sólo unos primos de mi padre y si alguna vez había que ir, por causa de unas tierras, lo hacían mi padre o mi tía.

El pasado verano nos dijo mi padre:

—Nos vamos a España los cuatro. Cogeremos el coche y allí, donde encontremos sitio, nos quedaremos seis semanas.

Todos estuvimos de acuerdo. Recuerdo que tuvimos que llegar más abajo de Tarragona, a unos 5 km de la costa. Elegimos un pueblo muy grande, pero bastante bonito. En un bar restaurante preguntamos dónde nos proporcionarían un lugar en el que dormir los cuatro. Allí nos quedamos.

Dispusimos de una habitación con ducha y váter, y otra que sólo contaba con una cama. También resolvimos todo lo demás. Subimos las maletas y, mientras mi tía se colocaba un poco las ropas, yo me di una ducha y, después, me eché un poco. Más tarde bajamos a cenar y dimos una vuelta por el pueblo.

Al amanecer yo me desperté pronto. Me levanté para ir al váter. En seguida vi que mi tía estaba desnuda encima de la cama; pero se hallaba despierta y me dijo:

—Creí que aún dormías. ¿Dónde vas?

—A mear.

Cuando salí del servicio, ella me estaba esperando y me susurró:

—Ven, échate aquí un rato.

Me extrañó mucho verla así. Era la primera vez. Con mi madre era distinto, ya que de pequeño me bañaba con ella estando los dos desnudos. Una costumbre que habíamos venido manteniendo hasta aquellas fechas. A mi tía sólo la había visto en bikini.

Yo nada más que llevaba el pantalón del pijama y era muy corto. Me eché junto a mi tía y pude verla bien. Comprobé que tenía un cuerpo hermoso; además, aparentaba menos años. Estuvimos un rato en la cama los dos juntos. Cuando nos levantamos, mis padres ya nos estaban esperando para desayunar. Nada más terminar nos fuimos a la playa.

El restaurante donde teníamos que comer se hallaba a 200 metros del mar y allí dejamos el coche antes de bañarnos. La playa no era muy grande, pero estaba limpia y había bastante gente durante el día, aunque no podía considerarse que nos encontrásemos apretados. Lo que sí se podía hacer era pasear a lo largo de la costa, a pesar de que en algunos sitios había piedras bastante grandes y debíamos tener cuidado.

Por otra parte, allí se podían andar varios kilómetros sin ver a nadie, hasta que se llegaba a un pequeño montículo, al que estaba prohibido pasar, sin embargo, era posible subir a un promontorio, en el que localicé una especie de plazoleta, que permitía quedarse oculto a las miradas de alguno que por casualidad pasara. Esto lo descubrimos mi tía y yo tumbados desnudos al sol.

Nos pasamos el día en la playa, muy bien y divertidos. Al regresar ya era de noche. Lo primero que hicimos fue ducharnos. Mi tía y yo nos metimos debajo del agua para no perder tiempo. Es cierto que ella me enjabonó y yo le devolví el trato.

De pronto mi tía me cogió la picha y me la descapulló para lavármela. Ya no paró hasta que me la puso dura. Cuando lo consiguió la oí exclamar:

—¡Vaya, no está mal!

Seguidamente, empezó a lavarse el coño y como ella había hecho conmigo, como buen sobrino, cogí el jabón y me puse a lavárselo. Mi tía me dejó hacer. Nada más terminar, antes de vestirnos, nos secamos el pelo. Y estábamos desnudos cuando mi madre llamó en la puerta.

—Entra que está abierto — dijo mi tía.

—Déjame unos rulos para ponérmelos aquí atrás. Tengo el pelo de un enredado.

—Llévate la bolsa, que yo ahora no la necesito. Están en la caja de aseo… ¡Ahí mismo!

Al agacharse a cogerla, a mi madre se le abrió la bata y pude ver que no llevaba ninguna ropa debajo. No me inmuté, ya que no era la primera vez que la contemplaba desnuda. Cogió la bolsa y se fue a su cuarto.

Cuando nos vestimos, mi tía se puso una blusa, la braga, muy pequeña por cierto. y una bata; además, la blusa era bastante escotada y dejaba al descubierto parte de sus hermosas tetas, que las tenía gordas y muy duras, eran, como decía ella, cojonudas.

