Me gustan todos los hombres
Relato enviado por Marta (Madrid)
Me casé a los diecinueve años para abandonar la casa paterna. Tuve un hijo al año siguiente y me separé a los pocos meses. Había sido el tercer vástago de una familia de tres hermanos, mis padres y una tía soltera que tenía un «pico de oro». La gente suficiente para que a una la espabilasen y le permitieran adquirir el necesario gusto por la promiscuidad sexual. Si hay tantos hombres en el mundo, ¿por qué yo debía conformarme con uno solo?
Realmente fui una niña mimada y consentida. Siempre confié en mi belleza, en mi gusto al vestirme y en la maestría para maquillarme y saber realzar sensualmente lo más provocativo de mi cuerpo. A mi padre le tenía sorprendido por el hecho de ser tan inteligente y astuta. La cuestión sexual la inicié a los 18 años.
Fue con un tío mío, que me llevó a dar una vuelta con su yate. Mientras, tenía una mano en el timón y otra metida debajo de mi falda. Era un macho encantador. Durante quince días nos dimos la fiesta erótica, hasta que él decidió volver a su casa junto a su esposa y a mi primo de veinte años.
Siempre dispuse de una buena cantidad de chicos a mi alrededor. Algunos se enamoraron de mí y mis padres o los suyos se vieron en la obligación de ahuyentarlos para que no cometiéramos más errores. Pues con la mayoría me quedaba sin bragas y sujetador, después de unas folladas dignas de ser recordadas. Había uno en particular, que acostumbraba a llevarme al desván de su casa, sin pronunciar nunca ni una sola palabra. Se limitaba exclusivamente a clavármela y a hacerme todo lo demás…
Una vez me echó hacia delante y mi mano izquierda se posó en la pierna derecha del guapo poco hablador. Me deslicé sobre su pantalón igual que una serpiente que acaba de descubrir el nido repleto de los huevos más suculentos. Le palpé el cipote y le abrí la bragueta.
No había que ser un águila para comprender lo que yo pretendía. Y la realidad se mostró cuando le obligué a apoyarse en la pared y le saqué la picha. Y me entregué a mamársela como una vulgar putona.
Pese a mis pocos años ninguna tía me hubiese tenido que enseñar nada sobre la materia. Se la cogí entre mis dedos, con las tetitas fuera del sujetador y, colocándome en cuclillas, empecé a mamársela. De la misma forma que si fuera un helado a punto de derretirse: busqué las supuestas gotas de crema en la punta, en el centro del tallo, en el reborde del mismo y hasta en los cojones.
De pronto, se me ocurrió propinarle unos mordisquitos en la punta del capullo y, en unas acciones sincronizadas, succioné el agujero del meato. Con lo que toda su substancia salió explosionada de los testículos, ascendió en plan de erupción por el interior de la verga y se proyectó hasta mi garganta.
Me la bebí, tragué y absorbí como si el «mudito» me estuviera regalando con el más exquisito de los manjares. A la vez, me agarraba con las dos manos al poderoso tallo, en ese gesto de glotona que teme verse privada de su fuente de placer.
No me anduve con chiquitas. Pero tuve la paciencia de esperar a que se recuperara. No le llevó mucho tiempo. Empezó lamiéndome los pezones; al principio, un poco tímidamente; luego, al escuchar mis risitas, ya se animó a pasar la lengua, en plan de una lija del seis. Con lo cual escuchó mis jadeos. Ya no dudó en saltar de una a otra, besándome las areolas o lamiéndome todas las mamas.
Mientras, su cipote daba comienzo a las agitaciones iniciales. Me empujó un poco, con las intenciones de que yo me apoyase en un baúl. Hizo que levantase una de mis piernas y, en el instante que le dejé a su merced todo el valle de mi chumino, me metió la boca y la lengua.
Cada vez me iba demostrando una mayor maestría. Se desnudó por completo y se me ofreció como un macho muy apetecible. Volvió a apretarme las tetitas y me pasó el rabo por entre las cachas y me mordió el cuello. Bajo la presión de todo su cuerpo me sintió temblar, queriendo ser sodomizada o follada. ¡Cualquier cosa me valía!
