La Sal de la vida
Relato enviado por Pablo – Madrid
Mi esposa y yo creemos que la variedad es la sal de la vida sexual. Y en el transcurso de un período de seis años de dichoso y fiel matrimonio, hemos inventado toda una serie de estimulantes juegos sexuales, que evitan la posibilidad de la monotonía. Pues ésta aparece cuando se repite un modelo básico en la follada corriente.
Ante todo, mi esposa experimenta varios orgasmos. Para ayudarla a alcanzar dos o tres antes de la unión, follada propiamente dicha, utilizamos un falo de goma dura, con el cual yo la masturbo durante las fases preliminares de nuestro juego amoroso.
Este instrumento, que para ella supone una gran fuente de satisfacciones, es una réplica exacta, muy bien hecha, de una polla erguida provista de un bulbo vacío en la base, que puede contener el líquido aproximado al tercio de una taza de café. Se llena comprimiéndolo para expulsar el aire, e introduciendo la punta en un vaso de leche o de crema caliente; luego, se expulsa presionando el bulbo, de modo que vierta chorros rítmicos en el coño para simular la eyaculación masculina.
Poco después de haberlo adquirido, mi esposa comprobó que podía excitarse durante mi ausencia diurna. Llevaba el instrumento encajado en el coño y lo mantenía en este lugar por medio de unas apretadas bragas de látex. Insertado así y colocado en su sitio, sólo emergía el bulbo contra la entrepierna.
Dado que las bragas de material elástico, permitían un ligero movimiento del instrumento hacia dentro y hacia fuera mientras mi esposa caminaba, al mismo tiempo que le proporcionaba una agradable sensación erótica en toda el área sexual.
La simple sensación de las apretadas bragas de látex resultaba suficiente para que ella experimentara un orgasmo en las ocasiones en que se encontraba en una disposición sexual. De esta manera podía disfrutar de un cómodo, prolongado y controlado período de auto estimulación; a la vez, se dedicaba a las tareas del hogar y hasta iba de compras. Y cuando al final el orgasmo se le hacía incontenible, comprimiendo el bulbo con las partes de los muslos conseguía que el instrumento emitiera el líquido.
Huelga decir que experimentaba orgasmos en situaciones de lo más insólitas, como, por ejemplo, en una parada de autobús o en el supermercado; pero mi esposa consideraba que tales situaciones, lejos de ser embarazosas, le parecían muy excitantes, porque gozaba del secreto placer de experimentar una estática dicha sexual sin que lo supieran las personas que se encontraban a su alrededor.
El placer resultaba acrecentado por el hecho de verse obligada a frenar su respuesta física, aunque en el momento del orgasmo le resultaba inevitable efectuar un ligero movimiento rítmico de las caderas.
Este juego adquiría un aspecto plural cuando se realizaba con mi conocimiento o en presencia de otras personas que, naturalmente, no estaban al corriente. Ambos considerábamos que era una práctica de lo más estimulante que mi esposa portara el instrumento cuando habíamos invitado a algunos amigos a tomar un trago o a cenar; especialmente, si yo había tenido el placer de insertárselo antes de la llegada de los amigos.
En el transcurso de la velada, a medida que se iba excitando a causa del movimiento del instrumento en su coño y de la estimulación táctil de las bragas de goma, yo observaba a través de pequeños signos reveladores el incremento de sus reacciones. Y por último, ruborizándose ligeramente, me sonreía y me indicaba con una señal que el orgasmo era inminente o bien me apretaba la mano y me susurraba:
—Cariño, estoy llegando… ¡Ahora!
Mi propia reacción me llevaba, a la vez, al borde de la eyaculación. Creedme, en cuanto nuestros invitados se habían marchado, estábamos más que dispuestos a desnudarnos y a consumar nuestra excitación en un polvo de furiosa unión.
Nuestros juegos son variados; creemos que de esta manera siempre conservamos renovado el interés mutuo. Ambos somos muy sensuales – y nos alegramos de serlo— también nos sentimos totalmente sinceros el uno con el otro en relación con los deseos sexuales individuales.
Las variaciones de las habituales técnicas de la follada incluyen, por ejemplo, joder encima de una estera de goma; efectuar la follada llevando yo el liguero y las medias de mi esposa; utilizar una vela con la punta redondeada, untada con crema para las manos, al objeto de masturbar el ano de mi esposa y terminar la follada mojándose ella — es decir, orinando— en el momento del orgasmo. Esto último nos proporciona una especial fuente de satisfacción, sobre todo a mi esposa.