Yo me vestí y bajamos a cenar. Y cuando llegaron mis padres, me di cuenta de que mi madre tampoco llevaba puesto el sujetador. En cuanto terminamos nos fuimos a dar un paseo hasta las doce de la noche, que regresamos para acostarnos, pero, antes de meternos en la cama, mi tía me dijo:

—Vamos a darnos una ducha para quitarnos el sudor y quedarnos frescos.

Cuando terminamos, al secarnos, ella se abrazó a mí y me dio un beso, cosa natural; pero, desnudos como estábamos, no lo había hecho nunca. Yo también me abracé a ella y le dije:

—Tía, ¿te puedo preguntar una cosa? ¡Tienes que prometerme que no te enfadarás!

—Bueno, pregunta lo que quieras.

—Me enseñas a Bumsen. (El término de joder, que es la expresión usada en Alemania. No es que yo ignorase lo que era, porque estaba enterado de todo. En la escuela nos habían dado lecciones de Sexualidad; pero no lo había hecho nunca).

—¿Crees que es buena hora, si estás cansado es mejor dejarlo para otro momento. No creas que te rechazo. Te lo enseñaré sólo si no estás cansado. Me parece que te sientes un poco nervioso; bueno, ven que lo haremos un rato.

Se echó en la cama y me dijo que me pusiera encima de ella. Luego, se entregó a besarme y a acariciarme. Y yo lo hacía con ella; al rato, me cogió la picha y se la metió en el coño y estuvo bastante tiempo moviéndose. En el instante que se quedó quieta me dijo:

—¡Ya vale por hoy… Mañana más! ¿Te ha gustado?

—Sí, claro, pero no he sentido que me haya salido el semen.

—Aún eres joven y a lo mejor, que es lo más seguro, tardará en venirte, sin embargo, yo he tenido dos orgasmos… ¡Me has hecho gozar de verdad! Mañana te gustará más. Ahora vamos a lavarnos y a dormir. Nos metimos otra vez debajo de la ducha y nos fuimos a la cama.

Al día siguiente, ella tuvo que despertarme. Fui el último en bajar a desayunar. Nos marchamos a la playa. Como era lunes había menos gente y se estaba mucho mejor. Tanto mi madre como mi tía se quitaron el sujetador del bikini y se quedaron con las tetas al sol. Claro que no eran las únicas y, a decir verdad, las dos exhibieron unos globos muy bonitos, gorditos sin ser grandes pero tampoco pequeños, más bien tirando a medianos. Después de darme un baño, me tumbé debajo de la sombrilla y me quedé dormido más de una hora.

Me llamó mi madre:

—Pedro, vamos a darnos un baño antes de comer. Deja de sobar.

Estuvimos mucho rato en el agua, nadando y jugando; luego, se unieron mi padre y mi tía. Con el jaleo y lo que nadamos a mí se me quitó el sueño. Cuando salimos del agua esperamos a secarnos y nos fuimos a comer. Nada más terminar, mi tía y yo caminamos hasta el mismo sitio del día anterior, donde estuvimos mucho rato desnudos al sol. Allí nos dimos otro baño y lo hicimos desnudos. Al regresar nos preguntó mi madre:

—¿Dónde habéis estado?

—En aquel promontorio que ves allí arriba, tomando el sol. ¡Se puede estar desnudos de maravilla! — contestó mi tía.

Nos metimos otra vez en el agua, y tanto mi madre como mi tía siguieron con las tetas al aire. Cuando regresamos al hotel, después de ducharnos, mi madre se puso a cogerle los rulos a mi tía y a peinarse la una a la otra. Mi padre y yo bajamos al bar y las esperamos.

En el momento que ellas llegaron casi era la hora de cenar, terminamos y nos marchamos a dar un paseo. Casi a las doce nos fuimos a la alcoba. Mi tía y yo nos duchamos y nos tumbamos en la cama.

Pronto empezamos a besarnos, después, ella me lamió a mí por todos los sitios; y empezó con la picha y terminó chupándomela; al fin, se abrió de piernas y me dijo que la jodiera. Así estuvimos un buen rato, hasta que ella me indicó que ya estaba bien.

Nos lavamos y, antes de acostarnos, me preguntó si me había gustado lo que acababa de hacerme. Yo le dije que sí y me anunció lo siguiente:

—Mañana tendrás que esmerarte, porque serás quien lleve el mando. Ahora a dormir.