Me tumbé sobre el baúl, con las piernas bien abiertas. Y él me la endiñó en el mismo centro de la raja, pero con una cierta precipitación. Me obligó a dar un respingo y se me venció la cabeza hacia atrás. Me llevé las manos al chumino, porque me había causado un poco de daño. Pero no frené las acometidas del cipote. A él no le resultó difícil complacerme.
Porque me estaba cabalgando con su capullo introducido en mi grieta apretada, lubricada y que le ofrecía unas ciertas resistencias. Ya había aprendido a apretar como si me estuviera meando.
Por último, fue él quien se sentó en el baúl, para que yo me colocase encima de su picha. Toda a mi servicio, para que dispusiera de lo que se me antojara. Y actué igual que si su capullo fuera el vástago de sujección del sillín de una bicicleta: me di unas vueltas sobre el mismo, en unas fricciones de las que echan chispas.
Gracias a tan eficaz sistema de frotación, conseguí unos orgasmos intensos y que me dejaron materialmente sin aliento. Un trofeo que me fue recompensado con la llegada de su eyaculación. El «mudito» era un campeón de la follada.
Mi matrimonio constituyó el peor de los desastres, con la única salvedad positiva de que gracias a él nació mi hijo. Traté de casarme por amor, pero en realidad lo hice para salir de mi casa. Después de habernos conocido, continué mis relaciones durante una temporada con dos de mis amantes, pero renuncié a eso cuando quedé embarazada.
Sí, era hijo de mi marido, de eso estoy bien segura. Solía disfrutar de orgasmos mientras daba el pecho a la criatura. Pero mi esposo resultó tener también un carácter bastante violento y la convivencia con él se hizo muy difícil. No parábamos de pelear y al final me dejó.
Después de aquello, las cosas se me hicieron bastante cuesta arriba. Los hombres me deseaban y me entregué a algunos, pero yo no quería esforzarme. Por otro lado, descubrí la bisexualidad. El bebé me ocupaba mucho tiempo. Quedé en bastante buena situación, no tenía problemas económicos. Pero lo que más me ayudó fue encontrar un empleo.
Me ayudó no sólo financieramente, sino también en lo que se refiere a la tranquilidad interior. Contraté a una niñera, que vivía en casa, luego, la cambié por una serie de chicas que colaboraban en las tareas domésticas a cambio de comida y alojamiento. También fueron mis amantes. Una de ellas resultaba adorable en la cama. Todavía me envía por Navidad su tarjeta de felicitación. Ahora está casada y es madre de tres hijos.
En cuanto empecé a trabajar, un mundo completamente nuevo se extendió ante mí. Comprobé enseguida que podía camelar a cualquier hombre que se me antojara de veras… Y, créanme, ¡se me antojaban montones! Para algunos el asuntillo resultaba divertido, para otros se trataba de pura terapia.
Me las vi con pollas de todas las clases, formas, tamaños y colores. Siempre les decía que poseían un cipote precioso grande y que, como folladores resultaban algo tremendo. Si no deseaba comprometerme en una aventura en serio, les endosaba el cuento de que todavía estaba casada y enseñaba la fotografía en la que aparezco con mi hijo. Eso enfrió automáticamente a muchos.
¿Las esposas de los casados?
No pienso en ellas igual que sus maridos tampoco lo hacen. En un par de ocasiones tuve aventuras importantes. Por regla general, considero aventura el asunto que se prolonga durante dos o tres meses. No es el compromiso pasional — no deja de resultar bastante extraño que me sienta emocionalmente comprometida hasta cierto punto, porque las personas me interesan de verdad—, se trata de la amplitud y profundidad del deseo de volverlos a ver.
