Miedo a mi miembro

miedo a mi miembro relato gratis

Relato enviado por Diego (Salamanca)

Tengo 20 años y la naturaleza me ha gratificado con un apéndice sexual monstruoso. La extremidad de mi polla en reposo me llega casi a la rodilla. Mis medidas son éstas: veinticuatro y dos centímetros de largo y cuatro y medio de diámetro. En erección, que se tiene en posición horizontal, llega a veintiocho centímetros, por seis de diámetro.

Podría detenerme aquí, y dejaros imaginar todos los problemas que eso comporta; pero, así como muchos hombres se quejan de la corta talla de su sexo, mi caso me traumatiza hasta tal punto que acaricio la idea del suicidio.

No he mantenido todavía relación sexual con una mujer, pues me resulta imposible lograr introducir el glande. Y éste tiene la dimensión de un huevo de gallina. La única satisfacción que experimento es que puedo hacerme a mí mismo infinidad de felaciones. Pero veo un gran peligro después de dos incidentes que se han producido recientemente.

Un domingo de principios del último otoño, durante una recogida de champiñones en un bosque de mi región, satisfice la necesidad de mear contra un matorral. Acababa de empezar a orinar cuando vi llegar a tres chicas que se paraban visiblemente excitadas cerca de mí.

Como había bebido una botella de cerveza me fue imposible detenerme. Mi verga tenía sus naturales dimensiones; sin embargo, excitado por las miradas de las chicas, aumentó rápidamente.

Antes de haber tenido tiempo de meterla en mi bragueta, las tres chicas decidieron acudir en mi ayuda. La más decidida se sentó y, estando tratando yo de meterme la picha en el pantalón, pudo descubrir que mi glande era de un rojo oscuro. Las otras hicieron a su vez lo que pudieron.

El roce de las seis manos hicieron que todavía se me pusiera más dura, y la tensión me resultó insoportable. Todas ellas me miraban con concupiscencia el miembro, que ya había adquirido proporciones bestiales. Me prometieron ayudarme si yo a la vez les juraba que volvería al mismo lugar el domingo siguiente.

No dejaban de observar mi verga y de palparme mi carne sólida y firme. La chica a la que las otras llamaban Ani, me la comparaba con una bomba gigante de spray. No pude más y eyaculé y, cinco minutos después, ellas me guardaron la polla en el pantalón. Tengo que señalar que incluso en verano procuro llevar una especie de guardapolvos para disimular mi enorme bulto.

El domingo siguiente acudí a la cita y me encontré con media docena de chicas esperándome. Inmediatamente, la llamada Ani se acercó a mí y empezó a sacarme la verga sin dudarlo para demostrar a sus amigas la veracidad de lo que les había contado. Incluso blanda y colgante entre mis muslos me seguía llegando hasta la rodilla, con lo que produjo unas exclamaciones admirativas —«¡oh, qué horror!», soltaron unas y otras—.

Ani comenzó a masajearla y en un minuto se puso horizontal. Lo que provocó que las más decididas dijeran que parecía un rulo de cocina.

Luego, me invitaron a echarme en el suelo. Y las seis chicas formaron un círculo alrededor de mí. Cada una empezó a levantarse la falda —bajo la que ninguna llevaba bragas— y pasaron cerca de mi cara. Más tarde se agacharon, me mostraron sus nalgas y acariciaron la polla. La vista de los seis pares de nalgas diferentes y las pelambreras entre los mulsos separados, obligaron a que la erección alcanzase unos límites de paroxismo.

Una de estas chicas, que debía tener ya cuarenta años, se acercó a mí abriéndose el chochazo, que me pareció amplio y profundo. Se agachó lo suficientemente y mi glande tocó la entrada de su gruta bien lubricada. Cogió la verga con las dos manos, para introducirsela hasta el fondo; pero, en el mismo instante que mi glande empezaba a entrar, sentí un dolor muy fuerte.

Sin duda a ella también le sucedió algo parecido, pues se levantó de golpe y yo eyaculé en el vacío. Siempre termino mal… Repentinamente, las mujeres se lanzaron a masajearme el falo, como si se tratara de una gruesa anguila. Se divirtieron poniéndola lo más rígida posible; pero nada más. Aquella vez ocurrió lo mismo. Varias manos se prestaron a volver a poner mi verga erecta y, después, se marcharon tratándome de semental y mostrándome por última vez sus nalgas.

El segundo incidente se produjo en la clínica donde sufrí una pequeña intervención quirúrgica. Estaba solo en una habitación de dos camas y una enfermera se ocupaba de mí. En cuanto tenía un momento libre venía a ponerme a orinar en el recipiente adecuado; pero, incluso en estado de reposo, no lograba hacer entrar la verga en el orificio reservado a este efecto.

Los esfuerzos de la enfermera la hacían crecer y endurecerse más; sin embargo, a ella parecía gustarle mucho verla ponerse en horizontal. Incluso fue a buscar a un médico, que tomó una serie de fotos del miembro en reposo y erecto. A mí me daba vergüenza; pero, ¿qué podía hacer?

El día en que me dieron de alta, la enfermera llegó con dos colegas y, sin preocuparse lo más mínimo, me trituraron la verga entre los tres. Cuando estuve en erección, me levantaron y la más joven se sentó sobre mi polla; mientras, las otras la sujetaban. Luego, las demás probaron el cálido «asiento».

Los dos episodios me traumatizaron y temo el peligro que representa la malformación de mi sexo por la tremenda excitación que produce en las mujeres. La verdad es que aún no soy un adulto propiamente dicho, y no me he dado cuenta verdaderamente de mi anomalía hasta que empecé a ver películas pornográficas.

Siento miedo de que mi polla puede aumentar todavía más con la edad o con el uso. Paso horas bajo la ducha fría. Me asusta llegar a convertirme en un exhibicionista, pues siento la mirada de muchas mujeres sobre el montón de carne que cuelga entre mis piernas que trato de ocultar con el guardapolvos. No veo salida a esta situación y empiezo a detestar mi miembro.

 

RESPUESTA:

A pesar de tu corta edad, podemos decirte que eres un verdadero privilegiado. Muchas mujeres suspiran por una polla como la tuya. Mantén la calma y procura buscar a esas «amantes» que te convertirán en su «semidiós». En las películas pornográficas aparecen actores que disponen de pollas del tamaño de la tuya y hasta más grande… ¡Hay un negrito por ahí que tiene un «pedazo de carne y ternilla» que mide más de treinta centímetros! algunas afirman que las han visto más grandes ¡y la «puta feliz» no acostumbra a exagerar!

Plagiar es delito. Web protegida por © Copyright