Al día siguiente, mi madre y mi tía, en lugar de estar en la playa por la mañana, se fueron a mirar por las tiendas por si encontraban algo que les gustara. Cuando llegaron a la playa, mi padre les preguntó:

—¿Habéis gastado muchas perras?

—No, pocas. Sólo hemos comprado unos bañadores; mejor dicho, son tangas. Dos para cada una y no son caros. Vosotros deberíais compraros algo parecido —dijo mi madre.

—Yo estoy bien así. Pedro, si quiere, que se compre uno.

Después de comer nos fuimos de paseo, pero se vino también mi madre. Estuvimos allí los tres tomando el sol desnudos, bañándonos y jugando en el agua. Y sin querer, nos tocábamos por todas partes. En una de esas veces yo le tiré a mi madre, aunque sin pretenderlo de verdad, de los pelos del coño. Y ella me dijo:

—¡Ten cuidado, hijo, que me has hecho daño!

—Perdona, mamá, yo no quería, pero como te diste la vuelta. Has sido tú la que te has causado ese dolor.

Seguimos jugando. Nada más salir del agua ellas se pusieron dos tangas y con las nalgas al aire regresaron a la playa. A mi tía se le salían los pelos del coño por fuera de la telita pero se explicó:

— ¡No me los afeito; el que no quiera verlos que no mire!

Cuando llegamos, mi padre aún no había terminado la partida de cartas que organizaba con otros hombres que estaban de vacaciones en el hotel. Les preguntamos a las mujeres que estaban en la playa y nos contestaron:

—Todavía siguen jugando… ¡Vaya unos tangas más bonitos que os habéis comprado! ¡Si yo no tuviese tanto culo también me pondría uno así!

— ¡Si te deja tu marido! — le rectificó otra.

—Bueno, ése no hace nada más que ladrar, pero al final yo hago lo que quiero. Si yo tuviera un tipo como éstas, ¡ya lo creo que me lo ponía! Viste como el otro día me quedé con las tetas al aire. Cuatro palabrotas de mi marido y se acabó todo… ¡Mirad, por allí vienen los cuatro! Ahora veréis…

¡Antonio, mañana me compro un tanga así como el que llevan estas amigas!

—Tú siempre andas con qué me pongo, qué me compro; bueno, no sé para qué me enfado, ¡si luego siempre te sales con la tuya!

Allí estuvimos todos tomando el sol y charlando hasta que llegó la hora de marcharnos.

Después de cenar, nos fuimos a pasear mi madre, mi tía y yo. Mi padre se quedó jugando una partida de cartas. Cuando regresamos nos fuimos mi tía y yo al cuarto y nos metimos debajo de la ducha.

Ella se lavó el coño con jabón, luego, nos metimos en la cama y empezó a decirme lo que yo tenía que hacer, hasta que me indicó que metiese la cabeza entre sus piernas para lamerle el chirri; al principio, me dio un poco de reparo por el sabor salado, sin embargo, desapareció pronto. Y como a mi tía le gustaba, yo intenté actuar según me iba indicando, hasta que cerró los muslos y me dejó aprisionada la cabeza, que casi no pude respirar. Nada más soltarme, me puso encima de ella y se metió mi rabo. Estuvimos un buen rato jodiendo y, por último, me confesó:

—¡Me has hecho gozar mucho! ¡Eres listo… Es la primera vez que me maman ahí y me ha gustado! Cuando lo repitamos más veces y aprendamos bien gozaremos una enormidad.

¡Ahora vamos a ducharnos y a dormir!

Al día siguiente, cuando llegamos a la playa, nos fuimos de compras mi madre, mi tía y yo. A mí me compraron un tanga y ellas escogieron ropa interior. Todos los paquetes los dejamos en el coche y nos fuimos al mar. Allí transcurrió el día como los anteriores.

Por la noche, cuando estábamos paseando, ya se notaba el ambiente de fiesta del día de Santiago pero yo lo que estaba deseando era regresar y meterme en la cama, con la idea de comprobar qué novedad me reservaba mi tía, pero debí callarme porque estaban mis padres y no tenían que enterarse de lo que hacíamos ella y yo, era nuestro secreto.

