Penetraciones en el campo de juego

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Relato enviado por Irene (Zaragoza)

Tendidos en el suelo de la cancha de baloncesto, junto a la mayoría de los elementos que formaban el utillaje. Buscando yo las penetraciones de Alejandro, el entrenador, sin querer pensar que para los dos suponía la despedida.

Actuando como animales casi «irracionales», que nos entregamos al placer de la carne olvidando los preámbulos del cortejamiento, la erotización y la búsqueda de un lugar cómodo en el que tumbar nuestros cuerpos. A la manera de un polvo furtivo, que teme la aparición de los extraños o que se enciendan los focos del campo porque estaba cayendo la tarde. Muy animados.

– Nunca debimos invitar a don Marcelo, el productor teatral – musitó él, a la vez que buscaba una nueva postura de follada -. Te vio dirigir al grupo de animadoras y, en lugar de fijarse en el partido de baloncesto, cayó en la cuenta de que tú podías ser la nueva estrella del espectáculo que va a montar. Entiendo que desees aprovechar ese suculento contrato, Raquel.

Intentó que su tono de voz no fuera de reproche; pero no lo consiguió. Además la intensidad de sus penetraciones se incrementaron.

– Todos vosotros hubierais hecho lo mismo en mí caso – dije sin querer disculparme-. Por otra parte, sólo estaremos separados unos tres meses, en los que podéis contratar a una nueva jefa de animadoras. Aprovecharlo para renovaros, ¿no te parece?

Yo lo estaba planeando como un frío negocio, cuando casi todos los chicos del equipo se hallaban coladitos por mí. Con la mayoría me había acostado, ya fuese por separado o juntos, en unas veladas de ésas que los seres humanos jamás olvidamos. Pero, sobre todo lo anterior, estaba la circunstancia de que el entrenador me amaba, aunque nunca me lo hubiese dicho. El hecho de que yo me marchara para ser cabecera de una compañía teatral podía dar píe a que encontrase otra forma de trabajo más rentable y atractiva… ¡Esta era la causa de todos los males!

Alejandro se incorporó ligeramente, queriendo que la penetración se realizara a un nivel más agresivo. Tampoco se privó de abrazar mi cuerpo con mayor agresividad. Dando idea de que pretendía obtener el máximo, quedarse con un eterno recuerdo. Batir plusmarcas.

– Nunca has estado tan empalmado, «míster» –  dije al verme colocada encima del vientre de mi amante -. Insistes en metermela hasta el fondo. ¿Es que pretendes dejarme tatuado tu gordísimo capullo ahí dentro…? ¡Oh!

Solté un pequeño gritito al notar el duro golpeteo sobre mis ovarios. Procuré buscar una posición menos dolorosa, al mismo tiempo que me alzaba un poco. Súbitamente, la polla me entró en el culo… ¡Casi me quedé sin aire en los pulmones bajo los efectos del enorme ensanchamiento ¡¡Sí, Sí…!!

– Pocas veces me la has metido por ahí, Alejandro – susurré cuando recuperé la voz -. No me lo esperaba… y por poco me pongo a llamar a gritos a los bomberos… ¡Eres una mala bestia, o un cabronazo jodedor obsesionado con demostrarme lo que puedo perder si te dejo!

– Creí que no era un tío celoso; pero, ya ves, debo serlo… ¡Porque no me enfrento a un hombre, sino a la posibilidad de tú entres en un mundo que te lleve a olvidarte de todos nosotros… a olvidarte de mí!

– Lo sueltas mientras me tienes bien empalada a tu picha… ¡Esto es jugar muy sucio, «míster»… porque tú entiendes la sodomización o la follada como si fueran un conjunto de tácticas a emplear para ganar un partido de baloncesto o una relación sexual: ¡Todo vale, hasta «cargarse» al adversario… ser el mejor de todos… Me matas, tú me matas… Ohh!

Debí reconocer la calidad de lo que estaba recibiendo. Nunca había sido penetrada de tal forma, tan salvajemente. En otras ocasiones primó la delicadeza, una especie de cortesía romántica y mucho cachondeo. Sin embargo, en esta ocasión lo que recibía era «made in Alejandro», un trabajo a conciencia… ¡Cómo si me dijera con sus hechos: “¡Ahí lo tienes, veamos si hay alguien en el mundo capaz de ofrecerte más que yo!

– Y aguantas como nunca… ¿Es que te has puesto un grifo en los cojones “míster”?

¡Y yo… Mummmhh… Me deshago viva – Dámelo, dámelo… Lo quiero ahora mismo… Aaahh!

Mis gritos se hicieron alaridos, que sólo escuchó Alejandro. Pero que podían llegar a cualquiera que se encontrara en los gimnasios o en los vestuarios. Esto brindó a la follada una intensa carga de morbosidad. En realidad los dos éramos exhibicionistas: si gustábamos de salir a una cancha de baloncesto a entrenar o bailar, era posible que no nos importara ser contemplados follando de una forma tan salvaje. De repente él se agitó.