He tenido muy buenos amigos, pero estoy segura de que a la hora de la separación no se convirtieron en mis enemigos. Sin embargo, nunca he asediado a un hombre, salvo cuando se me ha metido entre ceja y ceja disfrutar de una unión pasajera. Entonces sí que me lanzó a la caza. No les concedo oportunidad ninguna de escapar. Los ataco primero desde fuera y a continuación, sin más concesiones, les pido que me acompañen a la cama. Muy pocos se resisten y, si alguno se niega, siempre me queda el recurso de convencerlo.
Tampoco desdeño el encuentro con dos hombres al mismo tiempo. Resulta una experiencia superior. Algo que me deja con los bajos bien calientes y saturados. Como aquella vez… Los labios de mi boca y de mi chumino se hallaban entreabiertos y los dos machos me los devoraron. Presionando con sus lenguas contra mis carnes, continuamente al rojo vivo. No sólo acepté sus ataques, sino que les acompañé con toda mi ansiedad. Queriendo obtener el máximo de placer de cada experiencia.
Por lo que pasé mis manos alrededor de sus cuerpos, queriendo que estuvieran más próximos a mí, incrustados en mi piel. Julián me mordió el labio inferior. Una ligera sacudida de dolor-gozo dio pie a que mi lengua se entregara a la suya. No tardé en tener mi saliva combinada con la que él segregaba continuamente, mientras que el beso «negro» que Tomás me estaba dedicando se hacía cada vez más penetrante.
Convencido de que yo estaba abierta a todo, Julián empleó sus dos manos en magrearme las tetas. Empleando únicamente los pulgares y los índices. Me los pellizcó dulcemente, hasta que me obligó a emitir el jadeo que antecede al orgasmo. Esto le llevó a intensificar la presión sobre las corolas y toda la cima.
Por fin se entregó a mordisqueármelas, pese al ligero dolor que me estaba causando, los pezones se me pusieron igual que unas flechas. El macho me los fue marcando, sin herirlos, nada más que insinuando las dentelladas. Mi piel hipersensible temblaba de una forma exagerada. Pero me di cuenta de que él no pretendía dañarme.
Seguidamente los dos hombres me siguieron lamiendo, hasta casi encontrarse con sus bocas en mi pubis. En este punto se separaron de mi cuerpo, blandieron sus pollas y se colocaron de rodillas en la cama.
Yo me sentía tan encelada que me entregué a lamer, a chupar y a besar aquellas maravillas. Saltaba de una a otra, sin dedicar un tratamiento especial a cualquiera de ellas. Me parecían iguales en sus méritos y calidades, pese a que existiera cierta diferencia entre ambas.
Reconozco que me comporté como una verdadera tragona: mientras me cuidaba de una, la otra me despertaba tales tentaciones que buscaba su contacto con las mejillas y las manos. Lo mejor era poderlas lamer teniéndolas juntas y sujetas con mi propia boca. Creo que nunca me he sentido tan borracha de sexo como hasta entonces.
Hasta que Tomás eyaculó. Su leche me entró directamente a la campanilla, cubrió la superficie de mi paladar, embadurnó mi lengua y se salió por los extremos de mi boca. Necesité entregarme sólo a esta acción, para aprovechar el jugo de mi amante.
Todavía me estaba relamiendo cuando me dediqué a la verga de Julián. La cosa no podía ir por mejor camino. Con esta idea, unido al hecho de que un gusto insospechado me inundaba por todo el cuerpo en oleadas, agarré con más ganas que nunca aquel rabo. Me puse a mamarlo rabiosamente.
De nuevo, para mi dicha, el hombre no me avisó de que se iba a correr. Y un aluvión de esperma terminó por blanquear mi lengua y se derramó por mi barbilla, como papilla. Sin soltar el glande, noté que me llegaba un orgasmo poderosísimo.
Dominada por la gran admiración que sentía hacia mis nuevos amantes, volví a recrearme en la doble relación. Entonces Tomás me cogió por la cintura y me derribó sobre el otro lado de la cama. Quedé con la cabeza situada en el mismo borde, viéndome en un espejo. ¡Extraordinario!
