Hermana muy cariñosa
Relato enviado por Matilde – Córdoba
Cuento con veinticuatro años, estoy casada y tengo dos hijos pequeños. Mi marido se dedica a trabajar de organizador de viajes, lo cual le obliga a salir con frecuencia del país para emprender largos recorridos. Soy una mujer muy sensual y hay veces que hecho mucho de menos a mi esposo.
Un fin de semana, hace un mes y medio, me encontraba en un estado de ánimo sensual muy intenso y decidí, con dos amigas mías, salir un sábado por la noche. Le pedí por tanto a mi hermano, que acaba de cumplir los veintiún años, que viniera a vigilar a los niños. Lo hace con frecuencia y suele quedarse a dormir.
Cuando regresé todavía me sentía muy deprimida, y me dirigí al cuarto de mis hijos. Los encontré profundamente dormidos. Pasé a la habitación de mi hermano y vi que también estaba muy dormido; pero las mantas habían caído a un lado de la cama. Y pude ver que se hallaba tendido y que sólo vestía una camiseta levantada por encima de la cintura, con lo que dejaba al descubierto el resto del cuerpo.
Me quedé de pie unos veinte segundos contemplando su bien formada polla y sus testículos. Le cubrí con las mantas, y me fui a mi habitación para acostarme; pero me resultaba imposible conciliar el sueño pensando en lo que acababa de ver. En realidad, él estaba mejor dotado que mi marido. Me levanté y me dirigí a la habitación de mi hermano, me quité el camisón y me metí en la cama, a su lado, acurrucada muy cerca.
Debí quedarme dormida, porque cuando desperté eran las cuatro de la madrugada. Mi hermano había cambiado de posición, y en aquel momento se encontraba de cara a mí. Estaba despierto y muy excitado sexualmente. Sin previa advertencia, le metí una pierna por debajo del cuerpo y la otra por encima, introduciéndome la polla. Aunque tuve que ayudarle para que lograra alcanzar la satisfacción, completó la follada muy bien y al día siguiente nos unimos sexualmente otras dos veces…
Voy a contároslo con más detalles:
Mi hermano ya me estaba besando repetidamente, con veloces contactos que atravesaban mi cuerpo. Al mismo tiempo, colocó una mano en mis piernas y la hizo correr de arriba abajo, para deslizarla por la muy femenina curva de mi culito, hasta llegar a la parte interna de mis muslos.
Caprichosamente me aproximé a él todo lo que me fue posible. La sangre corría por su estaca. Me estaba deseando, sobre eso no me cabía la menor duda. Quería que abriese mi coño para admitirle por completo y que le permitiera entrar en todo mi interior.
—¿Verdad que estás necesitando que te folle, querida? —me preguntó mi guapo hermanito.
De repente se produjo como una especie de aceleración. Me desnudó con gran rapidez, dejándome tan sólo con el calzado, las medias y los porta ligas. La lujuria cubría cada poro de nuestras pieles… ¡Sobre todo al verme sentada en la picha de Juanito, que se había tumbado boca arriba en la cama!
Me notaba tan fabulosamente excitada y tan llena de pasión que mi néctar preciado goteaba sobre su capullo y el asta que me estaba penetrando. Y antes de que llegase lo mejor, ya me vi dominada por el aturdimiento.
—¡Cómo lo necesitamos los dos, hermana! —susurró, lamiéndome la oreja sensualmente.
—¡Mmmm!
Empujé el coño hasta la polla que me estaba follando, abrí los muslos y, siendo impulsada por una fuerza superior a mi voluntad consciente, conseguí que los labios inferiores se abrieran de par en par, esperando a que el chaval me quitase las «telarañas» que debían colgar en mis ovarios. Necesitaba que me llenase hasta los últimos resquicios de mi dulce y ansiosa humanidad.
—¡Follame… Por favor, follame hermanito!
Súbitamente introdujo uno de sus dedos por entre un hueco inverosímil de mi chumino, entre la polla y la zona superior de la puerta vaginal. Y logró tocar mi tieso y húmedo clítoris… ¡Cómo aprendía rápidamente cada una de las lecciones que le había impartido las noches anteriores!
Todo mi pubis se contrajo espasmódicamente bajo el azote paradisíaco del doble contacto. Gemí con un ronco susurro de auténtica excitación. Me moví hacia delante y hacia atrás, y conseguí que me entrase toda la polla. Hasta los cojones se quedaron en el umbral vaginal.