Aquella noche hicimos el «69» y, después, estuvimos un rato jodiendo, así una noche pasábamos a la follada y la siguiente nos dedicábamos a lamernos los genitales. Yo iba aprendiendo lo que era el sexo en la práctica. A mí me gustaba hacerlo y a mi tía también. Se lo pregunté y me contestó:

—¿Crees que si no me diese placer lo haría? Me excita muchísimo y, cuando aprendas bien, lo pasaremos de maravilla.

—Tía, ¿por qué no te has casado? —le pregunté.

—Tuve un novio y me dejó.

Me estuvo contando su historia. Hacía una semana que habíamos llegado nosotros allí, recuerdo que estábamos cenando, cuando se presentaron una señora joven y un chico de mi edad. Preguntaron dónde podían alojarse. Y como en el local disponían de una habitación, los dueños se la ofrecieron. Se quedaron. Luego, les explicamos lo que hacíamos nosotros para ir a la playa.

Cuando terminamos de cenar, estuvimos hablando un poco con ellos. Y quedamos de acuerdo para el día siguiente. Nosotros nos marchamos al acostumbrado paseo. Ellos no vinieron porque dijeron que estaban cansados.

Al día siguiente, cuando llegamos al hotel donde comíamos, dejamos los coches en el aparcamiento y entramos para decirle que tenían dos clientes más. Seguidamente, fuimos a tomar el sol y a bañarnos.

Yo me fijé en Sofia — que ése es el nombre supuesto de la señora, ya que ella no sabe nada de este relato, que escribimos mi tía y yo solos —, lo guapa que era, un poco gordita, pero muy bien proporcionada y con una cara bastante guapa; rubia y con unas tetas muy grandes. Su hijo Antonio, aún no tenía los 20 años cumplidos, pero resultaba un muchacho agradable para tratar y muy sensato, su madre, después nos lo dijeron, tenía 45 años y hacía un año y medio que se había quedado viuda y aquél era hijo único, como yo.

Comimos todos juntos y, cuando terminamos, les preguntamos si querían dar el paseo con nosotros. Les explicamos cómo y hasta dónde íbamos y contestaron que sí. Al llegar allí, Sofía dijo:

— ¡Uff, estoy cansada y toda sudada; pero todavía no es hora de bañarse!

—Nosotros nos quitamos los tangas. ¿Podemos hacerlo? — pregunté a mi tía.

—¿No viene nadie por aquí? —intervino Sofía.

—En los días que nosotros llevamos eligiendo este sitio no nos han molestado. Pienso que se desconoce que pueda haber un sitio como éste para tomar el sol —respondió mi tía.

—Entonces yo también me quedaré desnuda. Me gusta ponerme morena así, con el cuerpo sin ropas. En casa lo hago. La sala de estar tiene un ventanal muy grande y, por la tarde entra mucho sol; entonces, yo me desnudo y me hecho en el suelo para tostarme.

Mientras lo decía se había quitado el bañador y pudimos admirar su hermoso cuerpo, sus grandes tetas con unos pezones gordos y rodeados de una areola grande y de un color casi negro y con un coño que se ofrecía hermoso. Sólo tenía unos pocos pelos en el pubis y éstos muy rubios, lo que hacía que sus ingles parecieran los de una niña, pero ello tenía también su encanto.

Antonio lucía para su edad una buena picha. Yo no se la había visto a nadie, se entiende, tan grande. Os diré que juego al fútbol y conozco a muchos chicos, a los que he visto desnudos cuando nos duchamos después de un partido.

Allí estuvimos hablando: mi tía y Sofía de sus cosas de mujeres y Antonio y yo de los estudios y del deporte. Nos metimos en el agua y nadamos un buen rato. Sofía y Antonio eran también buenos nadadores. Cuando salimos del agua mi tía le preguntó a nuestra nueva amiga:

— ¿Por qué llevas bañador en lugar de un tanga?

—Me da vergüenza. Estoy muy gorda y tengo las tetas demasiado grandes.

—Seguro que andan otras más gordas que tú sin bañador o con bikinis bien pequeños. ¡Toma, ponte el mío!

Ella lo hizo y, luego, mirando a su hijo, le preguntó:

—¿Qué te parece? ¿Crees que puedo estar así en la playa sin hacer el ridículo?

