Hice gozar a las dos

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Relato enviado por Jesús (Málaga)

Un día, por pura coincidencia, conocí a una mujer, que desde el primer momento me gustó profundamente. Cosa que no oculté ante sus ojos, pues no dejaba de mirarla fijamente, lo mismo que ella a mí. Durante varios días coincidimos en el mismo lugar, siguiendo con idéntica tónica, mirándonos los dos a los ojos, pues aunque ella parecía rehuirlo yo sabía que deseaba contemplarme.

De esta manera, un día entramos en conversación. Y en poco tiempo hasta llegamos a hacernos amigos, aún cuando ella tenía once años más que yo, que había cumplido los diecinueve.

Durante todo el tiempo que siguió, ella no dejaba de repetirme que me quería con locura y que también tenía mucho miedo por su marido, ya que lo que estaba haciendo no le parecía nada bien. Y más cuando le había sido infiel.

Yo creía todo lo que me decía, pues estaba enamorado locamente y nunca me había sentido tan atraído por una mujer. La verdad es que no era para menos, pues en todos los sentidos resultaba una hembra excepcional que poseía una belleza y cuerpo descomunales.

Solíamos vemos un mínimo de tres veces por semana, llegando casi siempre a joder, en muchas ocasiones, en su propia casa cuando faltaba su marido. Aprovechando cualquiera de sus múltiples ausencias.

Transcurridos ya unos tres meses, Ana me telefoneó para decirme que fuese aquel sábado a su casa, ya que su marido había salido de viaje. Yo, naturalmente, acepté encantado.

Cuál no sería mi sorpresa al entrar en su piso y comprobar que no estaba sola. Había otra mujer, más o menos de su misma edad, y que al igual que Ana no estaba nada mal.

Me la presentó diciéndome que era su amiga Loreto, de la cual ya muchas veces me había hablado para decirme que era su mejor amiga.

Aquel mismo sábado por la mañana, Loreto y Ana se habían estado comprando ropas. La primera todavía no se había marchado a su casa, pues había comido con la otra y seguía teniendo allí su ropa.

Así que decidieron probarse más despacio la ropa para ver cómo les caía; y con el fin de que yo les ofreciese mi opinión. Me ordenaron que me diese la vuelta para cambiarse de vestidos y así lo hice, pero a un lado se encontraba el espejo de la coqueta, por el que las veía…

Se encontraban en bragas, suaves y cortitas, dejando así ver sus curvas deliciosas, que a mí estaban empezando a ponerme cachondo, pues mi picha ya se mantenía en guardia.

Se trataba de dos modelos muy parecidos, que dejaban ver parte de sus tetas, las cuales se alzaban sin sujetadores. El talle de ambas era largo y más delgado de lo que yo había supuesto. Para colmo, las dos mutuamente se arreglaban y retocaban sus vestidos, por lo que una le tocaba las tetas a la otra y ésta devolvía las caricias sobre la cintura o los muslos de la amiga. Al final, de nuevo hicieron que me volviera para cambiarse.

Se pusieron unas bragas más pequeñas de las que habían llevado, picaras y transparentes, para cubrirlas con un camisón oscuro totalmente transparente, igual que la ropa interior. Creo que de este modo me excitaron más que desnudas.

Ana me dijo:

—Nos hemos comprado unas cosas muy bonita.

—¿Quieres verlas? —me preguntó Loreto..

Yo no contesté. Casi no podía hablar y la sangre se me había subido a la cara. Así que las dos, como aquel que no quiere, se subieron los camisones hasta la cintura, dejando ver sus braguitas o más bien el triángulo oscuro y prohibido que parecía estar diciendo «¡cómeme!».

Yo, sin poder aguantar más, me abalancé sobre Ana y la abracé tan deseosamente que los dos fuimos a parar encima de la cama. No frené mi excitación, convencido de que funcionaría.

Entre fogosos besos nos revolcamos de un lado a otro, quedando yo al final tumbado hacia arriba y, sobre mí, Ana, besándome y acariciándome.

Al momento, mientras yo besaba y cogía con mis manos las tetas de Ana, sentí cómo Loreto había puesto su mano sobre mi bragueta, palpando mi picha, para en seguida bajarme la cremallera y coger con su mano mi glande ardiente.

En aquel momento mantuve hasta la respiración sin saber qué hacer por la sorpresa que acababa de provocarme. Por el rabillo del ojo veía cómo accionaba Loreto, sin atreverme a mirarla acaso por vergüenza. Menos mal que haciendo un esfuerzo la vencí y me dije:

—¡Adelante!

Poco a poco, Loreto fue quitándome los pantalones hasta dejarme la picha totalmente al descubierto y más tiesa que una vela.

En principio me la acarició con las manos suavemente y en seguida se la introdujo en la boca para paladearla tiernamente como si fuera un manjar, deleitándome a mí con un gusto tremendo; mientras tanto, yo, como podía, intentaba localizar el clítoris de Ana con mi diestra.

La verdad es que no dudé mucho tiempo. Cuando por fin eyaculé en su boca, llegué a un placer total que me hizo jadear y gemir de tal gozada.

Este había sido mi primer orgasmo. Desde luego, yo quería seguir más y ellas me demostraron que estaban de acuerdo conmigo.

Tras unos momentos de caricias y recalentamiento por parte de todos, Ana se situó sobre mí, de modo que mi picha se introdujo en lo profundo de su coño, notando al instante un inmenso calor y suavidad que me hacía estremecer, estableciendo en seguida un movimiento de vaivén rápido y fulgurante, con fuertes sacudidas por parte de los dos. Casi a un mismo tiempo llegamos al clímax entre gemidos de placer y felicidad.