De verdad, nunca me había visto tan hermosa. Todos estos pensamientos desaparecieron de mi cabeza, arrastrados por los escalofríos que se estaban fabricando en las raíces de mis pezones. Y es que Julián me estaba trabajando a conciencia los pezones.
Mientras, Tomás me besaba repetidamente, con veloces contactos que recorrían mi cuerpo. Al mismo tiempo, colocó una mano en mis piernas y la hizo correr de arriba abajo, para deslizarla por la muy femenina curva de mi culito, hasta llegar a la parte interna de mis muslos.
Caprichosamente me aproximé a él todo lo que me fue posible. Y como se hallaba cerca Julián, le cogí la picha y la estiré un poco. La sangre corría por las dos estacas. Me estaban deseando, sobre eso no cabía la menor duda. Querían que me abriese por el coño, para admitirles por completo y que les permitiera entrar en todo mi interior.
De repente se produjo una especie de aceleración. Me extendieron en la cama. La lujuria cubría cada poro de mi piel… Sobre todo al verme sentada en la picha de Julián, que se había tumbado boca arriba. También me besó, boca a boca, el otro amante.
Me notaba tan fabulosamente excitada y tan llena de pasión, que mi preciado néctar goteaba sobre el capullo y el asta que me estaban penetrando. Y antes de que llegase lo mejor, ya estaba dominada por el aturdimiento.
Empujé el coño hacia la polla que me estaba jodiendo; abrí los muslos y, siendo empujada por una fuerza superior a mi voluntad consciente, conseguí que los labios inferiores se expandieran de par en par, esperando a que el macho me quitase las vibraciones que se habían amontonado en mis ovarios. Necesitaba que me llenase hasta los últimos resquicios de mi dulce y ansiosa humanidad.
Súbitamente introdujo uno de sus dedos por entre un hueco inverosímil de mi chumino, entre la polla y la zona superior en la puerta vaginal. Logró tocar mi tieso y húmedo clítoris. Todo mi pubis se contrajo espasmódicamente bajo el azote paradisiaco del triple contacto —añado los besos que me seguía dando Tomás. Gemí con un ronco susurro de auténtica excitación. Me moví hacia delante y hacia atrás y conseguí que me entrase toda la polla hasta que los cojones se quedaron en el mismo umbral del chumino.
La verga de Tomás llegó a mis labios, palpitando locamente. La acerqué todo lo que pude a mi lengua, frotándola con la punta. Hasta que conseguí tragármela. Quedé empalada por arriba y por abajo. Sintiéndome totalmente mujer.
Pero allí no se podía exigir una posición permanente. Al sentirnos tan dominados por la excitación del triángulo, lo mismo saltábamos para completar la follada o la felación; cuando no estábamos revoleándonos sobre la colcha, borrachos de deseo, jadeantes y resoplando. Habíamos perdido el sentido exacto de la realidad que nos envolvía.
Hubo un instante en el que me vi tumbada sobre el cuerpo de Julián —yo boca arriba y él clavándomela en el chocho—, mientras Tomás me mordisqueaba las tetas. Hasta que Julián me ordenó que me pusiera de rodillas y con el culo en pompa. De esta manera me la metió por atrás, en la posición de los perros… ¡Menuda perra estaba yo hecha!
Había perdido el dominio sobre mi conducta. No actuaba mi yo consciente, sino una golfa que debía haber permanecido escondida dentro de mí. A la espera de una fiesta de sexo como aquélla. Y a la vez, se deslizaba dentro de la carne oleaginosa y vibrante de mi chichi, en el fondo de mi sexo abrasado. Las paredes del mismo se apretaron listas para gozar. Julián empujó en mis rojas y oscuras profundidades.
Yo me sentí abrasada por el fuego de una pasión animal. Por este motivo retiré mis manos de la zona de nuestros genitales, para apoyarme en la almohada o en la cabecera de la cama. Sabía que iba a requerir un gran apoyo en el momento que él se decidiera a estallar dentro de mí. Empiné el culo, le succioné el capullo en la sima de mi matriz y le recibí por entero —creo que me entró, además, medio cojón—, llenándome los apretados y húmedos canales.