– ¡Me lo vas a servir… Oh, ya no te aguantes, querido… Adelante, adelante, suéltalo de una vez… Lo necesito tanto… Dámelo, dámelo…!

Tuve que callar porque las andanadas de lefa me golpeaban los ovarios, la matriz y todo el interior del chumino. Me sujeté con las manos apoyadas en el suelo, buscando más puntos de base para no caerme. La sensación era tan gozosa que empecé a decir quedamente:

– ¡Ooohhh, mi cielo junto a ti me siento en la gloria… No te quedarás solo, mientras me sirvas este cipote… Aaaahhh… No hemos terminado, que mi boca no te ha servido ese beso apretado… lleno de fuego y de abrasadora saliva…!

Mis palabras dieron idea de que yo había aceptado la táctica sexual del entrenador. Las penetraciones de éste acababan de convencerme de una indiscutible evidencia. Por ello me entregué a chupar su cipote, sin que me importara tragarme todos los restos de lefa. Me engullí más de la mitad, con la idea de convertir la flacidez en una potente erección. Unos minutos de esfuerzos y obtuve el premio.

– ¿Es posible que te vayas a correr de nuevo, Alejandro?

Cuando vi salir los chorros de lefa, me dije que debían pertenecer a una carga que se había mantenido en la reserva de los cojones. ¿Cómo había tardado tan poco la segunda eyaculación? Dejé los pensamientos para sentir el líquido blanquecino en los labios, la barbilla…

– El hecho de adorar a una mujer puede conseguir algunos pequeños “milagros”

– Bromeó Alejandro, mientras apretaba el capullo con una mano para exprimir las últimas gotas de lefa -. Llevaba mucho tiempo sin poder joder.

– ¿A qué llamas tú mucho tiempo, “míster”? Nos acostamos tú y yo hace menos de una semana… ¿Es posible que lo has olvidado…? ¡Ooohh…!

Volví a tener que callarme para apretar los muslos. Me vino un nuevo orgasmo, sin tener que masturbarme… ¡Sólo por lo que estaba recibiendo!

Seguidamente, los dos nos quedamos tendidos en la cancha de juego, muy juntos. Jadeando en un tono quedo; pero nuestros genitales aún nos pedían guerra…

Ninguno de los dos nos habíamos encontrado en un situación semejante, porque apenas necesitábamos descanso. Era como si la despedida generase de por sí aquellos poderosos orgasmos que a ambos nos mantenían tan cerca, subyugados por el lazo más sublime: el sexo compartido en un plano de igualdad amorosa.

Yo repetí por tercera vez la felación, teniendo al entrenador sentado en el suelo. Actué como una traga sables, con una dedicación mayor. Me vi obligada a recurrir a un toqueteo especial de los cojones, recordando las veces que me había servido de maracas y de otros instrumentos parecidos mientras bailaba.

Golfona y más hermosa que nunca, con ese fascinante atractivo que otorga la lujuria. En la cima de la excitación más completa. Se dieron tantos elementos de fantasía sexual, que los dos obtuvimos el prodigio de que surgiera una tercera corrida. Alejandro se preparó para servirla sobre mi cuerpo. En aquella ocasión apuntó a mi cuello, a mi pecho y a mis tetas… ¡Vistiéndome con unos hilillos blanquecinos: adornos que mi piel absorbió lentamente! Después se hizo indispensable rechupetear el glande y sentir que los cojones seguían hirviendo… ¿Era posible que se produjera una cuarta eyaculación?

Yo me agaché para degustar los últimos restos de lefa. Me notaba fatigada, gozosamente rendida ante la excepcional follada. Cuando recobré la fuerza, miré al entrenador, formé una sonrisa y musité quedamente:

-Vendrás conmigo al teatro. Diré que eres mi preparador físico y artístico. Tendrán que aceptarte o me negaré a trabajar… ¡No deseo perderte!

– Te quiero demasiado, Raquel. Aprovecha la ocasión. Esto no hará que rompamos. Y menos con lo que me has dado ahora mismo…

Acepté su razonamiento. Podíamos esperar los tres meses de separación. Singularmente, sólo fueron dos semanas, el tiempo que yo necesité para descubrir las verdaderas intenciones de don Marcelo. El canalla sólo quería hacerme su amante fija. Es verdad que, a cambio, se proponía convertirme en una «estrella» de su teatro musical.

Le mandé al infierno y volví junto al entrenador y los demás chicos del equipo de baloncesto. Por cierto, no habían contratado a una nueva jefa de animadoras. Mi regreso lo celebramos con una gran fiesta, casi una orgía; pero ésta ya es otra experiencia, que acaso vuelva a enviaros por si tenéis a bien incluirla en el repertorio de polvazotelefonico

¡Un saludo de todos!

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