Secretos de lesbiana
Relato enviado por Gabriela (Zaragoza)
Cuando mi marido sacó su polla de mí llena de lefa le vi bostezar. ¿Acaso por culpa de la rutina? Yo me limpié el coño con un papel higiénico y observé que se estaba desperezando. Luego, se dio la vuelta y apagó la luz de la mesilla de noche.
—Ha sido muy dulce —le dije al oído.
Pero él ya estaba roncando. No me escuchó. Quizá ya estuviera demasiado viejo. Javier había cumplido los 48 años y yo tenía 31. Por suerte a mí me quedaban fuerzas para realizar cualquier cosa con el hombre al que tuviese debajo de la cintura. Por eso satisfacía tan fácilmente a mi esposo… Pero, ¿yo quedaba igualmente satisfecha?
Realmente, había mucho combustible sexual en mi cuerpo, sobre y entre mis piernas. Debí reconocer que Javier encontraba aburrida y ordinaria nuestra forma de realizar el sexo.
Por las noches, me despertaba con la inquietante pregunta de si yo sería la culpable de su aburrimiento; al mismo tiempo, él dormía como un lirón ajeno a cualquier problema.
Las dificultades empezaron a solventarse en el momento que mi marido trajo a casa un video «porno», que se titulaba Adiós, nena. Era el encuentro de dos mujeres enamoradas. La película había sido grabada con un colorido fenomenal en 4 K. Y mientras estaba contemplando la actuación de la rubia, que hacía una «tortilla» con la otra, una hembra mayor y de pelo castaño en todas las partes del cuerpo, empecé a sentir un cosquilleo en el chumino.
Siempre que Javier me ponía este tipo de videos en internet los veíamos juntos y, luego, sacábamos el mejor provecho de lo calientes que nos habíamos quedado.
A la vez que presenciamos la forma que tenía Ana, la rubia, de chupar los agujeros de su amante Sofía, me di cuenta de que mi marido se estaba frotando la picha por encima del pantalón.
Sin tener en cuenta lo cerca que me hallaba de él, se metió la mano por entre la bragueta y comenzó a masturbarse. Excitado a tope, debido a que Sofía se estaba frotando toda la vulva delante de su amante. Cuando Sofía empezó a soltar el flujo, Ana no dudó en recogérselo con la lengua; a la vez, exclamaba desde la entrepierna que atacaba:
—Te amo.
— ¡Bébetelo todo, mi tierna lesbiana!
Las dos continuaron con el jueguecito sáfico, hasta que en un momento la morena insistió:
—¡Cómemelo como una buena chiquilla!
—¡¡MIERDA!! —estalló Javier en un alarido.
Me volví hacia donde estaba mi marido, en una reacción similar a la de superar un trance hipnótico, y vi que él se estaba tocando la polla al completo.
Entonces, nos decidimos a imitar lo que estaban haciendo las dos chicas; mientras, Javier me decía que el video no podía ser más estimulante:
—¡Jamás me he sentido tan caliente! ¡Me resultó imposible controlarme… Estoy más lanzado que un misil!
Nada más que yo me decidí a hacerme cargo de su polla dejó de hablar del video y de sus protagonistas; pero se le ocurrió otra idea:
—¡Dos mujeres liadas frente a mí! ¿Y si una de ellas fueras tú, Gabi?
Queriendo convencerme me apretó con fuerza los pezones y me besó las areolas.
—¡Todas las mujeres sois unas hijas de perra! — gritó, ante la proximidad de la corrida.
Seguí meneándosela, sin hacer mucho caso de sus insultos. Acostumbra a soltarlos en el momento que alcanza el más alto grado de excitación. Cuando echó la lefa, me la bebí con ansiedad. Y hasta le lamí la rosada y tremenda cabeza, engolosinada durante largos minutos. Después, le escuché esta pregunta:
—¿No querrías gozar con otra chica mientras yo os miro?
Me costó entender lo que estaba diciendo, debido a que me hallaba entregada por completo a la felación.
—La chica podría ser Marta. Es la que sale en pandilla – Insistió como un borracho –
Una vez la vi de la mano de la otra, «la Pelotieso», que tiene fama de machorra. Unos amigos me contaron que las dos se abrazan en el parque, cuando creen que nadie las puede descubrir. Me parece que son…
—¿Por qué te detienes, Javier? Ya has llamado «machorra» a una de ellas.
—De acuerdo, son bolleras.
—Di mejor que son lesbianas.
—Bueno, quizá tengas razón, Gabi. Si nos olvidamos del sexo, a ambas se le puede considerar unas chicas normales.
—Yo puedo decirte que a Marta la he visto revolcándose con un tío en la pradera… ¿Te acuerdas el día que fuimos a la competición de esquí náutico en el pantano?
— Conforme, mejor para mí: ¡eso sólo puede indicar que la tía es bisexual: hace a machos y a hembras!