Empujó más adentro, si ello era posible y mis ovarios los succionaron al mismo tiempo que él daba comienzo a la operación de «mete-saca». Hacia dentro y, también, provocándome una sensación de angustia ante el temor de que no volviese a estar encajado en mí.
Jadeé sobresaltada, aplastando mis tetas contra la colcha y el mentón sobre la almohada. Y mantenía tan lubricados mis canales vaginales en aquellos momentos, que sus entradas y salidas se realizaron sin casi fricciones, a excepción de la invasión de mis fuertes labios internos.
Las manos de Julián se habían posado en mis ingles o en mis muslos, con el único propósito de clavarme sin piedad. Todos mis bajos se hallaban completamente abiertos. Dilató al máximo mis interioridades, apretando hasta lo más hondo, lo ajustadamente que mi cuerpo necesitaba, y volvió a hundirse rozando mi clítoris en erección.
Dado que mi coño le estaba absorbiendo, conduciéndole a las profundidades de mi hirviente necesidad, le arrebaté centímetro a centímetro su larga, dura, caliente y atornillante picha. Me follaba de arriba a abajo en mis duras carnes, en mi espacioso y hondo chochazo.
Era tanta la fuerza con la que le estaba succionando, tanto lo que quería conseguir, que él bombeó de dentro a afuera, y también hacia atrás y hacia delante, cada vez con mayor rapidez, tirando de su polla hasta el capullo; y luego, recorriendo todo el camino de mi gruta de fuego, una y otra vez, con una enloquecedora velocidad.
Rápidamente advertí cómo subía, igual que si fuera un cohete, hacia un punto culminante, en el que me quedé sin respiración… ¡Siempre en ascensión… Cada vez más alta! Igual que si su polla, al unirse a mi coño, hubiese adquirido el poder de darme la vida.
Lo cierto es que Julián estaba tan excitado como yo. Por este motivo me regaló con una eyaculación descomunal. Lo mismo que hizo Tomás, poco más tarde…
Reconozco que hay inseguridad en mi carácter. Se manifiesta en todo lo que hago, en la crianza y educación de mi hijo, en las necesidades financieras y en la dependencia de mi padre y de mi ex marido, en mi trabajo, en todo. Durante el último año o cosa así, he empezado a afrontar esto, a profundizar analíticamente en el pasado, a través de reuniones en grupo y a descubrir por qué soy de esta manera.
Creo que estoy demostrando que soy atractiva, aunque verdad no lo soy demasiado. Mi padre siempre ha dicho que lo soy. Calculo por encima, que conquisto a un nuevo hombre dos o tres veces a la semana. No tengo ni idea del total conseguido, perdí la cuenta hace años. Algunos de ellos son muy dulces y planceteros.
Recientemente me acosté con uno, tímido y casto, que iba a casarse a los pocos días. Me invitó a su boda; pero no pude ir. Dejo que los hombres tengan la impresión de que llevan la iniciativa casi siempre, pero es importante ir un paso por delante de ellos.
Me corro con suma facilidad, a menudo con casi todos. Si son impotentes o no consiguen la eyaculación, me relajo y charlo hasta que ellos recuperan la moral, se tranquilizan y normalmente se ponen en condiciones de llegar a alguna parte. A veces, cambio de panorama y voy con mujeres. Por lo mismo, he participado en una buena cantidad de sesiones sexuales de grupo. Es divertido, y no me veo obligada a llevar la voz cantante.
Interiormente, todavía ando buscando mi auténtica personalidad. Solía pensar en la posibilidad de volver a casarme, pero me asusta la idea de enamorarme y que se me rechace. Querer a alguien es estupendo y enamorarse perdidamente lo considero un desastre. Necesito el control que suponen los muchos hombres que voy conociendo. No soy una puta. Jamás he aceptado un regalo de cualquiera de mis amantes. En ocasiones soy yo la que pago. Doy más de lo que recibo, lo sé. Esta es la clave de que no esté dispuesta a cambiar de vida.