Tengo veintidós años y debo confesar que estoy buena. Al menos si se tiene en consideración la opinión de los hombres. Porque todavía no he conocido a ninguno que no quiera ligarme nada más conocerme.
Yo era tan gilipollas de joven que me resistía a que me tocasen los pechos. Una tía mía me había contado que si dejaba que los hombres lo hiciesen con exceso, acabarían por deformarmelos. Este miedo me obligaba a mantener una dura prohibición a que me los acariciasen.
Relato enviado por Javier (Madrid)
Los dedos de Lorenzo apretaron aquella carnecita deliciosa, y ella gimió más caliente que hierro fundido.
Relato enviado por Ulla (Marbella)
Me llamo Ulla, he nacido en Estocolmo y llevo en vuestro país más de tres años. Mi padre era español y mi madre sueca. Todo mi físico, lo mismo que le sucede a mi hermana, es nórdico. No me ocurre lo mismo con el talante, ya que me comporto, hablo y escribo a la manera de una mujer hispana.
Relato enviado por Mariano – Cádiz
Yo estaba al tanto de que Diana era una «guarra», debido a que me lo había confiado Justo, mi más fiel colega. Pero a ella se la veía tan bien vestida, elegante y siempre perfumada, que empecé a dudar. Como mi objetivo carnal trabajaba en un banco, en el que yo había abierto una nueva cuenta corriente, empleé el mejor sistema para comprobarlo…
Relato enviado por Javier – Gijón
Tengo un amigo que se ha casado hace un año con una chica que es terrible en lo sexual. Pero eso no sería nada si no fuera porque le gusta ligar con los amigos de su marido.
Relato erótico enviado por Julia – La Coruña
Hace años ejercía la prostitución. Empecé a hacerlo cuando descubrí que todos los hombres eran unos cerdos y que lo único que querían de una mujer era llevársela a la cama. «Si es eso lo que quieren, que paguen» pensé.
Relato enviado por Margot (Guipúzcoa)
Yo había heredado la mansión de mis abuelos y al encontrarme en un ambiente de los años 50 quedé tan fascinada que me convertí en una mujer de aquella época. Hasta mis gustos y aficiones se transformaron…
Relato enviado por Alberto – Las Palmas
La Tailandesa se llama Thais y la jamaicana Merle. Las dos trabajan para mi padre, en el hotel de cinco estrellas que se alza frente a la playa. Yo no las conocía, pero ellas sí tenían referencia de mí, por las fotos que se encuentran en el despacho del «viejo» y por otras informaciones. Sin yo saberlo se habían puesto a mi favor.
Relato enviado por Pedro (Barcelona)
El sexo vive y se alimenta con el morbo. Por eso nos atraen las hembras que aún no nos hemos tirado, por eso los culos más tentadores son aquellos que aún no hemos penetrado con el nabo…
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