—Claro y es hora de que te des cuenta de que no eres una vieja. ¡Olvida todo y no hagas caso de lo que la abuela dijo! ¡Cuando regresemos no te dejaré vestir más de negro!

Se abrazaron y Sofía prometió lo siguiente:

—De acuerdo, mañana iremos con Julia (es el nombre de mi tía), a comprarnos unos tangas.

Regresamos a la playa y fuimos de los últimos en abandonarla. Como todos los días, las mujeres dijeron que estábamos de vacaciones y no tenían que hacer la cena. Para eso estaban los restaurantes.

Mi tía y yo lo pasamos lo mejor que pudimos en la cama y me dijo, cuando llevábamos un rato besándonos y magreándonos, que se la metiera en el culo, que a ella también le gustaba por ese orificio.

Para mí resultó otra novedad. Y como siempre, fue ella la que llevó la iniciativa en las cosas nuevas. A mí me gustó, porque la picha quedaba más apretada que en el coño. Cuando se la saqué, procuré metersela en la raja otro rato. Nos duchamos y a dormir.

Al día siguiente, fuimos a comprar los tangas con Sofía y Antonio antes de ir a la playa. Y ya salieron con ellos puestos de la tienda. Como a ellos les gustaba mucho estar en el agua y nadar estuvieron bastante rato chapoteando cuál pez.

Después de comer dimos un paseo como de costumbre. Más tarde, mientras estábamos tomando el sol, Antonio empezó a tocarle las tetas a su madre y ésta le pidió:

—Déjame ahora las tetas, hijo. Me las vas a poner coloradas de tanto sobarlas. A la noche, en la cama, lo haces si quieres, pero ahora, déjame.

Estuvimos bajo el sol y, luego, nos metimos en el agua y nos pusimos a jugar. Allí había como un banco de arena, muy pequeño, que nos permitía a los cuatro jugar. Sólo nos llegaba el agua poco más arriba de las rodillas. Cuando nos cansábamos de nadar, pisábamos allí y nos poníamos a jugar. Nos lo pasábamos a lo grande los cuatro.

Aquella noche, mientras cenábamos me di cuenta de que Sofía no tenía puesto el sujetador. Llevaba un vestido muy bonito y el escote iba desabotonado, con lo que se le veían parte de las tetas.

Estaba hermosa. Al dejar las mesas, mis padres se fueron a Tarragona y mi tía, Sofía, Antonio y yo salimos a pasear, después, nos sentamos en un bar y desde allí nos fuimos a la cama. Al entrar en el cuarto, Sofía nos dijo:

—Antes de acostarnos pasad un momento. Quiero que veáis unas cosas.

Se quitó el vestido y abrió el armario, del que empezó a sacar ropa; a la vez, le decía a mi tía:

—¿Crees que puedo ir con esto por la calle sin llevar nada debajo? Ponerse estas blusas modernas es como ir desnuda. Ayer Antonio me hizo enfadar. Se empeñó en que las utilizase sin nada. Estoy dispuesta a comprar ropa nueva y vestir como una joven, quitarme el luto. Y en eso él lleva razón…

—Es cierto lo que dice tu madre —intervino mi tía dirigiéndose a Antonio—. No puede andar sólo con eso. A ella le favorece la ropa amplia, jamás la ajustada, porque le hace fea. Y tú debes comprenderlo.

Además, el hecho de estar desnudos en la playa no quiere decir que por la calle haya que ir desnudos haciendo el ridículo. Que se quite el luto y vista moderna. Con el tipo que tiene, que es alta, puede ir muy elegante pero no le pidas algo para que se rían de ella… ¡Por qué no creo que tú quieras que se burlen de tu madre!

— No, eso no! ¡Pero no quiero que vaya como una vieja! Mañana iremos a comprar ropa. ¿Queréis acompañarnos?

—¡Sí, hombre, claro que iremos!

Mi tía y yo nos metimos en la cama y, como todas las noches, estuvimos follando un buen rato antes de dormirnos.

Al día siguiente, partimos hasta Tarragona de compras. Sofía, Antonio, mi tía y yo madrugamos y, cuando volvimos era la hora de comer, nos cambiamos allí, en la habitación de los dueños y nos fuimos a nuestro lugar a tomar el sol. Cuando llegamos allí, nos tumbamos y Antonio lo hizo junto a su madre, a la que dio un beso. Y ella, al tiempo que le acariciaba la cabeza, le preguntó:

—¿Estás contento?