No era la primera vez que mi marido y yo hablábamos del lesbianismo. Comprendí que ya no me asustaba el tema, como las primeras veces. Creo que los videos «pomos» me habían terminado por convencer de que esa condición no era tan terrible en una mujer. Resulta tan maravilloso como cuando se ama a otra persona del sexo opuesto.
Entonces, Javier me propuso invitar a Marta una tarde, con el fin de comprobar lo que pasaba. Me noté maravillada. Pero le hice escuchar una aclaración:
—Espero que no me quieras ver como a una lesbiana de la noche a la mañana, por complacerte a ti. Aunque he estado un poco fría en ocasiones, deseo seguir excitándome con los hombres. Me impresiona hacerlo con una mujer… ¿Cómo reaccionarías tú al ver que Marta me come el potorro?
—No separaré mis ojos de las dos, ¡maravillado! —contestó, muy sonriente, a la vez que me introducía un dedo en el chichi— ¡Soy un «jodido» maniático!
Pocos días más tarde, me di cuenta de que él ya había hablado con Marta sobre el tema. Y sabía ella cómo debía portarse al acercarse a mí la primera vez.
Una tarde llegó el momento clave. Creo que yo era la más «inocente» de los tres. Lo que hicieron fue embriagarme, ya que ella no paraba de darme de beber. Me acerqué al mueble bar y comprobé que estaba combinando varios licores muy fuertes en una jarra llena de hielo.
—Me parece que sería un milagro encontrar unas gotas de zumos inofensivos en eso que estás preparando, guapa —bromeé.
Pero fue Marta la que empezó a beber de aquello. Sus mejillas se le pusieron rojizas y todos los movimientos de su cuerpo me parecieron de lo más provocativos.
Su rostro adquirió el parecido con el de una muñeca, en el que destacaban sus ojos verdes. Además, me fascinaba su cabello color castaño. Sin embargo, lo que me inquietaba en el plano sexual debía localizarlo en su boca exuberante y sensual, de labios muy gruesos y dientes blanquísimos. Llegué a preguntarme si no estarían enfundados… ¡He de describir otro detalle: su barbilla redondeada, que se hallaba provista de un hoyuelo en el centro!
Decidí tomarme una copa mientras ella se iba al servicio. Momento que Javier aprovechó para preguntarme:
—¿Te gusta Marta?
—Sí.
—¿Qué me dices de sus tetas? ¿Y de su trasero?
Sin aguardar mis palabras, cogió con una mano un vaso y con la otra mi barbilla. Para besarme apasionadamente. Abrió mi vestido, tomó uno de mis pezones y lo chupó desde el interior de la boca. Me di cuenta de que acusaba una erección impresionante. Por último, se bajó la cremallera del pantalón e hizo que le tocase el rabo.
Me quité las medias y las dejé en una silla. Como en una de mis posturas quedé con las piernas abiertas, mi marido pudo comprobar que yo no llevaba bragas. Se lanzó en busca de mi clítoris…
¡Dios, había estado tan caliente pensando en nuestro encuentro con Marta, que ni siquiera tuve la precaución de ponerme las bragas! ¡También olvidé en aquel instante que no nos encontrábamos solos!
Es posible que me estuviera haciendo efecto el combinado de licores. Mientras, Javier no se perdía ni una sola de mis reacciones.
—¡Mastúrbame, nena! —me exigió, para volver a seguirme chupando el mismo pezón.
De repente, levantó la mirada, vio a Marta y le dijo:
—¡Eh, nena, la estoy preparando sólo para ti! ¡Veamos cómo te portas! ¡Observa la cantidad de flujo que suelta mi mujercita!
Para que se viera más claramente, hasta me abrió las piernas. Yo empecé a tiritar, y no de frío. Seguro que de la excitación; al mismo tiempo, Javier se había quitado los pantalones. Se hallaba sentado muy próximo al televisor, dispuesto a contemplar el numerito que íbamos a protagonizar Marta y yo, su esposa.
—¡Siempre me has parecido tan atractiva! —susurró ella, acercándose a mí—. Deja que te quite la poca ropa que llevas encima, así estarás más cómoda.
Realizó esta tarea con una gran delicadeza; sin embargo, se marchó al cuarto de aseo para desnudarse ella sola. Momento que mi marido aprovechó para servirme otra capa de licor. No dejaba de reír; y con esta actitud retornó a su primera fila, con la polla muy tiesa.
Cuando Marta entró en el cuarto de estar me quedé asombrada. Nunca había contemplado un cuerpo tan femenino. Me noté recorrida por mil estremecimientos inquietantes.
Exhibía una cintura muy marcada, sus hombros eran redondeados y el color de su piel conseguía que sus grandes tetas resultaran muy atractivas. Sus tiesos pezones me parecieron dos pequeñas aceitunas negro coloradas. Mi coño empezó a soltar una gran cantidad de chorritos de flujo.