Entre tanto, Loreto, que había quedado un poco descuidada, se estaba quitando el camisón. Luego, con una mano, se friccionó el clítoris.

Entonces fui yo quien con la lengua le ayudé a obtener el orgasmo, haciéndola llegar a un placer infinito e incontenible.

Después de esto, decidimos los tres irnos a la ducha. Lo pasamos muy bien bajo el agua templada y fue allí mismo donde, por primera vez, besé a Loreto en plena boca. Con esto y algunas cosas más nos pusimos calientes, hasta que acabamos los dos jodiendo de pie abrazados estrechamente, alcanzando así un nuevo orgasmo.

Después de la ducha, nos envolvimos cada uno con una toalla y nos fuimos al salón. Allí, después de un rato de conversación, empezamos de nuevo a jugar tumbados sobre la alfombra de fino pelo. Estuvimos unos minutos gastándonos bromas, practicando juegos amorosos, besándonos, diciéndonos cosas y palabras excitantes, acariciándonos hasta ya no poder aguantar más.

Nos quitamos del todo las toallas unos a otros. Yo me abalancé sobre Ana, que estaba tumbada boca arriba y ella, abriendo las piernas, recibió con acentuada excitación y agrado mi picha fulgurante. Arremetía con fuerza y gemía encogiendo las piernas, hasta que con las misma me rodeó la espalda.

Ninguno de los dos tardamos mucho en llegar al clímax y mientras nosotros gozábamos, Loreto se excitaba mirándonos y oyéndonos. También con la mano se titilaba el clítoris buscando llegar al orgasmo.

Se hallaba en su derecho, porque el ambiente no se podía hallar más caliente. Una vez Ana y yo estuvimos totalmente satisfechos, me dijo ésta que ayudase a su amiga a obtener el orgasmo. Yo asentí y me coloqué detrás suyo, ya que ella permanecía tumbada hacia abajo, para intentar introducir la picha en su coño por detrás. Pero Ana me dijo que no, que por ahí no, que debía hacerlo por el ano.

Yo me quedé extrañado, pues esto era nuevo para mí, pero, al final, me decidí e hice lo que Ana me había dicho. El numerito resultó algo gracioso, además de terriblemente excitante. Loreto se hallaba de rodillas inclinada hacia adelante, sosteniéndose con una mano mientras que con la otra seguía friccionando su clítoris. Además de todo esto, Ana se había colocado tumbada bajo el cuerpo de Loreto chupándole los pezones.

Cuando le llegó el orgasmo a ésta, los gritos y gemidos que daba parecían de dolor más que de placer, pero lo cierto es que estaba gozando, de tal manera que yo al verla me excité con tanta intensidad que al poco tiempo llegó el mío.

Después de esto me tumbé sobre la alfombra casi agotado, para así intentar reponer fuerzas, pues notaba que éstas me empezaban a faltar. Ellas, mientras yo me relajaba, con un paño me limpiaron la ya flácida picha, que también empezaba a decaer, haciendo las dos mujeres lo mismo con sus coños.

Minutos más tarde, volvieron de nuevo a la carga y entre ambas se dedicaron a excitarme besando y tocando mi cuerpo desnudo. Puesto que ya no tenía muchas fuerzas ni ganas de más jaleo, me costó un poco reaccionar, pero al fin lo hice. Y entonces fui yo quien de nuevo se lanzó a la carga.

Como yo no podía excitar a las dos a la vez lo hacía con una, y ésta calentaba a la otra, y la segunda, a su vez, a mí. Ellas parecían como si estuvieran aún tan frescas, igual que si en lugar de apagarse sus fuerzas hubieran aumentado. Yo, en cambio, sentía que ya no era como al principio, ni mucho menos, pero, aun así, otra vez volví a joder con Ana.

En esta ocasión compusimos una posición más rara, con las piernas entrecruzadas. Menos mal que mientras culminábamos el acto, Loreto con su habilidad prodigiosa, me excitaba maravillosamente, hasta que por fin llegué al orgasmo, habiendo tenido ya dos mi amante. No pensaba en ninguna plusmarca; sin embargo, ellas eran más importantes que mi propia flaqueza.

Cuando yo creía que no iba a poder aguantar más, las dos me animaron para que por último penetrase a Loreto. No pude negarme después de haber pasado largo rato entre juegos de caricias. Así lo hice y aunque mi picha se hallaba mucho menos erecta de lo que había estado en ocasiones anteriores, supe hacerla llegar dos veces al orgasmo antes de que coronara el mío, que hacía el séptimo. A mí me parecía haber logrado una cosa casi imposible.

Con esto acabó la larga y deliciosa tarde, con mis fuerzas y deseos completamente satisfechos. Me sentía orgulloso de mí mismo al haber logrado tantos clímax en una sola sesión. Y haber satisfecho a las dos mujeres al mismo tiempo, pude sentirme un superdotado.

Esto para mí había resultado como un sueño, pues nunca imaginé que me pudiese ocurrir algo igual, ya que creía que sólo pasaba en las novelas pomo, en las revistas de la misma categoría y en los vídeos xxx.

Curiosamente, no volví a repetir. Las dos desaparecieron de mi vida, porque se marcharon de Málaga. No gano lo suficiente para pagar a unos detectives privados, por eso llevo meses investigando. He conseguido localizar a Loreto en Murcia. Su marido es un militar de alta graduación. Pienso aprovechar un «puente» para irla a ver. Quizá ella me explique cómo desaparecieron de mi vida sin darme una explicación. De verdad, esto no me deja dormir, aunque…

¿No será que hicieron su buena obra, al proporcionarme mi plusmarca orgásmica, y pensaron que debían dedicarse a otro joven?

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