—¡Ya no puedo esperar más, hermanito… Necesito que me sueltes tu carga de leche…! ¡¡Deja que te mame… No te hagas rogar…!
Su verga llegó a mis labios, palpitando locamente. La acerqué todo lo que puede a mi lengua, frotándola con la punta. Hasta que conseguí tragármela… ¡Me sentí una mujer, una hermana, completísima!!
Pero allí no podíamos exigirnos una posición permanente. Al sentirnos tan dominados por la excitación de la follada, lo mismo saltábamos para completar el polvo o la felación; cuando no estábamos revoleándonos sobre la colcha, borrachos de deseo, jadeantes y resoplando. Habíamos perdido el sentido exacto de la realidad que nos envolvía.
Hubo un momento en el que me vi tumbada sobre el cuerpo de Juanito —yo boca arriba y él clavándomela en el chocho—, hasta que él pidió que me colocase de rodillas y con el culo en pompa. De esta manera me la endiñó por atrás, en la posición de los perros… ¡Menuda perraca estaba yo hecha!
—Lléname de polla… La quiero toda para mí… Hasta que me harte…! ¡¡Qué delicioso atracón…, si me pudiera «morir» estando repleta de esta carne tan fabulosa…!
Había perdido el dominio sobre mis palabras. No hablaba mi yo consciente, sino una golfa que debía haber permanecido dentro de mí. A la espera de una fiesta de sexo como aquella. Mientras tanto, la picha de mi hermano se deslizaba dentro de la carne oleaginosa y vibrante de mi chichi, en el fondo de mi túnel abrasado. Las paredes del mismo se apretaron listas para gozar. Juanito empujó en mis profundidades rojas y oscuras.
Yo me sentía abrasada por el fuego de una pasión animal. Por este motivo retiré mis manos de la zona de nuestros genitales, para apoyarme en la almohada o en la cabecera de la cama. Sabía que iba a requerir un gran apoyo en el momento que él se decidiera a estallar dentro de mí.
Empiné el culo, le succioné el capullo en la sima de mi matriz y le recibí por entero —creo que entró, además, medio cojón llenándome los canales húmedos y apretados.
—Es un hermoso coño el que me ofreces ahí, ¿eh, querida hermana?
Empujé más dentro, si ello era posible y mis ovarios le succionaron al mismo tiempo que él daba comienzo a la operación de «mete-saca»… ¡Hacia dentro y jadeé sobresaltada, aplastando mis tetas contra la colcha y el mentón sobre la almohada. Y también, provocándome una sensación de angustia ante el temor de que no volviera a estar encajado en mí!
Mantenía tan lubricado el coño, en aquellos instantes, que sus entradas y salidas se realizaban sin casi fricciones, a excepción de la invasión de mis fuertes labios internos.
—¡Córrete! —grité—, ¡Clávame en el fondo y suelta tu substancia de chaval poderoso… ¡¡Destrózame por entero… Sí… Aaaahhh…!!
A mí ya no me importaba lo más mínimo si lo que estaba gritando me comprometía o no. La verdad es que en el abrazo carnal no me daba cuenta de lo que decía, porque perdí el control sobre mí misma.
Las manos de Juanito se habían posado en mis ingles o en mis muslos, con el único propósito de clavarme sin piedad. Todos mis bajos se hallaban abiertos en canal. Dilató al máximo mis interioridades, apretando hasta lo más hondo, lo ajustadamente que mi cuerpo necesitaba y volvió a penetrar rozando mi clítoris en erección.
—¡Aaaahhh… Oh, Dios, Diosss…! ¡¡Juanito, soy toda tuya…!! ¿No notas cómo está ardiendo mi chumino…?
Dado que mi coño le estaba absorbiendo, conduciéndole a las profundidades de mi hirviente necesidad, le arrebaté centímetro a centímetro su larga, dura, caliente y atornillante picha. Me jodía de arriba a abajo en mis prietas carnes, en mi chochazo profundo y espacioso.
Era tanta la fuerza con la que le estaba succionando, tanto lo que quería conseguir, que él bombeó de dentro a afuera, y también hacia atrás y hacia adelante, cada vez con mayor rapidez. Tirando de su polla hasta el capullo y, después, recorriendo todo el camino de mi gruta de fuego, una y otra vez, con una velocidad enloquecedora.
—¡Oooohhh… Sí, sí… Te estás portando maravillosamente…!
Rápidamente advertí cómo subía igual que si fuera un cohete, dejándome sin respiración… ¡Me estaba llegando su esperma, como un triunfo que sellaba lo mejor de nuestra unión!»