—Sí, mucho.

Se dieron otro beso; pero éste en la boca, como lo hacíamos mi tía y yo cuando jodíamos. Antonio le tocó el chochazo a su madre. Al separarse del beso, ella le quitó la mano y comentó:

—¿Qué te parecen estos pollitos, Julia? ¡Aún no están «desvirgados» y ya quieren ser gallos?

—Bueno, mujer, por algo tienen que empezar. A mí me ocurre lo mismo con Pedro y le dejo.

—¿Crees que yo debo hacer lo mismo con mi hijo?

—Eso es cosa tuya. Lo nuestro sólo lo sabemos mi sobrino y yo. A mí él me lo preguntó y como creí que lo mejor era que se «desvirgara» en casa, y a mí me sirvió también de desahogo, lo acepté.

¡Pero tú no eres una mojigata y tu hijo me parece bastante sensato!

—Sí, creo que tienes razón. Es mejor que se estrene en casa y así los dos tendremos nuestra ración de placer.

En aquel momento yo no comprendí lo que hablaban mi tía y Sofía. Fue por la noche, en la cama, cuando entendí el significado. Y como es natural, fue teniendo la picha metida en el coño de Julia.

Al día siguiente, cuando estábamos desayunando, bajaron Sofía y Antonio. Nada más sentarse mi tía comentó.

—¿Acaso es tu cumpleaños, amiga? ¡Es que tienes una cara de satisfacción!

—No, no es mi cumpleaños; pero estoy contenta… ¡No sólo contenta sino muy feliz!

Después de comer, en el momento que dábamos el acostumbrado paseo, le preguntó mi tía a Sofía:

—¿Te has decidido?

—Sí, estuvimos mucho rato hablando sobre lo que íbamos a hacer y lo que podía ocurrir si alguien se enteraba, pero, siendo muy prudentes, debemos mantener el secreto.

Habíamos llegado al sitio preferido y nos tumbamos al sol. Allí Sofía siguió explicándose:

—Después de mucho hablar y razonar, nos entregamos uno al otro. Yo hacía dos años que no lo probaba. Me tuvo media hora clavada y como veis la tiene grande, muy grande. Gocé lo indecible. Debí suplicarle que me la sacara, que ya no aguantaba más sus acometidas. Me corrí siete veces… Me quedé sin fuerzas para darme una ducha. Al final, me dormí y no me he despertado en toda la noche y a él también le gustó mucho… ¿No es cierto, Antonio?

—Sí, mucho, ¡y soy feliz porque te veo a ti muy dichosa!

Empezaron a besarse y él le tocó el coño y ella le agarró la picha; después, se separó un momento y le dijo:

—¡Oye, que nos vamos a calentar!

—¿Es que no lo estás ya?

—¡Sí, hijo; pero no hasta el extremo de no aguantarme, pero si seguimos así ya veras lo que pasa…!

También mi tía y yo nos acariciamos y, de pronto, Sofía comentó:

—¿Les dejamos hacer a estos «gallitos», Julia?

—¡Vale, que hagan lo que quieran!

Nos pusimos a joder y, cuando llevábamos un rato, mi tía pidió:

—¡Los cambiamos!

Y yo pasé al lado de Sofía y Antonio saltó como un canguro sobre mi tía. Desde aquel día, siempre que íbamos allí, nos poníamos a joder y nos intercambiamos las parejas. No sólo jodíamos sino que hacíamos de todo, a mi me gustaba lamerle el coño a Sofía, porque el clítoris le crecía mucho y se lo podía coger con los labios y chuparlo. Le salía casi unos tres centímetros.

Todos los días disfrutábamos los cuatro y por las noches, lo hacíamos con mi tía y en todas las posturas. Nos pasamos unas vacaciones extraordinarias en todos los sentidos.

Un día encontramos en Google la web de polvazo, en cuyas páginas de relatos leímos un caso parecido al nuestro. Nos guardamos la url.

Aquí, en Suiza, mi tía y yo seguimos follando, aunque tenemos que andar con más cuidado para que mis padres no se enteren. Y ahora nos gusta más hacerlo, porque a mí ya me sale semen o leche a chorretones, como dice mi tía, y gozamos mucho.

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