Las caricias en los senos

las caricias en las tetas

No basta con apretar el botoncito

Los hombres siempre han sentido una especial fascinación por los pechos femeninos, sean éstos grandes o diminutos, erguidos o flácidos. Diversos investigadores han estudiado esta curiosa atracción buscando sus razones e investigando su mecánica. En Estados Unidos, por ejemplo, los sexólogos y psicoanalistas han creído encontrar alguna explicación.

Para un grupo, la atracción pectoral se basa en la condición infantil de la psiques masculina. Según esta tesis, los hombres se acercan al pecho de la mujer anhelando recuperar el seno maternal. Una explicación, sin embargo, que excluye a los niños alimentados con biberón.

Otro sector de psicoanalistas recurren al conocido complejo de Edipo. Para ellos, siguiendo la clásica teoría freudiana, el hombre desea ya en la niñez a su madre. El pecho se convierte así en un objeto voluptuoso, vedado, sin embargo, por el ancestral tabú del incesto. De ahí, dicen estos investigadores, que los hombres apetezcan y se sientan atraídos hacia el pecho de la mujer, a la vez que lo tomen como algo prohibido y esotérico.

Un conocido psiquiatra americano, el Doctor Justus Klein, confirmaba esta última tesis con algunas observaciones directas en sus pacientes. Según él, a menudo muchos hombres que sufren de angustia <se ven en sueños, mecidos entre los exuberantes pechos de alguna conocida señora> experimentando terror y ansiedad al mismo tiempo.

Entre nosotros no parece que los hombres padezcan terrores semejantes, aunque sí se sabe que los pechos de las mujeres europeas, y también las españolas, tienden a aumentar de volumen.

Pero más que la cantidad o el tamaño de los pechos, nos preocupa e interesa dilucidar cuáles son sus reacciones y fundamento dentro de las relaciones sexuales. Un entrevistado, por ejemplo, se preguntaba por qué su primera mujer, Pilar, «demostraba mucho agrado cuando le acariciaba los senos», y sin embargo, la segunda esposa, «mi actual Teresa, parece molesta y aburrida cuando hago las mismas maniobras».

El sexólogo Alfred C. Kinsey, en sus conocidas entrevistas íntimas, investigó este problema, llegando a conclusiones muy interesantes. En su estudio, Kinsey dedujo que el 98 por ciento de las mujeres que han tenido bastantes experiencias sexuales antes de casarse, aprecian el juego amoroso en los pechos como una caricia más de la acción erótica.

En cambio, entre las mujeres que llegaron «intactas» al matrimonio, sólo un 72 por ciento se manifestaban partidarias de la estimulación sexual en los senos. ¿Tabú? ¿prejuicio?

Dentro del total de las entrevistadas, la mitad rechazaba las manifestaciones cariñosas pectorales, al paso que la otra mitad las admitía sin ninguna reserva. Normalmente, junto a las mujeres de escasa experiencia sexual, se situaban señoras de cierta edad que consideraban indeseables las caricias masculinas en esa zona, lo que parece demostrar la presión de prejuicios, cada vez más diluidos entre las chicas jóvenes.

¿En qué radica la sensibilidad erótica de los pechos?

Como se sabe, desde hace bastantes años, las satisfacciones eróticas pectorales son reguladas hormonalmente, a través de una sustancia, la «oxitocina», liberada al acariciarse el seno. Su efecto inmediato y observable a simple tacto, es la contracción muscular de las glándulas mamarias. Pero no termina allí su efecto: también la matriz sufre la misma contracción, una vez liberada la oxitocina, excitándose de este modo los organismos más sensibles de la mujer.

En rigor, las caricias en el seno son de carácter muy íntimo. Los movimientos de la matriz excitan la vagina y ésta, a su vez, ejerce un fuerte estímulo en las zonas genitales. No es extraño, pues, que algunas mujeres experimenten goce incluso cuando dan de mamar, o bien que se registren casos, como lo señalaba la ginecóloga vienesa Helene Stourzh, en que la mujer sólo puede alcanzar el orgasmo mediante estímulos en los pechos.

Está comprobado que el placer orgásmico de la mujer obedece a una experiencia de aprendizaje. Mientras el hombre posee una capacidad espontánea para el orgasmo, a la mujer le es más difícil adquirirla. De hecho, aquellas que aún no han conocido el placer del amor también disponen de esta hormona de efectos secundarios, aunque por su misma inexperiencia sexual, su acción puede ocasionarle más desazón que estímulos placenteros.

Por otra parte, los trastornos temporales o permanentes del conjunto hormonal femenino pueden anular los efectos de la oxitocina, tal como ocurre, por ejemplo, en la menopausia y en el período inicial de la menstruación.

Los senos femeninos no son el «starter» erótico que muchos hombres piensan.

El acto amoroso no equivale a oprimir un timbre y no basta por ello una simple presión «en el botoncito» para provocar reacciones sexuales gratas o estimular el acto. Lo que sí ha demostrado el pecho femenino, es su calidad de indicador del orgasmo.

Al iniciarse las caricias íntimas, los pezones se endurecen, poniéndose erectos, para relajarse un momento después, en pleno acto sexual. Poco antes de culminar, vuelven a ponerse erectos, quedando totalmente erguidos al alcanzar el orgasmo. Los amantes experimentados saben esto y estimula su «satisfacción» masculina comprobar que los pezones de su compañera se ponen tiesos después de una contracción prolongada.

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