Ella considera muy agradable el acto de orinar en el transcurso de una situación sexual y, en estados de extrema tensión, suele alcanzar un alivio momentáneo mojándose voluntariamente las bragas.
Sin embargo, lo más curioso es lo siguiente. Contrariamente a las conclusiones que pudieran obtenerse de lo arriba apuntado, ninguno de nosotros es un fetichista de la goma; mi esposa tampoco ha de ser considerada una lesbiana latente, ni una erótica anal, ni una urolágnica. Ni siquiera yo soy un travestista.
Ninguna de estas cosas es «esencial» para nuestra actividad sexual, que en el 95 por 100 de los casos consiste en una follada corriente. Todo lo más, creemos que somos sensuales y que gozamos de la sensación de estímulos táctiles, tanto si éstos proceden de objetos como de ropas o de determinados movimientos, aumentando de esta forma el normal apetito y satisfacción sexual.
Nuestros juegos no suponen un fin por sí mismos, un sustitutivo, sino más bien la sal y la pimienta de una vida sexual honrada y fiel. No hacemos nada que no nos proporcione placer y recomendamos nuestra actitud a las parejas casadas que aspiren a la felicidad en este campo. Quizá convenga que os describa un acto más amplio:
Aquella tarde, mi esposa llegó a casa con una bicicleta de esas que se fijan en el suelo de cualquier habitación, con el fin de perder peso, mantenerse en forma pedaleando y otras cosas más. También traía un tarro de miel. La ayudé a instalarla, pues soy un aficionado al bricolaje casero y me considero un manitas. No resultó nada difícil.
Lo “peor” vino del lado de ella, pues se había quedado completamente desnuda y no paraba de frotarse las tetas, el vientre y el coño por todas partes. Aguantando el nerviosismo logré finalizar el montaje de la bicicleta y su firme sujeción en el suelo de nuestro dormitorio.
—¿Qué te parece si echamos un polvo en esta montura, querido? —me propuso, metiéndome un pezón en la boca.
—¿Qué te traerás tú en la cabecita, Susi?
Entonces, ella se aplicó miel en el coño, componiendo unas posturas muy lujuriosas. Y en el momento que me puso tan duro como un semental después del trabajo del mamporrero, se subió a la bicicleta y comenzó a pedalear. Yo no dudé en saltar a por ella, para acariciarla las tetas, las caderas y el bajo vientre. Una empresa, sobre todo en esta última zona de su cuerpo, harto difícil, por culpa de su movilidad.
De repente, se me ocurrió meterme entre el manillar y ella misma. Me caí repetidamente, entre las risas de ambos, hasta que logré detenerla. Y sin darle tiempo a reaccionar, me coloqué delante y le metí la polla en un chumino completamente embadurnado de miel. Nuestras pelambreras se pegaron, y me costó un huevo abrirme paso hasta el interior de su galería y poder apresarla por la cintura.
En el momento que nos acoplamos, la invité a que intentase pedalear. Al ver que le era casi imposible, se me ocurrió ayudarla. Y cada uno nos dedicamos a conseguir que girase uno de los pedales.
Poco a poco alcanzamos una mediana velocidad de «rodaje», que nos permitió producir esas sacudidas que cargaron de excitación su clítoris, las paredes vaginales, mi glande y la totalidad de la verga.
—¡Qué complicaciones…! — exclamó mi mujercita— ¡Pero me siento mejor que con el dildo y las bragas de látex! ¡¡Apriétame más fuerte, cariño… Nunca te había sentido tan dentro de mí…!! ¡¡Qué follada más fantástica!!
Para no caernos debíamos apretarnos hasta llegar a ser un sólo cuerpo. Además, contaba muchísimo el poco espacio del que disponíamos, los movimientos de la bicicleta fija y la miel. Por cierto que ésta se había espesado mucho al principio, pero nosotros conseguimos que se hiciera de lo más fluida. Un regalo que me facilité, luego de haber alcanzado un orgasmo simultáneo.
Tendidos en el suelo, dediqué a mi esposa un cunnilingus de hambriento de sexo. Hasta tal punto llegó mi entusiasmo, que me llevé una gran cantidad de pelos del chichi en el propósito de no dejar allí ni una sola gota de dulce… ¡Nos lo pasamos bomba!