relato mamar es vida

Relato enviado por Ray (Panamá)

Era un atardecer usual, en las proximidades de aquel majestuoso volcán conocido en el lugar como Barú —en el dialecto guaymí significa «imponente»—. Como de costumbre, ella se paseaba absorta por la alameda y allí estaba Rigo esperándola.

También resultaba normal que yo me encontrara por los alrededores, para conocer el desarrollo de todos los acontecimientos. Rigo y yo habíamos hecho una apuesta respecto a él y a Lilibeth, en lo que se refería al progreso de sus relaciones.

Ella era linda, jovencita de tetas y con un culito muy prominente. Desde hacía cierto tiempo, mi amigo quería pasar la punta del carajo para correrle las arandelas vaginales y chuparle las entretelas de la chucha (coño). Estaba seguro de que aparecerían rosaditas y su pirigallo (clítoris) asomaría como una lengüecita de mucho arrecho (excitación). Según sus compañeras, ella hervía de ganas de perder el virguito de su chochete al compás de una cumbia panameña. Algo que se le podía adivinar por el fervor al culeo (follada).

Sin embargo, la inocente criatura no sospechaba la tremenda sorpresa que se llevaría al ver el pedazo de pinga que se iba a mamar. Porque Rigo tenía tal tamaño de verga, que había mandado a varias al hospital. En vista de la cuarta y tres dedos, que según él le medía la pinga, le había prometido a Lili una función sexual inolvidable.

En cuanto lograra su conquista, me concedería a mí la oportunidad de follármela también… ¡Joder! ¡Con las ganas que yo tenía, después de haber soportado un intento fallido, debido a que le había hecho unas propuestas sexuales anteriormente!. Cuando la veía, se me empapaba y me goteaba la punta de la verga. En el momento en el que me la sacaba para pajiarla (masturbarla) me brillaba deslumbradora.

Bueno, parece que al final nuestra amiga aceptó la propuesta de follar que Rigo le formulaba desde hacía tiempo. Mi amigo me hizo señas para que le siguiera muy sigilosamente. Le obedecí y llegué hasta la entrada de la gruta que habíamos preparado previamente.

Como le dijo el burro al freno, «comenzó la arrochadera» (tocadera, sobadera y chupadera). Rigo la besaba desaforadamente; le sacaba las tetas; se las mamaba; las guardaba; le lambía (lamía) las axilas; la metía las manos en el chochito… La niña gritaba afanada, tratando de agarrarle la pinga desaforadamente hostigada por el deseo sexual que en ella había prendido.

Sin embargo, él la esquivó con un gesto caballeresco. Nuestro héroe había tenido una participación creciente cuando estuvo en la escuela de arte, ya que se consagró a la escena dramática. Por otra parte, mi pinga parecía un asta de bandera. Me ardía y sentía el típico lagrimeo. Desde lo oculto de mi escondrijo me decía: «¡Culéatela, cabrón!».

Parece que mi mudo mensaje fue aceptado telepáticamente y allí quedó nuestro personaje quitándole todas las ropas a la mina (muchacha). En un santiamén la dejó involuntariamente frente a mí, con su tan joven desnudez. Aquel cuerpo regordete y veinteañero, me blanqueaba con el brillar del mechorro (botella de keroseno) que iluminaba la cueva; hasta que, finalmente, se agachó mi amigo y se dedicó a mamarle la chucha (coño) a Lili.

Yo no aguantaba más y creo que ella tampoco. Gruesas gotas de un líquido blanquecino corrían por la parte interior de sus muslos. Rigo se hallaba perdido. Sus largos bigotes y su barba lucían llenos de un espumeo semejante al que suelta un becerro huérfano cuando se pega a teta ajena. Lili gemía, suspiraba y se quedaba. De pronto, pidió la pinga. Casi automáticamente mi buen amigo Rigo sacó su descomunal polla. Nunca me había imaginado por qué le llamaban «Rigo burro»; pero allí, ante mis ojos, tenía la respuesta. En efecto, una cuarta y tres dedos, con prominentes venillas y un kiosko (glande), que según lucía necesitaba una cloaca para ser guardado.

Mi amigo comenzó a empujar después de haber pasado un salivazo al capullo. Y ella se quejó diciendo:

— ¡Quema… Cómo quema! ¡Es muy grande para mí y mi chochito… Lo tengo muy chiquito! ¡Sácame la mitad hacia atrás…!

Ya era tarde, porque se la había engullido toda con ese ruidito tan característico producido por el coño en el momento del acto sexual. Entonces, me dispuse a ser partícipe de aquella comilona cuando Arturo me agarró por los hombros sobresaltándome de una manera sin par.

— ¿Qué pasa? — le pregunté.

— ¡Ssssshh! De modo que vas a cachar, ¿no? Yo me quedaré aquí, hasta que le meta esta miseria.

Tomándose la polla con las dos manos me la enseñó. También Arturo era famoso en el barrio por el tamaño de su carajo, que se asemejaba a una botella de «coca cola», «la chispa de la vida», de donde le vino el merecido mote de «Cocacolo».

— ¡Mira lo que voy a meter en el coñito ese! ¿Ya le habrá desvirgado «Rigoburro»? —Preguntó mi nuevo socio, mostrándose completamente enajenado—. Bueno, creo que así es mucho mejor, porque la trocha queda abierta y así ella sufre menos… ¡Tiene suerte, porque lo que le espera conmigo! Quizá le hubiera causado alguna incomodidad…

Tampoco era casual que a mí me llamaran «fantito», por sufrir de esa enfermedad congénita que se conoce como elefantismo genital. Una enfermedad que padecen algunos miembros de la tribu Bantú del Africa Meridional y que se caracteriza por una anormal prominencia del aparato viril al parecerse a la trompa del elefante.

