Mi cariñosa suegra
Relato enviado por Ramón (Barcelona)
Matilde, 52 años, profesora de idiomas en Barcelona. —Mi apetito sexual ha ido en aumento desde que superé el período de la menopausia. Supongo que ésta es una de las ironías de la vida biológica. Pues me apareció justo en la época que yo sentía que el acto sexual era algo hermoso, que valía la pena, tanto que hervía de deseos apenas terminaba de comer.
Por aquellas fechas, mi marido empezó a mostrarse remiso en la cama, y disminuyó su interés hacia mí. Esto originó que entre nosotros se desataran algunas escenas muy dolorosas. «Recuerdo que una noche, metida entre las sábanas, me lié acariciarme entre las piernas, para sentirme lista en el momento que él viniera a mi lado. Deseaba que no tardara mucho, para dejarle, luego de satisfacerme, que se quedara dormido… ¡Pero él volvió a sacarse una excusa de la manga!
Como mi hija, que tenía veinticuatro años, se estaba alejando de su marido Ramón, debido a su manía de adelgazar, este muchacho y yo nos sentíamos muy unidos; por eso fue de lo más natural que acudiera en busca de mi consejo. Era un muchacho alto y fornido, muy agradable de trato y de presencia, y poseía unos ojos muy hermosos que sabía manejar a la perfección. Además, era muy cariñoso e inteligente.
Pronto empezamos a encontrarnos en un bar, en secreto, donde discutíamos cómo podría arreglarse su matrimonio. Una noche, me confesó cual era el origen de sus desavenencias con mi hija: a ella no le gustaba el sexo, porque consideraba que le estropeaba su delicado físico… Creo que sonreí como única respuesta…
—¿Encuentras gracioso un fracaso como el mío? —me reprochó.
Advertí una especial expresión en su rostro. Le dije que me reía por no llorar, y le conté lo que me estaba sucediendo con mi esposo. Inmediatamente nos fuimos del local. Mientras paseábamos, Ramón mantenía una expresión de gran preocupación. Esto me llevó a arrepentirme de haberle contado mis propias cuitas. Después de todo, yo era su suegra… Pero, cuando entramos en su coche, comprobé que salía de la ciudad en dirección al Tibidabo. Y nada más detener el vehículo, me abrazó exclamando:
— ¡Tú eres una mujer muy atractiva y sexual!
Me sentí ardiente, y todo mi cuerpo se hizo una llama de excitación. Y él me acarició el cuello con sus tibias y fuertes manos. Pensé que debía detenerle, pero no pude hacer nada. Después, entramos en un pequeño hotel, donde, gracias a una extraordinaria follada, creí que había vuelto a mis tiempos de juventud… Recordé a todos los fogosos amantes que había gozado durante esos años… La piel de Ramón era suave y sus músculos poderosos. Quizá me encantó porque le consideré una rara pieza de arte…
Primero, le mamé la polla con ternura, mojando con mi lengua todo el recorrido antes de pasarle los labios muy apretados… Me notaba dispuesta a todo, porque sabía que eso era lo que él quería. Además, me parecía una verdadera exquisitez disfrutar de una polla así, tan fuerte y caliente, que se restregaba contra mi paladar. Ni siquiera me preocupé en ser la primera en alcanzar el orgasmo, pues sólo quería hacerle gozar intensamente. Pero Ramón sí que se cuidó de mi placer: me dejó chuparle la polla durante unos minutos, antes de llevar la suya a mi coño, ya tan húmedo como un pantano…
Me demostró que el clítoris era su objetivo preferido, y que conocía todos los secretos de la excitación: me restregó el hinchado y caliente glande; luego, me lo mamó cada vez con más fuerza, penetrando con su lengua hasta lo más hondo… ¡Ya no podía detener mi orgasmo!
Sin embargo, él esperó hasta que mi agitación se fue calmando, sin dejar de chuparme. De pronto, me penetró con su ferviente verga. Y me pareció que hacía siglos que no sentía algo tan maravilloso en mi interior…
Me sentí tan cachonda que mis paredes chorrearon de jugos al paso de su fenomenal émbolo… ¡No tengo palabras para contar todo lo que gocé en ese hotelito!
Desde hace seis meses somos amantes y también hemos salvado el matrimonio de mi hija… ¡Sólo me preocupa que él tendrá cuarenta y tres años cuando yo cumpla los setenta!»