Porque mis ojos no se separaban de aquella preciosidad, en la que cada elemento del conjunto servía para que yo mentalmente le tuviese que dar la valoración de «10»: ¡perfecta!
Encima he de destacar su vientre, adornado con un ombligo tentador por su hermosura. Mi expresión debió mostrar a las claras la admiración que sentía, ya que ella me preguntó:
— ¿Te gusto, bonita?
Extendió los brazos y yo me relamí los labios al tener tan cerca sus nalgas redondeadas, tan apetecibles.
Ella sabía muy bien lo que estaba pasando por mi cabeza, ya que se colocó apoyada en la pared, en una posición provocadora. Y Javier, bastante alterado, se quejó:
—Pero, ¿qué mierda tiene esto de excitante?
Las dos ignoramos su comentario; mientras, él seguía muy enfurecido. Después, nos abrazamos y nos besamos. La presión de los labios de Marta resultó muy suave, distinta a las brutales de algunos hombres que sólo se empeñan en que aceptes sus lenguas.
Los escalofríos continuaban recorriendo toda mi columna vertebral y cada poro de mi piel; a la vez, ella me lamía toda la boca y apoyaba sus tetas contra las mías.
No sé en qué momento llevó mi mano hasta sus peludas ingles. Jamás había tocado otro coño que no fuese el mío. Mi tacto capturó unas sensaciones maravillosas. Me atreví a mover los dedos sobre los grandes labios, los abrí y di comienzo a una pequeña penetración…
Durante unos segundos tuve la seguridad de que se me iban a quedar pegados allí dentro, de la enorme cantidad de flujos en los que chapotearon continuamente.
Sin darnos cuenta de lo que hacíamos, ambas nos fuimos colocando en la posición del «69». Para empezar a mamarnos y a lamernos como unas gatas salvajes. Disponíamos del mejor menú, y nos hallábamos dispuestas a no desperdiciarlo con una repentina precipitación o por las exigencias de un «jodido mirón».
Algo borró en mi mente cualquier forma de turbación, y tuve una idea muy clara de que me hallaba lista para disfrutar de algo que me pertenecía. Yo era una lesbiana y estaba al lado de una amante de mi misma condición.
Marta no cesaba de estremecerse, debido a que yo me había decidido a pasarle la lengua por la canaleta del culo. Me gustó el sabor que recogí… ¡Además, me hallaba empeñada en ignorar las «guarrerías» que estaría haciendo Javier al vernos!
Pero sus aplausos y sus voces me sobresaltaron, debido a la concentración que había llegado a conseguir… ¡Después, ya nada me impidió alcanzar el orgasmo, en seguida de que Marta hubiese coronado el suyo!
La siguiente vez que ella y yo nos encontramos sexualmente fue en privado. Javier tuvo que quedarse a trabajar aquella noche.
Mi nueva amante me trajo un consolador, que tenía todo el aspecto de una polla de verdad, con cojones y todo. Era de un plástico rosado, realista y más larga y gorda que la de mi marido.
Marta me folló con el dildo de infinidad de maneras, mucho más originales que las ya conocidas en mi matrimonio. Después, yo me lo sujeté en la cintura, gracias a que también iba
provisto de una correa, y pude penetrarla a ella.
—Gabi, ¿quieres ponerle un poco de vaselina al capullo de este ingenio extraordinario? Es que vas a darme por el ano — me pidió, aprovechando que las dos habíamos quedado exhaustas en la alfombra.
Claro que acepté hacerlo, y resultó de lo más sencillo introducirle aquella cosa. No pareció sentir ningún tipo de dolor.
—¡Penétrame más fuerte… Aprieta sin miedo! —exclamó, a la vez que agitaba sus caderas de un lado a otro como en bandazos — ¡Emplea todas las fuerzas… Hasta que me salga por la boca…!
Luego, yo probé el dildo; pero conmigo no funcionó porque mi agujero anal estaba demasiado cerrado.
—Ya lo conseguiremos otro día, Gabi. Es cuestión de paciencia —me aconsejó Marta.
Cuando finalizamos este primer encuentro en privado, las dos nos dirigimos al lavabo. Y justo al despedirnos volvió Javier del trabajo.
La noche siguiente él también se tuvo que quedar en la fábrica. Con lo que las dos pudimos disfrutar de nuestro lesbianismo solas. Yo me di cuenta de que esta práctica es de lo más normal del mundo; diría que cada mujer debería intentarlo. Después de todo, ¿quién puede conocer mejor las necesidades sexuales de otra mujer…?
Hace nueve meses que Marta y yo vivimos juntas en un nuevo apartamento. Dispongo de un trabajo y de la autonomía económica imprescindible. Realmente estamos muy enamoradas… ¿Qué ha sido de Javier? Le he dejado, ignora donde vivo y nunca podrá enterarse de mi paradero, pues sólo lo sabemos Marta y yo…
¡En nuestro nido de amor no entrará nadie, ya sea hombre o mujer!