Por lo que a mí se refiere, yo nunca había logrado joder (cachar) con ninguna del pueblo. Desde que se comentó que yo padecía de un mal genital, todas las mujeres tuvieron la impresión de alguna cosa venérea. Hasta que Araceli (Chelly), por curiosidad me preguntó la verdad. Y se lo expliqué. Muy entusiasmada por mis palabras, rompió a reír incrédula, desafiándome a que cacháramos salvajemente. Me tocó el pedazo de verga, que hacía más de mes y medio que no tenía calma. Ella advirtió su tamaño y se calentó una enormidad, sin embargo, nada más verla con el nudo descubierto, comenzó a temblar. Me confesó que nunca en su vida se había topado con semejante taco de verga pero que intentaría soportarla aunque no creía que pudiese admitirla en su totalidad.

Finalmente, tocó mi verga con suavidad y la chupó a placer, luego, se la puso entre las tetas, donde la pajeó; y más tarde se hizo la brochita ella misma (se sobó la raja del culo con la pinga), hasta que se paró firmemente para acomodarla en la puerta del coño.

Le pedí que se subiera y que procurase acompañarme en mis acciones. Así fue como la atendí. Quedé boca arriba con la trompa de elefante erecta a un 80 por 100. Chelly se encaramó y puso sus manos a manera de freno para disminuir la longitud de mi anormal polla y no lastimarse los ovarios…

Mientras, lloraba furibunda, en medio de una excitación increíble. Brincaba y su larga cabellera se desordenaba en un conjunto de excitación y dolor… Mi penetración destrozó el conducto vaginal, originando el característico aroma de la sangre.

El resultado de aquel coito fue para ella de 19 puntos de sutura: 10 internos y 9 externos a la altura del septum ano vaginal. Y para mí la fama entre las mujeres, que empezaron a llamarme «Fantito»…

Pero prosigamos con nuestra historia. Arturo sabía mi situación, ya que nos conocían como el trío de los «carajudos cornudos». Título éste no muy agradable entre el sector femenino, ya que dice el adagio «cría fama en pueblo chico o infierno grande y échate a dormir». El asunto no era suficiente motivo como para que nosotros dejáramos de ser amigos y no nos echáramos las pachas los sábados después del pago y luego ir detrás de un par de tetas ricas para joder.

Entre tanto «Rigo burro» ya tenía la polla hasta los druendes (pelos) del juchali (coño) y estaba totalmente hinchado disfrutando de los placeres sexuales. Seguía entregado a aquella jornada de culeo, a pesar de que a esas alturas ya había echado su primer polvo.

Al mismo tiempo, muy sigilosamente, nosotros nos acercamos ya desnudos y bastante excitados. Dispuestos a proporcionarle pinga a discreción a la mijita (chica), que se debatía entre el placer y el desvirgamiento.

Súbitamente, ella se sorprendió al ver las dos vergas que hacían su entrada en el escenario de lo que se iba a convertir en una orgía. Y gritó:

— ¡No, así no!

Rigo burro quiso intervenir diciendo:

—Si tú no lo quieres, ¡ellos jamás podrán tocarte!

Pero a mí se me ocurrió lo siguiente:

—¿Y si se lo contara yo a tu padre que te encontramos con «Rigo burro»? Tú ya sabes lo que pasaría…

El chantaje estaba hecho. Ella lloriqueó y gimoteó, pero al fin, cedió y dio comienzo a la follada de aquella tarde. Fuimos tres vergas que ardíamos de ansiedad por friccionar las paredes de la vagina peluda y rosada tan hinchada de grandeza y resbalosa así. Arturo se puso a mamar a la chavala, Rigo se la echó toda por el culo y este servidor empleó el cipote ya utilizado por Chelly.

A Lili no le quedó otra salida y se materializó la triple follada. Como yo siempre andaba preparado para dicha odisea, empleé vaselina para engrandárselo todo.

Aquello resultó todo una hazaña. Ella se tragó la picha de Arturo, que medía unos 18 centímetros, también la de Rigo, pero por el culo y absorbiéndola poco a poco con todo y pelos, que según él servían para cortar la mierda a su paso por las rugosidades anales, mi pequeña trompa se colaba en su coño. La escena era digna de una filmación de largometraje, nunca vista en una pantalla, pero mi mente aún vive porque aquella tarde cacheamos formidablemente, sin límites y en un torbellino inusitado de sollozos, gritos, gemidos y todo tipo de algarabías propias de la hora del culeo.

La chica aquel día bien desvirgada no pudo caminar a la perfección en dos semanas. Se le hizo una boquera (desgarro de la comisura labial) y me imagino que se le espantó la mierda durante varios días por la acción del ensanche de las papilas anales gracias a la carga de verga que le dio Rigo. A pesar de todo, donde menos sufrió fue por su sector vaginal, dado que, como dice la máxima, «por ahí ellas nunca mueren».

Y así, mis queridos mortales, concluyó aquella tarde con un triple deslechamiento que a Lili le proporcionó varios milímetros de esperma caliente y rica en proteínas. Según Arturo, cree que la preñó por la boca, porque él se la dejó ir toda. Y la muy inocente se la tragó, porque las amigas le habían dicho que eso era bueno para evitar que se le cayeran las tetas.

Amigo, si lees esta historia verídica, en la cual nada más se han cambiado los nombres para proteger la integridad de los inocentes y si tienes una hija, nieta, sobrina o prima con 18 años, cuídala para que disfrute de la experiencia narrada en estas humildes líneas y recuerda sobre todo que «mamar es vida».

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